LibrosSin categoría

Lucrecio: De la naturaleza de las cosas (o de cuando la filosofía y la ciencia eran la misma cosa)

Acerca del poeta y filósofo romano Lucrecio (99 a.C. – 15 octubre 51 a.C.) y la única obra que de él se conserva, escribe para Otro Ángulo el maestro en Letras Néstor Manríquez Lozano.

«Primero disolveré los miedos que acosan a la mente humana y se engendran de la religión. Para ello estableceré que los cielos y la tierra, el mar y las estrellas no son divinidades en su ser, pues su sustancia es mortal y perecedera…»

Ted Hughes, famoso poeta inglés que muchas veces es más recordado por haber sido esposo y editor de Sylvia Plath que por sus propios méritos literarios que incluso lo hicieron merecedor de volverse Poeta Laureado de su país durante varios años, escribió, entre muchos otros títulos destacados, un texto llamado Tales from Ovid que era, en realidad, una adaptación de las Metamorfosis de Ovidio. Su cometido no fue simplemente traducir este texto épico latino, importantísimo para la tradición medieval y renacentista, sino, en muchos sentidos, apropiarse de él y hacerlo accesible a un lector moderno. Hughes tenía una habilidad especial para comunicar sus ideas con facilidad, probablemente producto de su acostumbrada labor como escritor de cuentos para niños, de ahí que decidió comenzar su Tales… de la misma forma que Ovidio: narrando el principio del mundo, en herencia obvia de la Teogonía hesiódica, marcando cómo todo comenzó a tomar forma desde el caos y acentuando que la esencia natural era el cambio: Now I am ready to tell how bodies are changed into different bodies (“Ahora estoy listo para contar cómo los cuerpos son transformados en otros cuerpos”).

Hughes dice que los cuerpos son cambiados, lo cual implícitamente nos sugiere que alguien es el que se encarga de provocar o iniciar esta transformación. Ovidio, al comienzo de su poema, indica que un dios monoteísta intervino ante el Caos para que surgiera el orden que ahora conocemos: deus et melior natura (un dios y una mejor naturaleza). Sin embargo, en Tales…, Hughes dice lo siguiente: God, or some such artist as resourceful, began to sort it out (“Dios, o algún artista igual de ingenioso, comenzó a solucionar el problema”).

Un artista pudo ser el que comenzó a ordenarlo todo y ese artista debió ser tan ingenioso como Dios. Ovidio designa que una mejor naturaleza surge de un dios, pero Hughes nos dice que quien dispone todo esto en un poema puede ser un artista (quizá él mismo) tan ingenioso como el propio dios que describe.

Estos versos nos sitúan de frente ante la creación poética del mundo, y esa creación poética, esa comprensión a partir de la observación, es el origen de la filosofía, la poesía y la ciencia que para los griegos arcaicos fueron una misma cosa y que para un autor en especial, Tito Lucrecio Caro, tendrían un carácter indistinguible. Así lo asentó en el siglo I a.C., en un poema que aún hoy inspira y conserva su vigencia como en el momento en el que lo escribió: el De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas).

«Muchas veces la religión ha incitado a los hombres a cometer crímenes abominables y sacrilegios impíos. ¿No fue en nombre de los dioses que Agamenón sacrificó a su hija Ifigenia, en la flor de su juventud, para obtener vientos favorables para su flota?…»

La mirada de Lucrecio

De Tito Lucrecio Caro no se conoce prácticamente ningún dato biográfico. Tenemos noticia de un autor aparentemente oscuro, incluso para sus propios contemporáneos; que dedica su libro a un amigo, Memmio; que se inserta en la tradición comenzada por los filósofos presocráticos griegos, haciendo poesía (y filosofía) con tendencia a la observación científica pero marcando una línea de separación con aquellos al no inspirarse en la obra de autores como Parménides o Jenófanes, pese a que el título de su poema se aproxime al de la obra perdida de Empédocles, Peri Physeos (Acerca de la naturaleza), y que ambas obras exhibieran en la observación filosófica un método científico.

«No hay cosa alguna que pueda ser hecha de la nada por el poder divino, pues todo lo que se forma necesita de una semilla y un principio material, y nada puede regresar a la nada, todo debe disolverse de nuevo en sus componentes primordiales».

Lucrecio nos hace replantearnos las características que ahora vemos en un filósofo, en un científico o en un poeta, actividades que normalmente intuimos como contrarias entre sí. El poema científico de Lucrecio es toda imperfección o toda perfección dentro de su propio género, que inicia y termina con él. Aparece un elemento central y de constante interés a lo largo de los dos primeros libros: el átomo; posteriormente cambia su foco, para pasar de lo ínfimo a la escala del hombre en los dos siguientes libros; finalmente va a las cosas que superan al ser humano: la naturaleza, el universo, el cosmos. Así se aprecia en el título de cada libro:

  1. El átomo y el vacío como las únicas unidades permanentes.
  2. Las propiedades, el movimiento y la estructura de los átomos.
  3. La naturaleza y la mortalidad del alma y el miedo a la muerte.
  4. Las actividades del alma.
  5. Cosmología y origen de la vida y de la civilización.
  6. Fenómenos terrestres y meteorológicos.

Lucrecio aborda temas que serán retomados por los poetas posteriores a él, como Virgilio, Horacio u Ovidio, pero también marcará la forma en la que la observación científica se convertirá en una forma de resistencia ante la visión religiosa estricta a lo largo de siglos, pasando su influencia por Galileo Galilei y Giordano Bruno hasta llegar a Erwin Schrödinger, Albert Einstein o Carlo Rovelli. Esta mezcla heterogénea de personajes que mostraron interés por la obra lucreciana nos debe servir como ejemplo de la naturaleza de su libro que se mueve entre distintos campos de los saberes, y es que en realidad De la naturaleza de las cosas en su propia concepción es una obra híbrida.

«La tierra, en su juventud, produjo diversas formas de vida, a partir de la combinación de átomos y las fuerzas de la naturaleza. Las criaturas nacieron y se adaptaron a su entorno, luchando por sobrevivir, sin la intervención de ningún poder divino».

Lucrecio nos hace ver que planeó esta obra como una adaptación de los preceptos epicureístas emanados de la obra del autor que da nombre a esta corriente filosófica, Epicuro de Samos, que escribió su teoría más o menos tres siglos antes del tiempo del autor romano. Lo que hace Lucrecio no es una simple traducción sino una adaptación del mensaje filosófico a un entorno romano en sus propios medios de exposición y con herramientas que hacen el poema mucho más accesible, en un lenguaje que ahora catalogaríamos como más científico y menos filosófico.

El átomo y la nada

En la composición de De la naturaleza de las cosas median influencias tanto griegas como romanas más allá de la evidente presencia de Epicuro: encontramos intertextos de Ennio, el poeta latino a quien normalmente se atribuyen los primeros ejemplos de poesía romana compuestos con originalidad, así como ideas provenientes de los Fenómenos de Arato, obra que se dedicaba a la descripción del cielo, las estrellas, los planetas, elementos de astronomía y los fenómenos meteorológicos que observaba el hombre en su día a día, entre muchos otros autores.

«El hombre no podría percibir el calor o la luz ni sentir el tacto, si no fueran hechos de partículas, pues el vacío no puede golpear nuestros sentidos, pero lo que está compuesto de átomos sólidos puede incidir en nuestros órganos y ser percibido».

Pero Lucrecio centra su atención en dos elementos que nos pueden recordar a Parménides o, incluso, a los antiguos Vedas de la India. La yuxtaposición de las dos formas no observables que marcan el ser o no ser en el mundo: el átomo y el vacío. Nos expone su naturaleza distinta en dos reflexiones. Sobre el átomo dice: «estos cuerpos primeros, de naturaleza sólida y eterna, de diversos modos movidos en la vasta vacuidad del espacio, son el origen de la materia, de la creación y del universo» (Libro I, versos 150-155). Respecto al vacío afirma que “es necesario, pues si no existiera, nada podría moverse; ya que es evidente que el movimiento no puede tener lugar donde todo es sólido, y no existe lugar vacío» (Libro I, versos 329-335).

Esta contraposición del átomo, como elemento que lo constituye todo en el universo, frente a la nada o el vacío, cuya “existencia” nos dice Lucrecio que es necesaria para que aquello que tiene materia pueda moverse, es un remoto antecedente de reflexiones filosóficas contemporáneas que se enfrentan al problema de la nada en el fondo de la materia. En ese mismo sentido, Nāgārjuna, un filósofo budista del siglo II, hablaba sobre la esencia de la nada en la materia misma que conforma todo: «Todo está vacío. No hay una cosa que no esté vacía. El vacío no es otra cosa que lo que no es vacío. Lo que no es vacío no es otra cosa que el vacío” (Versos Fundamentales del Camino Medio, capítulo 24, verso 18).

Las ideas lucrecianas parecen opuestas a las de Nāgārjuna. El filósofo indio indica que la esencia misma del átomo o de cualquier cosa del universo es la nada, por lo que no existiría una contraposición con el vacío; Lucrecio, aunque no sigue este camino, es enfático en hacernos ver que el vacío es necesario para la existencia de lo que no es vacío, es decir, lo que está constituido por átomos, y el campo para que la naturaleza permita su desenvolvimiento es el espacio para que el movimiento se lleve a cabo. El movimiento no está constituido por átomos, pero pone en ejercicio los objetos compuestos por átomos para dotarlos de su propia capacidad. Parecen entonces excepcionales los objetos constituidos por átomos frente a un vacío enorme que constituye todo lo que está fuera de nosotros, como lo dice explícitamente el poeta romano: «El espacio inmenso y profundo, que contiene todo, está completamente vacío, no tiene fin, y en su seno se encuentran cuerpos innumerables, sin cuenta y de todo tipo, que, movidos por el choque de sus propios pesos, se desplazan de un lado a otro, en un flujo eterno» (Libro I, líneas 951-956).

El movimiento

«El espacio infinito se extiende sin fin, y no hay lugar al que los átomos no puedan llegar. No hay centro ni borde en el cosmos inmenso, y los mundos nacen y perecen sin cesar, en un ciclo eterno de creación y destrucción…»

Notamos que un elemento importante no explícito en la visión lucreciana del mundo es el movimiento y el flujo que denomina eterno. El flujo eterno, que se puede remontar hasta la filosofía presocrática, encuentra un cauce amplio y extenso que llega hasta nuestros días tanto en la reflexión filosófica como religiosa y científica. Giordano Bruno, el famoso intelectual italiano condenado a la hoguera por herejía, seguía esta misma concepción en unión con preceptos aristotélicos al describir la naturaleza en su obra de 1584 Sobre el infinito, el universo y los mundos: «En la naturaleza no hay un gran ni pequeño, pues no se da ningún extremo, sino que todo es uno. Hay innumerables soles, innumerables tierras, que giran alrededor de sus soles del mismo modo que vemos a estos siete planetas girar en torno a nuestro sol. Las inteligencias dirigen estos mundos del mismo modo que nuestra inteligencia dirige este cuerpo nuestro. Cada uno de estos mundos constituye un cuerpo sensible, un gran animal, una estrella divina, y todos estos mundos constituyen un único universo, un infinito flujo de creación y destrucción».

El flujo lucreciano (o cómo el espacio vacío es un lugar para llenarse de movimiento potencialmente) incluso llegó hasta una de las mentes brillantes más conocidas de la humanidad, Albert Einstein, quien desarrolló reflexiones que sin duda nos hace ver el camino seguido desde Lucrecio hasta él. En una de sus múltiples conferencias, el físico alemán dijo: «El espacio vacío no es realmente vacío; está lleno de energía y potencial. Lo que consideramos vacío es en realidad el asiento de los campos cuánticos y de las fluctuaciones de energía».

Es impresionante imaginar que una mente como la de Einstein tomara inspiración directamente de los griegos o los romanos, que normalmente vemos como seres idealizados en campos de las humanidades, pero muy retrasados en los campos científicos. Y es que las ideas filosóficas de un poeta marcan el camino hacia la exploración científica y, no sólo eso, son una condición de posibilidad para entender la realidad misma, tal como Ted Hughes adapta a Ovidio y nos hace ver que el poeta puede ser de una naturaleza similar a una divinidad, creando y recreando el mundo a través de la poesía, guiándonos en el entendimiento de todo lo que nos rodea y al mismo tiempo haciendo que exista todo realmente sólo al momento de exponerlo en su lenguaje poético.

Tanto Einstein como muchos otros científicos destacadísimos del que fue probablemente el siglo más importante en descubrimientos para la humanidad, el siglo XX, nos hicieron ver explícitamente la necesidad de volver al pensamiento filosófico grecolatino:

Albert Einstein: «La ciencia moderna debe mucho a los antiguos griegos. Fue su espíritu de indagación y su amor por la verdad lo que preparó el camino para la ciencia moderna» (parafraseado de los escritos de Einstein sobre la historia de la ciencia).

Werner Heisenberg: «En cierto sentido, estamos volviendo a los primeros griegos. Nuestra tarea actual es seguir desarrollando sus ideas sobre la naturaleza del universo, aunque en un contexto mucho más amplio y profundo» (de Physics and Philosophy: The Revolution in Modern Science, 1958).

Niels Bohr: «Los antiguos griegos ya se preguntaban sobre la naturaleza de la materia, y aunque no tenían nuestras herramientas modernas, su capacidad para plantear preguntas profundas y filosóficas sobre el universo es admirable» (parafraseado de los escritos de Bohr sobre la conexión entre la filosofía y la física).

Richard Feynman: «Los antiguos griegos, como Demócrito, ya hablaban de átomos y el vacío. Aunque no tenían las pruebas experimentales que tenemos hoy, sus especulaciones eran asombrosamente perspicaces» (de The Character of Physical Law, 1965).

Carl Sagan: «En la antigua Grecia, los filósofos como Epicuro y Lucrecio ya tenían visiones materialistas del universo que se asemejan sorprendentemente a nuestras teorías modernas. Su audacia intelectual sigue siendo una inspiración» (de Cosmos, 1980).

Parece, pues, que los griegos nos siguen marcando un camino que debemos volver a recorrer para seguir encontrando la razón esencial de la reflexión poética y filosófica en el mundo. Como Lucrecio nos lo hace ver, desde lo más pequeño (y lo inexistente) hasta lo más grande que nos rebasa y abarca, todo lo que la existencia permite, el poeta puede llevarnos a la comprensión de la realidad a través de sus reflexiones.

Muerte y eternidad

«A menudo el hombre deja la vida, descontento y temeroso, porque no entiende que el alma, disuelta del cuerpo, no sentirá ningún dolor, ni sufrirá ninguna aflicción, ni podrá en absoluto existir sin sus sentidos».

Hacia el final de su obra, en el libro VI, Lucrecio se enfoca en una de las mayores preocupaciones del hombre: la muerte.

El poeta aplica su capacidad de observación de los fenómenos del mundo y la naturaleza que lo rodea para expresar algunas ideas incluso acerca de la muerte y el lugar que debería ocupar en nuestro temor a desaparecer del mundo: «Así la naturaleza de las cosas vuelve a crear nuevas formas de vida, que ocupan el lugar de aquellas que han desaparecido, de modo que la vida continua, y la muerte no es más que una transformación en el ciclo eterno de la existencia» (Libro VI, líneas 1230-1234). Las palabras que pueden resonarnos ahora de forma eficaz nos hacen ver que la comprensión del mundo y sus fenómenos no es sólo un entendimiento del exterior o de la naturaleza sino de nosotros como parte de ella en un fenómeno del que todos los seres participamos, que es la muerte.

Lucrecio concluye su texto con una observación más en el mismo sentido:  «Y así, una cosa se desvanece y se hunde, mientras otra crece y se eleva, y en poco tiempo, la vida se renueva y avanza a través de los siglos. No existe un final para el universo, solo un cambio perpetuo y una renovación infinita» (Libro VI, líneas 1250-1254). La muerte y renovación (o renacimiento, como le llaman los alemanes) nos expone ante una esperanza en la reflexión física y filosófica donde el mundo sin fin nos contiene y nos vuelve, en una anticipada reflexión newtoniana antecedida por Parménides, sobre la imposibilidad de la destrucción de la materia y cómo sólo se encuentra en un eterno proceso de transformación, de cómo todos los procesos y el flujo de la naturaleza que nos contiene nos hace eternos por participar de la eternidad de la naturaleza de la que formamos parte.

«No hay necesidad de temer a los dioses, ni de preocuparse por el destino o el azar. Vive según la naturaleza y busca la paz del alma, evita los deseos vanos y disfruta de los placeres simples, pues en la tranquilidad reside la verdadera felicidad…»

«El alma, como el cuerpo, está sujeta a la muerte, porque está compuesta de átomos finos y delicados que se dispersan con el tiempo. No hay vida eterna, ni paraíso ni infierno, solo la paz del sueño eterno…»

Lucrecio marcó un camino que ya estaba iniciado por los filósofos griegos que lo antecedieron, pero este camino no sólo debe tomarse como un mero punto de exploración filosófica. Los descubrimientos más importantes de la humanidad desde el siglo XX están indeleblemente marcados por las reflexiones de un oscuro personaje romano que decidió cantar un poema que hablaba acerca de todo y acerca, con letras mayúsculas, de Nada.

[ Néstor Manríquez Lozano ]

Néstor Manríquez es maestro en Letras Clásicas y académico en la UNAM.

Bibliografía
Traducciones al español:

  • Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas
    Traducción de José Alsina Clota.
    Editorial Gredos, 1982.
  • Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas
    Traducción de Antonio Quesada.
    Alianza Editorial, 1999.
  • Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas
    Traducción de Francisco Socas.
    Editorial Cátedra, 2010.

Referencias a Lucrecio:

  • Carl Sagan, Cosmos
    Editorial: Ballantine Books, 1985.
  • Stephen Hawking, Breve historia del tiempo: Del big bang a los agujeros negros
    Editorial: Crítica, 1998.
  • Brian Greene, El universo elegante: Supercuerdas, dimensiones ocultas y la búsqueda de una teoría final
    Editorial: Vintage, 2000.
  • Richard Dawkins, El gen egoísta
    Editorial: Oxford University Press, 2006.
  • Yuval Noah Harari, Sapiens: De animales a dioses: Breve historia de la humanidad
    Editorial: Debate, 2014.

Otras obras acerca de Roma:
La Eneida, de Virgilio.
Las Odas, de Horacio.
Metamorfosis, de Ovidio.
Arte de amar, de Ovidio.
Elegías, de Sexto Propercio.
Catulo, el poeta transgresor que enlazó Grecia, Alejandría y Roma.
Epigramas de Marcial, el maestro de la brevedad punzante.
El Satiricón, de Cayo Petronio.
El asno de oro, de Apuleyo.
El Imperio Romano, de Isaac Asimov.

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Botón volver arriba