El 1 de agosto de 1819 nació el escritor estadounidense Herman Melville. Murió el 28 de septiembre de 1891, en Nueva York.
La primera vez que tuve contacto con Herman Melville fue alrededor de los 11 años, en una edición juvenil (de Grolier, la Biblioteca juvenil que mi padre nos había regalado) de su gran obra Moby Dick o la Ballena blanca (que no era ballena, sino cachalote).
Él decía “llámenme Ismael” y a los dos nos llamaba el mar. A él en sus largos viajes sobre diferentes tipos de naves acuáticas, y a este escribidor en los paseos a bordo de los barcos camaroneros donde mi abuelo era maquinista, de donde emergen mis primeros recuerdos… Cuando salir al patio de la casa de los viejos significaba toparse con el mar, porque estaba ahí, a un paso de una casa terriblemente humilde, construida en la estrecha playa frente al panteón de Campeche…
Hay tal vez dos formas de entender a Herman Melville: como marino y como periodista. Porque la visión y capacidad descriptiva es quizá la riqueza más importante de su obra; su forma de abordar la narración de los cuentos (anécdotas auténticas del viejo Zack) y su amor y conocimiento profundo sobre la vida del mar, experiencia que serviría para vestir y darle vida a sus más grandes obras y tema en el que incluso alcanzaría el pináculo de su creación, con Moby Dick, El estafador y sus disfraces, Benito Cereno y su obra póstuma Billy Budd marinero.
Melville no sólo demuestra una enorme capacidad para describir el entorno de sus relatos, sino que deshoja pacientemente las capas que ocultan las verdaderas almas de todos sus personajes; basta ver la inocencia de Billy Budd o los pensamientos que atormentan los sentimientos de Ismael.
Al mismo tiempo no duda en demostrarnos que posee una enorme cultura universal, pese a no haber tenido la oportunidad de contar con estudios superiores formales, debido a la muerte prematura de su padre; tiene un hambre insaciable por la lectura y lo mismo lee de filosofía, de poesía, de historia y, por supuesto, grandes cantidades de literatura de todos los tiempos y autores.
Hay que recordar que este enorme escritor norteamericano, nacido el 1 de agosto de 1819 en Nueva York, no consiguió en vida ni fama ni fortuna. Muchos de sus relatos se publicaron de manera anónima, como sería el caso de El pudin del pobre y las migajas del rico, El paraíso de los solteros y el Tártaro de las doncellas. Y mucho otros más, no se sabe cuántos, están perdidos para siempre porque no fueron del agrado de los editores o porque su autor no los consideró suficientemente buenos para las exigencias del público lector.
Incluso su obra más conocida y referenciada, Moby Dick fue un rotundo fracaso, no sólo porque su apabullante cantidad de datos enciclopédicos sobre la pesca ballenera del siglo XIX resultaba harto chocante a los lectores, tal vez acostumbrados a lecturas más “ligeras”, sino porque la obra en su primera edición británica, la de octubre de 1851, fue una auténtica chapuza. Tuvo tan mala suerte que se lanzó al mercado en una emisión donde además de eliminar treinta y cinco pasajes cruciales para “no ofender delicadas sensibilidades políticas y morales”, se omitió por accidente el epílogo, por lo que a los lectores les llegó una historia con un narrador en primera persona que aparentemente no sobrevivió para contarla, lo que les provocó desconcierto y enojo.
Pero para quienes disfrutamos y somos fanáticos de Melville en este nuevo siglo, sus relatos se han recopilado recientemente en una edición de Alba Editores, bajo el título de Cuentos completos de Herman Melville, aunque en esta edición no se incluye Bartleby el escribiente, por no ser considerado un cuento en el sentido estricto.
Melville es el primer escritor estadounidense que niega el optimismo sobre el que se funda la idea de Norteamérica. Pone el dedo flamígero en el exceso de confianza, el poder sin responsabilidades, el orgullo cegador y la idea positiva sobre la que se teje el ideal americano; es pues, una piedra en el zapato.
Dicen los que saben que esta percepción melvilleana de los extremos peligrosos del individualismo maniqueo, gnóstico y prometeico (idea que tienen de sí mismos los estadounidenses), sólo tiene parangón en la obra de Fiodor Dostoyevski, Crimen y castigo (¿existe una analogía en lo que esconde Ahab y su ballena blanca?).
Acercarse a la obra de este autor norteamericano puede ser una tarea ardua y a veces conflictiva. No es un escritor condescendiente, es más bien un peleador callejero que denuncia los vicios y las injusticias humanas; es incómodo y difícil, pero también es uno de esos escritores referenciales de quien todos hablan aunque no conozcan su obra. Es aquel que cuando se suelta la frase “llámenme Ismael”, todo mundo sabe a qué marino y a qué ballena se refieren, aunque en su vida hayan leído el texto pero sí, tal vez, hayan visto la película, de la cual hay 10 adaptaciones según afirma la Wikipedia.
[ Aquiles Cantarell M. ] http://aquilescantarell.blogspot.mx/Aquiles Cantarell es historiador por la UNAM, la mayor parte de su vida profesional se ha dedicado a la divulgación de la ciencia y la tecnología, aunque sus debilidades son la literatura, la música y la pintura. Desde hace varios años escribe un volumen tras otro de la Enciclopedia de la Informática en México.
Más de Melville:
Moby Dick, de Herman Melville (con comentarios de Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Albert Camus y otros escritores).