Primera obra del novelista estadounidense Henry Miller, que nació el 26 de diciembre de 1891 en Nueva York y murió el 7 de junio de 1980 en Los Angeles.
Trópico de cáncer es una novela incandescente, que emana torrentes de furia y energía vital. Escrita en tono autobiográfico, posee un estilo directo y áspero que por décadas escandalizó a los lectores, especialmente por la crítica implacable a la hipocresía puritana. En la novela, Henry Miller estalla contra la realidad que observa al iniciar la década de 1930:
“¡Nuestro mundo occidental! Cuando veo las figuras de hombres y mujeres moviéndose con desgana tras los muros de su prisión, resguardados, recluidos por unas breves horas, me siento asombrado ante la capacidad potencial para el drama que todavía hay en esos débiles cuerpos. Tras los muros grises hay chispas humanas, pero nunca una conflagración. ¿Son hombres y mujeres, me pregunto, o son sombras, sombras de marionetas pendientes de cuerdas invisibles? Aparentemente, se mueven en libertad, pero no tienen dónde ir. Sólo en un ámbito son libres y en él pueden errar a voluntad… pero todavía no han aprendido a alzar el vuelo. ¡Ni un solo hombre ha nacido lo bastante ligero, lo bastante alegre, como para dejar la tierra!”
Desde 1925, Miller se dedicó a la escritura. Al inicio de la Gran Depresión sale de los Estados Unidos rumbo a París, donde vive al borde de la indigencia. Padece la precariedad, pero detesta las circunstancias que conllevan la conformidad, la búsqueda a ultranza de estabilidad económica:
“Para el caballerizo, cuyo deber es barrer el estiércol, el terror supremo es la posibilidad de un mundo sin caballos. Decirle que es repugnante pasar la vida amontonando con pala cagarrutas calientes constituye una imbecilidad. A un hombre puede llegar a gustarle la mierda, si su sustento depende de ella, si su felicidad está comprometida”.
“No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo”.
En la capital francesa, Miller se las ingenia para sobrevivir, mal comido, mal vestido, pero escribiendo. Con ferocidad, picardía y amoralidad relata los sucesos de su vida marginal, arrebatada y bohemia. Por largos momentos, su escritura es un flujo de conciencia estridente, volcánico, estimulante.
“Hoy me he despertado de un sueño profundo con imprecaciones de júbilo en los labios, con palabras incoherentes en la lengua, repitiendo para mí mismo como una letanía: Fais ce que vouldras!… fais ce que vouldras! (Haz lo que quieras.) Haz cualquier cosa, pero que produzca gozo. Haz cualquier cosa, pero que produzca éxtasis. Tantas cosas me acuden al pensamiento cuando me digo esto: imágenes alegres, terribles, enloquecedoras, el lobo y la cabra, la araña, el cangrejo, la sífilis con las alas desplegadas y la puerta de la matriz nunca con el cerrojo echado, siempre abierta, preparada como la tumba. Lujuria, crimen, santidad: las vidas de mis seres adorados, los fracasos de mis seres adorados, las palabras que dejaron tras ellos, las palabras que dejaron inacabadas; lo bueno que arrastraron tras ellos y lo malo, la pena, el desacuerdo, el rencor, la rivalidad que crearon. Pero sobre todo, ¡el éxtasis!
“El arte consiste en llegar hasta las últimas consecuencias”.
La feroz crítica de Miller a la hipocresía va hermanada con una veneración a la rebeldía, por las energías que libera la inconformidad:
“Hay cosas, ciertas cosas relativas a mis viejos ídolos, que me hacen venir lágrimas a los ojos: las interrupciones, el desorden, la violencia, sobre todo, el odio que despertaron […] Lo que se considera su “exageración” es mi debilidad: es la señal de la lucha, es la propia lucha con todas las fibras adheridas a ella, el aura y ambiente mismos del espíritu disconforme […] Echo en falta las cualidades que me sacian. Cuando pienso que la tarea que el artista se asigna implícitamente es la de derrocar los valores existentes, convertir el caos que lo rodea en un orden propio, sembrar rivalidad y fermento para que, mediante la liberación emocional, los que están muertos puedan ser devueltos a la vida, entonces es cuando corro gozoso hacia los grandes e imperfectos, su confusión me alimenta, su tosudez es música divina para mis oídos”.
Su reclamo es radical, va a las entrañas:
“Que haya un mundo de hombres y mujeres con dinamos entre las piernas, un mundo de furia natural, de pasión, acción, drama, sueños, locura, un mundo que produzca éxtasis y no pedos secos. Creo que hoy más que nunca hay que procurar conseguir un libro aunque sólo tenga una gran página: hemos de buscar fragmentos, astillas, uñas de los pies, cualquier cosa que tenga mineral dentro, cualquier cosa capaz de resucitar el cuerpo y el alma.
“Puede que estemos condenados, que no haya esperanza para nosotros, para ninguno de nosotros, pero, si es así, ¡lancemos un último alarido agónico, espeluznante, un chillido de desafío, un grito de guerra! ¡Al diablo las lamentaciones! ¡Al diablo las elegías y las endechas! ¡Al diablo las biografías y las historias y las bibliotecas y los museos! Que los muertos se coman a los muertos. Bailemos los vivos en el borde del cráter, una última danza agónica. ¡Pero una danza auténtica!”
La escritura personal
Miller escribió Trópico de Cáncer en 1931 (y la reescribió varias veces). Gracias a las gestiones de su amiga y amante Anaïs Nin logró publicar la novela en 1934, en París. De inmediato fue prohibida en Estados Unidos y Gran Bretaña, sin embargo entró al primero en forma clandestina (con portada de Jane Eyre, de Charlotte Brontë). El escándalo que provocó derivó en un juicio por obscenidad contra Miller. El público debió esperar hasta 1961 para ver la primera edición estadounidense y adquirirla sin restricciones. En 1964, la Suprema Corte anuló el juicio contra Miller.
“Qué es lo que nos preocupa tanto, qué es lo que hay que temer? Palabras, palabras… ¿qué hay que temer de ellas? ¿O de las ideas? Suponiendo que sean repugnantes, ¿somos nosotros cobardes? ¿No nos hemos enfrentado a todo tipo de cosas, no hemos estado al borde de la destrucción una y otra vez a través de la guerra, las enfermedades, la pestilencia, el hambre? ¿Qué amenaza hay en el uso exagerado de la obscenidad? ¿Dónde está el peligro?”
Así respondió Miller en septiembre de 1961 al ser interrogado sobre la exageración en el uso de la obscenidad en la literatura (“Henry Miller”, por George Wickes, El oficio de escritor, 1963). En esa entrevista explicó varios aspectos de su obra y su trabajo literario:
“Hasta ese momento [antes de escribir Trópico de Cáncer], yo era un escritor completamente derivativo, influido por todo el mundo y que se apropiaba los tonos y matices de todos los otros escritores que había admirado. Yo era un hombre literario, podría decirse. Y me convertí en un hombre no-literario: corté el cordón. Me dije: ‘Haré sólo lo que puedo hacer, expresaré lo que soy’… por eso utilicé la primera persona, por eso escribí sobre mí mismo. Decidí escribir desde el punto de vista de mi propia experiencia, de lo que yo sabía y sentía. Y ésa fue mi salvación. […] Descubrí que la mejor técnica es la ausencia de toda técnica. Yo nunca pienso que debo adherirme a ninguna forma particular de enfoque. Trato de permanecer abierto y flexible, dispuesto a girar con el viento o con la corriente del pensamiento. […] En el proceso de escribir uno lucha por sacar lo que es desconocido para uno mismo. […] ¿Conoce el autor su propia obra tan bien como se imagina conocerla? Yo creo que no. Creo más bien que el escritor es como un médium que, cuando sale de su trance, se asombra de lo que ha dicho y hecho”.
Los juicios y la censura le dieron la fama de escritor underground. Su estilo crítico, audaz, descarnado, transgresor, vitalista, abrió nuevos derroteros a la literatura anglosajona.
“Si la reputación actual de Miller está inflada por su papel en la batalla en contra de la censura, su herencia -sin embargo- no es menos importante, en especial su énfasis en el narrador autobiográfico y su capacidad de incluir toda experiencia”, afirma el académico Robert F. Kiernan (Literatura estadounidense contemporánea. Estudio crítico a partir de 1945, 1985).
Kiernan ubica a Miller en el grupo de escritores que lideraron la rebelión en contra del conformismo estadounidense. Y especifica: la ética de Miller fue la falta de moderación; su estado anímico, el hedonismo; su modus operandi, el riesgo. Junto con William Burroughs y los beats, dio nuevo vigor al modo confesional y escribió sobre sí mismo con una ingenuidad e intensidad que escandalizó a sus contemporáneos.
Acerca de Trópico de Cáncer, Kiernan señala: “Una autobiografía apenas arreglada, la novela refleja la vida que Miller vivió e imaginó en París. Más que eso, tiene un jeux d’esprit [juego de la mente] sin inhibiciones, es sexualmente gráfico, cómico al estilo de Rabelais, con mezclas atractivas de autoburla y autopromoción. El héroe de Miller felizmente abraza la pobreza y el hambre en una celebración de libertad personal. Sensualista, en especial celebra lo visceral, y su historia es un himno al abandono sensual pleno, con vistas, sonidos, olores, toques y sabores de París”.
Orwell, Durrell, Pound, Nin…
Fernando de Ita escribió acerca de Miller, «el último gran vagabundo de la literatura del siglo XX», y de este libro que impresionó a George Orwell, Lawrence Durrell y Admund Wilson:
«Cuando Ezra Pound terminó de leerlo le comentó a Thomas Stearns Eliot: ‘He aquí un libro sucio que merece ser leído’. Durrell fue mucho más lejos. En su Studies in genius, publicado en 1949, escribe: ‘El sentido de la literatura norteamericana de nuestros días comienza y finaliza con lo que Miller ha hecho por ella’. Anaïs Nin presentó Trópico de Cáncer con estas palabras: ‘Este es un libro con el que, si algo así es posible, podremos restablecer nuestro apetito por las realidades fundamentales’ […] Norman Mailer publica en 1976 Genius and lust, donde afirma que Miller ha escrito una novela tan buena como la mejor de Hemingway, un libro mejor que el más bueno de Fitzgerald, con pasajes tan intensos como Faulkner, que supera palabra por palabra a Thomas Wolfe, porque la prosa de Miller es una corriente salvaje, una catarata, un volcán, un torrente, un terremoto…» (La Jornada, 11 marzo 1990).
Al lanzar una edición popular de Trópico de Cáncer, en el año 2002, el diario El País la ponderaba en los siguientes términos:
«La crudeza o naturalidad con la que el escritor estadounidense se refiere al sexo, la apasionada defensa del individualismo más anárquico y extremo, la predilección que siente por los malditos, por los perdedores, por lo periférico, por aquellos que desde la mediocridad y el delirio son incapaces de asumir su derrota, y todo ello narrado sin una estructura o armazón preciso, desde un aparente caos, tan coherente por otra parte con el submundo descrito, es lo que hace de Trópico de Cáncer un torpedo que da exactamente en la línea de flotación de los autosatisfechos”.
[ Gerardo Moncada ]