Escritora jalisciense (19 octubre 1910 – 13 enero 2002) de cálida prosa y exuberante imaginación.
«Ven y verás: El bosque se mueve con lentitud de paquidermo. Y la caudalosa espesura de madreselvas desnuda su letargo al paso de las zarzas. Y apuñaleantes cactos y filosas espigas se deslizan sin quebrarse. Y se aproximan las legumbres junto al cauteloso andar de las mandrágoras. Ven y verás el alud de los mezquites, sicomoros, palmeras y árboles que dieron fruto. Y cómo cruzan los juncos con velocidad de ciervos y saltan los cipreses. Y las biznagas de vientre hidrópico se apresuran en el camino. Y los flamboyanes, con su jauría de hojas en brama, desaparecen. Ven y verás: las rocas no detienen la ráfaga de acantos ni existe brisa que mitigue la convulsión de los laureles…» (Y se abrirá el Libro de la Vida)
Tiene la noche un árbol es un delicioso compendio de cuentos que mezclan la realidad y la fantasía con el impecable estilo literario de Guadalupe Dueñas. A partir de situaciones cotidianas, la autora crea historias de una imaginación desbordante y con una escritura cálida, fina, rica en imágenes metafóricas.
Aburrida me detengo junto al pozo y en el fondo la pupila de agua abre un pedazo de firmamento. Por el lomo de un ladrillo salta un renacuajo, quiebra la retina y las pestañas de musgo se bañan de azul… (“La tía Carlota”)
En sus 25 relatos breves y ágiles, el estilo poético va de la mano con la reflexión inteligente, la observación aguda y en algunas ocasiones un adorable sentido del humor.
Estas cualidades literarias se aprecian en una soberbia muestra de tétrico ingenio:
El secreto lo guardábamos en familia. Fueron muy raras las personas que llegaron a descubrirlo y ninguna de éstas perduró en nuestra amistad. Al principio se llenaban de estupor, luego se movían llenas de recelo, por último desertaban haciendo comentarios poco agradables acerca de nuestras costumbres. La exclusión fue total cuando una de mis tías también contó que mi papá tenía guardado en un estuche de seda el ombligo de una de sus hijas. Era cierto. Ahora yo lo conservo: es pequeño como un caballito de mar y no lo tiro porque a lo mejor me pertenece… (“Historia de Mariquita”)
O al recrear atípicas relaciones amorosas, aderezadas con un toque kafkiano:
Es mejor que acepte que se marche. He vivido olvidando que existe y mi afán por ignorarlo lo enfurece. Afirma que nada ha de pasarme con su ausencia y me dice que soy como un necio que poseedor de una yegua de pura raza no la montara nunca. Está cansado de oírme contar a mis amigos, con vanidad asombrosa, que soy dueña de un ejemplar único, bélico engarce de pasión y belleza, pero que lo quiero encadenado… (“Mi chimpancé”)
Con soltura y eficacia, Dueñas aborda los más variados e imaginativos temas: de la inocente crueldad infantil (“El sapo”, “Los piojos”), a la madre que profesa un amor asfixiante hacia su hijo (“La timidez de Armando”) o la adolescente que encuentra su paraíso en la bodega familiar de perfumes y jabones (“Topos uranus”).
Regocija la delirante y hermosa fantasía de una cangrejo que en su afán de superación decide tomar clases de español porque anhela convertirse en sirena (“Al revés”), así como el ingenio fresco y locuaz con que una niña intenta eludir un destino indeseable (“Zapatos para toda la vida”), y la mujer ingenua que busca empleo (“Prueba de inteligencia”), o la paciente que padece “encantamiento”:
No se asuste: el delirio es un regalo de dioses. Es como concebir al sol y morirse del espanto de que nunca vaya a nacer. En el mundo de afuera todo cambia; ahora le da viruela al vidrio y los niños se empañan. Los pececitos del mar han perdido la inocencia; al crepúsculo lo venden en botellas, y el pensamiento es una epidemia que curan con anestesia. Hablan de alquimias para conseguir la esperanza. Usted debe saber de esto… (“Caso clínico”)
En su antología crítico-histórica de El cuento hispanoamericano, el crítico literario Seymour Menton refiere el predominio del cosmopolitismo a mediados del siglo XX, una corriente literaria preocupada por la estética, la psicología y la filosofía, cuya temática se enfocaba en el individuo, en la fantasía y en historias urbanas. Entre sus distintas ‘escuelas’ estaban el realismo mágico, el existencialismo, el surrealismo y el cubismo.
Es evidente la influencia de estas escuelas (sobre todo las dos primeras) en los relatos de Guadalupe Dueñas.
Mujeres no convencionales
Guadalupe Dueñas es parte de una generación de escritoras que abrieron nuevos caminos a la narrativa mexicana del siglo XX, con personajes femeninos que tienen su propia manera de ver la realidad y de enfrentar un mundo hostil que se negaba a reconocerles un espacio propio.
Si hubiera nacido vaca estaría contenta. Tendría un alma apacible y cuadrúpeda y unos ojos soñolientos […] Con la mente hueca viviría sin culpa […] Yo siempre estaría inmóvil, solemne, ídolo de siesta infinita, mientras mis mandíbulas rumiaran suavemente la eternidad de la tarde… (“Digo yo como vaca”)
Con sarcasmo, denuncia las convenciones sociales que operan como grilletes:
¡No! Es que nos hemos sugestionado contándonos la historia de que somos muy unidas, y con esta fantasía nos hacemos pedazos, queremos seguir una tradición imaginaria de tardes familiares pasadas al amor de la lumbre, cuando, en verdad, descendemos de gitanos nómadas a quienes enferma saber dónde y cómo van a pasar la noche; pero ninguna se atreve a destruir el engaño, porque están los maridos… Ellos fingen que lo creen y nos enredamos con el ideal más imposible del mundo… (“Conversación de Navidad”)
Tales convenciones sociales, en un grado opresivo, hacen estallar las emociones, fracturan las certezas y desatan decisiones extremas. Eso se aprecia en relatos como “Judit”; en otros casos la rebeldía en más sutil.
Mi abuela decía: ‘No chupes los sellos, niña, porque los hacen con resina de tuberculosos’. Siento el exquisito sabor, unido a la emoción del peligro, como si me subiera a un avión pequeño. La gente culta y precavida ha inventado las horribles esponjas, pero ¡no hay como la lengua!… (“El correo”)
Con fina ironía, una mujer refiere sus hallazgos en otro país:
Tienen algo maravilloso. Un Club del Silencio […] Lo más impresionante es que el mutismo los iguala a todos. Su consigna de mudez los nivela como la misma muerte. Ninguno puede alardear de sus éxitos, ni descubrir su imbecilidad; la inteligencia resulta nula y hay idéntica oportunidad para sabios y cretinos en este concurso de cadáveres llenos de salud. Es la única forma de igualdad humana verdaderamente posible… (“Carta a Absalón”)
En su Historia de la literatura hispano-americana (FCE), Enrique Anderson Imbert incluye entre los cuentistas mexicanos destacados a la mitad del siglo XX a Guadalupe Dueñas, Edmundo Valadés, María Amparo Dávila y María Elvira Bermúdez, al lado de Juan Rulfo, Juan José Arreola y Carlos Fuentes.
La insólita cotidianidad
Los cuentos de Guadalupe Dueñas sorprenden por el desenlace inesperado, por el horror instalado como cotidianidad (“Las ratas”), por la secreta identificación con lo temido o repudiado.
Yo sé que me vigila y la busco por los muros de la noche, en los vértices de sombra […] ¡No quiero que la toquen! La conozco y me uno a su vaivén de péndulo y a su morir hipócrita. Que nadie piense en quitarle su telaraña de ecos, su hamaca sobre el vacío… (“La araña”)
En otros de sus relatos dominan los resentimientos, ese poderoso motor que suele conferir rasgos inexplicables a la paradójica conducta humana.
Cuando me canso y voy a ver a mi tía, la vieja hermana de mi padre, que trasiega en la cocina, invariablemente regreso con una tristeza nueva. Porque conmigo su lengua se hincha de palabras duras y su voz me descubre un odio incomprensible… (“La tía Carlota”)
Con qué rabia, con qué inclemente estupor la miraron. Como si hubiera estado previsto, sin palabras, ni explicaciones, ni ofensas, ya la habían sentenciado. El acuerdo fulguraba en sus ojos… (Al roce de la sombra)
Y aunados al resentimiento, los secretos familiares y el descubrimiento del dolor:
Recargado en un ciprés, ahí estaba el de la chaqueta en llamas, deshecho y firme como un cirio […] Escondido tras el árbol lo oyó sollozar con furor de tigre… (“Tiene la noche un árbol”)
No hubo poder que me arrancara de su cabecera, estuve allí mientras moría. Mi padre me arrastró al corredor y entonces vi que Asunción, la del rencor sin medida, la que nunca quiso olvidar, vomitaba la soberbia de su alma en un infierno de gritos. Me uní a su amor tardío, a sus alaridos de perdón que la muerte sellaría bajo el mármol… (“El moribundo”)
Llama la atención una pieza que anticipa lo que años después se conocería como “nuevo periodismo”, un método informativo con estilo literario. Es un relato derivado de una visita a Guanajuato:
Se trata del tesoro de un pueblo que danza con la muerte… En el grito que les crispó las bocas, en la distorsión perdurable del semblante, en la plenitud que desorbitó las cuencas, todas las momias claman a Dios… Y al agrandarse la invocación poderosa, el congelado alarido taladra los huesos y la sangre se atropella adivinando el encuentro. Ninguna de aquellas máscaras habla de paz. Hay algo sacrílego en el fraude de su existencia, en el juego diabólico que retiene su silueta. Están allí distendidas y dolientes bajo la ignominia de nuestros ojos, ancladas en el trance de su agonía… (“Guía en la muerte”)
Tras la aparición del compendio de cuentos Tiene la noche un árbol, dos destacados jaliscienses elogiaron la obra de Guadalupe Dueñas. El escritor Agustín Yáñez afirmó que con ese libro la escritora “obtuvo primer lugar permanente en la república de la palabra”. El crítico literario Emmanuel Carballo, por su parte, comentó que el mundo de Dueñas “oscila entre la aspereza y la ternura: es agridulce. Mitad realista y mitad simbólico. Estos dos planos no se contraponen, se complementan. El símbolo la ayuda para encararse con las abstracciones, para volverlas tangibles, sensibles”.
Otras escritoras le profesaban admiración. Pita Amor la definía como una “maga infernal”; Amparo Dávila, como “una maravilla”.
José Emilio Pacheco escribió un “Soneto a Lupita Dueñas”:
La noche tiene un árbol, y en su fronda
se ensortija la luz desamparada;
el roce de la sombra es quieta espada
que vida y muerte con su filo ahonda…
DE PERFIL
Guadalupe Dueñas nació en Guadalajara el 19 de octubre de 1910. Su vida de infancia y juventud la pasó en escuelas e internados de monjas. Ahí se aficionó a dar rienda suelta a su imaginación en sus diarios, en contraste a la monótona vida escolar.
Tras leer fragmentos de esos diarios, su tío, el filósofo y filólogo Alfonso Méndez Plancarte, la impulsó a enfocarse en la narrativa, “que ya te sale bastante poética”. Méndez Plancarte dirigía Ábside, revista de cultura mexicana, en la que aparecieron por primera vez los relatos de Dueñas en 1954.
Ese mismo año publicó como plaquette varios de esos relatos con el título: Las ratas y otros cuentos.
Con humor, Dueñas recordaba que su primera incursión editorial fue cuando elaboró ejemplares mecanografiados de sus relatos con una portada pintada por ella misma, los cuales puso a la venta en una feria del libro y provocó la curiosidad de asistentes como Alfonso Reyes, Octavio Paz, Julio Torri y Emmanuel Carballo. Este último le ofreció publicar alguno de sus cuentos en el suplemento México en la Cultura, donde verían la luz sus primeras versiones de “Historia de Mariquita” y “La tía Carlota”.
En 1958 el Fondo de Cultura Económica (FCE) le publicó un conjunto de cuentos bajo el título Tiene la noche un árbol. Por este libro obtuvo el Premio “José María Vigil”, que otorga el Gobierno jalisciense.
“Tú ya te puedes morir tranquila porque ya pasaste a la posteridad. Ya eres autora del Fondo”, le dijo Inés Arredondo.
Elena Garro iría más lejos poco después al afirmar que Guadalupe Dueñas era “la mejor cuentista mexicana”.
En 1961 obtuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores. Su amigo y compañero becario Miguel Sabido refiere que si bien a veces Pita lanzaba una ‘mirada de cobra’, “en esos años era la mujer más simpática, encantadora y ocurrente del entonces coherente y articulado mundo de la cultura mexicana”.
Otro de sus ex compañeros becarios, Vicente Leñero, la recordaba “siempre despistada, siempre en su mundo de visiones etéreas o terríficas”, y parecida a sus personajes: “Su casa, donde vivía con un hermano y una hermana, padecía el tiempo congelado de la mayoría de sus cuentos en Tiene la noche un árbol: muebles porfirianos de patas y molduras retorcidas, repisas y nichos sembrados de porcelanas, vitrinas de cristales biselados, cuadros antiguos enmarcados con hoja de oro, lamparitas de pantallas emplomadas, carpetas por donde quiera”… y en el patio tenía ¡un león!
Para la televisión escribió guiones y realizó adaptaciones de textos literarios. Para la Secretaría de Gobernación efectuó la ingrata tarea de ser censora de películas y programas de TV.
En 1976 publicó No moriré del todo (Joaquín Mortiz); en 1977, Imaginaciones (Jus); en 1991, Antes del silencio (FCE).
Los últimos diez años de su vida decidió recluirse en su casa de la Ciudad de México y “preparase en silencio para la muerte”. Falleció el 13 de enero de 2002.
La investigadora Patricia Rosas Lopátegui considera a Guadalupe Dueñas una de las narradoras imprescindibles, una de las voces femeninas innovadoras e irreverentes en la literatura del siglo XX. “En sus cuentos parece narrar situaciones fantásticas, pero su mirada punzante nos entrega la realidad trágica del ser humano sumergido en prejuicios sociales, intereses materialistas, el averno del poder, la misoginia y el sexismo de la sociedad patriarcal”. La académica añade que pocos escritores como Dueñas saben encapsular los hechos en símbolos y restituir a las palabras su sentido original. “Es la escritora del estilo conciso de exquisita belleza en cuyos mundos misteriosos y desolados expone la condición humana, como Quevedo, Balzac o Poe”.
Para la escritora Bibiana Camacho, Dueñas aportó a la tradición cuentística la incorporación del elemento extraño que en sus cuentos habita con normalidad y cotidianidad, “como si resultara de lo más normal despertar con un tigre debajo de la cama o enterrar una hermanita que ha morado dentro de un frasco”. Añade que logró narrar lo insólito, el pecado y la rebeldía sin aparentes extravagancias, además de que incluyó el humor mezclado con su visión femenina de lo siniestro, a veces incómoda y siempre fascinante. “Su prosa es directa, está cargada de honestidad y ternura; a veces es sobrecogedora, y casi siempre desparpajada y aguda. Perdurará porque sus relatos reflejan una sociedad que, a pesar del paso del tiempo, poco ha cambiado en cuanto a convencionalismos e hipocresía”.
[ Gerardo Moncada ]