El maestro en Letras Clásicas, Néstor Manríquez, nos aproxima a la obra de este poeta irlandés tan escasamente traducido al español.
«Cuando el bardo Demódoco narra en su canto la derrota de Troya y todas las desdichas ocurridas, Odiseo llora y como lo relata Homero, sus lágrimas se asemejan a las de una mujer en el campo de batalla lamentando la muerte de su marido caído:
‘Al observar al hombre allí abatido, que gime, que se muere,
Ella se inclina a abrazarlo llorando desgarradoramente;
Entonces siente las lanzas que penetran su espalda y sus hombros.
Con todo su dolor la llevan atada a la esclavitud;
Desoladoras lágrimas abren surcos en sus mejillas:
Pero no conmueven más que las de Odiseo…’Todavía hoy, después de tres mil años, y a pesar de habernos acostumbrado a ir de canal en canal, mirando crónicas en vivo sobre las infamias contemporáneas, tan informados y familiarizados a riesgo de volvernos inmunes; acostumbrados por películas realistas a los campos de concentración y los Gulag, el cuadro que pinta Homero nos sacude.
La frialdad de aquellas lanzas atacando a la mujer por la espalda, nos alcanza siempre sobreviviendo al paso del tiempo y a la traducción. Esta imagen encierra la exactitud adecuada de un documental y responde a todo lo que sabemos sobre lo intolerable».
(Discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura de Seamus Heaney.)
Cuando Seamus Heaney ganó el premio Nobel de Literatura en el año 1995 no recibió, a diferencia de muchos otros autores, guirnaldas poéticas de laurel funerario dedicadas al final de una carrera literaria. Fueron, en su lugar, un revulsivo y el empujón a una última etapa igual o más prolífica en obras y reconocimientos que el resto de su vida literaria. Heaney aparece al cierre del siglo XX como el representante y amplificador de una prolífica tradición poética folklórica y social que ayudó y sigue ayudando a la incesante construcción de una identidad irlandesa que ha sido tarea principalmente de sus escritores (quizá aún más que de sus políticos post-revolucionarios) todo el siglo XX y lo que va del siglo 21.
Al cumplirse 10 años de su fallecimiento, todavía Heaney se encuentra en una encrucijada, en un punto medio que los extremistas muchas veces no admiten y mucho menos aplauden. Un ensayista, un traductor de primer nivel, pero principalmente un poeta que en apariencia no da juicios contundentes sobre la existencia independiente de su país, juicios que pudieran servir -como en el caso de varios de sus contemporáneos- como una constante reafirmación de nacionalismo y alejamiento anglosajón. El vehículo de su dolor y la preocupación por la mortalidad no fue obvio, no hizo alusiones directas a la guerra pero, como lo dice su discurso, los clásicos siempre fueron el mejor eco de una guerra en tierra materna que él llevó a través de distintos caminos literarios.
El poeta se convirtió en su propia isla. Una Irlanda de Heaney o un Heaney que representa su propio país literario, una liminalidad que obliga a abordarlo en una entrada al laberinto literario que exige compromiso y, al mismo tiempo, sensibilidad. La perfecta oportunidad para conocerlo es seguir su uso de la tradición clásica, uno de los medios más fecundos y recurrentes de Heaney no sólo en las constantes traducciones de textos grecolatinos que llevó a cabo a lo largo de su vida, sino también por las incontables referencias clásicas que aparecen a lo largo de sus obras, desde las más tempranas hasta las últimas publicadas. Podemos ver en él huellas de la tragedia griega, miasmas sofocleos, sentimientos esquileos y también ecos de personajes épicos apropiados como personajes trágicos (un Agamemnón que nos remite a su momento de gloria en Troya, ya expuesto a su funesto final en manos de su vengativa esposa). Traducciones que en realidad son apropiaciones y adaptaciones a su contexto: desde un best-seller con la adaptación al inglés moderno de Beowulf, pasando por sus traducciones de tragedias y de un canto virgiliano. Asimismo, apreciamos intertextos de sus antecesores y autores contemporáneos de gran influencia en su obra: Hardy, Yeats, Eliot nos vienen a la memoria al leerlo y Hughes, Deane o Friel constantemente se enriquecen y crean junto a él en una simbiosis literaria que ahora podemos reconocer más fielmente en sus cartas recientemente publicadas (Faber & Faber).
IRLANDA, Y MUCHO MÁS
Seamus Heaney nació en Derry, Irlanda de Norte, el 13 de abril de 1939. Esta referencia geográfica y biográfica llevó al escritor al hartazgo pues una y otra vez se pretendió asociar sus descripciones poéticas a su lugar de origen. Y es que Heaney en realidad fue un poeta de muchos lugares, de distintos orígenes y diversos caminos que confluyeron, pero no se resumen, en el momento cumbre del recibimiento del premio Nobel de Literatura. Porque Heaney no sólo representa a Irlanda, y a veces los irlandeses no se sienten del todo representados por él; representa a toda la lengua inglesa como uno de sus más destacados y conocidos bardos del siglo XX. Su capacidad de conectarse con distintos públicos lo ha hecho un poeta traducido ampliamente (aunque no por desgracia a la lengua española), y con ello su obra ha sido sometida a una revisión semejante a la labor de traductor que él llevó a cabo a lo largo de su vida.
Heaney transitó entre la poesía, el ensayo y la traducción conectando las tres labores en un tejido que no puede desenredarse. Cada faceta del irlandés tiene trazas de las otras. Irlanda es descrita en un lugar preponderante de su poesía, pero a donde Heaney vuelve en un eterno retorno a lo largo de sus intereses es, sin duda, a los textos grecolatinos.
Los arquetipos de la tradición clásica se encienden y cobran una nueva dimensión cuando Heaney explora facetas diferentes de temas que confluyeron poco a poco con su formación. En el comienzo de su carrera, tuvo la influencia de escritores ingleses destacados que modelaron su apreciación del campo, la naturaleza y la vida cotidiana de su infancia, temas que comenzó a reflejar en su poesía.
En su primera colección poética, Muerte de un naturalista (Death of a Naturalist), Heaney toma al campo como hilo poético con el que teje una conexión bucólica de idealización del pasado: habla del trabajo de su padre, de recuerdos de infancia en el granero familiar o, en uno de sus más conocidos poemas, una viva y realista metáfora en la pizca de bayas:
Recolección de moras
A finales de agosto, con lluvia abundante y sol
durante una semana completa, las moras madurarían.
Al principio, sólo una, un coágulo morado y brillante
entre otras, rojas, verdes, duras como un nudo.
Te comiste esa primera y su pulpa era dulce
como vino espeso: en ella estaba la sangre del verano
dejando manchas en la lengua y ansias de
recoger. Luego las rojas se tiñeron y esa hambre
nos envió con latas de leche, latas de guisantes, tarros de mermelada
donde las zarzas arañaban y la hierba mojada blanqueaba nuestras botas.
Por campos de heno, campos de maíz y surcos de patatas
caminamos y recogimos hasta que las latas estuvieron llenas,
hasta que el fondo tintineante estuvo cubierto
con las verdes, y encima grandes manchas oscuras ardían
como un plato de ojos. Nuestras manos estaban salpicadas
con pinchazos de espinas, nuestras palmas pegajosas como las de Barba Azul.
Guardamos las moras frescas en el establo.
Pero cuando llenamos la bañera, encontramos un pelaje,
un hongo gris rata, saciándose de nuestra reserva.
El jugo también olía mal. Una vez fuera del arbusto
la fruta fermentaba, la dulce carne se volvía agria.
Siempre sentía ganas de llorar. No era justo
Que todas las preciosas latas olieran a podredumbre.
Cada año esperaba que se conservaran, sabía que no lo harían.
Es la fugacidad del tiempo. Desde el nacimiento de las moras, cómo cambian de color hasta que un hongo comienza a marcar su finitud y ver cada año cómo es inevitable que este momento llegue, es un reflejo preciso y constante de la mortalidad. Para el poeta las moras son una muestra de cómo sus propios recuerdos del pasado, las vivencias en el campo tienen una caducidad similar a las de esas bayas frescas y llenas de fragancia y dulzura que recolectaba cuando niño.
Su libro está lleno de momentos interesantes pero, en el cierre del mismo, Heaney decide concluir con una alusión clásica directa en la mención del monte donde habitaban las musas, el Helicón, y cómo ha funcionado como fuente de inspiración el campo y su infancia para lograr tejer su primer libro poético:
Helicón personal
Como niño, no podían apartarme de los pozos
y las viejas bombas con cubos y poleas.
Amaba la oscura caída, el cielo atrapado, los olores
de las algas, los hongos y el musgo húmedo.
Uno, en un ladrillar, con una tabla podrida encima.
Saboreaba el rico estruendo cuando un cubo
se precipitaba al final de una cuerda.
Tan profundo que no veías ningún reflejo en él.
Uno más superficial bajo una zanja de piedra seca
fructificaba como cualquier acuario.
Cuando arrastrabas largas raíces de la tierna pulpa,
un rostro blanco se cernía sobre el fondo.
Otros tenían ecos, devolvían tu propio llamado
con una música nueva y limpia. Y uno
era aterrador, porque allí, entre helechos y altos
dedales de muerto, una rata cruzaba mi reflejo.
Ahora, hurgar en las raíces, tocar el lodo,
mirar fijamente, como Narciso, el de grandes ojos, en algún manantial
es contrario a toda dignidad adulta. Yo hago rimas
para verme a mí mismo, para hacer que la oscuridad resuene.
I rhyme to see myself, to set the darkness echoing dice Heaney en el último verso del texto que cierra su primera colección de poemas publicada cuando apenas tenía 27 años. La situación en Irlanda nunca es directamente expuesta pero la constante conciencia de la finitud humana refleja con claridad que al poeta no le era ajena la situación vivida en su país. La guerra y el conflicto religioso no podían escapar ni en el refugio campestre ni en la casa paterna. Aún en el espacio silencioso, la decadencia y constante putrefacción de los frutos y la madera eran recordatorios de que el pasar de la vida y la muerte alrededor no dejaban de hacer eco aún en espacio idílicos y lejanos. La poesía fue el conducto para que Heaney pudiera resonar esas preocupaciones más allá de su mente, para hacer que resonara en un eco la oscuridad del mundo y la de su propio espíritu.
GRECIA Y ROMA, UN REFUGIO
La carrera de Heaney continuó con cada vez mayor éxito pasando por multitud de libros poéticos hasta llegar a Trabajo de campo (Field Work) e Isla de las estaciones (Station Island), de 1979 y 1984, respectivamente. En este tiempo, Heaney continúa con las mismas inquietudes de sus primeros escritos pero utilizando referentes clásicos cada vez más obvios como en el siguiente poema de Station Island cuyo sólo título ya nos es muy sugerente:
Piedra de Delfos
Que me lleven de vuelta al altar algún amanecer
cuando el mar disemine sus lejanas cosechas de sol hacia él surgidas
y yo haga un ofrecimiento matutino de nuevo:
Que pueda escapar del míasma de la sangre derramada
gobernar mi lengua, temer la hybris, temer al dios
hasta que hable a través de mi desentramada boca.
Añorar el pasado (no sólo como pasado), el lugar y el momento en el que la religión tenía significado. Activar en el rito y la fuerza de la naturaleza el pacto con la divinidad que los griegos ejercían en el sacrificio sagrado para consultar el futuro en boca de la pitonisa que habitaba el recinto délfico dedicado a Apolo, después que éste había dado fin a la serpiente que vivía allí. La ofrenda y petición del poeta es sencilla: volver a creer para escapar de la mancha de sangre, de la marca familiar que cargamos en nosotros para recuperar el gobierno de nosotros mismos; recobrar ese condicionamiento del pasado, ese temor al sacrilegio y permitir que esto ponga en marcha una inspiración divina que pueda llevarse a cabo a través de las palabras del poeta que ya desde la antigüedad no era sólo un escritor sino un profeta, un intermediario con las divinidades que sólo le prestaban sus palabras para llevarlas al mundo gracias a su fe y su devoción. Heaney parece confundido, su ateísmo poético lo hace trastabillar y recurre al lugar donde siente que puede encontrar inspiración y alivio constante: Grecia y Roma.
Además de las alusiones poéticas esparcidas a lo largo de toda su obra, un mapa obvio y explícito de los intereses del poeta irlandés en el mundo clásico puede seguirse en sus traducciones grecolatinas: adaptaciones, apropiaciones, textos que transitan entre la interpretación del pasado grecolatino y la necesidad de llevar al inglés una impresión que sólo un poeta podría identificar y expresar.
TRADUCIR, COMO REESCRITURA
Aunque a lo largo de su prolífica obra la traducción más conocida y difundida de Heaney sea la que hizo en el año 2000 de Beowulf, poema capital de la literatura anglosajona y versión que probablemente ahora es aún más leída que la obra original, a lo largo de su vida tradujo tres piezas clásicas: dos tragedias griegas y un libro poético de la literatura latina. Bajo el nombre de La cura en Troya (The Cure at Troy) hizo una traducción del Filoctetes de Sófocles, obra que no es de las más conocidas del tragediógrafo griego ni de las más leídas de todas las tragedias conservadas de la antigüedad griega. La elección, por lo tanto, nos es sugestiva: el protagonista, Filoctetes, tiene en su poder el arco y las flechas de Heracles que, según una profecía, serán necesarias para que los griegos inmersos en la guerra contra los troyanos puedan vencer finalmente. Convencer al héroe griego es imposible hasta que aparece Heracles mismo a pedirle que ceda ante los ruegos de Odiseo y Neoptólemo que han ido a pedir de su ayuda.
Heaney encuentra en esta trama sugerentes caminos que se pueden relacionar con la guerra que Irlanda vivía en ese momento. Algunos de los versos sofocleos adaptados y llevados al inglés por el poeta son tan actuales en su conflicto que no podemos más que sorprendernos:
La Cura en Troya (extracto)
Los seres humanos sufren
se torturan mutuamente,
se lastiman y se endurecen.
Ningún poema, obra de teatro o canción
puede corregir completamente una injusticia
infligida y soportada.
Los inocentes en cárceles
golpean sus barras juntos.
El padre de un huelguista de hambre
permanece mudo en el cementerio.
La viuda de un policía en velos
desmaya en la funeraria.
La historia dice: No esperes
en este lado de la tumba…
pero luego, una vez en la vida
la tan ansiada ola
de justicia puede elevarse,
y la esperanza y la historia riman.
Entonces, espera un gran cambio marino
en el lado opuesto de la venganza.
Cree que hay una orilla más allá
alcanzable desde aquí.
Cree en milagros
y en curas y pozos sanadores.
Llama milagro a la autosanación:
La completa, auto-reveladora
mirada doble del sentimiento.
Si hay fuego en la montaña
o relámpagos y tormenta
y un dios habla desde el cielo
eso significa que alguien está escuchando
el clamor y el llanto de nacimiento
de una nueva vida en su término…
Las injusticias en un pueblo, la llamada a la guerra y la imposibilidad de encontrar consuelo si no logra escucharse la voz de la divinidad. Heaney sigue apelando a la invocación para saber que las tristezas, la muerte y las ausencias no son ignoradas, la fe le es esquiva, pero no pierde la esperanza de encontrarla aún en palabras ajenas que hace propias y que marcan la guía de una justicia eventual que debe llegar para acabar con un conflicto de países hermanos que no parece tener fin.
Heaney también tradujo de forma libre Antígona de Sófocles bajo el nombre El entierro en Tebas (The Burial at Thebes) que, además de su amplia fama, en toda la tradición clásica ha funcionado como un revulsivo de crítica política por lo que su elección no debe parecernos extraña. En una obra donde parece contraponerse la ley del hombre a la ley divina, donde Antígona está decidida a cumplir esta última sin importar el costo que le traiga a sí misma frente al poder de inflexible y pragmático rey Creonte.
El entierro de Tebas
Coro:
Quien haya sido liberado de lo peor es afortunado.
Cuando los dioses supremos sacuden una casa,
esa familia sentirá el golpe generación tras generación.
Comienza como una adulación bajo el agua, una oleada que arrastra arena negra desde el fondo,
luego se transforma en una corriente de marea
golpeando la grava y sacudiendo promontorios.
Esta obra, que Heaney escogió para conmemorar el centenario del Abbey Theatre de Irlanda en la comisión que le fue encargada, tiene una amplia historia dentro del uso literario-político de Irlanda incluso pasando por la pluma de W.B. Yeats, pero Heaney, además de seguir esta senda, tenía ya un antecedente creativo de este tema en un pequeño poema épico dividido en 5 partes llamado Mirador de Micenas.
Sin embargo, la más famosa de sus traducciones, el libro VI de la Eneida de Virgilio, fue publicado póstumamente.
En su introducción, Heaney nos dice que la traducción del canto no sólo atiende a un interés literario sino también a un reflejo de sus propias preocupaciones personales que entran en una relación estrecha con otros elementos de su obra poética: “La secuencia autobiográfica publicada en 12 secciones en Cadena Humana (2010), el poema ‘Ruta 110’ describía incidentes de mi propia vida en comparación con algunos bien conocidos episodios del libro VI de la Eneida de Virgilio”.
Ted Hughes, su amigo con el que compartió muchas impresiones literarias, ya había emprendido este camino (en Historias de Ovidio) de realizar una traducción libre que le permitía apropiarse del texto con una voz que lo representaba. Por su parte, Heaney hace una relación estrecha, como una especie de respuesta a sí mismo después de haber escrito Cadena Humana, donde el propio Virgilio ahora parece darnos anacrónicas pero muy adecuadas respuestas a las inquietudes de Heaney sobre la muerte al final de su vida.
Canto VI de la Eneida
Avanzaron entonces en la oscuridad, a través de la solitaria noche sombría, por moradas desiertas en ninguna parte, extensiones fantasmales tenues donde Plutón es rey. Como seguir un sendero en el bosque a la luz titilante de una luna que se nubla y despeja al capricho de Júpiter, mientras los colores del mundo palidecen en la penumbra. Frente a la casa de los muertos, entre los temidos marcos de sus puertas, hay un patio donde el dolor y los pensamientos auto mutilantes se han enquistado. Aquí también residen enfermedades pálidas, la tristeza de la vejez, el hambre que impulsa a los hombres al crimen, agonías mentales, la pobreza que envilece; todas estas pesadillas obsesivas tienen sus camas en las hendiduras. También, la Muerte y el Sueño, el hermano de la Muerte, el terror y los placeres culpables de los que se alimenta la memoria. También cerca de esa entrada: las celdas de hierro de las Furias, la Muerte letal y la Violencia fanática, sus mechones de víbora fluyen en un enredo ensangrentado de cintas…
Y es que podemos definir la obra de Heaney como una constante de alusiones. Todo es una alusión: a sí mismo, a su vida, a su memoria y pasado, y ese pasado trayendo frente a nosotros sus preocupaciones, tristezas, miedos constantes. Cada referencia se entrelaza en intertextos donde lo autobiógrafico confesional o lo creativo imaginativo parece tener el mismo desenlace e interés. Heaney nos abre el campo de referencias como un elemento que nos permite entenderlo mejor y al mismo tiempo comprender el objeto que nos refiere. Después de leer a Heaney, apreciamos mejor a Esquilo pero también Esquilo nos permite entrar de una manera más efectiva en la obra del poeta irlandés. Al final, el Nobel fue un corolario para una carrera literaria excepcional que merece mucha más atención en habla hispana y una mayor cantidad de traducciones de sus obras, tan cercanas y conmovedoras como los textos clásicos que perseverantemente nos intentó acercar.
[ Néstor Manríquez Lozano ]Néstor Manríquez es maestro en Letras Clásicas y académico en la UNAM. Las traducciones de los poemas de Seamus Heaney incluidos en este texto son de su autoría.
Bibliografía:
Heaney, S., Aeneid. Book VI, Londres, Faber & Faber, 2016.
Heaney, S., Opened Ground. Poems 1966-1996. Londres, Faber & Faber, 1998.
Heaney, S., Poems. 1965-1975, Nueva York, Farrar, Strauss and Giroux, 1980.
Heaney, S., The burial of Thebes, Londres, Faber & Faber, 2004.
Heaney, S., The cure at Troy, Londres, Faber & Faber, 1991.
Heaney, S., Obra reunida. Edición bilingüe (trad. Pura López Colomé), México, Trilce Ediciones, 2015.
Heaney, S., The Letters of Seamus Heaney, Londres, Faber & Faber, 2023.