Talentosa sinaloense (20 marzo 1928 – 2 noviembre 1989) que fue integrante del grupo de escritores mexicanos identificados como Generación del Medio Siglo. Su obra adquirió relevancia por la calidad poética de su prosa y la densidad misteriosa de sus relatos.
«Voy a hablar de lo otro, de lo que generalmente se calla, de lo que se piensa y de lo que se siente cuando no se piensa…»
Río subterráneo es una compilación de relatos en los que la autora, con una prosa limpia y poderosa, crea con eficacia atmósferas densas, en ocasiones opresivas, confiriendo una atención destacada al enigmático mundo interior de sus personajes, cuyas motivaciones generan más incógnitas que certezas.
Lo miré hora tras hora, sin pensamientos, absorta en la fuerza extraña que emanaba de él, aún en aquella situación de árbol derrumbado. Y entonces sucedió. Agitó levemente las pestañas y abrió los ojos, lúcidos, sin preguntas, sin necesidad de saber o de reconocer en dónde estaba. Me miró directamente, enceguecedoramente. Miró hasta el fondo de mi ser, estoy segura; supo como nadie ha sabido ni sabrá, todo, mi timidez o como se llame, mi nostalgia, mi no ser, y me tomó así, tal cual he sido y soy. Me absorbió, me hizo suya y me dio toda la luz que faltaba a Londres, toda la que faltaba a mi vida. Sus ojos castaños se clavaron en los míos, de los que tuve por primera vez plena conciencia de que son azules. Entornó los suyos y suspiró profundamente, como aquel que ha encontrado lo que no se atrevió a soñar […] nos habíamos encontrado, nos habíamos comprendido. Cada uno le dijo al otro, sin una palabra, sus sentimientos más recónditos, esos que no son recuerdos ni historias, quizá anhelos, sensaciones, maneras de aprehender, y eso formaba un río que nos impedía dejarnos de mirar, fuera del peligro, del dolor, del tiempo… (“En Londres”)
Para Arredondo, las palabras no siempre son un instrumento que conduzca al entendimiento, y menos en un país donde subsisten más de 50 lenguas indígenas y al que han llegado oleadas de migrantes que hablan otros idiomas.
Con los otros no insiste, comprende que si uno no se explica los otros piensan que es inútil responderle, hablarle, porque sienten que no entiende, que su imposibilidad de expresión correcta es indicio seguro de imposibilidad de comprensión verdadera… (“Palabras silenciosas”)
De ahí que la escritora privilegie la interacción no verbal, donde la vista construye puentes y vasos comunicantes.
Me miraba con ternura, queriéndome consolar. Extraños, sin palabras. La mirada es lo más profundo que hay. Sostuvo sus ojos fijos en los míos hasta que las lágrimas se secaron… (“Año nuevo”)
De igual forma, en sus relatos los hechos son anécdota cuya trascendencia será marcada por la manera como impactan a los personajes, seres en algunos casos dominados por la sabiduría, la serenidad, los deseos, la sensualidad; y en otros por el dolor, el resentimiento, la furia. La única constante es la fuerza de la subjetividad, esa parte brumosa y misteriosa del alma que apenas logramos atisbar.
Tú no has tenido que renunciar a lo que se llama una vida normal para seguir el camino de lo que no comprendes, para serle fiel. No luchaste de día y de noche, para aclararte unas palabras: tener destino. Yo tengo destino, pero no es el mío. Tengo que vivir la vida conforme a los destinos de los demás. Soy la guardiana de lo prohibido, de lo que no se explica, de lo que da vergüenza, y tengo que quedarme aquí para guardarlo, para que no salga, pero también para que exista… (“Río subterráneo”)
El estudioso y crítico José Luis Martínez señaló: “Inés Arredondo siente los hechos, las cosas, los sucedidos, como símbolos oscuros de algo que no alcanzamos a descifrar sino en extraños momentos, y percibe el arte literario como una llave para acceder a este secreto”.
Si bien las circunstancias pueden oprimir a los personajes, es peor la tortura de la demencia como destino, como un contagio, como una herencia familiar, como un patrón a repetir en forma ineludible siguiendo parámetros desquiciados y cambiantes.
Siento que me caigo, que me tiran, por dentro, ¿entiendes?, me tiran de mí mismo y cuando voy cayendo no puedo respirar y grito, y no sé y siento que me acuchillan, con un cuchillo verdadero, aquí. Lo llevo clavado, y caigo y quedo inmóvil, sigo cayendo, inmóvil, cayendo, a ningún lugar, a nada. Lo peor es que no sé por qué sufro, por quién, qué hice para tener este gran remordimiento, que no es de algo que yo haya podido hacer, sino de otra cosa, y a veces me parece que lo voy a alcanzar a saber, a comprender por qué sufro de esta manera atroz, y cuando me empino y voy a alcanzar, y el pecho se me distiende, otra vez el golpe, la herida y vuelvo a caer, a caer… (“Río subterráneo”)
Pero no es necesario llegar a la locura para que el flujo de ideas torture, provoque desasosiego, celos, o induzca a una desvaloración gradual por una comparación siempre en desventaja.
Cada vez, un poco antes de que el reloj diera los cuartos, el silencio se profundizaba, todo se ponía tenso y en el ámbito vibrante caían al fin las campanadas. Mientras sonaban había unos segundos de aflojamiento: el tiempo era algo vivo junto a mí, despiadado pero existente, casi una compañía […] mi carne temblorosa se replegaba en un impulso irracional, avergonzada de sí misma. Desaparecer. El impulso suicida que no podía controlar. Hasta el fondo, en la capa oscura donde no hay pensamientos, en el claustro cenagoso donde la defensa criminal es posible, yo prefería la muerte a la ignominia… (“En la sombra”)
El crítico literario Evodio Escalante destacó la calidad poética de la prosa de Inés Arredondo. A este juicio se sumó la escritora Beatriz Espejo, que le reconocía un depurado estilo en el uso del lenguaje.
Otro universo femenino
Como escritora de su tiempo, Arredondo puso especial atención en la complejidad de los personajes femeninos que emergieron en la segunda mitad del siglo XX.
Mi primer exceso consistió en no conformarme con lo que tenía, que era mucho más de lo que muchos han logrado en su vida entera. Pero cuando siempre se ha recibido se pierde el tino y uno no se sacia ya con nada, quiere más, más, y le parece que le es debido… (“Atrapada”)
El sueño de realizarse, de mirarse mirado, de imponer la propia realidad, esa realidad que sin embargo se escapa; todos somos como ciegos persiguiendo un sueño, una intención de ser… (“En la sombra”)
Mujeres que pueden impacientar a los hombres, acostumbrados a ejercer sobre ellas su cuota de poder y que de pronto las descubren inaccesibles y con alto grado de autonomía. Es el caso del relato “Mariposas nocturnas”, que aborda una intrigante relación de poder donde la ambición no se dirige a lo material o lo monetario sino a mecanismos de control y dominación.
Estaba erguida, imperceptiblemente echado el tronco hacia adelante, resistiendo un viento fresco y dulce que nadie más sentía; entrecerraba los ojos al respirar con delicia un aire evidentemente marino, se la sentía consciente y feliz de que su pelo flotara al viento, de que la ropa se pegara a su cuerpo. Ardía en una llama sensual y pura en mitad del tiempo detenido, de un espacio increíble y hermoso… (“2 de la tarde”)
Sin embargo, algunas prefieren refugiarse en su críptico mundo interior del que apenas (y esporádicamente) afloran unas cuantas palabras, unos pocos gestos, lo mínimo indispensable para no ser consideradas enfermas mentales, aunque su lógica apenas tenga algunos puntos de encuentro con la realidad circundante.
Es la nueva realidad femenina que, en algunos casos, puede resultar agobiante. Inés Arredondo “tenía siempre una sensación de amargo vacío. Nunca me dio la impresión de ser feliz. Su actitud era triste, desesperanzada. Incluso a su generación literaria la veía destruida. A Elena Poniatowska le declaró: todos fuimos desafortunados, todos estamos en ruinas”. Así lo comentó en 1986 Cynthia Steele, quien tradujo al inglés Río Subterráneo.
El horror
Carlos Monsiváis se refiere a la generación de Inés Arredondo como un variado conjunto de nuevos escritores que a partir de la década de 1950 impulsaron en la literatura mexicana una “búsqueda de universalidad” (Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX).
Eran autores con una postura crítica hacia las restricciones del “nacionalismo revolucionario», que simpatizaban con lo cosmopolita, la pluralidad y la libertad creativa. Fueron escritores y artistas que buscaron vivir a plenitud una época de cambios profundos. Sin embargo, la prensa y la opinión pública, aferradas a las costumbres y las tradiciones, atacaron con ferocidad a esta generación acusándola de cometer toda clase de excesos.
Lo cierto es que esa búsqueda de universalidad no limitó su sensibilidad social y política. Eran escritores en una región donde lo sobrenatural, la violencia y el horror se funden en la vida cotidiana. Y eso se aprecia en algunos cuentos de Río subterráneo.
Tenía los ojos fijos en mí, tan serenos que parecía que no me veía. Llegué a pensar que estaba dormido, pero no, estaba todo él fijo en algo mío. Ese algo que me impedía moverme, hablar, respirar. Algo dulce y espeso, en el centro, que hacía extraño mi cuerpo y singularmente conocido el suyo. Mi cuerpo hipnotizado y atraído. Ese algo que podía ser la muerte. No, es mentira, no está muerto: me mira, simplemente. Me mira y no me toca: no es muerte lo que estamos compartiendo. Es otra cosa que nos une… (“Apunte gótico”)
Arredondo deja en claro que en ocasiones el terror no está en las pesadillas, sino en la vigilia.
Cuando abrí los ojos, desperté. Un silencio de muerte reinaba en la habitación oscura y fría. Estoy en el cuarto interior de un edificio. Nadie pasaba ni pasaría nunca. Los cuatro muñones y yo, tendidos en una cama sucia de excremento… (“Orfandad”)
La investigadora Inés Ferrero Cándenas destaca “la experiencia del límite” como uno de los ejes de los relatos de Inés Arredondo, en particular los reunidos en Río subterráneo.
Aunque Latinoamérica sea una región donde el derramamiento de sangre es parte de la vida diaria, ya sea por alguna apuesta o por enfrentamientos políticos, la lógica de la muerte no deja de ser absurda (“Las muertes”). Y adquiere un sesgo terrible en el contexto de la guerra sucia, con el dolor profundo de la madre de un adolescente desaparecido, torturado, muerto, por una confusión.
Un preso político de dieciséis años. Un hijo de dieciséis años, jugoso y frágil. Eso, su hermosura era lo que lo hacía más visible y más seguramente escogido entre los otros. Una tarde, mirando la fotografía de su credencial de estudiante, olvidé por qué lloraba y, ante sus ojos claros y sonrientes, mi pecho se llenó del gran gozo que siempre fue amarlo, y lo besé muchas, muchas veces… (“Los inocentes”)
Con maestría, Inés Arredondo nos ofrece una galería de personajes herméticos, que habitan en una profunda soledad, sumidos en sus diálogos internos y sus recuerdos, llevados por ese Río subterráneo que tiende a arrastrarnos a todos.
DE PERFIL
Inés Amelia Camelo Arredondo nace en Culiacán, Sinaloa, el 20 de marzo de 1928. Desde la infancia es ávida lectora y dedicada estudiante (recita de memoria La Biblia). En la adolescencia tiene altercados con sus profesores por su manera de escribir “con figuritas” (literarias). Habiendo estudiado la educación básica y media en escuelas de mojas, sufre una profunda crisis al cursar el primer año de la carrera de Filosofía en la UNAM: la lectura de Nietzsche y Kierkegaard le provocan impulsos suicidas. Por prescripción médica se cambia a la carrera de Literatura. Ahí se relaciona con quienes serían conocidos como la generación de Medio Siglo: Juan García Ponce, Huberto Batis, Tomás Segovia, Juan Vicente Melo, Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Juan José Gurrola. También realiza estudios de arte dramático y biblioteconomía.
Después recordaría: “Comencé a escribir tarde y casi por casualidad”. En 1957 publica su primer cuento, “El membrillo”, el cual recordaba haber escrito durante una profunda depresión tras la muerte de su segundo hijo, apenas recién nacido. “Yo estaba francamente mal. Para abstraerme intenté hacer una traducción de Flaubert y de pronto me encontré escribiendo otra cosa. A mi modo de ver, el dios de los posesos se apiadó por esa vez de mí y buscó una salida para mi neurosis”.
En 1961 es becaria del Centro Mexicano de Escritores. Su compañero becario (y amigo hasta la muerte), Miguel Sabido, recuerda que la escritura era para Arredondo “un holocausto feroz, un destino implacable. Como dice el cuento La señal: un estigma irrenunciable”.
En 1962 es becaria de la Firefield Fundation, en Nueva York.
En 1965 reúne 14 relatos que había publicado en Revista de Bellas Artes, Revista de la Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura y los publica bajo el título La señal. Arredondo recuerda: “Fue hasta que escribí La señal que me sentí escritora, si puedo llamarme así”.
Separada de su esposo el poeta Tomás Segovia desde 1962 y con tres hijos que mantener realiza múltiples actividades laborales: es docente en varias instituciones, investigadora, colabora en diversas publicaciones y medios, es miembro de mesas de redacción, entre otras. Quizá por el exceso de trabajo sufre depresiones a las se sumarán afectaciones en la columna vertebral que años después le obligarán a someterse a varias cirugías y a usar silla de ruedas. En 1965 se formaliza su divorcio y un año después es hospitalizada por ingerir calmantes con alcohol; en 1977 regresa a la clínica, tras un intento de suicidio. En 1979 agrupa otros doce cuentos que publica como Río subterráneo, libro con el que obtiene el premio Xavier Villaurrutia (designado por un jurado de escritores a lo mejor publicado cada año).
La investigadora Claudia Albarrán Ampudia estima que la crisis de melancolía descrita por William Styron se aplica a la vida de Inés Arredondo y se extiende a sus personajes, como proyección de la manía depresiva que la escritora sufrió desde la adolescencia y que podría haber determinado el tono de su obra literaria (Escritura y enfermedad: Inés Arredondo, ITAM, 2010).
Inés Arredondo fallece el 2 de noviembre de 1989, a los 61 años.
Desde entonces, su figura se ha agigantado. Han surgido diversos estudios acerca de su obra, así como recopilaciones, antologías, reediciones. Lo abierto (y ambiguo) de sus relatos ha propiciado análisis desde distintos ángulos temáticos y de estilo. Al publicar en 2017 la antología Estío y otros relatos, el escritor Geney Beltrán Félix señaló: “La sensibilidad narrativa de Inés Arredondo se manifiesta en su exploración del deseo femenino, silenciado u oprimido en una sociedad aún patriarcal que anula o reprime la manifestación natural de la sexualidad humana. Sus personajes tienen un doble movimiento, entre la aspiración a la felicidad y las condiciones de vulnerabilidad e inestabilidad emocional que provocan vínculos amorosos fracturados”. Añade que Arredondo es una autora que abrió caminos a la ficción mexicana al explorar –con Elena Garro- los mundos de la intimidad femenina.
Claudia Albarrán, autora de Luna menguante, vida y obra de Inés Arredondo, afirma que esta escritora es una de las más sobresalientes cuentistas mexicanas y que sus narraciones marcan un parteaguas en la literatura mexicana, especialmente en la escrita por mujeres, por los temas que abordó. “No solo profundizó en el erotismo, la locura, la muerte, la perversión, el amor, la pasión, el voyerismo, la pérdida de la inocencia, la infidelidad y la traición, sino que además denunció esos secretos de las familias mexicanas de entonces (y de hoy) como el abuso sexual, el maltrato de los padres a los hijos, el autoritarismo, el machismo, el aborto y el incesto”.
La obra de Inés Arredondo sigue despertando el interés de investigadores, escritores, editores y de las nuevas generaciones de lectores.
[ Gerardo Moncada ]