A tres siglos de la muerte de Sor Juana, nos preguntamos si realmente hemos avanzado como sociedad para garantizar la libertad de aprendizaje, conocimiento y equidad de género.
A las cuatro de la mañana del 17 de abril de 1695 murió Sor Juana Inés de la Cruz, “la peor del mundo” como se llamó a sí misma. Tenía apenas 43 años (nació el 12 de noviembre de 1651) cuando cayó víctima de una epidemia (de tifus o fiebre amarilla, no se ha precisado) que diezmó el convento de San Jerónimo y a la ciudad de México. Llevaba más de un año alejada del estudio y la escritura, a diferencia de cuatro años antes cuando había escrito la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, una brillante, erudita y audaz argumentación a favor de la equidad de género, del derecho al estudio, al conocimiento, a la libertad de expresión.
El hispanista Irving A. Leonard refiere el contexto adverso en que vivió Sor Juana. A pesar de que en 1600 había comenzado una revolución en las mentes occidentales con el inicio de ‘la Era de la Ciencia’, la Nueva España se negaba a cambiar. El velo medieval, desgarrado por Kepler y Galileo, era zurcido sin descanso por el clero novohispano.
En 1690, relata Leonard, “fue inducida a escribir una inteligente refutación de ciertos puntos de vista ya mucho antes expuestos en un sermón del famoso jesuita portugués, el padre [Antonio] Vieira. Su destreza en el manejo de los métodos neoescolásticos agradaba evidentemente al obispo de Puebla [Manuel Fernández de Santa Cruz], quien tomó por su cuenta la publicación de esa refutación. Al mismo tiempo, bajo el nombre de ‘Sor Filotea’, le escribió una carta [como introducción del impreso] riñéndola por su supuesto abandono de la literatura religiosa y por su afecto a las letras profanas. ‘Mucho tiempo ha gastado V. md. en el estudio de filósofos y poetas; ya será razón que se perfeccionen los empleos y que se mejoren los libros’. Claramente, esto fue una reprobación de un superior muy alto…” [La época barroca en el México colonial, 1959].
Su meditada Respuesta a Sor Filotea de la Cruz está fechada meses después, el 1 de marzo de 1691. Se trata de una argumentación que combina humildad y audacia, “con la verdad y claridad que en mí siempre es natural y costumbre”.
LA NEGATIVA A CALLAR
“Bien conozco que no cae sobre ella [la refutación] vuestra cuerdísima advertencia, sino sobre lo mucho que habréis visto de asuntos humanos que he escrito…”
“Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado, aunque a longe [a lo lejos]. Pero todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento; y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohíba el estudio”.
“No quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor a la sabiduría y a las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro”.
VOLUNTAD DE SABER
“Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos. Así lo respondo y así lo siento”.
Desde niña, “podía conmigo más el deseo de saber que el de comer”.
De joven, “…el pelo crecía aprisa y yo aprendía despacio y con efecto le cortaba […] que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno”.
“Entréme religiosa, porque […] para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación […] querer vivir sola […] no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.
“Pensé que huía de mí misma, pero ¡miserable de mí!, trájeme [al convento] a mí conmigo y traje mi mayor enemigo [el deseo de estudiar] en esta inclinación, que no sé determinar si por prenda o castigo me dio el Cielo, pues de apagarse o embarazarse con tanto ejercicio que la religión tiene, reventaba como pólvora, y se verificaba en mí el privatio est causa appetitus [la privación es causa de apetito]”.
“Una prelada muy santa y muy cándida creyó que el estudio era cosa de Inquisición y me mandó que no estudiase. Yo la obedecí (unos tres meses que duró el poder ella mandar) en cuanto a no tomar un libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo puedo hacer, porque […] estudiaba en todas las cosas que Dios creó, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda la máquina universal. Nada veía sin refleja; nada oía sin consideración”.
“¿Qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? […] Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”.
Claro, “hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes […] es poner espada en manos del furioso […] estos malévolos, mientras más estudian, peores opiniones engendran; obstrúyeseles el entendimiento con lo mismo que había de alimentarse, y es que estudian mucho y digieren poco”.
“Todo esto pide más lección de lo que piensan algunos que, de meros gramáticos, o cuando mucho con cuatro términos de Súmulas, quieren interpretar las Escrituras y se aferran del Mulieres in Ecclesüs taceant [pretendiendo que signifique: Las mujeres callen en las iglesias, porque no les es dado hablar], sin saber cómo se ha de entender” [que las mujeres no adoctrinaran mientras predicaban los apóstoles].
Dice Octavio Paz acerca de la pasión de Sor Juana por el saber: “Afirmación que hay que entender en su verdadero sentido: por saber designa no sólo a las ciencias y a la filosofía sino a lo que en aquella época se llamaba letras humanas y que abarca en primer término a las literaturas clásicas” [Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, 1982].
AMOR A LAS LETRAS
“Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primer luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa mi inclinación a las letras, que ni ajenas represiones –que he tenido muchas- ni propias reflejas –que he hecho no pocas-, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”. Un entendimiento que “sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña”.
En el convento, “proseguí a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros […] todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras”.
“Bien se deja en esto conocer cuál es la fuerza de mi inclinación. Bendito sea Dios que quiso fuese hacia las letras y no hacia otro vicio”.
DE LA RAÍZ DEL CONOCIMIENTO AL DOGMA
Sor Juana se sentía impelida hacia todos los campos del saber, hacia eso que más tarde se llamaría conocimiento universal y que actualmente se califica de multidisciplinario.
“Dirigiendo siempre los pasos de mi estudio a la cumbre de la Sagrada Teología; pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas, porque […] ¿Cómo sin Lógica sabría yo los métodos generales y particulares con que está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin Retórica entendería sus figuras, tropos y locuciones? ¿Cómo sin Física, tantas cuestiones naturales de las naturalezas de los animales de los sacrificios, donde se simbolizan tantas cosas ya declaradas, y otras muchas que hay? […] ¿Cómo sin Aritmética se podrán entender tantos cómputos de años, de días, de meses, de horas […] y otras para cuya inteligencia es necesario saber las naturalezas, concordias y propiedades de los números? ¿Cómo sin Geometría se podrán medir el Arca Santa del Testamento y la Ciudad Santa de Jerusalén? […] ¿Cómo sin Arquitectura, el gran Templo de Salomón, donde […] el más mínimo filete estuviese sólo por el servicio y complemento del Arte, sino simbolizando cosas mayores? ¿Cómo sin grande conocimiento de reglas y partes de que consta la Historia se entenderán los libros historiales? […] ¿Cómo sin grande noticia de ambos Derechos podrán entenderse los libros legales? ¿Cómo sin grande erudición tantas cosas de historias profanas, de que hace mención la Sagrada Escritura; tantas costumbres de gentiles, tantos ritos, tantas maneras de hablar?”
“Casi a un tiempo estudiaba diversas cosas o dejaba unas por otras; bien que en eso observaba orden, porque a unas llamaba estudio y a otras diversión; y en éstas descansaba de las otras: de donde se sigue que he estudiado muchas cosas y nada sé, porque las unas han embarazado a las otras […] claro está que mientras se mueve la pluma descansa el compás y mientras se toca el arpa sosiega el órgano […] como es menester mucho uso corporal para adquirir el hábito, nunca le puede tener perfecto quien se reparte en varios ejercicios; pero en lo formal y especulativo sucede lo contrario, y quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que no sólo no estorban, pero se ayudan dando luz y abriendo camino las unas para las otras, por variaciones y ocultos engarces […] de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto…”
LA BENDITA IGNORANCIA
“Aún falta por referir lo más arduo de las dificultades […] que directamente han tirado a estorbar y prohibir el ejercicio [del estudio] […] Los que amándome y deseando mi bien […] me han mortificado y atormentado más que los otros, con aquel: No conviene a la santa ignorancia que deben, este estudio; se ha de perder, se ha de desvanecer en tanta altura con su misma perspicacia y agudeza”.
“Aquella ley políticamente bárbara de Atenas por la cual salía desterrado de su república el que se señalaba en prendas y virtudes porque no tiranizase con ellas la libertad pública, todavía dura, todavía se aplica en nuestros tiempos”.
“Parece a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que hace estanque de las admiraciones a que aspiraban, y así le persiguen”.
“Parece máxima del impío Maquiavelo: que es aborrecer al que se señala porque desluce a otros”.
“Cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”.
DEFENSA DE GÉNERO
El tono de Sor Juana se torna severo cuando aborda críticas y descalificaciones por su condición de género.
“…las mujeres, que por tan ineptas estás tenidas […] los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios”.
“Si éstos, Señora, fueran méritos (como los veo por tales celebrar en los hombres)”.
Sor Juana hace referencia a múltiples mujeres virtuosas: Débora dando leyes y gobernando, la docta reina de Saba, que “se atreve a tentar con enigmas la sabiduría del mayor de los sabios sin ser por ello reprendida”, Abigaíl y su don de la predicción, la persuasiva Ester, la piadosa Rahab, la perseverante Ana… Entre los griegos, Aspasia Milesia, maestra de Pericles; Leoncia, que debatió con el filósofo Teofrasto. Una “gran turba de mujeres doctas, tenidas y celebradas y también veneradas de la antigüedad por tales”. La docta Paula, santas, monjas, devotas célebres por su sabiduría.
“¡Oh, cuántos daños se excusaran en nuestra república si las ancianas fueran doctas!”
Octavio Paz escribe: “en los labios de una monja produce perplejidad [la mención de] Hipatia de Alejandría, hermosa e inteligente, virtuosa y sabia, filósofa neoplatónica, fue asesinada en marzo de 415 por una banda de monjes cristianos. Es imposible que Sor Juana ignorase las circunstancias de la muerte de Hipatia, mártir no de la fe que ella profesaba sino de la filosofía. […] Su admiración por esas mujeres ilustres era más fuerte que su temor a traspasar los límites de la ortodoxia. En su interior combatían creencias rivales: el cristianismo y el feminismo, la fe religiosa y el amor a la filosofía. Con frecuencia, y no sin riesgo, triunfaban las segundas. Admirable valentía” [Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, 1982].
DE LA OBEDIENCIA A LA TIRANÍA
La refutación al sermón del padre Vieira, publicada con el título de Carta Atenagórica (propia de la sabiduría de Atenea), así como la Respuesta, ocasionaron a Sor Juana “oscuras complicaciones”, señala Leonard. “Todos sus simpatizantes, le parecía, iban claudicando por la ausencia, la deserción o la muerte. Además, nunca gozó del favor del misógino arzobispo [Francisco de] Aguiar y Seijas”.
Presiones y señalamientos la llevaron a separarse de lo que más apreciaba, sus libros. Algunos los obsequió, los demás los vendió, junto con sus instrumentos matemáticos y musicales. El dinero obtenido fue entregado al arzobispo Aguiar para ayudar a los pobres, mientras ella se entregaba a actos de excesiva penitencia y autoflagelación.
Octavio Paz afirma que todo inició de mutuo acuerdo entre Sor Juana y el obispo de Puebla, pero que este último cambió los términos del arreglo con la áspera recriminación incluida en la Carta Atenagórica.
Así, Sor Juana habría quedado atrapada en una pugna de poder que databa de 1680-81, cuando en Madrid fue designado el nuevo arzobispo de México, cargo al que aspiraban tanto Aguiar y Seijas (gran admirador de los sermones del padre Vieira) como el obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz. Este último habría visto una oportunidad para cuestionar las preferencias del arzobispo publicando la refutación docta e ingeniosa de Sor Juana, aunque se curó en salud por dos vías: usando el seudónimo de Sor Filotea y recriminando a Sor Juana que su talento estuviera más enfocado a “las humanas letras” que a las divinas [Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, 1982].
Sin descartar las intrigas de poder, otros especialistas difieren acerca del origen de la Carta Atenagórica. Señalan que, como muchos otros escritos de Sor Juana, la refutación al padre Vieira debe haber surgido de una conversación. El interlocutor seguramente pidió a Sor Juana escribir sus argumentos, solicitud que era frecuente y que la monja calificaba de “precepto”, con lo cual se obligaba a cumplirlo como signo de “obediencia”. Es de suponer que el interlocutor sacó copias por escrito, alguna de las cuales llegó a manos del obispo de Puebla, quien la publicó [Antonio Alatorre y Martha Lilia Tenorio, Sor Juana y Serafina, 1998].
En 2010 fue identificada la Carta de Puebla, que es una misiva de Fernández de Santa Cruz a Sor Juana, posterior a la Respuesta a Sor Filotea. La que podría llamarse la respuesta de Sor Filotea estaba en los archivos eclesiásticos de la Biblioteca Palafoxiana. En ella, el obispo de Puebla reconocía a Sor Juana como uno de los más aventajados ingenios y le aconsejaba proseguir con sus estudios y su labor literaria.
En los hechos, la jerarquía eclesiástica hizo todo lo necesario para callar y controlar a la insolente monja. Y lo logró.
[Gerardo Moncada]Otras obras de Sor Juana:
Primero sueño, la obra más personal de Sor Juana Inés de la Cruz.
Sonetos, redondillas, romances, liras, endechas… la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz.