El escritor argentino Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914 y murió el 12 de febrero de 1984. Lo recordamos paladeando su novela Rayuela.
Cualquiera que en algún momento haya disfrutado (o fantaseado con) un viaje a la deriva; con una temporada de vida azarosa; con la disposición a dejarse llevar, sin plan ni proyecto ni orden… Quien haya experimentado o soñado con algo parecido, gozará con la lectura de Rayuela (Ed. Alfaguara).
“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas (…) Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos…”
Por más de medio siglo, Rayuela ha encontrado nuevos y entusiastas lectores, sobre todo entre los jóvenes. Y es natural, pues en esta “contranovela” predomina la insatisfacción como condición vital, aunque enredada en una maraña de búsquedas, estados anímicos, impulsos irrefrenables y juegos de equilibrismo sobre el vacío existencial.
“No sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba…”
Los personajes se sumergen en disquisiciones filosóficas que lo mismo derivan hacia lo metafísico que a lo existencial, con una frágil ancla en lo sensorial y los diversos escenarios de la cultura, especialmente el jazz. Pero también exploran, experimentan y reflexionan sobre todo (lo que acontece, lo que ocurrió, lo que vendrá, lo que sienten, lo que piensan). Hurgan incansables en los laberintos de la mente y el alma.
“Cuántas palabras, cuánta nomenclatura para un mismo desconcierto (…)”
En la relación de Olivera con Maga, encontramos al que intenta ser apolíneo y la que es esencialmente dionisiaca, cada cual fascinado con lo que descubre cuando se deja arrastrar a los dominios del otro. Es la personificación de la unión y lucha de contrarios: intelecto-instinto, plan-azar, método-impulso, probabilidades-destino.
“Sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores…”
El capítulo siete es una bella pieza poética, pero no es la única. En diversos pasajes de la novela el lector es sorprendido por momentos poéticos cargados de poderosas imágenes.
“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta con cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo (…) con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja…”
La vida de los personajes se contrapuntea con su entorno hasta llevarlos a las antípodas. Su identidad termina chocando con la aceptación, la vida propia con las normas sociales, la voluntad de experimentación con la estabilidad colectiva.
“Olivera es patológicamente sensible a la imposición de lo que lo rodea, del mundo en que se vive, de lo que le ha tocado en suerte, para decirlo amablemente. En una palabra, le revienta la circunstancia. Más brevemente, le duele el mundo…”
“Lo que pasa es que me obstino en la inaudita idea de que el hombre ha sido creado para otra cosa…”
Quien haya escuchado a Cortázar -incluso en CD o video- tendrá la sensación de mantener una larga charla con él a través de las páginas de Rayuela, de oírlo haciendo énfasis, marcando acentos y velocidades y ritmos conforme nuestros ojos recorren las líneas.
“No puede ser que esto exista, que realmente estemos aquí, que yo sea alguien que se llama Horacio (…) eslabones en una cadena inexistente, cómo nos sostenemos aquí, cómo podemos estar reunidos esta noche si no es por un mero juego de ilusiones, de reglas aceptadas y consentidas, de pura baraja en las manos de un tallador inconcebible…”
Rayuela es una experiencia lúdica e incierta, libre, gozosa, cargada de debates, análisis, categorías, intentos de atrapar el mundo, el presente y, a fin de cuentas, el futuro.
“De alguna manera habían ingresado en otra cosa (…), donde se podía haber muerto ahogada en un río y asomar en una noche de Buenos Aires para repetir en la rayuela la imagen misma de lo que acababan de alcanzar, la última casilla, el centro del mandala, el Ygdrassil vertiginoso por donde se salía a una playa abierta, a una extensión sin límites, al mundo debajo de los párpados que los ojos vueltos hacia adentro reconocían y acataban…”
Elena Poniatowska dijo:
«Rayuela tiene que ver con lo que todos queremos encontrarnos en un puente de París».
Octavio Paz escribió acerca de esta novela:
“Prosa hecha de aire, sin peso ni cuerpo pero que sopla con ímpetu y levanta en nuestras mentes bandadas de imágenes y visiones, vaso comunicante entre los ritmos callejeros de la ciudad y el soliloquio del poeta”.
Carlos Fuentes escribió:
“Para mí, Cortázar es casi un Bolívar de la literatura latinoamericana. Es un hombre que nos ha liberado, que nos ha dicho que se puede hacer todo”.
Roberto Bolaño dijo:
“Cortázar es el mejor”.
El poeta Eduardo Moga escribió:
“Rayuela seduce por su dilatada dimensión psicológica, por la voracidad de su prosa y las añagazas de su estructura –antilineal, antinovelística–, y, sobre todo, por la recreación de una atmósfera estupefaciente: Oliveira y la Maga viven en una plenitud desaforada, embriagados de amor, alcohol y jazz, en un París edénico, pero también infernal” (Letras libres, agosto 2013).
Sugerencia: El cronopio que nunca dejó una carta sin contestar, artículo de Elena Poniatowska (La Jornada, 16 abril 2017).
[Gerardo Moncada]