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Popol Vuh, antiguas historias de los indios quichés de Guatemala

Portentosa obra fundacional del mundo prehispánico, una declaración universal acerca de la naturaleza del mundo y el papel del hombre en él.

«Este es el principio de las antiguas historias del Quiché donde se referirá, declarará y manifestará lo claro y escondido del Creador y Formador, que es Madre y Padre de todo…»

Fascinante compendio acerca del mundo antiguo del pueblo quiché de Guatemala. Conjunto de relatos que refieren su origen mitológico, la formación del mundo, de sus dioses y héroes, y de los humanos, el surgimiento de sus creencias religiosas y de la genealogía de sus jefes.

Antes de la Creación no había hombres ni animales, pájaros, pescados, cangrejos, árboles, piedras, hoyos, barrancos, paja ni bejucos y no se manifestaba la faz de la tierra; el mar estaba en suspenso y en el cielo no había cosa alguna que hiciera ruido. No había cosa en orden, cosa que tuviese ser, si no es el mar y el agua que estaba en calma y así todo estaba en silencio y oscuridad como noche. Solamente estaba el Señor y Creador, Gucumatz, Madre y Padre de todo lo que hay en el agua, llamado también Corazón del Cielo porque está en él y en él reside. Vino su palabra acompañada de los señores Tepeu y Gucumatz y en medio de aquella oscuridad de crearon las criaturas…

Es la visión humana hermanada con el entorno natural. Los grandes poderes están en los huracanes y los relámpagos, de manera que las primeras manifestaciones del Corazón del Cielo se llaman Caculhá Huracán (Rayo de una Pierna), Chipí Caculhá (El Más Pequeño de los Rayos) y Raxá Caculhá (Rayo Muy Hermoso).

Primero fue creada la tierra, los montes y los llanos; dividiéronse los caminos del agua y salieron muchos arroyos por entre los cerros y, en algunas y señaladas partes, se detuvieron y rebalsaron las aguas y de este modo aparecieron las altas montañas. Después de esto dispusieron crear a los animales, guardas de los montes: al venado, al pájaro, al león, al tigre, a la culebra, a la víbora y al cantil. Y les fueron repartidas sus casas y habitaciones…

Dice el Popol Vuh que los primeros hombres fueron hechos de madera, pero «salieron tontos, sin corazón ni entendimiento». Y lo más grave: «Anduvieron sobre la tierra sin acordarse del Corazón del Cielo». Como castigo, cayó un diluvio de resina y brea que los consumió.

Y fueron destruidos todos los hombres quedando sólo las señales de ellos, los micos, que andan ahora por los montes. Por eso es que Coy, el mico, se parece al hombre…

En 1970, el escritor Miguel Ángel Asturias dijo a Luis María Ansón: «El Popol Vuh y la Biblia tienen un origen común. Estoy trabajando en ello». Pero la muerte alcanzó a Asturias antes de que publicara algo al respecto.

Unas décadas después, Carlos Fuentes también afirmó que el Popol Vuh es «una biblia maya».

Sin embargo, varios mayistas difieren de este enfoque, que atribuyen a una visión europeizante de los traductores, que por ejemplo nombraron a Xibalbá como el Infierno, en vez de llamarle Inframundo.

Al margen de los debates, el Popol Vuh es un cruce de tiempos y relatos, con un profundo aliento indígena y una visión universal. No es casual que el escritor Yukio Mishima le encontrara asociaciones con la mitología japonesa, y concluyera: «El Popol Vuh es una obra hermosa y digna de ser guardada».

Un Génesis sui generis

En esta colección de relatos antiguos y mitos creadores del mundo se hace referencia a una sociedad de dioses, semidioses y personajes que interactúan sin el halo de pureza o santidad bíblicas, sino con la naturalidad de todas las pasiones humanas.

Es una suerte de Olimpo prehispánico, donde uno de los pecados capitales es la soberbia.

Uno llamado Vucub Caquix se ensoberbeció por las riquezas que poseía. Tenía dos hijos: Zipacná y Cabracán. Todos manifestaron su soberbia y, pareciédoles mal a los dos muchachos llamados Hunahpú e Ixbalanqué, dispusieron matarlos…

Un día estaba Zipacná bañándose a la orilla de un río cuando pasaron cuatrocientos muchachos con un gran tronco para pilar de su casa; casi no podían con él y Zipacná lo cargó él solo. A los muchachos les pareció peligrosa tanta fuerza y resolvieron destruir a Zipacná…

Viendo la soberbia de Cabracán, las Tres Manifestaciones de Huracán dijeron a Hunahpú e Ixbalanqué: «También sea destruido Cabracán»…

Con ardides variados, Hunahpú e Ixbalanqué lograron su cometido.

Ellos eran hijos de Hun Hunahpú, nacido «en la oscuridad de la noche, antes que hubiera Sol y Luna, y antes que fuera creado el hombre». Hun Hunahpú y su hermano, Vucub Hunahpú, fueron llamados por los Ahauab de Xibalbá, los Señores del Inframundo, quienes los ridiculizaron y los sometieron a pruebas que no lograron superar, por lo que los sentenciaron a muerte.

Fueron despedazados y sepultados y, cortándole antes la cabeza a Hun Hnahpú, la mandaron poner en el camino en un horcón. Apenas fue puesta allí, al árbol fructificó; el fruto que dio lo llamamos ahora jícaras y llenándose todo el árbol de ellas ya no se supo cuál era la cabeza de Hun Hunahpú. Los del Inframundo tuvieron por maravilla este árbol y mandaron que ninguno tocara el fruto…

Pese a la prohibición, la doncella Ixquic quería probar aquel fruto.

La cabeza que estaba en el horcón le dijo: ¿Por ventura deseas de todo corazón de esta fruta? Sí deseo, contestó la doncella. Pues extiende la mano derecha, dijo la calavera. Ixquic extendió la mano y le vino derecho un chisguete de saliva y mirándose ella la palma no vio cosa alguna. Díjole la calavera: «Esa saliva que te he arrojado es la señal de descendencia que de mí dejo. Anda, sube a la tierra y al mundo, y no morirás». Esto fue así dispuesto y mandado por la sabiduría de Caculhá Huracán, de Chipí Caculhá y de Raxá Caculhá, que son el Corazón del Cielo…

Su padre Cuchumaquic, indignado al descubrir el embarazo, acepta que Ixquic sea condenada a muerte, aunque ella insiste: «Padre y Señor mío, no he conocido varón». Él pide a los cuatro Ahauab Tucur, los Señores Tecolotes, que la lleven al bosque, la sacrifiquen y regresen con su corazón en una jícara.

Ya en el bosque, Ixquic convence a los Tecolotes de que no la maten, pero ellos necesitan un corazón.

Echad en la jícara lo que arrojare este árbol. Salió un líquido rojo como sangre, llamado ahora pom, y recogiéndolo en la jícara se coaguló y se hizo una bola parecida a un corazón…

Ixquic pide cobijo a la madre de Hun Hunahpú, quien la pone a prueba pidiéndole que vaya a la milpa y llene una red de maíz. Al no encontrar condiciones para la coseha, Ixquic invoca la ayuda del Señor y Guarda del Bastimento, sólo toma los cabellos de una mazorca y los mete a la red, que se llena de mazorcas. La vieja, tras comprobar que la milpa sigue intacta, le dice: «Basta esta señal, eres mi nuera».

Ixquic tuvo dos hijos: Hunahpú e Ixbalanqué, que crecieron bajo el maltrato de su abuela y los otros hijos de Hun Hunahpú: Hun-Batz y Hun-Choven.

Acerca del Popol Vuh, el escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, pese a reconocer que sentía más afinidades con la cultura occidental que con su pasado prehispánico, escribió: «Me cautiva sentir el pensamiento indígena, el pulso remoto de mi sangre. Por su fabulación, el Popol Vuh no pierde, ni en las versiones menos felices, su poder de encantamiento. Como la Biblia, es un conjunto de textos sagrados y profanos, con proporciones heroicas, en donde fermentan dioses, hombres y animales, en un ambiente mágico que envuelve el origen del mundo, del hombre y de los dioses. Mito, leyenda, historia: edades de la mente del hombre».

Las aventuras de Hunahpú e Ixbalanqué

Desprovisto de la solemnidad que se infunde a los relatos místicos, el Popol Vuh es ameno y entretenido, incluso divertido. Las hazañas de los hermanos Hunahpú e Ixbalanqué poseen gran encanto, por la forma en que logran deshacerse de quienes los oprimen, para lo cual utilizan su ingenio y poderes mágicos, así como la ayuda del reino animal, de sus ancestros y de seres divinos.

Hun-Batz y Hun-Choven fueron transformados en micos por haberse ensoberbecido y por haber maltratado a sus hermanos Hunahpú e Ixbalanqué…

En particular, destaca la manera como enfrentan a los Ahauab de Xibalbá, los Señores del Inframundo.

Ya resulta fascinante la manera como son llamados a Xibalbá, mediante un mensaje que utiliza en relevos la cadena alimenticia. El portador del mensaje es un piojo que, cansado, acepta ser trabagado por un sapo que prosigue el camino hasta que, agotado, permite que lo coma una serpiente, la cual aceptará -de igual forma- ser devorada por un gavilán que llega hasta Hunahpú e Ixbalanqué. Tras una sucesión de vómitos, el piojo logra dar el aviso.

Los muchachos llevaron consigo sus cerbatanas, tomaron el camino de Xibalbá y bajaron rápidamente las gradas empinadas. Pasaron dos ríos, uno de materia y otro de sangre, sin poner el ellos los pies sino, atravesando las cerbatanas, pasaron sobre ellas. Llegaron a la encrucijada de cuatro caminos: uno era negro, otro blanco, otro colorado y otro verde. Desde ahí despacharon a Xan, el Mosquito, para que fuera a averiguar los nombres de los Ahauab de Xibalbá, los Señores del Inframundo, diciéndole: «Anda, ve y muerde a todos los señores que están sentados y, desde ahora, tu comida será la sangre de los que picares en el camino». Al picarles el mosquito revelaron todos los Ahauab sus nombres. Vino Xan y repitió los nombres. Aunque de verdad no era mosquito, sino un pelo de la cara de Hun Hunahpú…

Hunahpú e Ixbalanqué muestran en todo momento destreza y sabiduría, «porque así lo dispuso U Qux Cah, el Corazón del Cielo».

Pasaron por todos los castigos y en ninguno de ellos murieron. Los Ahauab de Xibalbá hicieron una gran hoguera en un hoyo y llamaron a Hunahpú e Ixbalanqué. Éstos se pusieron uno frente al otro y, extendiendo los brazos, se dejaron ir sobre el fuego. Molieron sus huesos y hechos polvo los arrojaron a la corriente del río; pero el agua no se los llevó sino que, yéndose al fondo, se convirtieron en dos hermosos muchachos…

Irreconocibles, los mancebos realizan toda clase de prodigios y logran engatuzar a los Señores del Inframundo.

Hunahpú e Ixbalanqué, después de haber vencido a los Ahauab de Xibalbá, subieron hacia el Cielo y el uno fue puesto por Sol y el otro por Luna, subiendo también los cuatrocientos muchachos que mató Zipacná, los que fueron puestos por estrellas…

El escritor Sergio Pitol afirmó: «Popol Vuh es una obra portentosa, el más rico legado mitológico del mundo quiché, un libro sagrado, una cosmogonía que da razón del surgimiento del mundo y la creación del hombre. No se trata de una reliquia ni de una rareza. Su escritura es capaz aún hoy de transmitirnos su emoción, su magia y sus poderes».

La creación de la humanidad

Habiéndose acercado el tiempo de la creación, el Ahau Tepeu y el Ahau Gucumatz buscaron la sustancia para hacer la carne del hombre. Consultaron entre sí de qué forma la harían, porque los pasados hombres habían salido imperfectos… Cuatro animales les manifestaron la existencia de las mazorcas de maíz blanco y de maíz amarillo. Estos animales fueron: Yak, el Gato de Monte; Utiú, el Coyote; Quel, la Cotorra, y Hoh, el Cuervo. La abuela Ixmucané tomó del maíz blanco y del maíz amarillo e hizo comida y bebida, de las que salió la carne y la gordura del hombre… De esto formaron Tepeu y Gucumatz a nuestros primeros padres y madres…

Los primeros hombres creados fueron Balam Quitzé, el Tigre de la Risa Dulce; Balam Acab, Tigre de la Noche; Mahucutah, No Acepillado; e Iquí Balam, Tigre de la Luna… Sus respectivas mujeres fueron Cahá Paluná, Agua Parada que Cae de lo Alto; Chomihá, Agua Hermosa y Escogida; Tzununihá, Agua de Gorriones; y Caquixahá, Agua de Guacamaya.

Estos primeros humanos no tenían ídolos y fueron a buscarlos a un paraje llamado Tulán, donde encontraron los ídolos Tohil, Avilix, Hacavitz y Nicahtacah.

No tenían entonces fuego y Tohil lo creó y se los dio, y los pueblos se calentaban con éste, sintiéndose muy alegres… Vino un gran aguacero y lo apagó. Balam Quitzé y Balam Acab pidieron otra vez fuego a Tohil, y éste, dando vueltas y restregando su sandalia, sacó fuego otra vez…

Ofrenda de sangre

En esos primeros tiempos de los cuatro Ahauab (llamados los Venerados) inició la ofrenda de sangre a los ídolos que están verdaderamente «en lugar del Creador y Formador».

Los sacrificadores ofrecían a Tohil la sangre de la garganta de los animales, la ponían en la boca del ídolo y hablaba la piedra…

Empezó luego la destrucción de los pueblos porque los sacrificadores, disfrazados de animales, tomaban gente y la sacrificaban a los ídolos… ofrecían su sangre a Tohil, Avilix y Hacavitz…

Esplendor Quiché

Repartidos todos los pueblos entre los Ahauab, fue mucha la majestad y grandeza del reino del Quiché, y construyeron todo de cal y canto. No se ganaron estos pueblos con batallas sino con la grandeza de los Quichés y por las maravillas que obraban los Ahauab…

En particular, el Popol Vuh destaca el actuar de Ahau Gucumatz, que en sucesivos periodos de siete días subía al cielo, bajaba al infierno, se convertía en serpiente, en águila, en tigre y en sangre coagulada.

Hubo rebeliones que los Señores lograron aplacar e impusieron tributo a los pueblos sometidos. Se decía que el dominio implicaba responsabilidades:

Grande era el ayuno que los Ahauab, los Señores, hacían por sus vasallos en señal del dominio que tenían sobre ellos. Trece días ayunaban y once estaban puestos en oración. De día y de noche se estaban en oración, llorando y pidiendo el bien de sus vasallos y de todo el reino. En todos aquellos días no dormían con sus mujeres…

Inclinados ante el dios, decían: «¡Oh, Tú, Hermosura del Día, Tú, Huracán, Tú, Corazón del Cielo y de la Tierra, Tú, Dador de nuestra gloria y de nuestros hijos e hijas! Que se aumenten y multipliquen tus sustentadores y los que te invocan en el camino, en los ríos, en las barrancas, bajo los árboles y bejucos; dales sus hijos e hijas, que no sean engañados, ni tropiecen ni caigan, ni sean juzgados por tribunal alguno. No caigan en el lado alto o bajo del camino, ni haya algún golpe en su presencia; ponles en buen y hermoso camino, no tengan infortunio ni desgracia»…

El Popol Vuh es un libro fundacional que expresa plenamente la cosmogonía maya, donde la naturaleza y la divinidad, lo animal y lo humano, la vida y la muerte se entrelazan y conviven. Los tres niveles del cosmos -celeste, terrenal y inframundo- son estratos con fronteras claras pero que están en permanente conjunción.

Emparentados con los mayas, los quichés y los cakchiqueles fueron de los más avanzados señoríos que habitaron Centroamérica. Tras ser derrotados por los conquistadores españoles, su capital, Utatlán, fue destruida. Varias familias encontraron refugio en Santo Tomás Chichicastenango.

Se ha escrito todo esto porque, aunque antiguamente hubo un libro donde todo esto constaba, se ha perdido y no hay dónde ver todo esto; así se acabó todo lo tocante al Reino del Quiché, llamado ahora Santa Cruz…

El Popol Vuh permaneció oculto por varios siglos. En el XVIII, el sacerdote Francisco Ximénez lo encontró en Chichicastenango y lo tradujo al castellano.

El arqueólogo Enrique Vela es categórico: «El Popol Vuh no es un simple registro histórico, es -como bien lo ha dicho Allen J. Christenson- una declaración universal acerca de la naturaleza del mundo y el papel del hombre en él».

(Citas tomadas de Popol Vuh, versión de Albertina Sarabia, Editorial Porrúa, 1975.)

[ Gerardo Moncada ]

Otros textos acerca del mundo prehispánico:
Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, de Miguel León-Portilla.
Una historia gráfica de la Conquista de México: el Códice Florentino.

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