Una de las grandes cuentistas contemporáneas, considerada “la Chejov canadiense”.
«Algo se estaba apoderando de mí y tenía la obligación, la esperanza, de vencerlo… Fuera lo que fuera, algo quería obligarme a hacer cosas, no por una razón concreta sino solo por ver si tales actos eran posibles. Algo me estaba informando de que no hacían falta motivos. Sólo hacía falta ceder. Qué extraño. No por venganza ni por cualquier razón normal, sino solo por haber acariciado una idea…»
Mi vida querida reúne historias de emociones profundas, no solo las que provocan los acontecimientos sino también aquellas que habían permanecido reprimidas y finalmente encuentran un motivo para mostrarse, e incluso otras que sorprenden a los propios personajes, ignorantes de lo que latía en su interior.
Algo incierto acecha a los protagonistas, ya sea un romance súbito, una decepción, la fatalidad, la muerte o la tragedia. En estos relatos, lo inesperado es una pieza clave, así como los vuelcos que provoca en el alma.
A la gente se le ocurren ideas que preferiría no tener. Es algo que pasa en la vida…
MUJERES PROTAGONISTAS
En buena parte de las historias de Mi vida querida, los personajes principales son mujeres. Ellas relatan, experimentan, observan (con cierta dureza y distanciamiento). Son las nuevas mujeres del siglo XX, con renovada visión y sensibilidad para registrar lo que ocurre en la vida de los otros y la manera como eso repercute y transfigura la vida de quien observa
Así como la tía Dawn afirma: “La misión más importante de una mujer es construir un santuario para su marido”, Greta reflexiona que ella es reservada la mayor parte del tiempo, cauta, y quizá por eso admira a los extrovertidos. Oneida, por su parte, “conserva aún cierto aire vacilante e indulgente, como si estuviera esperando a que la vida comience”.
Recuerdo haber pensado que a los hombres les encantan las rarezas y manías cuando la chica es lo bastante bonita. Menos mal que está pasado de moda. O eso espero. Las delicias infantiles del cerebro femenino…
Pero otras mujeres no esperan. Algunas se apoyan, como Corrie que le da dinero a su empleada Lillian para que aprenda mecanografía y le explica: “Eres demasiado lista para perder el tiempo en faenas domésticas”. Otras buscan abrirse paso con autonomía, aunque no renuncian a los sentimientos. Leah dice: “No es tan malo llorar, mientras no pretendas abrirte camino a base de lágrimas”, y Sadie alecciona: “No hay nada en este mundo que deba darte miedo, solo hay que saber cuidarse”.
Munro no evade los casos detestables.
La madrastra se dio cuenta de que Jackson se escaparía de verdad si ella no paraba de una vez con lo que llamaba bromas o travesuras, de manera que paró. Y se quejaba de que fuera tan soso, porque ya no podía decir que alguien la odiaba…
Matilda era descendiente directa de Guillermo el Conquistador, y tan cruel y altiva como cabría esperar. Aun así, había gente tan estúpida que la defendía por ser mujer…
El también cuentista José Emilio Pacheco ponderó: “Muchas protagonistas de Alice Munro no son malas ni buenas, se sienten oprimidas por el bienestar que les dan sus maridos con sus trabajos de nueve a seis, a cambio de someterse a un modelo exteriormente impuesto y hecho para reproducirse al infinito. Un día huyen de ese porvenir garantizado y se entregan a la incertidumbre de la aventura. Ya no son Emma Bovary ni Anna Karenina que pagan con el suicidio la culpa del pecado; no obstante, sienten remordimientos porque saben que al liberarse de su asfixia hacen un gran daño a quienes de ninguna manera hubieran querido causar dolor”.
Por supuesto en los relatos también está presente el género masculino, con sus inseguridades, ambiciones, severidades y la tendencia a evadir los compromisos afectivos.
Corrie parecía audaz y pueril al mismo tiempo. Al principio quizá un hombre se sintiera fascinado por ella, pero acabaría por cansarse de su descaro, su aire de suficiencia. También había dinero, por supuesto, y de eso hay hombres que no se cansan nunca…
LA PROMESA CANADIENSE
En junio de 1914, el célebre escritor Arthur Conan Doyle dictó una conferencia en Montreal. Ahí vaticinó: con el tiempo Canadá generará “gran literatura, la cual tendrá influencia en todo el mundo”. Y sugirió tener paciencia. “Un país joven y fuerte, con mucho trabajo por delante, tiene cosas mejores que hacer que soñar. Las grandes tareas son mejores que los grandes sonetos. La poética de la acción existe al igual que la de las palabras. Las naciones que se han hecho a sí mismas nunca han producido literatura mientras estaban ocupadas en su propia construcción. Tuvieron que pasar quinientos años desde el nacimiento de Roma para que allí surgiera la literatura. Siempre hay un largo periodo de siembra previo a la cosecha”.
No fueron necesarios cinco siglos, como en Roma. Bastaron unas décadas para que despuntaran figuras como Malcolm Lowry, Margaret Atwood, Robertson Davies, Anne Carson y la propia Alice Munro, entre otros. Abordarían con éxito los diversos géneros (poesía, novela, ensayo, cuento), así como los más variados temas.
Munro cultivó con éxito las historias cortas, donde hizo constante referencia a la vida rural canadiense.
La gente siempre decía que el pueblo estaba muerto, pero en realidad cuando había un funeral era cuando más se animaba…
En mi juventud, cualquier incidente drástico de salud ocurría mientras arreciaba una tormenta de nieve… y habría que enganchar varios caballos para llegar al pueblo e ir al hospital. En circunstancias normales la gente se habría deshecho de los caballos, pero con la guerra y el racionamiento de combustible las cosas habían cambiado, al menos por el momento…
Sin embargo, la autora refiere que ni siquiera las convenciones y tradiciones rurales fueron inmunes a los cambios experimentados durante el siglo XX, tanto en el campo como en las ciudades.
Algunas de las vecinas cautelosas de siempre, arrastradas por la nueva era del esplendor, se habían deshecho de sus puntos de vista y de su lenguaje, y ponían todo su empeño en ser tajantes y groseras…
Fue el segundo coche que compraron, por supuesto de segunda mano, el que los llevó a Toronto en el verano de 1962… Qué cambio, decía Belle a cada momento. ¿Seguro que estamos todavía en Canadá?…
Pero evita el elogio maniqueo a las urbes: “El sueño se parecía mucho al clima de Vancouver: una especie de añoranza sombría, una tristeza lluviosa y etérea, un peso que orbitaba alrededor del corazón”.
En cualquier caso, lo escénico sólo es el contexto de historias que abordan relaciones interpersonales con todo lo que las caracteriza: dudas, arrebatos, inseguridades, celos, decepciones; la fragilidad de los vínculos, la corta distancia que separa la pasión del olvido; las trampas de la demencia senil.
La calidad narrativa de Munro fue ampliamente reconocida. La cuentista Cynthia Ozick declaró: “Munro es nuestro Chejov y va a sobrevivir a la mayoría de sus contemporáneos”.
Mi vida querida fue publicado en 2012 y prácticamente cerraba una trayectoria de cuatro décadas en las que Munro se había consolidado como cuentista. En este último libro, incluyó cuatro piezas con elementos autobiográficos. “Creo que es lo primero y lo último –y lo más íntimo- de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida”.
Trece de sus libros habían sido premiados, pero Mi vida querida traería el galardón definitivo: en octubre de 2013 se le otorgó el Nobel de Literatura al ser considerada una “maestra de la historia corta contemporánea”.
El escritor Javier Marías elogió la designación: “Alice Munro consigue transmitir una honda emoción con personas fundamentalmente normales en una época en la cual se privilegia tanto los buenos como los malos sentimientos de una manera que roza la cursilería. Ella escribe sobre gente normal sin cargar las tintas y consigue unos niveles de profundidad con poco parangón en la literatura actual”.
PAISAJE INTERIOR
Alice Munro construye sus relatos con una literatura fina y observaciones agudas; no elude las conductas ásperas o moralmente cuestionables, incluso desnuda engaños íntimos, dolorosos, trampas que se ponen los personajes, a sabiendas de que todo, incluso la tragedia, será superado por el pragmatismo de la vida.
En ese sentido, la escritora Margaret Atwood elogiaba la decisión de Munro de desafiar los estereotipos, las convenciones sociales, los dogmas religiosos.
En ocasiones sus personajes se sorprenden de sus propios actos y de sus pensamientos. La autora abunda en el aspecto introvertido de los individuos, en aquello que prefieren reservarse por pudor o inseguridad, por creer que exponerlo los hace vulnerables o simplemente porque son emociones y sentimientos que no comprenden plenamente pero intuyen que podrían resultar devastadores.
En varios relatos de Mi vida querida el final es ambiguo. Como cuando el tío Jasper canta entusiasmado ‘Atesoraré la cruz del calvario’ y la fiel tía Dawn permanece en silencio, quizá porque no encuentra ese himno en el cantoral o “quizá se diera cuenta de que, por primera vez, le tenía sin cuidado”. El desenlace pocas veces resulta predecible, porque los relatos suelen tener un final que no concluye la historia, que establece las condiciones de lo que vendrá, esa historia que el lector podrá construir.
No hizo ademán de huir. Sólo se quedó a la espera de lo que tuviera que pasar a continuación… (Llegar a Japón)
No dejo de ver a Caro corriendo hacia el foso para lanzarse con cierto aire triunfal, y sigo atrapada, a la espera de que me dé una explicación, a la espera de oír el ruido de su cuerpo al caer al agua… (Grava)
Munro nos brinda historias plenamente abiertas, donde caben múltiples desenlaces. Cada relato reúne gran variedad de elementos para configurar apenas un precedente minucioso de una futura historia que todos desconocemos, una historia mayor que los lectores podremos concebir, inventar. El acontecer de los personajes es parecido a nuestras propias vidas, es decir, por mucho que hayamos experimentado, visto o escuchado, sentido y aprendido, toda esa masa de conocimiento y emociones constituye el preámbulo de lo que vendrá. Cada relato es apenas la compleja llave de un relato mayor, el que no ha sido escrito.
Margaret Atwood lo definió así: “Muchas historias de Munro se resuelven o no: una cosa puede ser cierta, pero no cierta, y sin embargo cierta. El mundo es profano y sagrado, y debe ser tragado entero. Siempre hay más en él de lo que podrías imaginarte”.
A fin de cuentas, cada vida está compuesta de varias vidas:
Mi madre insistía… explicaba siempre, y se reía, feliz de haber cortado todos los lazos con la otra casa, la otra calle, el marido, con su vida anterior. Apenas recuerdo esa vida. O más bien recuerdo nítidamente piezas sueltas, pero me faltan las conexiones necesarias para formar una imagen completa…
“Si quien escribe es Alice Munro, un simple adjetivo sirve para cruzar las fronteras de la anécdota y colocarnos en el lugar donde bullen los sentimientos y las emociones”, afirmó el escritor Antonio Muñoz Molina. “Comienzos, finales, virajes del destino y, de repente, cuando creíamos que el relato llegaría a su obvia conclusión, Munro nos invita a dar otra vuelta de tuerca que cambia el fluir de los acontecimientos y emociona al lector, mostrando hasta qué punto esa vida cotidiana que tanto nos cansa puede llegar a ser extraordinaria”.
UN ESTILO PERSONAL
A ese peculiar manejo del relato, Munro le añade un toque agudo y fino para referir diversos estereotipos. Por ejemplo, cuando una niña intenta bromear con el novio de su madre:
Neal salió del coche enfadado y gritando que me podía haber atropellado. Fue una de las únicas veces que vi a Neal actuar como un padre…
De manera sutil advierte las transiciones:
Mi madre había empezado a decir «joder» cada dos por tres, incluso puede que más que Neal, y en un tono más exasperado…
Margaret Atwood señala que los personajes de Munro “tienen el hábito de examinar rigurosamente sus acciones, emociones, motivos y conciencias, y siempre encontrarlos deficientes”. Y es que esos personajes dudan de sí mismos, de sus recuerdos, de sus pensamientos:
No sé qué me proponía o en qué estaba pensando…
La autora agiliza la construcción verbal, mezclando el relato en tercera persona con los diálogos:
-Podríamos quitársela a sus padres –sugirió Isabel.
Ray la regañó. Seamos serios.
-Ni se te ocurra…Greta se preguntó si Katy la castigaba negándose a despedirse de Greg. De acuerdo, si ha de ser así, mejor olvídalo…
Munro tuvo el acierto de evitar que la exploración de sus personajes afectara su prosa, tornándola densa, prolija, farragosa. Por el contrario, la lectura resulta ágil. Y, ocasionalmente, la escritora conversa con el lector:
Oneida tenía buena planta y derrochaba aquellas miradas centelleantes y aquel resplandor dorado de su piel y de su pelo, así que podría resultar extraño que me diera lástima ver cómo se quedaba en la apariencia de las cosas. Figúrate, lástima a mí…
Cualquier circunstancia puede ser abordada con un toque de humor, sobre todo si se refiere a la propia autora, como cuando refiere un tumor que le extirparon de chica.
La única razón que se me ocurre para que no hablásemos de ello es que la palabra (cáncer] debía de estar envuelta en un halo de misterio, similar al que envolvía la mención del sexo. O incluso peor. El sexo era vergonzoso, pero sin duda encerraba algunas satisfacciones; desde luego nosotros las conocíamos, aunque nuestras madres no estuvieran al corriente. En cambio, la mera palabra ‘cáncer’ evocaba una criatura oscura, putrefacta y hedionda, a la que no se miraba ni siquiera al quitarla de en medio de una patada…
DE PERFIL
“Alice Munro, quien había anunciado su retiro en 2012 con la publicación de Dear Life (Mi vida querida), uno de sus mejores libros, no es una escritora mediática. Su única tarea es narrar, convertir en obras universales las historias de la gente sin historia”, escribió en octubre de 2013 José Emilio Pacheco.
Su nombre fue Alice Ann Laidlaw. Nació en Wingham, un pueblo de Ontario, Canadá, el 10 de julio de 1931.
Durante su infancia vivió en una granja, en una región protestante y conservadora. Ahí vio Margaret Atwood múltiples elementos que aflorarían en la narrativa de Munro: la naturaleza exuberante, los sentimientos reprimidos, los frentes respetables, los brotes de violencia, los crímenes escabrosos, los resentimientos antiguos, los rumores extraños, y en una posición destacada los excesos sexuales ocultos y una alta carga erótica propia de las sociedades en las que el silencio y el secreto son la norma.
Mientras Alice trabajaba en la Universidad de Western Ontario, donde estudiaba con una beca para pobres, conoció a James Munro con quien se casó en 1951.
Había comenzado a escribir relatos en 1950, pero publicó su primer libro, Danza de las sombras, hasta 1968 con excelente respuesta de la crítica y los lectores. Le siguieron otras obras como La vida de las mujeres (1971), Algo que quería contarte (1974), Demasiada felicidad (2009) y Mi vida querida (2012).
En 2013 se convierte en la primera figura literaria canadiense que recibe el Nobel de Literatura.
El erudito Harold Bloom colocó la obra de Munro por encima de la de autores muy celebrados. Sin temor a la polémica, afirmó: “Si se lee a Alice Munro junto a Raymond Carver, éste resulta débil; le falta sangre”.
Sin reparos, José Emilio Pacheco elogió la narrativa de Munro: “Sus libros revelan que en lo ordinario de nuestras vidas está oculto lo extraordinario y lo irremplazable. La historia de la gente sin historia puede ser el más asombroso de los cuentos, el cuento eterno de la humanidad y el privilegio de estar vivos por un instante en el viaje de la nada a las tinieblas”.
Alice Munro murió en Ontario, el 13 de mayo de 2024.
[ Gerardo Moncada ]