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Los pasos de López (Los conspiradores), de Jorge Ibargüengoitia

El episodio más emblemático en la historia de México es el Grito de Independencia de 1810. En torno a ese acontecimiento, Jorge Ibargüengoitia (22 enero 1928 – 27 noviembre 1983) creó esta novela entrañable.

«Dios mediante no necesitaremos usar ni las balas para mosquete ni los machetes. La independencia de la Nueva España va a lograrse por medio de un acto pacífico y perfectamente legal. Bastará con redactar un documento y firmarlo. Después daremos a conocer el suceso en todo el país por medio de bandos y yo estoy convencido de que será recibido con beneplácito por la mayoría de la población. El verdadero problema que tendremos entonces será el de formar un gobierno.
[El corregidor] no me convenció a mí y probablemente no convenció a nadie de los presentes…»

Los pasos de López permite mirar la épica nacional mexicana como un cúmulo de situaciones cotidianas que derivan en circunstancias excepcionales, con sus aspectos curiosos, sorprendentes, paradójicos y divertidos. Es una novela que baja del pedestal a los héroes patrios para que el lector los abrace, ría con ellos, explore sus diversas facetas y comparta sus debilidades.

Esta novela fue publicada en 1981. Pero cuatro años antes, Ibargüengoitia ya adelantaba en una entrevista: «Un tema que siempre me ha parecido maravilloso es la Conspiración de Querétaro. ¿Cómo fue en realidad todo ese lío en que se metieron? Esto -dice uno- debe haber empezado como gente que se junta entre semana: los jueves nos juntamos en casa de Fulano para hacer una fiestecita. Y, de repente, se ven metidos en un enredo y tienen que levantarse en armas. Hay un montón de cosas de la historia de México que son muy interesantes pero se han visto con una perspectiva como de cartón».

Y, secretamente, el escritor decidió desacartonar ese tema, refrescar su enfoque y su tratamiento. El resultado fue una espléndida novela, sumamente disfrutable por los toques de fino humor, con una prosa fluida que se deja leer en un suspiro.

-¿Tú crees -le pregunté- que la proclamación de la independencia va a ser tan fácil como la pinta Diego [el corregidor]?
-Va a ser tan fácil -dijo Periñón [Hidalgo]- como quitarle una tortilla a un perro.
Entonces lo oí decir por primera vez:
-Mientras los españoles no se vayan o sean enterrados no vamos a quedar en paz…

Esta novela fue escrita en una época en que la historia de México se había petrificado, a tal grado que incluso había multas a quien «denigrara» a los héroes patrios. En ese entorno, Ibargüengoitia evadió los rígidos controles oficiales modificando los nombres de lugares y personajes (aunque él y los lectores sabían perfectamente de quiénes estaba hablando) y con ese recurso literario obtuvo una gran libertad para relatar pasajes de la historia patria con ligereza y humor.

Así, el lector de Los pasos de López se regocija con un repertorio de pasiones, enredos, intrigas y traiciones en los que se ven envueltos una chispeante y seductora Carmen (Josefa Ortiz de Domínguez); un inocente Diego (el corregidor de Querétaro); un cura Domingo Periñón (Miguel Hidalgo) entregado al conocimiento, a la música, a las causas sociales y de cuando en cuando a la parranda; un celoso Ontananza (Allende) y varios otros personajes.

Es decir, seres de carne y hueso… ¿Y entonces, quién es López? Ese misterio se lo dejamos a los lectores.

De la realidad a la novela, y viceversa

En su célebre ensayo «Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX», Carlos Monsiváis refiere que las naciones latinoamericanas se había preocupado en las décadas de 1920 y 1930 por conformar instituciones que luego fueron utilizadas brutalmente por tiranos para crear un ambiente público de servilismo y control.

El maniqueísmo se convirtió en el enfoque dominante para mirar el desarrollo histórico de la sociedad y eso se reflejó en la literatura. «Los narradores pertenecían a un mundo donde sólo las armas distribuían el orden jerárquico… En México, el proceso es casi unívoco. La solemnidad es parte del acervo ideológico y es imposible no vivir con desgarradora seriedad el curso de los acontecimientos. Han de transcurrir bastantes años antes de que se consienta o se produzca el tratamiento satírico… Academias y críticos y decisiones de la cultura oficial proscriben el humor, el erotismo, la irreverencia histórica, la violencia-como-carencia enfrentada a la violencia-como-compensación, la heterodoxia personal. No existe otra historia ni otra sociedad ni otra interpretación de los hechos y tampoco resultan permisibles otra moral personal, otra práctica de la masculinidad o de la femineidad. Al escritor se le pide difundir una sola -la aprobada- de las vertientes de la experiencia. Puede describir la pobreza siempre que concluya compadeciendo; puede gloriarse en la violencia si termina condenándola».

Y los escritores acatan ese orden, hasta que aparece Jorge Ibargüengoitia con su «parodia voluntaria y muy divertida», rompiendo moldes y convencionalismos, mofándose no de los personajes históricos sino de las versiones consagradas.

El licenciado Manubrio me relató la historia de la conspiración de Huetámaro.
Había ocurrido el año anterior. Cinco oficiales de las milicias y tres sacerdotes, todos criollos, se juntaban en uno de los salones del obispado para tramar una revolución. Querían proclamar la independencia de la Nueva España, abolir los tributos reales y, lo que al licenciado Manubrio le parecía más espantoso, incautar los bienes de los españoles para distribuirlos entre los mexicanos -¡incluyendo a las comunidades de indios!-…
-Ahora va usted a un nido de víboras. Esta región está llena de criollos resentidos: gente incompetente que se siente postergada. He querido abrirle los ojos.
Y me los abrió, porque hasta ese momento yo había creído que las revoluciones eran sucesos que ocurrían en el extranjero…

Monsiváis señala que la «Generación del 50» anhelaba desprenderse de eso que, «luego del ímpetu creador de la década de 1920, amenazaba petrificarse tramposa y fastidiosamente: el nacionalismo cultural, ya no método de cohesión y de estímulo imaginativo, sino gastada fórmula de promoción oficialista». Los narradores de esos años conservaban devociones pero habían perdido el «optimismo prefabricado».

Era el caso de Ibargüengoitia, de quien Monsiváis destacaba «la compacta eficacia humorística de sus novelas» (Historia general de México, El Colegio de México, 2009).

No soy un humorista

«Mi interés nunca ha sido hacer reír a la gente. No creo que la risa sea sana, ni interesante, ni que llene ninguna función literaria. Lo que a mí me interesa es presentar la realidad como yo la veo. Ahora bien, esa visión (ya me he dado cuenta y no me parece insultante) es una visión cómica por lo general, pero esto no quiere decir que yo tenga un compromiso con el público de hacerlo reír. Tan sólo es una visión, una manera de ver las cosas y yo la presento como la siento», explicó Ibargüengoitia en una entrevista (Revista Proceso, 26 diciembre 1977).

Periñón dijo: «Pablo hizo bien en resistir. Cumplió con su deber. Tú cumpliste con el tuyo matándolo. Es muy triste que Pablo Berreteaga haya muerto pero más triste sería que él nos hubiera matado»…

En esa misma entrevista, Ibargüengoitia recordó a Bernard Shaw, quien establecía una diferencia entre lo cómico y lo comédico, para lo cual utilizaba el ejemplo de su padre: «Cuando llegaba borracho era muy chistoso, porque se le caía el sombrero, se rodaba por las escaleras, le pasaban mil cosas que son ridículas. Pero lo comédico era ese señor -borracho, con dificultades para caminar- pretendiendo hacerse pasar como sobrio. Esta imagen que el borracho quiere dar es la que a Shaw le atraía: una situación interior, humana, que es muy interesante».

Varios queríamos imponer castigos al que saqueara o hiciera perjuicio en las propiedades civiles. Periñón se oponía. A veces decía: «Para un hombre cuya vida ha sido pura privación, el robo no es delito». Y a veces: «Algún aliciente necesitan estos pobres para ir a la guerra». Tanta autoridad tenía que nos ganaba la discusión y nunca impusimos castigos…

Ibargüengoitia era disciplinado. En principio, investigaba a fondo el acontecimiento histórico; después, al exponerlo desde su interpretación personal, lo que le importaba era darle un tratamiento que funcionara como novela y que los personajes tuvieran cierta vida. Y sabía que luego vendría la polémica. «Claro, uno escribe y eso admite una serie de interpretaciones y reacciones distintas por parte de los demás».

Lo absurdo e irreal de la realidad

Muchos nos han acusado a los jefes insurgentes de sanguinarios. ¿Que por qué no evitamos la matanza de la Requinta? Porque no pudimos. Tratamos de detener a la gente pero no nos obedecieron. No era un ejército, era un gentío, habían tenido muchas bajas, la resistencia había sido tenaz. Cuando los que estaban afuera entraron en la Requinta, mataron a todos los que estaban dentro…

Con notable fortuna, en Los pasos de López el autor recurre a la imaginación y al léxico decimonónico para describir las atmósferas así como para crear jocosos y atinados nombres: el licenciado Manubrio, el padre Pinole, el conde de la Garnacha, el marqués de la Hedionda, el conde de la Reseca, la virgen del Rayo, las poblaciones de Cuévano, Muérdago o Ajetreo, la hostería del Perdón, el cuartel de Las Arrepentidas, el capitán Ontananza (por no decir Allende), entre otros.

Pero no todo es invención. Hay episodios históricos que basta con volverlos a relatar en detalle para mostrar un vasto repertorio de contradicciones, paradojas y errores, propios de una compleja trama literaria.

Cuando nos reunimos los jefes, Periñón nos dijo:
-Ya sé que metí la pata. Es culpa mía. No les pido perdón porque no lo merezco.
Lo vimos tan contrito que tratamos de levantarle el ánimo.
-No te preocupes -dijimos-. Mañana se compone la cosa. A cualquiera le pasa, etc.
A esas horas ya estaba claro que habíamos perdido la guerra…

En 1974, Octavio Paz afirmó: «Ibargüengoitia, sin inventar nada o apenas nada, hace del relato de hechos reales una obra de arte».

Entusiasta, añadía que «el artilugio supremo consiste en conquistar la naturalidad», cosa que Ibargüengoitia lograba con «una desenvoltura no exenta de rigor».

En opinión de Paz, las novelas de Ibargüengoitia son «una variación del tema inacabable, el primero y el último, el verdadero y el único tema del arte literario: la naturaleza esencialmente misteriosa de los seres humanos… En el arte de la novela la pregunta sobre la realidad o la irrealidad de la realidad se presenta como la descripción de esa zona donde el mal se distingue difícilmente del bien, el crimen de la inocencia…»

Parte de los desertores se dispersó, yéndose cada quien para su tierra, el resto se formó en bandas que asolaron una extensa región…
-Estos daños, la historia nos lo ha de achacar -dijo Ontananza contemplando una hacienda incendiada…

En la mezcla de emociones y situaciones transcurre la cotidianidad pero también emerge lo inesperado. Al respecto, Paz señalaba: «El lazo entre la pasión íntima y las circunstancias exteriores es un verdadero nudo que estrangula a los hombres. Los antiguos llamaban a ese nudo destino, fatalidad. En el mundo moderno la fatalidad es social…»

Al trasladar esa fatalidad a la literatura se puede optar por el drama, por la tragedia… o por la ironía.

«El humorista es siempre un moralista. Serio, Ibargüengoitia nos hace reír. La risa es una defensa contra lo intolerable. También es una respuesta al absurdo. Lo verdaderamente cómico es que todo sea como es».

Sin titubeos, Paz afirmaba: «Jorge Ibargüengoitia es uno de los mejores novelistas hispanoamericanos» (Generaciones y semblanzas, Obras completas de Octavio Paz, FCE, 2006).

El retrato secreto

En 2018, al cumplirse 90 años del natalicio de Jorge Ibargüengoitia, hubo un amplia reflexión acerca de su obra. El escritor Juan Villoro declaró: «Quizá debido a los quebrantos de nuestro país, la historia trágica y convulsa que hemos tenido, nuestra literatura es más bien seria, dramática, amarga; pero Ibargüengoitia nos ayudó a entender que el sentido del humor forma parte de la inteligencia y pertenece al canon literario”.

Asimismo, Villoro consideraba que el sentido del humor irreverente de Ibargüengoitia nos obliga a repensar la realidad. Su conciencia lúcida y crítica le permitió crear sátiras extraordinarias a través de las cuales «hizo un retrato secreto de México».

Le pregunté qué forma de gobierno iba a tener la Nueva España después de la revolución, y Periñón dijo: «Es cuestión que francamente no me preocupa, porque sería raro que llegáramos a ver el final de esto que estamos comenzando». Fue la primera vez que alguien dijo delante de mí que lo que habíamos emprendido podría -o, mejor dicho, casi con seguridad iba a- costarme la vida. Esa noche, ya a oscuras, en mi cama, me resigné y dije:
-Así han de ser las revoluciones -y me quedé dormido…

En Los pasos de López, entre hechos verídicos y detalles imaginados, el autor convirtió el Grito de Independencia en un suceso entrañable por su circunstancia, por su enorme ingenuidad y por lo terrenal de los personajes que se vieron involucrados en ese acontecimiento.

«Mis novelas están llenas de anécdotas que no podría haber inventado por lo grotescas y graciosas que son; sin embargo, cuando se presentan en una novela se piensa: bueno, es muy chistoso y no tiene nada que ver con la realidad, pero no se dan cuenta que estas cosas así pasaron», llegó a comentar el escritor.

[ Gerardo Moncada ]

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