Bolaño nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953 y murió en Barcelona el 15 de julio de 2003. En su corta vida creó obras deslumbrantes.
“He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así…
No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tío insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte…»
Así arranca Los detectives salvajes, un trepidante viaje por el tiempo y el mundo, un retrato de una generación, si bien se enfoca en un grupo de entusiastas por la poesía (así como por el amor -aunque con disimulo- y por el sexo).
“Esta mañana he paseado por los alrededores de la Villa pensando en mi vida. El futuro no se presenta muy brillante, máxime si continúo faltando a clases. Sin embargo lo que me preocupa de verdad es mi educación sexual. No puedo pasarme la vida haciéndome pajas. (También me preocupa mi educación poética, pero es mejor no enfrentarse a más de un problema a la vez.)”.
“Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético”.
Con una prosa magnética, Bolaño relata los avatares de esa organización semiclandestina de poetas de vanguardia que anhela cambiar la poesía latinoamericana que, afirman, se haya anclada “entre el imperio de Octavio Paz y el imperio de Pablo Neruda. Es decir, entre la espada y la pared”. Claro, existen matices en un amplio espectro: neopriístas, antipriístas, neoestalinistas, exquisitos, los que viven del erario público, los que viven de la Universidad, los que se venden, los que compran, los tradicionales, los que convierten la ignorancia en arrogancia, los latinoamericanistas, los cosmopolitas…
En ninguno de los grupos encajan los real visceralistas, una agrupación que opera con sigilo, misterio y altas dosis de azar. Sus líderes, Arturo Belano (alter ego de Roberto Bolaño) y Ulises Lima (Mario Santiago Papasquiaro) siempre andan en movimiento, a veces en negocios de dudosa reputación.
“A los real visceralistas nadie les da NADA. Ni becas ni espacios en sus revistas ni siquiera invitaciones para ir a presentaciones de libros o recitales. Belano y Lima parecen dos fantasmas” […] “dos sombras llenas de energía y velocidad”.
Un elemento aglutinador del grupo es haberse planteado un objetivo: rastrear la historia de Cesárea Tinajero, una poetisa cercana a los estridentistas, tan desconocida como los mismos real visceralistas.
“Monsiváis ya lo dijo: Discípulos de Marinetti y Tzara, sus poemas, ruidosos, disparatados, cursis, libraron su combate en los terrenos del simple arreglo tipográfico y nunca superaron el nivel de entretenimiento infantil. Monsi está hablando de los estridentistas, pero lo mismo se puede aplicar a los real visceralistas. Nadie les hacía caso y optaron por el insulto indiscriminado”.
Los real viceralistas resultan entrañables por su anhelo de vivir al extremo, casi con ferocidad. No se detienen, no pueden hacerlo. La mayoría ha elegido la precariedad como una renuncia al confort, a lo establecido, a lo socialmente aceptado, para perseguir un anhelo difuso pero urgente y vital. A pesar de su circunstancia, son hermosos personajes delirantes, ávidos por extraer nuevas experiencias de cada momento, que saltan del arrebato candoroso al cinismo. Como peripatéticos, dialogan mientras caminan por las calles, las librerías, las cantinas, los espacios públicos.
“[Don Crispín] postula que a los muchachos pobres no nos queda otro remedio que la vanguardia literaria. Le pregunto a qué se refiere exactamente con la expresión ‘muchachos pobres’. Yo no soy precisamente un ejemplar de ‘muchacho pobre’. Al menos no en el DF. Pero luego pienso en el cuarto de vecindad que Rosario comparte conmigo y mi desacuerdo inicial comienza a desvanecerse. El problema con la literatura, como con la vida, dice don Crispín, es que al final uno siempre termina volviéndose un cabrón” […] “Antes de irme, por las molestias, insistió en regalarme la obra completa de Sófocles y Esquilo editada por Porrúa. Le dije que no había sido ninguna molestia, pero me pareció impertinente no aceptar su regalo. La vida es una mierda”.
El tiempo se encargará de empatar el cinismo con pesimismo: “Veía los esfuerzos y los sueños, todos confundidos en un mismo fracaso, y ese fracaso se llamaba alegría”.
Veinte años
La historia se centra en dos fechas, 1976 y 1996. En la primera hay un testimonio detallado en voz de García Madero; en la segunda, son recuperados múltiples testimonios para reconstruir lo que ha sucedido con los real visceralistas en dos décadas. Así, el relato se ramifica y por momentos se convierte en un juego de espejos a partir de múltiples voces, con percepciones difusas e incluso contradictorias. Poco a poco se va conformando un poliedro complejo más que un perfil de los real visceralistas.
El autor combina con acierto y agilidad diversos formatos (crónica, reportaje, diario). La escritura es dura pero con personajes cargados de emociones y arrebatos. Los diálogos son coloquiales y al mismo tiempo significativos, reveladores. Cada línea fluye, vuela. La ironía y el humor van de la mano del desencanto. La novela pasa del trepidante relato en una voz al discurso coral, a manera del gran reportaje documental que por momentos parece guión cinematográfico.
“Supe entonces, con humildad, con perplejidad, en un arranque de mexicanidad absoluta, que estábamos gobernados por el azar y que en esa tormenta todos nos ahogaríamos, y supe que sólo los más astutos, no yo ciertamente, iban a mantenerse a flote un poco más de tiempo”.
“Belano, le dije, el meollo de la cuestión es saber si el mal (o el delito o el crimen o como usted quiera llamarle) es casual o causal. Si es causal, podemos luchar contra él, es difícil de derrotar pero hay una posibilidad, más o menos como dos boxeadores del mismo peso. Si es casual, por el contrario, estamos jodidos”.
A su manera, los personajes de Bolaño aman la poesía, la literatura: “Pero la poesía (la verdadera poesía) es así: se deja presentir, se anuncia en el aire”.
Sin embargo, reconocen su entorno, tan hostil como cualquier otro:
“He aquí algo sobre el honor de los poetas […] Disciplina y un cierto encanto dúctil, ésas son las claves para llegar a donde uno se proponga. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas. Escribir cada mañana y corregir por las tardes y leer como un poseso por las noches. Encanto, o encanto dúctil: visitar a los escritores en sus residencias o abordarlos en las presentaciones de libros y decirles a cada uno justo aquello que quiere oír. Aquello que quiere oír desesperadamente. Y tener paciencia, pues no siempre funciona. Hay cabrones que te dan una palmada en la espalda y luego si te he visto no me acuerdo. Hay cabrones duros y crueles y mezquinos. Pero no todos son así. Es necesario tener paciencia y buscar…”
“Como tantos mexicanos, yo tembién abandoné la poesía. Como tantos miles de mexicanos, yo también le di la espalda a la poesía. Como tantos cientos de miles de mexicanos, yo también, llegado el momento, dejé de escribir y leer poesía. A partir de entonces mi vida discurrió por los cauces más grises que uno pueda imaginarse”.
“Me repetía a mí mismo: nescit vox missa reverti, la palabra, una vez lanzada, no puede retirarse, del dulce Horacio. Como abogado esa afirmación puede tener sus bemoles. Pero no como poeta”.
“Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear”.
Los detectives
Rastrear los pasos de Cesárea Tinajero y posteriormente de Ulises Lima y Arturo Belano se convierte en un pretexto para hablar de muchos otros, de los que ofrecen su testimonio y de alguna manera dan constancia de cómo fueron tocados, aun tangencialmente, por aquellos personajes. Así, con múltiples anécdotas marginales se va construyendo una biografía colectiva.
“Todos la olvidaron, menos yo […] todos la olvidaron y luego se fueron olvidando a sí mismos, que es lo que pasa cuando uno olvida a los amigos”.
“¿Sabe qué es lo peor de la literatura?, dijo don Pancracio. Lo sabía, pero hice como que no. ¿Qué?, dije. Que uno acaba haciéndose amigo de los literatos. Y la amistad, aunque es un tesoro, acaba con el sentido crítico”.
Las pesquisas dan pie al autor para aludir con humor a los académicos expertos en temas literarios: “Soy el único estudioso de los real visceralistas que existe en México y, si me apura, en el mundo”. Acerca de Juan García Madero, voz medular en el relato de Bolaño, el académico responde: “¿Juan García Madero? No, ése no me suena. Seguro que nunca perteneció al grupo. Hombre, si lo digo yo que soy la máxima autoridad en la materia, por algo será”.
“Por la tarde, mientras ordenaba mis libros en el cuarto, he pensado en Alfonso Reyes. Reyes podría ser mi casita. Leyéndolo sólo a él o a quienes él quería uno podría ser inmensamente feliz. Pero eso sería demasiado fácil”.
“Pero todo eso ahora no existe: es más una certeza verbal que vital”.
Los detectives salvajes se trata de los real visceralistas y de mucho más: “de la vida, de lo que perdemos sin darnos cuenta y de lo que podemos recobrar”, como se dice en un diálogo. Se trata de la decisión de dar esos pasos que, a veces, revolucionan nuestra existencia.
“…el abismo que si miraba por encima de mi hombro se abría detrás de mí, un abismo que por otra parte no me atemorizaba, un abismo carente de monstruos aunque no de oscuridad, de silencio y de vacío, tres extremos que me hacían daño, un daño menor, es cierto, ¡un cosquilleo en la boca del estómago!, pero que por momentos se parecía al miedo”.
Otros angulos
Mario Vargas Llosa: Bolaño es un mito ya, por su obra, su muerte tan temprana, sus últimos años de agonía, escribiendo… Pero el mito ha servido en este caso para potenciar el reconocimiento de una obra donde había originalidad, calidad, vitalidad y dramatismo… Los detectives salvajes me pareció una gran novela: ambiciosa, maravillosamente bien iniciada, esas primeras cien páginas con la descripción de ese mundo mexicano, bohemio, semirufianesco, marginal. Luego la novela cambia bruscamente y se convierte en un juego un poco borgiano.
Juan Villoro: Bolaño creó el grupo de los escritores “infrarrealistas”, que muchos años después aparecerian en la novela Los detectives salvajes como los real visceralistas. Los infrarrealistas eran -digámoslo así- autores punk: muy rebeldes, muy radicales, iban a actos culturales a reventarlos (recuerdo una lectura de Octavio Paz en la que llegaron, quizás pasados de copas, empezaron a gritar y los tuvieron que sacar). Hacían ese tipo de happenings, de provocaciones… Los detectives salvajes son investigadores de la vida, investigadores de la experiencia, que están buscando vivir de manera artística y que no necesariamente van a escribir una obra, simplemente ellos son artistas de la vida […] Por eso conecta tan bien con los lectores jóvenes que están tratando de entender la vida como una obra de arte…
Enrique Vila-Matas: Los detectives salvajes sería una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio. Es, por otra parte, mi propia brecha; es una novela que me ha obligado a replantearme aspectos de mi propia narrativa. Y es también una novela que me ha infundido ánimos para continuar escribiendo, incluso para rescatar lo mejor que había en mí cuando empecé a escribir.
Roberto Bolaño: Yo, como poeta, no soy nada lírico; soy totalmente prosaico, cotidiano… Yo siempre he admirado las vidas de los poetas, esas vidas tan desmesuradas, tan arriesgadas…
De las libretas de Roberto Bolaño: Vive / o muere / pero no huevees… Escribiendo con mi hijo en las rodillas, escribiendo hasta que cae la noche con un estruendo de los mil demonios, los demonios que han de llevarme al infierno, pero escribiendo… Todos tenemos la librería que nos merecemos, salvo los que no tienen ninguna… Escribir, por otra parte, no es lo más importante. Lo más importante es leer… En la naturaleza de la poesía borgiana hay inteligencia, y también valentía y desesperanza, es decir, lo único que incita a la reflexión y que mantiene viva una poesía… Yo soy de los que creen que el ser humano está condenado de antemano a la derrota, a la derrota sin apelaciones, pero que hay que salir y dar la pelea. Y darla, además, de la mejor forma posible: de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán) e intentar caer como un valiente, y esa es nuestra victoria.
[Gerardo Moncada]Otra obra de Roberto Bolaño:
Estrella distante (1996).