Acerca del poeta latino Horacio (8 diciembre 65 a.C.-27 noviembre 8 a.C.) y su obra predilecta, escribe para Otro Ángulo el maestro en Letras Néstor Manríquez Lozano.
«He acabado un monumento más duradero que el bronce y más alto que el regio sitio de las pirámides, que no podrán destruir las lluvias persistentes, el frió Aquilón ni Ia marcha de los tiempos con la serie innumerable de los años. No moriré del todo. La mejor parte de mi ser se librará de Libitina, y mi gloria crecerá de día en día con las alabanzas de la posteridad, mientras el pontífice suba al Capitolio acompañado de la vestal silenciosa. Desde las márgenes que bate con estruendo el Áufido a los sedientos campos, donde Danao, venciendo su humilde fortuna, reinó sobre pueblos agrestes, se dirá que yo, de humilde origen, fui el primero que ajustó a la lira latina los cantos eolios. ¡Oh Melpómene!, llénate del orgullo que infunden tus méritos y ven a ceñir mi frente con el laurel de Apolo…» (Horacio, Odas, 3.30)
Las Odas han gozado, desgraciadamente, de un olvido mayor que las ya de por sí maltratadas presencias de la literatura grecolatina en la época contemporánea. El nombre de la obra o del autor, Quinto Horacio Flaco, probablemente provoque aún menor referencia en la mente del lector común que la calle que lleva su nombre en la colonia Polanco en la Ciudad de México. Sin embargo, las presencias literarias no solamente se enmarcan en la lectura de un texto sino en su pervivencia dentro del imaginario común.
La frase carpe diem aparece en estos tiempos en los más variables lugares, desde canciones pop, playeras, libros con frases motivacionales o en una conversación común. Sin embargo, pocas veces se le relaciona con el poema, el número 11 del libro primero de odas horacianas, de donde proviene. Horacio hizo un pequeño texto donde insta a los lectores a abandonar los intentos por adivinar qué nos depara el futuro y, en lugar de eso, únicamente aprovechar el momento con el que contamos:
Mientras hablamos, la envidiosa edad huyó: atrapa el día, no confíes tu credulidad al que viene. (Horacio, Odas, 1.1.7-8)
De cierta forma, la idea del “aquí y ahora” reflejada en esta frase que se popularizó nos deja ver mucho de la personalidad del poeta y de la historia personal que nos legó a través de una vida que podemos reconstruir poco a poco a través de toda su obra.
Horacio nació un 8 de diciembre del año 65 a.C. en Venusia (ahora Venosa), un pequeño pueblo campestre de Basilicata localizado entre la región de Apulia y Lucania, al sur de la península itálica, en lo que comúnmente se identifica como “el tacón”. El poeta nos habla en sus odas, epístolas, sátiras y epodos de muchos acontecimientos de su vida: describe las montañas en su lugar de nacimiento y cómo contrastaba su pueblo natal con el bullicio y vida metropolitana de Roma, un árbol que casi lo mata al caer sorpresivamente cuando era niño, su familia, la pérdida temprana de su madre y cómo fue su adolescencia pero, en especial, siempre insiste en los orígenes humildes de donde provenía.
El poeta romano no era un individuo de una familia acomodada; de hecho, su padre era un liberto, antiguo esclavo que logró pagar o adquirir su libertad, y crió a su hijo como una persona libre a la que procuró darle acceso a una educación y formación intelectual que él nunca pudo tener. Horacio estudió desde joven en Atenas, donde muchachos romanos de élite eran enviados para aprender sobre filosofía, retórica y lengua griega con muy destacados maestros de la época, por esta razón se relacionó con personas de un estrato social más alto que el suyo obteniendo, de los sacrificios hechos por su padre, una educación privilegiada.
Horacio simpatizaba con la visión política de Marco Junio Bruto, quien era hijo adoptivo del dictador Julio César y, paradójicamente, sería también el autor intelectual de su asesinato. Incluso en el año 42 a.C. luchó junto al ejército republicano de Bruto en la batalla de Filipos donde, tras perder, fue perdonada su vida recibiendo una amnistía de parte de Octaviano, otro hijo adoptivo de César y líder de la oposición, quien se convertiría en futuro emperador de Roma. A pesar de su clemencia con los derrotados de dicha batalla, Augusto decomisó todos sus bienes.
Horacio siempre es directo y abierto sobre los más mínimos detalles de su vida, cualidad que no siempre podemos reconocer en un poeta de la antigüedad, especialmente si comprendemos que las noticias que sus obras comunican no son del todo fiables. Sin embargo, Horacio parece mostrarnos dos personas, un Horacio terrenal en las anécdotas e historias de su juventud que nos revela en las Epístolas y Sátiras, y un Horacio poeta, personaje trabajado del que reconocemos su transición, en los Epodos pero especialmente en las Odas, por el camino de la poesía y la metamorfosis para transformarse en un vate del pueblo, un profeta y poeta que guía a la sociedad romana a través de los cambios tan marcados que el paso de la república a un imperio traerían consigo.
¿Adónde, Baco, me arrebatas pleno de tu espíritu divino? ¿A qué bosques, a qué grutas me transporta de repente el entusiasmo que me inspiras? ¿Qué antros me oirán ensalzar la gloria del invencible César, elevándolo hasta las estrellas, y el concilio de Júpiter? (Horacio, Odas, 3.25).
Un clásico puede reconocerse, como bien lo dice Italo Calvino en su pequeño ensayo ¿Por qué leer los clásicos?, porque cada acercamiento a él es un proceso de constante relectura y, al mismo tiempo, cada relectura nos permite obtener de él algo nuevo. Las palabras e ideas de Horacio se nos muestran únicas pero al mismo tiempo tan empáticas después de más de 2000 años de haberlas escrito porque entrañan una realidad humana que es trascendente y que va más allá de los acontecimientos cambiantes del período histórico que vivimos.
Es fácil distinguir conceptos que hacen eco en nuestra realidad cuando leemos su preocupación por la mortalidad humana y su petición a la divinidad por sobrevivir más allá del tiempo que su vida le dicte:
Pero si tú, (Musa), me incluyes entre los vates griegos, con una cabeza altiva tocaré las estrellas (Horacio, Odas, 1.1.35-36).
Horacio, nos presenta el poema que sirve como prólogo e introducción al resto de su obra conocida en latín como Carmina o cantos, intentando replicar con ese nombre la tradición oral poética griega que dictaba que la poesía no era un género escrito como lo conocemos ahora sino más bien una recitación con acompañamiento musical que dependía de la ocasión para ser considerado dentro de una clasificación u otra, con una clara intención de que su obra le sobreviva y se inserte dentro del catálogo de autores que él mismo ya considera inmortales. Es indudable que la necesidad de dejar una huella en el mundo que vaya más allá de la caducidad que nuestros años nos dictan es algo que fácilmente podemos empatizar y, al mismo tiempo, nos sorprende ver que sus intenciones de inmortalidad se lograron por el mero hecho de poder leerlo a tantos años de distancia.
Pero Horacio, como ya dijimos anteriormente, no solamente nos muestra sus grandes planes para los poemas que está escribiendo, también nos da detalles sobre sus dudas, relaciones personales, recuerdos de juventud o temores con los que convivía constantemente. Es conocido, o por lo menos aceptado de forma general, que Quinto Horacio Flaco tuvo una relación de amistad con uno de sus más famosos contemporáneos, el creador de la Eneida y posterior guía de Dante Alighieri por los oscuros rincones del inframundo en su Commedia, Publio Virgilio Marón. El famoso Virgilio aparece constantemente en la obra de Horacio aunque un ejemplo que es especial muestra del aprecio por él es el comienzo de una oda donde pide a la diosa Venus que cuide a su amigo que se está embarcando en un viaje peligroso hacia Grecia:
A ti te confío a Virgilio para que pueda volver con bien, te ruego que te asegures de devolverlo intacto de las costas de Ática, y que cuides a la otra mitad de mi alma. (Horacio, Odas, 1.1.3).
Es fácil relacionarse con el sentimiento de preocupación y ruego a la divinidad por el bienestar de una persona tan querida para Horacio como el poeta de la Eneida, aún cuando pudiera pensarse exagerado llamarlo animae dimidium meae (la otra mitad de mi alma), frase que, también, ha sido utilizada como emblema de enamorados para declarar la importancia que tienen en la vida del otro. Pero Horacio no parece tener problema en declarar una frase que tapujos de la modernidad impiden decir a un amigo cercano pero que de inmediato se puede entender. En una situación difícil o complicada donde una persona querida se ve en riesgo, o incluso ante una futura ausencia prolongada a causa de un viaje de negocios o en una mudanza, la identificación con la pérdida es explorada y expresada de forma ideal por la pluma del poeta romano. Su amistad aún hace eco en nuestras propias amistades y temores.
Esa preocupación descrita esconde una verdad central del pensamiento horaciano que se refleja con distintas máscaras: el deseo de eternidad, huir a adivinar el futuro o temer por la seguridad de un amigo. Todo apunta a la muerte como un elemento que recorre constantemente los pensamientos del poeta, es una sombra que va y viene en cada momento que vive y no puede alejarla, tiene que aprender a convivir con su inevitable llegada y, efectivamente, lo hace mencionándola y trayéndola a su obra, intentando convencernos, y convencerse, de la importancia de vivir el presente pero siempre con un miedo latente a la impredecible y también inevitable llegada del final de la vida para todos.
Una de las más destacadas alegorías del poeta se observa en la oda donde, después de hablar del final de invierno y describir el deshielo y el cambio de color de los prados de blanco a verde, de forma contraria a como lo hará también en la famosa oda 1.9 dedicada al monte Soracte donde describe un escenario invernal y describe como se alza el Soracte, brillante con alta nieve, repentinamente, después de la breve descripción inicial, golpea al lector con una sentencia que probablemente resonaba ya en la mente del poeta antes de haberla escrito:
La pálida muerte golpea con el mismo pie la choza de los pobres y los palacios de los ricos. Oh bienaventurado Sestio, la suma de la breve vida nos impide acumular una larga esperanza. (Horacio, Odas, 1.4.13-15).
Es explícita la preocupación por la llegada de una muerte personificada que, al mismo tiempo, nos da cierta tranquilidad al mostrarse justa y equitativa, nadie escapa de ella y su acto toma a todos por igual, ricos y pobres. Ese aparente comunismo mortuorio que Horacio muestra como emblema nos es comprensible al recordar los orígenes de un poeta que no toda la vida gozó de privilegios y que, ahora, gozando de los frutos de su cercanía a Mecenas, íntimo amigo del emperador Augusto y patrocinador tan generoso y destacado de poetas que su nombre se volverá antonomasia de dicho acto, a pesar de contar con recursos abundantes, sigue teniendo en mente que tanto los ricos que ahora lo rodean y de los que es parte como los pobres que conoció en sus orígenes, y de los que su propio padre formó parte durante casi toda su vida, tendrán en la eternidad eventualmente el mismo destino.
Las odas de Horacio recorren temas diversos: dedicatorias en honor al convite, un catálogo fastuoso de las denominaciones de origen de gran cantidad de vinos que nos dan cuenta del perfeccionamiento de la técnica vinícola de la época de la mano de un poeta que es al mismo tiempo enólogo empedernido y sibarita; también himnos a divinidades como el propio Baco, dios embriagante de la vid, pero también a Venus, como se ve en la petición de protección a su amigo Virgilio, o Mercurio, dios mensajero que aparece en distintos lugares de su obra como el encargado de llevar las almas al inframundo, leemos sobre sacrificios de animales en reuniones religiosas o constantes dedicatorias a personajes importantes. Todo esto desarrollado bajo la muestra de distintos géneros expuestos como una pasarela poética, al mismo tiempo que temática, dentro de sus libros.
Mecenas, descendiente de los reyes de Etruria, guardo para ti un vino delicioso en el ánfora no empezada, rosas bien olientes y esencias ricas que perfumen tus cabellos. No retrases tu venida ni estés contemplando siempre el húmedo Tíbur, los pendientes campos de Éfula y los montes del parricida Telégono. Huye del hastío de la opulencia, las torres de los alcázares vecinas a las nubes, y del humo, el estrépito y el fausto de la venturosa Roma. La variedad seduce mucho a los ricos; a veces una cena limpia y frugal, bajo el techo del pobre que no adornan la púrpura ni los tapices, consigue desarrugar el ceño de sus frentes. (Horacio, Odas, 3.29).
Incrustadas entre todos sus poemas, aparecen expresiones literarias de epigramas, género que en sus inicios en Grecia se desarrolló bajo trabajos de inscripciones grabadas principalmente en piedra que relataban el fallecimiento de una persona como epitafios, o podían estar dedicados a un atleta a manera de homenaje aunque también podían llegar a encontrarse en santuarios de divinidades para rendir culto.
Existe una oda que funciona justamente como un homenaje epigramático a un fallecido, un individuo de nombre Arquitas de quien dice que su cuerpo permanece sin una sepultura decente:
A ti, Arquitas, medidor de el mar, la tierra y la incontable arena, ahora te cubre un mínimo tributo de un puñado de tierra en las costas de Matina. (Horacio, Odas, 1.28.1-3).
El desarrollo del poema nos permite ver, además de la preocupación por la finitud que ya habíamos observado anteriormente, un intento del poeta por ser parte de la tradición epigramática. De nuevo él habla de la cualidad equitativa de la muerte un poco más adelante cuando dice:
Una noche común nos espera a todos, y el camino a la muerte sólo puede recorrerse una vez. (Horacio, Odas, 1.28.15-16).
¿Qué tan diferente es la preocupación mostrada por Horacio a lo que encontramos en versos como los de Octavio Paz? Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. Los poetas se conectan a través de la tradición pero también por su cualidad de observadores, por describir lo que todos sentimos pero pocos podemos expresar. Los grandes temas horacianos no solamente sirvieron, y todavía sirven, como inspiración para generaciones de poetas a lo largo de ya dos milenios, son también agudas observaciones sobre la propia naturaleza humana. Un ejercicio de psicoanálisis personal que permitió al poeta latino encontrar lo inherente al ser humano emanado de su propia experiencia de vida.
Y dentro de su tarea como poeta, el ya mencionado Mecenas y, también, el emperador Augusto jugaron un papel esencial para impulsar y patrocinar su trabajo. Por ello, aunque se debate que fueran trabajos por encargo o parte de lo que el propio Horacio pensaba que era una parte necesaria que complementaba la temática multicolor de su trabajo, existen narraciones en sus odas sobre momentos históricos clave del proceso de transformación de Roma en un imperio. Una de las más famosas es aquella que comúnmente se conoce como la Oda a Cleopatra, donde cuenta los eventos desarrollados en la batalla que Augusto se encargó de hacer ver como la más importante en el destino del imperio, el marítimo encuentro bélico de Accio en el 31 a.C. donde se enfrentó a los enormes barcos de Marco Antonio y el apoyo de Egipto de la mano de Cleopatra VII en una cruenta guerra civil donde el futuro emperador debió utilizar toda su astucia para derrotar a una enemiga que, literal y textualmente, era más grande que él.
Horacio describe el final de Cleopatra, omitiendo siquiera la mención a Marco Antonio, una clara muestra de denostación, e insta a la gente que lo acompaña en el poema a celebrar, introduciendo el simposio en una narración histórica:
Ahora es tiempo de beber, ahora es tiempo de golpear la tierra con el pie de los libres, ahora es momento de adornar los aposentos de los dioses, compañeros, para un banquete digno de los salios. (Horacio, Odas, 1.37.1-4).
El famoso Nunc es bibendum que introduce en latín el poema nos relaciona de inmediato con uno de los poetas que más inspiraron la obra de Horacio: Alceo de Mitilene, poeta contemporáneo de Safo de Lesbos, considerada aún en tiempos actuales una de las poetas más relevantes y leídas de la historia. Alceo dedicó variedad de los pocos poemas que sobreviven de su obra al convite simposíaco casi siempre de la mano de la crítica política. Horacio no sólo se inspira en él para este tema, también retoma de su pluma una de las metáforas más importantes que hasta la fecha se utilizan para describir el gobierno de un pueblo:
Oh nave, nuevas olas están por llevarte al mar. ¿Qué estás haciendo? Un esfuerzo final ahora y llega al puerto antes de que sea demasiado tarde. (Horacio, Odas,1.14.1-3).
Si vemos -como comúnmente se cree- la nave como una metáfora del gobierno, Horacio está instando a los lectores a confiar en el conductor del barco, Augusto, que está intentando llevar a Roma a buen puerto en medio de olas y tempestades cercanas que la rodean de forma cada vez más peligrosa. La metáfora tomada de Alceo es imitada y apropiada, puesta como un emblema del nuevo gobierno imperial romano y esto es una muestra más de la forma en la que el poeta de Venosa puede llevar la tradición que lo antecede hacia nuevas posibilidades.
Horacio terminó su vida como uno de los hombres más cercanos al emperador Augusto, razón por la cual muchas veces se ha creído que, después de haber escrito sus tres libros de odas como una obra conjunta, el cuarto libro aparecido tras varias décadas fue un encargo directo del emperador con el fin de rendirle culto directo a él y su familia. Sin embargo, Horacio nos muestra una visión diferente ante la muerte en esta obra, un hombre que llevó su vida por un camino que pasó de la herencia nula paterna salvo por una educación privilegiada, conociendo carencias y sabiendo cómo era la vida de un hombre sencillo en Roma hasta alguien que, estando en la posición más alta en la que podía encontrarse un ciudadano romano, con fincas y casas en los lugares más exclusivos del imperio, gozando de todo tipo de beneficios para poder escribir y dedicarse a disfrutar de manjares y vinos exquisitos como tanto lo expresa en su obra, nunca olvida su origen humilde y se encarga de remarcarlo en cada ocasión posible en su obra. Su vejez únicamente marca una resignación ante la llegada cada vez más certera de la muerte, asunto que jamás dejó de preocuparle y que nos sirve, en su reflexión, como un espejo de nuestra propia mortalidad:
Donde y cuando vayamos al mismo lugar que el padre Eneas, que el divino Tulo y Anco, somos polvo y sombra. (Horacio, Odas, 4.7.15.16).
Horacio menciona al iniciador mismo del linaje romano, el troyano Eneas, pero también a dos de los reyes que estuvieron en los inicios de la ciudad. Todos ellos, sin importar su relevancia o trascendencia, no pudieron tampoco escapar a la muerte.
La esperanza, aún así, no queda en nuestra finitud. La fascinación por la obra de un poeta como Horacio viene de la profecía cumplida de un vate poeta, la certeza de trascendencia que se confirma con cada palabra que leemos de él, la lectura que provoca un constante renacimiento y, pensando en Borges, una eternidad constante en la existencia a través de la presencia en sus poemas. Horacio es un clásico pero al mismo tiempo es un autor moderno, un hombre que nos abre posibilidades a través de la reflexión, que nos permite vivir una y otra vez lo que él experimentó y que muchas veces nos aqueja también a nosotros. Indudablemente la trascendencia de la frase carpe diem y su actualidad habla por sí misma.
[ Néstor Manríquez Lozano ]No temas que perezcan un día las canciones que yo, nacido en las riberas del Áufido estruendoso, compuse con arte enteramente nuevo para acompañarlas a los acordes de la lira.
Si Homero el Meonio ocupa el primer asiento, no dejan de brillar las Musas de Pindaro y Simónides de Cos, las estrofas amenazadoras de Alceo y las graves de Estesícoro.
La edad no ha conseguido borrar de la memoria los deliciosos juegos de Anacreonte, y aun respiran amor y arden en vivas llamas los cantos de la poetisa Safo. (Horacio, Odas, 4.9).
Néstor Manríquez es maestro en Letras Clásicas y académico en la UNAM.
Ediciones recomendadas:
Horacio, Odas. Canto Secular. Epodos, trad. José Luis Moralejo, Madrid, Gredos, 2007.
Horacio, Odas y Epodos, ed. bilingüe de Manuel Fernández Galiano y Vicente Cristóbal, Madrid, Cátedra, 2004.
Horacio, Epodos. Odas, trad. Vicente Cristóbal, Madrid, Alianza, 2018.
Otras obras acerca de Roma:
La Eneida, de Virgilio.
Metamorfosis, de Ovidio.
Arte de amar, de Ovidio.
De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio.
Elegías, de Sexto Propercio.
Catulo, el poeta transgresor que enlazó Grecia, Alejandría y Roma.
Epigramas de Marcial, el maestro de la brevedad punzante.
El Satiricón, de Cayo Petronio.
El asno de oro, de Apuleyo.
El Imperio Romano, de Isaac Asimov.