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La reliquia, de José Maria Eça de Queiroz

Eça de Queiroz fue autor de obras polémicas, punzantes y de extraordinaria vigencia. El escritor portugués nació el 25 de noviembre de 1845 y murió el 16 de agosto de 1900. 

La reliquia es una novela escrita con agudeza y corrosivo humor. El autor describe a una sociedad beata cuyos integrantes se esfuerzan por congraciarse con la iglesia, con tal afán que su conducta raya en lo fársico, en medio de sucesivas crisis económicas: “en este siglo tan sumido por las dudas de la inteligencia y tan angustiado por los tormentos del dinero”.

Escrita en 1887, describe las peripecias del cínico Teodorico Raposo quien simula un ardoroso fervor al emprender un viaje a Tierra Santa a nombre de su tía, profunda devota y poseedora de una sustancial fortuna. Con la pretensión de recibir toda clase de bendiciones, la anciana respalda con entusiasmo la empresa: “Estoy decidida a que alguien que me pertenezca, que sea de mi sangre, vaya peregrinando por mi intención”.

Bordeando la frontera entre el realismo y lo fantástico, la novela desafía al clericalismo y exhibe a los sectores más conservadores:

“Algunos se estremecieron; creían que todas las palabras tienen un poder sobrenatural y hacen reales las cosas pensadas”…

“Todos cristianos, todos intolerantes, todos feroces”.

Un siglo antes de que se pusieran de moda las conspiraciones ocultas en episodios históricos de la iglesia católica, De Queiroz plantea como una intriga bien orquestada uno de los dogmas básicos de la iglesia católica: la resurrección de Jesucristo. Y va más lejos, a través de un sueño delirante:

“Tú dices que yo te persigo. No. Cuanto te ocurre, es obra de tu vida. Yo no la construyo; asisto a ella y la juzgo plácidamente. Todo depende meramente de ti y de tu esfuerzo de hombre… No soy Jesús de Nazareth, ni ningún otro dios creado por los hombres… Soy anterior a los dioses transitorios… eternamente permanezco en torno de ellos y superior a ellos, concibiéndolos y deshaciéndolos… Me llamo conciencia”.

Para exponer a una sociedad sofocante elige un personaje sibarita que sucumbe ante las mujeres bellas y arrogantes, que poseen una negra mirada de terciopelo: “¡La tierra de oriente, sensual y religiosa! (…) Desde el primer momento amé aquella tierra de indolencia, de sueño y de luz”, dice Teodorico, cuyo objetivo vital consiste en “hundirse perdidamente en las beatitudes del pecado”.

Amante de la sensualidad, se deleita con cuanto le rodea:

“el aire era tan dulce y tan tibio, que solamente sentir su caricia henchía de paz el corazón”,

“el fugitivo cantar de las aguas”,

“un astro de refulgencia divina me miraba, palpitando ansiosamente, como si quisiese, cautivo en su mudez, decir un secreto a mi alma”,

“y entonces experimentaba un deseo angustioso de sumergirme en aquel mundo irrecuperable”,

“arenal ceniciento y desolado que se extiende como la lívida mortaja de una raza olvidada»,

“después, estos recuerdos agonizaban como una lámpara a la cual faltase el aceite”,

“una mañana avistaría la sierra fresca de Cintra, cortando el vago azul”…

Con gran frescura narrativa, el autor juega con sus personajes y los avatares que enfrentan. “Cuando sus ojos se cerraban, todo en rededor parecía oscurecer; y cuando se levantaba el negro cortinaje de sus pestañas espesas, de la rasgada pupila desprendíase una claridad intensísima, como la del sol al mediodía, en el desierto que abrasa y vagamente entristece”; “inmóvil, abstraídamente indiferente, con los ojos cerrados como para abismarse mejor en un sueño continuo y hermoso”; “lentamente comenzó a invadirme el alma una inquietud extraña, que ya me rozaba levemente como el ala asustada de un ave agorera”; “¡Desencuentro continuo de las almas congéneres en este mundo de eterno esfuerzo y de eterna imperfección!”

La reliquia es una novela armada mediante episodios, uno de ellos es un delirante viaje místico en el tiempo para presenciar el momento de la pasión de Cristo, del cual Teodorico saldrá con aturdimiento y desilusión, al igual que en sus demás experiencias vitales. Por ello cerrará con lúcida desfachatez, esbozando el tono que adoptará el siglo que se acerca:

“¡Y todo lo perdí! ¿Por qué? Porque hubo un momento en que me faltó aquel descarado heroísmo de afirmar que han creado, a través de la universal ilusión, las ciencias y las religiones”.

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José Maria Eça de Queiroz
Nació el 25 de noviembre de 1845. Hoy se le considera el mejor escritor portugués del siglo XIX, en la corriente del realismo. En 2002, De Queiroz recuperó vigencia gracias a la adaptación cinematográfica de su segunda novela, El crimen del padre Amaro, inspirada en el ambiente de la ciudad de Leiria. En esa ciudad, en 1871, participó en las llamadas Conferencias del Casino, con la ponencia “La nueva literatura. El realismo como nueva expresión del arte” (ajeno a la tradición romántica, consideraba que la modernidad correspondía al realismo).

De Queiroz alternó su profesión de abogado, el ejercicio diplomático y su labor periodística con la literatura.

Años después de publicar La reliquia, algunos estudiosos la consideraron influida por Las memorias de Judas (1867), de Ferdinando Petruccelli della Gattina, al grado que acusaron a De Queiroz de plagio. El escritor español José María del Valle-Inclán, traductor de De Queiroz, consideró sin sustento esta acusación, promovida por “los envidiosos del autor”.

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Otras voces:
Jorge Luis Borges escribió en el prólogo a El Mandarín:
“José María Eça de Queiroz murió casi ignorado por las otras tierras de Europa. La tardía crítica internacional lo consagra ahora como uno de los primeros prosistas y novelistas de su época… Cada oración que Eça de Queiroz publicó había sido limada y templada, cada escena de la vasta obra múltiple ha sido imaginada con probidad. El autor se define como realista, pero ese realismo no excluye lo quimérico, lo sardónico, lo amargo y lo piadoso… En el año final del siglo XIX murieron en París dos hombres de genio, Eça de Queiroz y Oscar Wilde. Que yo sepa, nunca se conocieron, pero se hubieran entendido admirablemente”.

Harold Bloom escribió en Genios: un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares (2004):
La reliquia es una obra maestra, con tanta frescura hoy como en 1887. Su protagonista (…) es un bribón: delirantemente hipócrita y cazador obsesivo de mujeres (…) es un invento cómico delicioso, no tanto por sus actos como por la testarudez que exhibe en sus propósitos, que nos obligan a admirarlo por su constante vitalidad. Es imposible resistirse a él (…) Eça de Queiroz debe ser conmemorado como un maestro capaz de lograr lo improbable en La reliquia: reunir a Voltaire con Robert Louis Stevenson en un romance genial que además es una sátira soberbia, un triunfo literario singular”.

José María Guelbenzu escribió en 2001 en Revista de Libros:
“Esta novela está considerada como una obra menor de Eça. Es muy justo si nos vemos obligados a compararla con una pieza del calibre de Los Maia e incluso con otras obras como El primo Basilio (…) La modernidad de la novela –que la tiene y mucho, pues resulta de lo más entretenida y divertida– se basa, sobre todo, en el uso de la sátira. Tanto el mundo de Lisboa como el de Alejandría son narrados con un sentido del humor y una evidencia de contraste verdaderamente admirables, además de ir siempre al grano y no consentirse ninguna gracejería facilona. Como se trata de una contraposición clásica (placer frente a represión) que está solventada con un humor verdaderamente inteligente, que va más allá del puro ingenio, la historia vale tanto en su época como ahora (…) En realidad, esta es una narración de lo grotesco. Un Eça satírico toma el lado grotesco de una situación de moral social, lo eleva a un ridículo sublime y lo devuelve al lector dejándolo cargado de sugerencias que lo mantendrán sumido en severas consideraciones tras haber reído y disfrutado de verdad”.

Ana Clavel escribió para la edición de La reliquia de 1996:
“En esta sátira novelada del magistral portugués podrá conocer el lector las confesiones de un hombre codicioso de la fortuna de una tía beata, así como sus aventuras y desventuras al decidirse por la máscara de la falsa devoción. Y a través de estas confesiones, la radiografía de la sociedad portuguesa del siglo XIX cuya credulidad y gazmoñería reflejan una profunda crisis de valores (…) La narración vigorosa, los párrafos que fluyen con naturalidad, diálogos que brincan llenos de vida, los fulgores de inteligencia, sabiduría y humor… Qué regios en su pequeñez y en su imperfección surgen Teodorico Raposo y su tía Patrocinio, lo mismo que la caterva de religiosos y magistrados que rodean su mesa y rondan su fortuna (…) Eça de Queiroz, siempre exigente con su propia obra, afirmaba que si algún valor podía existir en este libro se hallaba en el realismo fantástico de la farsa. Veamos qué opina el lector cuando esta obra divertida e incisiva provoque el milagro de su sonrisa”.

[ Gerardo Moncada ]

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2 comentarios

  1. Como siempre un excelente y bien documentado texto, sobre una de las mejores obras de este autor portugués.Un abrazo enorme Moncada.

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