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La muerte en Venecia, de Thomas Mann

Thomas Mann nació el 6 de junio de 1875 en Alemania y murió el 12 de agosto de 1955 en Suiza.

Un escritor alemán, severo, disciplinado, apegado a normas estrictas de trabajo y de conducta decide tomar un descanso, pero no consigue sentirse cómodo en ningún sitio. Así llega a Venecia, “la más inverosímil de las ciudades”, caracterizada por el letargo, el deleite sensual y la belleza. Ahí su vida dará un vuelco inimaginado.

La muerte en Venecia es una historia de altos contrastes: la juventud confrontada con la vejez, la racionalidad con el sentimiento, el trabajo con el ocio. En esta novela corta, el rigor como norma de vida enfrenta la fuerza seductora del placer y la belleza, en un choque de dos culturas y de dos formas de encarar la existencia.

La muerte en Venecia es un relato intimista que explora las contradicciones que atormentan al escritor Gustavo Aschenbach acerca de la vida, la creación artística y el goce.

Su vida se encuentra en un punto crítico. Si bien es reconocido como escritor, está agotado por el esfuerzo que deposita en su profesión:

“Acostumbrado desde muchacho al esfuerzo, y al esfuerzo intenso, no había disfrutado nunca del ocio ni conoció la descuidada indolencia de la juventud” […] “su lema favorito fue siempre resistir” […] “era el poeta de todos aquellos que trabajan hasta los límites del agotamiento, de los abrumados, de los que se sienten caídos aunque se mantienen erguidos todavía”.

Por ello, “necesitaba un cambio, una vida imprevista, días ociosos, aire lejano, sangre nueva”.

Pero no resultaba sencillo pues Aschenbach era un personaje sumamente rígido. Por ejemplo, era incapaz de dar marcha atrás a una decisión: “era demasiado tarde, y se veía forzado a seguir queriendo lo que la víspera había querido”. Por añadidura, “no gustaba del placer”. A la rigidez se sumaba el agravante de la soledad:

“Los sentimientos y observaciones del hombre solitario son al mismo tiempo más confusos y más intensos que los de las gentes sociables; sus pensamientos son más graves, más extraños y siempre tienen un matiz de tristeza”.

Como si no fuera suficiente, vivía una crisis existencial por la edad. “La lucha entre la apetencia espiritual y la incapacidad física le pareció de pronto grave e importantísima a aquel hombre que empezaba a envejecer”.

Constantemente deliberaba en torno al arte y la experiencia vital:

“El arte significa, para quien lo vive, una vida enaltecida; sus dichas son más hondas y desgastan más rápidamente; graba en el rostro de sus servidores las señales de aventuras imaginarias, y el artista, aunque viva exteriormente en un retiro claustral, se siente poseído de un refinamiento, un cansancio, y una curiosidad de los nervios, más intensos de los que puede engendrar una vida llena de pasiones y goces violentos”.

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Eso era lo que pensaba este complejo personaje hasta que, ya instalado en Venecia, quedó impactado por la juventud, belleza y fragilidad de Tadzio, un aristócrata polaco: “Casi estaba convencido de que su misión era velar por el muchacho, en lugar de ocuparse en sus propios asuntos. Y un sentimiento paternal, el sentimiento del que se sacrifica en espíritu al culto de lo bello, por aquello que posee belleza, llenaba y conmovía su corazón”.

De golpe, Aschenbach superó el agobio que le causaba el clima sofocante y el ambiente malsano, para pasar a un regocijante optimismo: “Un día y otro día, el dios de ardientes mejillas recorría con su cuadriga generadora del cálido estío los espacios del cielo, y su dorada cabellera flotaba en el viento huracanado que venía del este…”

Era tal su embeleso que decidió refrenar el impulso de alejarse de Venecia ante lo que intuía como un riesgo para su salud física. Se dedicó a observar al joven Tadzio, cuya vida “graciosamente frívola, ociosamente inquieta, era juego y reposo”. Y la contemplación lo llevaba a reflexionar acerca de la belleza.

“Los dioses, para hacernos perceptible lo espiritual, suelen servirse de la línea, el ritmo y el color de la juventud humana, de esa juventud nimbada por los mismos dioses para servir de recuerdo y evocación, con todo el brillo de su belleza, de modo que su visión nos abrasa de dolor y esperanza”.

Resonaban en su cabeza los diálogos entre el viejo Sócrates y el joven Fedón acerca del deseo y la virtud… “Le hablaba del espanto que experimenta el hombre sensible cuando sus ojos contemplan un reflejo de la belleza eterna […] del sagrado temor que acomete al alma noble cuando se le aparece un rostro semejante al de los dioses, es decir, un cuerpo perfecto. Le explicaba […] cómo se siente poseído de veneración ante aquel que ostenta el sello divino de la belleza”.

Una fuerza olvidada resurgía en el interior de Aschenbach: “Sentimientos de otra época, deliciosos ímpetus tempranos de su corazón, que habían muerto con la estrecha disciplina de su vida, volvían en aquel instante extrañamente transformados y él los reconocía con sonrisa confusa y asombrada”.

Pero su regocijo era invadido por el recelo.

“Así era Venecia, la bella insinuante y sospechosa; ciudad encantada de un lado, y trampa para los extranjeros de otro, en cuyo aire pestilente brilló un día, con pompa y molicie, el arte”.

Aschenbach ignorará las señales de riesgo para su salud ante una epidemia que avanza por la ciudad. Y es que “la pasión paraliza el sentido crítico”. Más aún, “el que está fuera de sí, nada aborrece tanto como volver a su propio ser”. De manera que, contrario a su propia naturaleza, se deja arrastrar por el extravío.

Mann comentó que en esta novela “quería escribir algo parecido a la tragedia del arte”.

Aunque se ha afirmado que La muerte en Venecia recoge la crítica de Nietzsche al ascetismo tradicional, negador de la vida, el planteamiento de Mann es pesimista al castigar a su personaje por renunciar a su vida ascética y dejarse llevar por sus pulsiones.

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De perfil
Thomas Mann nació el 6 de junio de 1875 en Alemania y murió el 12 de agosto de 1955 en Suiza. Su hermano mayor, Heinrich, que también llegaría a ser un reconocido novelista, fue quien influyó en las primeras lecturas de Thomas, enfocadas hacia la poesía y la filosofía. De hecho, en sus primeros escritos Thomas aspiraba a ser un poeta lírico-dramático.

Su desahogada situación económica le permitió abandonar los estudios convencionales y acudir como oyente a clases universitarias de economía, mitología, estética, historia y literatura. Entre 1895 y 1898, alternó viajes a Italia con la escritura y poco a poco se fue dando a conocer como narrador.

En 1901 publicó su primera gran obra, Los Buddenbrook, novela a la que dedicó tres años de trabajo.

En 1905 se casó con Katia Pringsheim, con la que tuvo seis hijos. Su fama y situación económica mejoraban. En 1911 viajó a Venecia, se alojó en el hotel Lido y admiró a un joven polaco, el barón Wladyslav Moes. De esa experiencia surgió La muerte en Venecia. Aunque esta novela fue publicada en 1912, esa década estuvo marcada por una crisis creativa (como su personaje Aschenbach). Abandonó varios proyectos, uno de ellos era una obra sobre Federico el Grande (que en La muerte en Venecia sí llegó a escribir su personaje, con notable éxito).

Mann fue un prolífico ensayista. Sus ideas políticas pasaron de un entusiasmo bélico durante la Primera Guerra Mundial, al apoyo a la República de Weimar y el rechazo radical al nazismo, un “disparate con esvástica”.

En 1924 publicó con gran éxito La montaña mágica, novela a la que había dedicado una década.

En 1929 recibió el Premio Nobel de Literatura.

Apoyó la despenalización de la homosexualidad, sin ventilar sus preferencias personales.

En pleno ascenso del fascismo, realizó discursos públicos antinazis.

Su errancia por Europa inició con el arribo de Hitler al poder, hasta que en 1938 se instaló en Estados Unidos como profesor de la Universidad de Princeton. Aun desde ahí se mantuvo activo en contra del nazismo y denunció el exterminio judío.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, la persecución macartista en Estados Unidos lo colocó bajo vigilancia por sus escritos, considerados «izquierdistas». El 1952 cambió su residencia a Suiza donde tres años después murió a causa de una trombosis.

En sus diarios, difundidos en 1975, reconocía una lucha interna por sus preferencias homosexuales, las cuales fueron deslizadas con sutileza en varias de sus obras, como La muerte en Venecia.

[Gerardo Moncada]

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