Gabriel García Márquez, el “Gabo” (6 marzo 1927 – 17 abril 2014), creó un mundo mágico con cálidos aires de trópico. Esta cualidad se aprecia en su trabajo periodístico, el otro oficio de sus amores.
Cuando dio el campanazo literario en 1967 con la publicación de su cuarta novela, Cien años de soledad, Gabriel García Márquez llevaba casi dos décadas dedicado a un ejercicio periodístico en el que traslucían sus virtudes narrativas, su gran capacidad para atrapar la atención del lector y maravillarlo al mostrarle lo surreal que habita en las noticias y en lo cotidiano.
En junio de 1979, la editorial La Oveja Negra publicó la recopilación de 12 crónicas bajo el título Cuando era feliz e indocumentado. Al mes siguiente lanzó Relato de un náufrago. En año y medio, este último iba en su tercera edición, con 82 mil ejemplares impresos. Cuando era feliz… no se quedó atrás: para 1982 ya tenía seis ediciones con un volumen total de 116 mil ejemplares.
En estos relatos cortos, Gabo hace gala del uso de la tensión dramática, con una prosa impecable, libre, juguetona. Escritos con aparente desparpajo, van espolvoreados con expresiones directas que hoy podrían ser consideradas “políticamente incorrectas”.
El excelso narrador estaba presente y dejaba entrever las historias de imaginación que le germinaban por dentro. Jugaba con el relato de la noticia y lo tejía con lo que no sucedió, lo que se temía (o anhelaba) que ocurriera y no llegó a pasar. Caminaba por los linderos del periodismo [su herramienta para «no perder contacto con la realidad»] y aventuraba pasos en los terrenos de la literatura para dar calidez y color a la información.
Con toda justicia, estos libros son referencia obligada en la carrera de periodismo. En las crónicas que reúne Cuando era feliz… Gabo da cátedra de cómo abordar con maestría las historias y, además de sacarle jugo hasta a las piedras, transformar el amasijo de información en relatos cautivadores. En “Kelly sale de la penumbra” convierte la nota policiaca y la entrevista en un guión cinematográfico; “Sólo 12 horas para salvarlo” transforma una probable crónica de hechos en un tenso drama agudizado por la concurrencia de circunstancias inesperadas; “Caracas sin agua” es un espléndido retrato de una ciudad y una sociedad a partir de un episodio crítico; “El año más famoso del mundo” usa como materia prima la aridez del registro hemerográfico para contar un amenísimo relato.
García Márquez hace una minuciosa construcción del personaje que guiará cada historia y muestra cómo, aplicando pinceladas de información aparentemente ajena al tema, el relato adquiere profundidad y volumen.
La voz de los otros
Muchas veces, García Márquez explicó el origen regional y familiar de varias de sus historias y de sus personajes. Sin duda el ejercicio periodístico afinó esta práctica de ser la voz de los otros (por supuesto, una voz espléndida que volvía exquisito el relato escuchado).
Ese es el caso del Relato de un náufrago, un ejemplo acabado de cómo novelar un hecho real o cómo conferir a una noticia alcances literarios. Esto, además de haber trasmutado una “noticia quemada” en un escándalo nacional con repercusiones políticas, porque aquella historia repetida hasta el cansancio no había sido bien contada.
Con motivo de la primera edición de Relato de un náufrago, en 1970, García Márquez escribió:
“Me parece bastante digno para ser publicado, pero no acabo de entender la utilidad de su publicación. Si ahora se imprime en forma de libro es porque dije sí sin pensarlo muy bien, y no soy un hombre con dos palabras. Me deprime la idea de que a los editores no les interese tanto el mérito del texto como el nombre con que está firmado, que muy a mi pesar es el mismo de un escritor de moda. Por fortuna, hay libros que no son de quien los escribe sino de quien los sufre, y este es uno de ellos. Los derechos de autor, en consecuencia, serán para quien los merece: el compatriota anónimo [el héroe que tuvo el valor de dinamitar su propia estatua] que debió padecer diez días sin comer ni beber en una balsa para que este libro fuera posible”.
En 1948, a los 21 años, Gabo tenía pocas certezas. Una de ellas era que no deseaba seguir estudiando Derecho. La otra era su afición por las letras, que venía de tiempo atrás y que ejercitó con el periodismo mientras iba madurando La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora. Practicó ambos oficios en diversas latitudes, a donde lo iba llevando el exilio. Así lo hizo hasta que en 1967 logró publicar Cien años de soledad, novela que cambió el escenario de la literatura y, por supuesto, su vida personal. Nunca más volvió a andar a la deriva ni a pasar desapercibido.
[ Gerardo Moncada ]