Escritor a quien se concedió el Nobel de Literatura en 2003 por la brillantez con que analizaba la sociedad sudafricana.
”Yo era la mentira que un Imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos; el coronel, frío y severo, era la verdad que un Imperio cuenta cuando corren los malos vientos. Dos caras de la dominación imperial…”
Esperando a los bárbaros es una joya literaria, una lúcida crítica de la barbarie ejercida por un imperio “civilizador”. A través de esta novela, Coetzee ilustra el ejercicio del poder despótico; ejemplifica la conducta prepotente y soberbia del occidental en “tierra de salvajes”.
Supongo que, al igual que un verdugo itinerante, se ha acostumbrado a que le rehúyan. ¿O acaso sólo en las provincias se considera sucio el trabajo de verdugos y torturadores?…
En los límites del imperio la vida suele transcurrir sin mayores sobresaltos, hasta que una ráfaga de rumores aviva las llamaradas de la incertidumbre.
Sin falta, una vez en cada generación los bárbaros provocaban un episodio de histeria…
Esperando a los bárbaros nos revela el dilema de un funcionario que no comulga con los procedimientos brutales de la fuerza imperial para afianzar su dominio en sus fronteras; al no poder impedirlos termina por rebelarse ante tales prácticas, a pesar de que ocupa un cargo de poder en esa fuerza invasora. (Se podría decir que es el propio Coetzee viendo desde su posición privilegiada cómo actuaba con bestialidad y al margen de las leyes internacionales el Apartheid en Sudáfrica).
En lo que a mí respecta, mantenido por el trabajo de otros, carente de vicios civilizados con que llenar mi tiempo libre, alimento mi melancolía y trato de encontrar en el vacío del desierto un sentido histórico especial. ¡Vano, inútil, equivocado! ¡Menos mal que nadie me ve!…
Pese a ser uno de los favorecidos del imperio, este personaje se asombra y desprecia los modos con que se pretende mantener el sistema de privilegios. Esa inconformidad será suficiente para que sea considerado un traidor.
Esta es una historia que se ha repetido desde el origen de los imperios y que hoy podría ubicarse en el Medio Oriente.
¿Suceden cosas horribles mientras nosotros dormimos por la noche? El chacal arranca las entrañas de la liebre, pero el mundo sigue su curso…
En las zonas limítrofes, los imperios erigen robustas obras como manifestación de su poder, y también como expresión del miedo a los otros. En cualquier caso, serán sepultadas por el tiempo.
Puede que en épocas pasadas criminales, esclavos, soldados recorrieran los veinte kilómetros largos hasta el río, y cortaran álamos, los aserraran y los cepillaran y transportaran los maderos a este desierto de carros, y construyeran casas, y también un fuerte… para que sus amos, prefectos, magistrados y capitanes pudieran subir a las azoteas y a las torres por la mañana y por la noche para otear el mundo de un horizonte a otro en busca de indicios de los bárbaros…
EXCESOS IMPERIALES
Esperando a los bárbaros es una novela intensa, ágil, con un estilo narrativo puntual, duro. Con sobrada razón se le ha considerado una parábola de la Sudáfrica racista.
En ella, el magistrado de ese poblado fronterizo decide no ser cómplice de la desmedida e injustificada violencia contra los presuntos enemigos, de la prepotencia del dominador, del desprecio hacia los “inferiores”, de la cotidiana crueldad, de la injusticia como norma.
Después de todo, ¿qué defiendo aparte de un código anticuado de comportamiento caballeroso con los prisioneros enemigos, y a qué me opongo si exceptuamos la nueva ciencia de la degradación que mata a los hombres de rodillas, desconcertados y deshonrados a sus propios ojos?…
Este funcionario es un observador crítico de los colonizadores, le desagrada que sean soberbios e indiferentes, que tras años de ocupación sigan ignorando las costumbres de los habitantes locales, que apenas reconozcan algunas de sus conductas generales por su componente comercial, como los productos que intercambian y las migraciones que realizan.
Siempre me ha dado lástima ver cómo esa gente cae víctima de la astucia de los tenderos, intercambia sus bienes por baratijas y se emborracha hasta perder el sentido, confirmando así la letanía de prejuicios del colonizador: los bárbaros son vagos, inmorales, sucios, estúpidos. Decidí que cuando la civilización supusiera la corrupción de las virtudes bárbaras y la creación de un pueblo dependiente, estaría en contra de la civilización; y en esta resolución he basado mi conducta en la administración. (¡Y esto lo digo yo, que ahora meto a una muchacha bárbara en mi cama!)…
A mayor saña de los “civilizadores”, el magistrado desarrolla mayor empatía con los bárbaros, a manera de compensación ética. Él es parte del imperio, pero no tolera los excesos, la desmesura en el uso del poder.
Contesto: “Los que llamamos bárbaros son nómadas, emigran de las tierras altas a las bajas todos los años, esta es su forma de vida. Nunca permitirán que se les recluya en las montañas”… Debería ser cauteloso, pero no lo soy. Debería eludir sus preguntas, pero me veo tragando el anzuelo. (¿Cuándo aprenderé a no decir lo que pienso?) Y digo: “Quieren que se acabe con la expansión de poblados en su territorio. Quieren que finalmente se les devuelvan sus tierras. Quieren tener la libertad de ir de un pasto a otro como hacían antes»… ¿Cómo se puede erradicar el desprecio, especialmente cuando este desprecio se basa únicamente en diferencias de modales en la mesa o en variaciones en la forma del párpado? «¿Quiere que le diga lo que desearía? Desearía que estos bárbaros se alzaran en armas y nos dieran una lección para que aprendiéramos a respetarles”…
Parece tener usted una nueva ambición –dice el coronel-. Parece querer darse a conocer como el Único Hombre Justo, el hombre que está dispuesto a sacrificar su libertad por sus principios. Pero créame, para los habitantes de este pueblo no es más que un payaso, un loco…
PODER Y DESEO
El magistrado, en pleno ejercicio de su condición privilegiada, recoge a una bárbara abandonada por los suyos luego de ser brutalmente torturada por militares del imperio. Entre la pareja se desarrolla una relación ambigua, inexplicable. Ella la acepta con la resignación del vasallo; él asume el deber de pagar por los abusos ajenos, pero descubre un goce no previsto ni imaginado.
Empiezo a lavarla. Levanta los pies de uno en uno. Le fricciono y le doy un masaje en los dedos inertes con un jabón suave y cremoso. Pronto cierro los ojos y empiezo a dar cabezadas. Es parecido a un éxtasis…
Se obsesiona con ese ritual que repite cada noche.
Se me cierran los ojos. Mantenerlos cerrados, saborear este vértigo maravilloso se convierte en un intenso placer…
En el mismísimo acto de acariciarla el sueño me vence como si un hacha me golpeara, me sumo en la nada tumbado sobre su cuerpo, y me despierto una o dos horas después mareado, confuso, sediento. Estas rachas de descanso sin sueño son como la muerte, o como un hechizo, vacías, fuera del tiempo…
La afición del magistrado por la arqueología de la región deviene en la exploración de los rastros de la tortura a la que fue sometida la mujer.
Cada vez veo con mayor claridad que hasta que no haya descifrado y comprendido las marcas del cuerpo de esta muchacha no podré dejarla marchar…
¿Qué te hicieron?, murmuro. ¿Por qué no me lo quieres contar?… No hay nada peor que lo que imaginamos…
La exploración de ese cuerpo deriva en un misterioso deseo que trasciende la sexualidad.
No la he penetrado. Desde el primer momento mi deseo no ha seguido esa dirección, ese objetivo… [Esa posibilidad] me hace pensar en ácido en la leche, ceniza en la miel, tiza en el pan. Cuando miro su cuerpo desnudo y el mío, me parece imposible creer que hace tiempo la forma humana fuera para mí como una flor que sale a la luz tras germinar en las entrañas. Tanto su cuerpo como el mío son difusos, gaseosos, dispersos, lo mismo giran en un torbellino que se cuajan, se espesan en otro lugar; pero a menudo son también planos, vacíos. Sé qué hacer con ella tanto como una nube en el cielo sabe qué hacer con otra…
A partir de esta relación, el magistrado adopta decisiones que los demás no comprenden pero él impone por su simple posición de autoridad. Como si se tratara de un deber ético, emprende una travesía por el desierto hacia su propia ruina.
Y aquí estoy yo, arreglando las relaciones entre los hombres del futuro y los hombres del pasado, devolviéndoles, con disculpas, un cuerpo del que hemos chupado la sangre. ¡Un mensajero, un chacal de un Imperio disfrazado de cordero!…
EL PARAÍSO PERDIDO
Para el imperio, su esplendor y poderío se manifiesta en la metrópoli; por el contrario, la frontera es una zona frágil, provisional, sin atractivo, excepto para quienes viven en esa región, y sobre todo para quienes la han habitado desde tiempos ancestrales.
Esta apartada frontera, este pequeño remanso con sus polvorientos veranos y sus carretas de albaricoques y sus largas siestas y su indolente guarnición y las aves acuáticas que descienden hasta la superficie deslumbrante e inmóvil del lago para desde ella reemprender el vuelo año tras año…
La nieve cubre la tierra de blanco de un horizonte a otro. Cae de un cielo en el que la fuente de luz es difusa pero está presente en todos lados, como si el sol se hubiera descompuesto en neblina, o convertido en aura…
El magistrado entiende la vida de los “bárbaros”, se adapta a ella, la valora; conforme se olvida de la metrópoli, profundiza su conocimiento de la frontera y aprende a disfrutar de esa región “abandonada”, se aferra a ella e incluso intenta protegerla del desenfreno de los militares imperiales.
Vivíamos en el tiempo de las estaciones, de las cosechas, de las migraciones de aves acuáticas. Vivíamos sin nada entre nosotros y las estrellas… Este era el paraíso en la tierra…
PSICOSIS COLECTIVA
Los rumores alimentan la incertidumbre, y ésta fomenta el miedo. La colectividad comienza a ver aquello que teme, aunque no exista. Y termina volcándose en contra de aquellos que potencialmente encarnan ese miedo.
Inclinándose sucesivamente sobre cada prisionero, el coronel le restriega un puñado de arena en la espalda desnuda y escribe una palabra con un trozo de carbón: ENEMIGO… ENEMIGO… ENEMIGO… Luego empieza la paliza… En cada rostro que me rodea, incluso en aquellos que sonríen, veo la misma expresión: no es odio, ni sed de sangre, sino una curiosidad tan intensa que consume sus cuerpos y solo deja vivir a sus ojos, órganos de un nuevo y voraz apetito…
Pero todo, la vida misma, es un engaño. No hay salvación.
Cada cual tendrá el fin que se merece… Sucumbiremos sin haber aprendido nada. En todos nosotros, en lo más recóndito, parece haber algo granítico e incorregible. Nadie cree realmente, pese a la histeria de las calles, que estén a punto de destruir el mundo de tranquilas certezas en que hemos nacido. Nadie puede aceptar que los hombres con arcos y flechas y viejos mosquetes oxidados que viven en tiendas y nunca se lavan y no saben leer ni escribir hayan aniquilado a un ejército imperial. Pero ¿quién soy yo para burlarme de las ilusiones que nos ayudan a vivir?…
OTROS ÁNGULOS
John Maxwell Coetzee nació el 9 de febrero de 1940, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Se graduó en Matemáticas y trabajó como programador informático, pero su interés siempre se enfocó en la literatura. De hecho, en 1969 se doctoró en la Universidad de Texas con una tesis en Lingüística Computacional en la que analizaba la obra de Samuel Beckett. De ahí se perfiló a la cátedra de lengua y literatura inglesas en Nueva York, más tarde en Sudáfrica (1984-2002) y finalmente en Australia, donde radica desde 2002 aunque gran parte de sus novelas se ubican en su país natal.
Publicada en 1980, Esperando a los bárbaros le dio fama internacional.
De Coetzee, José Saramago declaró: “Es un gran escritor. Lo tengo en gran estima tanto en lo personal como en el plano literario. La edad de hierro y Desgracia son dos libros duros, como la realidad de Sudáfrica, que es también muy dura y terrible”.
Juan Villoro escribió: “Dentro de los severos alegatos contra la dominación colonial y el racismo, Esperando a los bárbaros es una alegoría sobre la ocupación y el temor a los otros… Pero mientras los lectores del mundo veían en Coetzee a un escritor que siempre aludía a la condición de Sudáfrica, la censura sudafricana consideró que se trataba de un escritor levemente desarraigado creador de brillantes novelas que abordaban problemas de elevada universalidad”. Villoro refiere que esta circunstancia llevó a las autoridades a tolerar en esta novela la relación del magistrado imperial con la mujer bárbara, pese a que era un abierto desafío a la ley dictada en 1950 en Sudáfrica que tipificaba como delito la copulación entre personas de distintas razas.
Para Carlos Fuentes, “Esperando a los bárbaros es una de las grandes novelas políticas de nuestro tiempo”. Graham Greene la calificó como «un libro extraordinario y original».
Javier Marías se refirió a Coetzee como “un autor cuyos libros, duros y de gran calidad, dejan huella”. Y añadió: “como lector suyo, sólo puedo decir que cada frase de las novelas de Coetzee tiene la extrañísima virtud de impelir fuertemente a pasar a la próxima, y también, a la vez, de hacer que uno desee demorarse en ella y lamente siempre abandonarla o dejarla atrás. No sé de ningún efecto mejor ni más noble al que pueda aspirar un escritor”.
[ Gerardo Moncada ]Otra obra de J.M. Coetzee:
Desgracia.