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Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago

El escritor portugués José Saramago nació el 16 de noviembre de 1922 y murió el 18 de junio de 2010. En 1998 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

Ensayo sobre la ceguera es un relato estrujante, de principio a fin. Es una historia fuerte, dura, incluso cruel, que explora a fondo la naturaleza humana y la amplia gama de comportamientos extremos que surgen ante condiciones desesperadas, sorpresivas, insólitas.

“…Encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico (…) El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon (…) El hombre que está dentro (…) repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego…”

Así inicia la novela, con la irrupción de una epidemia que anula la visión y libera los demonios.

Henry James podría decir que aquí se confirma su tesis: el desarrollo de una historia es el desdoblamiento de la tensión inicial -tan simple, tan complejo-.

Ensayo sobre la ceguera logra mantener la fuerza narrativa y el interés del lector desde las primeras páginas hasta la última.

Además, Saramago corre un riesgo de estilo al prescindir de la mayoría de los signos de puntuación (incluso en los diálogos); sólo utiliza comas y algunos puntos. Tampoco da nombre a sus personajes que, no obstante, adquieren una intensa y precisa personalidad. Con frecuencia, el autor recurre al refranero popular sólo para dejar en claro que ese acopio de sabiduría popular ha devenido en un compendio retórico cada vez más ajeno a la vida cotidiana.

Es inevitable que el lector finalice el libro como los personajes, es decir, exhausto, apesadumbrado, incluso sin esperanza respecto al porvenir del género humano, sobre todo por su gran capacidad para olvidar.

Algunos pasajes:

“Con la marcha de los tiempos, más las actividades derivadas de la convivencia y los intercambios genéticos, acabamos metiendo la conciencia en el color de la sangre y en la sal de las lágrimas, y, como si tanto fuera aún poco, hicimos de los ojos una especie de espejos vueltos hacia dentro, con el resultado, muchas veces, de que acaban mostrando sin reserva lo que estábamos tratando de negar con la boca”.

“…las circunvoluciones del espíritu humano, donde no existen caminos cortos y rectos (…) De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia, mitad ruindad”.

“…se sintió como si estuviera detrás de un microscopio observando el comportamiento de unos seres que ni siquiera podrían sospechar su presencia, y esto le pareció súbitamente indigno, obsceno, No tengo derecho a mirar si los otros no me pueden mirar a mí, pensó”.

“…la descripción de cualquier hecho gana con el rigor y la propiedad de los términos usados”.

“Otros, cansados de buscar sin resultado una salida honrosa a los vejámenes sufridos, fueron también quedándose dormidos, soñando con días mejores que los presentes, más libres si no más hartos”.

“…les sorprendió aquel silencio, un silencio que parecía estar ocupando el espacio de una ausencia, como si la humanidad, toda ella, hubiera desaparecido”.

“…a fin de cuentas lo que está claro es que todas las vidas acaban antes de tiempo”.

“…hay que tener paciencia, dar tiempo al tiempo, debíamos haber aprendido ya, y de una vez para siempre, que el destino tiene que dar muchos rodeos para llegar a cualquier parte”.

“No encontró respuesta, las respuestas no llegan siempre cuando uno las necesita, muchas veces ocurre que quedarse esperando es la única respuesta posible”.

“Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”.

“…pero cuando aprieta la barriga, cuando el cuerpo se nos desmanda de dolor y de angustias es cuando se ve el animal que somos”.

En esta novela sorprende el distanciamiento entre el autor y el narrador, pues mientras Saramago es conocido en el mundo por ejercer una abierta militancia de izquierda, como escritor asume un absoluto respeto por su narrador que sigue atento el comportamiento de los personajes, sin juzgarlos, aun cuando cometan los actos más atroces e imperdonables.

Saramago ha explicado que Ensayo sobre la ceguera es una metáfora: «Creo que hay mucha ceguera en el mundo y este mal se extiende. Claro que no es una ceguera física, o al menos no solamente. Pienso que no estamos usando la razón de forma racional. Usamos la razón para, por ejemplo, llegar a la Luna, pero somos incapaces de usarla para llegar a la gente, que es el universo más cercano que tenemos» (El País, 10 agosto 1996).

Saramago_Ensayo-sobre-la-ceguera

Otras voces:
Mario Benedetti escribió:
Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres indagan, no en las apariencias sino en las esencias del ser humano. Estas obras fuera de serie son dos grandes metáforas, dos insólitas ficciones, pero una vez instalado en ellas, el autor las maneja con la misma naturalidad que si fueran relatos costumbristas. El lector encuentra que lo estrafalario se le vuelve cotidiano, que lo paradójico se le torna corriente, y eso es lo más perturbador, porque, entre otras cosas, ese lector se vuelve ciego con todos los ciegos” (El País, 15 octubre 1998).

Manuel Vázquez Montalbán escribió:
“Escritor difícil, reñido con lo literariamente correcto (…) El imaginario Saramago reproduce a un escritor tardío, como Buffalino o Camileri, periodista y comunista, nacido a la sombra de la estética de Pessoa, constructor de utopías irónicas imposibles, ejemplo de escritor comprometido con la literatura y con la ideología, pero poseedor de esa verdad literaria que no depende de la ideológica. Ensayo sobre la ceguera introduce en el Saramago actual, en busca de un discurso en el que Vida, Historia y Muerte se hacen parsimonia expositiva, como si el escritor se autoconcediera un tiempo sin límites de exposición literaria, en contradicción con los límites biológicos e históricos. Puede decirse incluso que Saramago parece alejarse de la esperanza laica, de la Historia, del optimismo histórico pero forcejeando, tratando de no rendirse ante la tendencia al pesimismo biológico” (El País, 9 octubre 1998).

Manuel Rivas escribió:
“Algunas de sus novelas, que arrancan de alegorías, parecían empeños imposibles. Pero al final siempre consigue que hable la boca de la literatura, de la humanidad (El País, 19 junio 2010).

“[Cuando publicó Ensayo sobre la ceguera] se atuvo al estilo más conciso, poético, sí, pero menos barroco del Saramago que volvió a abanear la narrativa contemporánea, no sólo la portuguesa (El País, 23 noviembre 2008).

Tras la publicación de Ensayo sobre la ceguera, Pedro Sorela entrevistó en 1996 al autor:
“Estaba José Saramago cenando en un restaurante cuando la idea le vino de pronto y sin venir a cuento de una forma tan definitiva que no puede por menos que llamarla ‘fulguración’ y no sabe si fue primero el título o la historia. Ensayo sobre la ceguera es una alegoría sobre un mundo que se va cegando. Y es sin duda la más fuerte, la más terrible de sus obras. ‘La alegoría llega cuando describir la realidad ya no sirve’, dice Saramago, que en todo momento hace profesión de fe racionalista. Ensayo sobre la ceguera no es un ensayo sino una novela construida sobre una gran metáfora: la de un mundo alcanzado por una ceguera que llega de pronto, sin aviso, y no produce oscuridad sino una suerte de permanente deslumbramiento blanco. Tiempo y lugar son indefinidos, aunque reconocibles, y los personajes no tienen más nombre que el de su oficio o su relación con los demás, la esposa del médico por ejemplo, pero podrían ser cualquiera de nosotros.”

“Saramago acepta que su metáfora tiene intención. Es una alegoría al modo de Swift, Voltaire, Defoe u otros escritores del XVII. «Si no hubiera intención, Ensayo sobre la ceguera sería simplemente una novela catastrofista». Y en otro momento dice: «Si yo escribiera una novela negra, sería una novela negra más, con todas las dificultades del género que se quiera». «Lo que yo quería decir es que somos seres de razón, y si no nos comportamos de una forma racional, nuestra sociedad entra en el colapso» (El País, 22 mayo 1996).

Carlos Fuentes explicó:
“José Saramago vino a recordarnos que hay una gran literatura portuguesa. Nos recordó que había el extraordinario antecedente de Fernando Pessoa y antes la extraordinaria contribución de Eça de Queirós. Pero José Saramago escapó, sin renegar de ella, a su condición puramente nacional para unirse a la gran constelación mundial de narradores (Gabriel García Márquez, Nadine Gordimer, Günter Grass, Juan Goytisolo…) que constituyen hoy la narrativa de la globalidad” (El País, 19 junio 2010).

Laura Restrepo escribió:
“Quizá el principal atributo de la novela -de la gran novela- radica en que da indicios y revela claves sobre quiénes somos nosotros, los seres humanos, qué significado tiene lo que hacemos, para qué hemos venido a esta tierra. No es fácil saberlo, y con frecuencia lo olvidamos meses, ojalá no a lo largo de la vida entera, al distraernos con extrañas representaciones de nosotros mismos que de humanidad no tienen sino la apariencia. Entonces, en medio del desconcierto, puede caernos en las manos una novela que nos vuelve a colocar tras la huella, como al sabueso al que le dan a oler una prenda de aquel que debe rastrear. A esto huele el ser humano, nos indica la escritura de Saramago, por aquí anda, síguelo, por este atajo tomó, este es el olor que despide, este es el color de su aura, esta la ferocidad de su contienda y el tamaño de su dolor (…) me pregunto por qué las novelas de Saramago llegan tan hondo y estremecen de tal manera, de dónde tanta intensidad, tan dolorosa belleza, y la mejor respuesta que encuentro sigue siendo la misma: porque la verdad de su prosa y la resonancia de su poesía propician el regreso a casa, a la casa del hombre, de la mujer, a ese lugar donde por fin somos quienes somos, donde logramos acercarnos los unos a los otros y descubrimos el rincón que nos corresponde en la historia colectiva (El País, 19 junio 2010).

 Guillermo Sheridan escribió:
Ensayo sobre la ceguera me pareció un libro excesivamente atareado en hacer de mí una mejor persona. Lo bueno fue que me obligó a recordar The Day of the Triffids (1951) de John Wyndham, una novela que leí de muchacho y que también se trataba de que todos los habitantes de una ciudad (Londres) se quedaban ciegos de un día para otro” (Letras libres, enero 2010).

Yoani Sánchez escribió:
“Una metáfora directa sobre la enajenación y las actitudes despiadadas que generan las sociedades modernas. Ensayo sobre la ceguera causa malestar desde la primera página, cumpliendo así el objetivo de sacudirnos e inquietarnos” (Letras libres, agosto 2013).

[ Gerardo Moncada ]

 

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Un comentario

  1. Precisa y delicada reseña. Sobra, por muchas razones, el último comentario de Yoani Sánchez, sobre todo porque queda clarísimo desde tus primeros párrafos, lo que ella reitera y porque elegiste atinadamente voces de literatos, no de propagandistas (con todo y sus credenciales de filóloga).

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