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El barón rampante, de Italo Calvino

Obra relevante de una figura clave en la literatura del siglo XX.

El barón rampante es una espléndida novela que reúne fantasía e historia, en un relato divertido, ameno, conmovedor y humanista.

Esta novela es la parábola de una vida en rebeldía, en una época de profundos cambios. Es el abandono de una vida privilegiada para adoptar preceptos propios y reglas autoimpuestas, y buscar la manera de ser consecuente con esa decisión a pesar de las dificultades y la desaprobación de los demás.

Publicada en 1957, es la historia del primogénito del barón de Rondó, Cósimo Piovasco, cuya “obstinación sobrehumana” fue ostensible desde el momento en que un acto de rebeldía a la autoridad paterna trepó a un árbol y decidió que ahí permanecería de manera indefinida.

-¡No he bajado nunca! –dijo mi hermano… Siempre de un árbol a otro, ¡sin tocar tierra!…
-Hablas como si fueras a quedarte quién sabe cuánto escondido… ¿No crees que te perdonarán?
Cósimo se ruborizó: -Qué más me da que me perdonen. Y además no estoy escondido: ¡no tengo miedo a nadie!…

En la introducción a Los amores difíciles (1972), Calvino escribió en tercera persona acerca de sí mismo: “Uno de los constantes polos de interés de Calvino fue el siglo XVIII. La cultura iluminista y jacobina era ya el caballo de batalla de los historiadores con quienes convivía en sus tareas editoriales diarias; además, dados sus antecedentes personales como descendiente de francmasones, encontraba en el mundo ideológico del siglo XVIII un aire de familia. Es natural pues que la novela (o parodia de novela) más vasta que haya escrito sea una transfiguración de mitos personales y contemporáneos en alegorías dieciochescas (El barón rampante), donde el autor parece proponer también un modelo de comportamiento intelectual en relación con el compromiso político”.

Con mayor formalidad académica, en su lista de obras del siglo XX que podrían convertirse en clásicos de la literatura, el especialista Harold Bloom incluyó cuatro obras del “gran fabulador italiano”: El barón rampante, Las ciudades invisibles, Si una noche de invierno un viajero y Tiempo cero (El canon occidental, Anagrama, 2021).

Bloom destacaba los alcances humanistas en la obra de Calvino y advertía que este escritor suele decirnos cómo leer y por qué: “ser vigilantes, percibir y reconocer la posibilidad del bien, ayudarlo a que dure, darle espacio en la propia vida”.

El precio de la libertad

Cósimo gozaría de una libertad elegida, autónoma, pero no por ello exenta de reglas, esfuerzos y sinsabores.

Sucio de sangre, con el animal salvaje tieso en el espadín y una mejilla rasgada desde debajo del ojo a la barbilla por un triple arañazo, gritaba de dolor y de victoria y no entendía nada y seguía agarrado a la rama, a la espada, al cadáver del gato, en el momento desesperado que quien ha vencido por primera vez y ahora sabe el padecimiento que es vencer, y sabe que ya está comprometido a continuar por el camino elegido y no se le permitirá la salida del que fracasa…

En principio, adoptaría una vida de cazador solitario, con todas sus ventajas y también con sus peligros (como los bandidos que intentaban prender fuego al bosque en general y a Cósimo en particular); pero los riesgos no serían sólo físicos.

Nuestro tío natural tenía la pasión, el particular ingenio necesario para las obras de hidráulica, pero no sabía realizar… Tímido e irresoluto como era, no se oponía nunca a la voluntad ajena, pero pronto se desenamoraba del trabajo y lo abandonaba… De aspiraciones, impulsos y deseos era de lo que estaba formada su pasión por la hidráulica… De Enea Silvio Carrega, Cósimo entendió muchas cosas sobre el estar solos que después en la vida le fueron útiles. Diría que llevó siempre consigo la imagen insólita del caballero abogado, como advertencia de aquello en que puede convertirse el hombre que separa su suerte de la de los demás, y consiguió no parecérsele nunca…

Cósimo sería “un solitario que no evitaba a la gente; al contrario, se habría dicho que sólo la gente le importaba”. Autodidacta, ávido lector, explorador de la naturaleza, halló la manera de articular su conocimiento con las necesidades de la comunidad y el bienestar de los bosques. Comprendió el sentido social del esfuerzo individual.

A Cósimo siempre le había gustado observar a la gente que trabaja. Ahora, le asaltó la necesidad de hacer algo útil para su prójimo. Y esto, si bien se mira, lo había aprendido de la compañía del bandido Gian dei Brughi [a quien proveía de novelas]: el placer de ser útil, de desplegar un servicio indispensable para los demás. Aprendió el arte de podar los árboles y ofrecía su trabajo a los cultivadores de huertos… Así, esta naturaleza de Ombrosa que él ya había encontrado tan benigna, con su arte contribuía a convertirla en mucho más favorable, amigo al mismo tiempo del prójimo, de la naturaleza y de sí mismo…

El barón rampante no es una humorada literaria, va mucho más lejos. Para Calvino, la rebeldía tiene un costo y exige congruencia: «Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo ni para sí ni para los otros».

Es estudio llevará a Cósimo a organizar y dirigir con éxito brigadas para proteger el bosque de los incendiarios, a encabezar un ataque contra piratas marinos, a repeler el arribo de lobos a la zona; también le llevan a propagar las ideas liberales de la Francia revolucionaria.

Comprendió esto: que las asociaciones hacen al hombre más fuerte y ponen de relieve las mejores dotes de cada persona, y dan una satisfacción que raramente se consigue permaneciendo por cuenta propia: ver cuánta gente honesta y esforzada y capaz hay, por la que vale la pena querer cosas buenas…

Y es que toda fábula tiene un pie puesto en la realidad, como explicaría Calvino: “El cuento fantástico surge entre los siglos XVII y XVIII en el mismo terreno que la especulación filosófica: su tema es la relación entre la realidad del mundo en que vivimos y conocemos a través de la percepción y la realidad del mundo del pensamiento que habita en nosotros y nos dirige”.

Un diálogo de Cósimo con su padre evidencia el final de una época y el inicio de otra:

-He oído que te afanas por el provecho común.
-Me despierta interés la salvaguarda de los bosques donde vivo, señor padre.
-¿Tú sabes que podrías mandar en la nobleza vasalla con el título de duque?
-Sé que cuando tengo más ideas que los demás, doy a los demás estas ideas, si las aceptan; y esto es mandar.
-¿Querrás ser digno del nombre y del título que llevas?
-Trataré de ser lo más digno que pueda del nombre de hombre, y lo seré también de cada atributo suyo…

Sin embargo, la inteligencia de Cósimo iba de la mano de arrebatos extravagantes. Así, su fama trascendería las fronteras de Ombrosa, aunque para unos sería un loco y para otros un sabio.

No faltaría, por supuesto el descubrimiento del amor (“Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad no se había conocido nunca”), con sus momentos de plenitud y sus desventuras.

También vendrían altibajos indescifrables y preocupantes:

Yo tenía la impresión de que en esa época mi hermano no sólo había enloquecido del todo, sino que se estaba volviendo algo imbécil, cosa más grave y dolorosa, porque la locura es una fuerza de la naturaleza, para bien o para mal, mientras que la bobería es una debilidad de la naturaleza, sin contrapartida…

Universo de savia

La historia inicia en junio de 1767, en una región italiana famosa por sus intrincados bosques de higueras, cerezos, almendros, nogales, encinas, moreras, algarrobos, serbales, membrilleros, melocotoneros, robles, pinos, acebos, olivos, alerces, castaños… “Este era el universo de savia dentro del cual vivíamos los habitantes de Ombrosa, sin casi percibirlo”, escribe Biagio, hermano menor de Cósimo.

Veíamos reaparecer de continuo a Cósimo sobre nuestras cabezas, con ese aire ajetreado y ágil de los animales salvajes, que tal vez se los ve agazapados y quietos, pero siempre como si estuvieran a punto de saltar… Desde el árbol más alto, con la manía de gozar hasta el fondo de aquel verde distinto y de la luz distinta que se transparentaba y del silencio distinto, se soltaba cabeza abajo y el jardín vuelto al revés se convertía en selva, una selva no de la tierra, un mundo nuevo…

El amante de la naturaleza encontrará en varias páginas de esta novela un hermoso tratado acerca de los árboles.

Los olivos, por sus contorsiones, son para Cósimo caminos cómodos y llanos, árboles pacientes y amigos, con su áspera corteza, para pasar por ellos y para detenerse en ellos, aun cuando las ramas gruesas sean pocas en cada árbol y no haya gran variedad de movimientos. En una higuera, por el contrario, teniendo cuidado de que soporte el peso, no se acaba nunca de dar vueltas; Cósimo está bajo el pabellón de las hojas, ve transparentarse el sol en medio de las nervaduras, los frutos verdes hincharse poco a poco, huele el látex que gotea por el cuello de los pedúnculos. La higuera se apodera de ti, te impregna con su humor gomoso, con los zumbidos de los abejorros… Sobre el duro serbal, o sobre la morera, se está bien; lástima que sean escasos. Lo mismo los nogales, que incluso a mí, y es mucho decir, a veces viendo a mi hermano perderse en un viejo nogal inmenso, como en un palacio de muchos pisos e innumerables habitaciones, me venían ganas de imitarlo, de estarme allá arriba; tanta es la fuerza y la certeza que pone ese árbol en ser árbol, la obstinación en ser pesado y duro, que se expresa hasta por sus hojas…

La determinación de permanecer en los árboles se mantendría incluso ante la pérdida de un tierno romance.

-¡Baja, joven bizarro! –le gritó el conde español a Cósimo-. ¡Ven con nosotros a Granada!… ¡Por fin podemos poner en práctica lo que hemos meditado durante tanto tiempo!
-¡Yo subí aquí antes que vosotros, señores, y me quedaré también después!
-¡Quieres retirarte! –gritó el conde.
-No: resistir…

No serían las ideas sino la codicia lo que terminaría por arrasar con ese entorno vegetal.

Fue suficiente la llegada de generaciones con menos criterio, de una avidez imprudente, gente no amiga de nada, ni siquiera de sí misma, y ya todo ha cambiado, ningún Cósimo podrá jamás andar por los árboles… Ahora las lomas están tan desnudas que el mirarlas, a nosotros que las conocíamos de antes, nos causa impresión…

Una época de transición

La asombrosa vida de Cósimo corre a la par de una época de cambios en las ideas que llevarían a drásticas alteraciones en la vida política y social de Europa y del mundo. A la región de Ombrosa llegarían las ideas mucho antes que los cambios de fondo, aunque ya iban surgiendo los municipios, tributarios de la República de Génova, pero en la práctica prevalecían los derechos nobiliarios.

Entre los nobles ya se había extendido la costumbre de habitar villas en lugares agradables, más que en los castillos de los feudos, y esto daba lugar a que se tendiera a vivir como ciudadanos particulares, a evitar tensiones…

A estos cambios de residencia los nobles añadirían otros nuevos hábitos, como el de incursionar en la actividad comercial.

Al iniciar el siglo XIX, una gran fuerza política y económica intentaba dar marcha atrás a los acontecimientos.

Gravita sobre Europa la sombra de la Restauración; todos los innovadores –fueran jacobinos o bonapartistas- están derrotados; el absolutismo y los jesuitas han recobrado su espacio; los ideales de la juventud, las luces, las esperanzas de nuestro siglo decimoctavo, todo son cenizas…

Cósimo estudiará y compartirá las ideas liberales que vienen iluminando a Europa y al mundo.

Se diría que él, cuanto más decidido estaba a ocultarse entre las ramas, más sentía la necesidad de crear nuevas relaciones con el género humano… Quizá, si se quiere reducir a un único impulso estas actitudes contradictorias, haya que pensar que él era enemigo de todo tipo de convivencia humana vigente en sus tiempos… Era una idea de sociedad universal, lo que tenía en mente. Y todas las veces que se dedicó a asociar personas seguía el proyecto de instaurar una república mundial de iguales, libres y justos…

El escritor Juan Villoro ha reflexionado sobre las obras de Calvino en varios ensayos (De eso se trata, 2010; La utilidad del deseo, 2018), donde pone de relieve la mirada, la inteligencia y la ironía del escritor italiano: “El protagonista de El barón rampante sube a un árbol y ve el siglo XVIII desde una óptica individual, distinta, descreída. Calvino enfatizó las limitaciones y los placeres del punto de vista individual. Su barón ve poco y está aislado; consecuente con la regla que se ha impuesto, narra desde una irónica distancia… El cambio de perspectiva, el efecto de paralaje, transforma lo cotidiano en prodigio… Lo que cambia es la interpretación del suceso y la lógica que se le asigna… En Calvino, la imaginación suele plantearse como un juego (de consecuencias a veces terribles)”.

Estilo impecable

Con una prosa limpia, cálida, Calvino relata las aventuras, peripecias, aprendizajes y desamores de Cósimo. Se trata en efecto de un relato fantástico, pero apegado a una estricta lógica, aderezado con un fino humor.

Cósimo aún estaba en la edad en que las ganas de contar dan ganas de vivir, y se cree que no se ha vivido lo suficiente para contarlo, y así se marchaba de caza, estaba fuera semanas, luego volvía y contaba a los ombrosenses nuevas historias que de verdaderas, contándolas, se volvían inventadas, y de inventadas, verdaderas…

La obra literaria de Calvino tuvo un fuerte impacto en los escritores de su tiempo. Al referirse a la obra del fabulista italiano, el poeta irlandés Seamus Heaney señalaba: Aquí hay un gran talento sin trabas navegando en un curso medio entre la sofisticación de la vanguardia y la inocencia de la imaginación poética primitiva. Heaney elogiaba al escritor italiano, poseedor de un estilo literario que “susurra, holgazanea, se tensa y se divierte muy halagadoramente. Su mirada permanece alerta, disponible, liberada de toda certeza. Su prosa de ‘lujosa sencillez’, su doble gratitud por el mundo y por las palabras adecuadas al mundo, su sentido mixto de algo dulce y personalmente descubierto pero también de memoria, esta atmósfera de ensueño espacioso y optimista es típico de toda la obra”.

Por su parte, el turco Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, ha reconocido con agrado dos influencias decisivas en su escritura: Jorge Luis Borges e Italo Calvino. Del primero dice que aprendió a ver la literatura antigua árabe como una suerte de metafísica; del segundo, absorbió la forma de hacer acrobacias con la literatura.

Otro gran admirador fue Gore Vidal, quien no dudaba al afirmar: “Calvino fue el único gran escritor de mi tiempo. Al leerlo, tuve la desconcertante sensación de que también yo estaba escribiendo lo que él había escrito; su arte conjuntaba al escritor y al lector, convirtiéndolos en uno”.

De perfil

Los padres de Italo Calvino, botánicos, trabajaron en México de 1909 a 1917, año en que se trasladaron a Cuba para dirigir una estación agrícola y una escuela experimental. El 15 de octubre de 1923 nació su hijo Italo, nombrado así para que no olvidara el origen de su familia, pero sólo dos años después la familia regresó a Italia. Con el tiempo, Italo adquirirá dos pasiones: la literatura y el cine.

Al estallar la segunda Guerra Mundial, Italo se acababa de inscribir en la Facultad de Agricultura de la Universidad de Turín. Al ser llamado al servicio militar, deserta y se une a las Brigadas Partisanas Garibaldi hasta la conclusión de la guerra. Entonces retorna a la universidad, pero decide estudiar Letras.

Calvino recuerda esos años por los intensos debates, por el descubrimiento de nuevos amigos y maestros, por la aceptación de precarios y ocasionales trabajos, en un clima de pobreza y de febriles iniciativas acordes a las coyunturas políticas.

Cesare Pavese le ayuda para que entre a trabajar a la editorial Einaudi. En 1947 comienza a publicar literatura de corte realista, con sentido social. Ese año aparece su primera novela: El sendero de los nidos de araña.

Calvino recordaba que después de esa novela intentó durante años escribir otras en la misma línea realista-social-picaresca, las cuales eran despiadadamente demolidas o arrojadas al cesto de los papeles por sus maestros y consejeros. Cansado de esos esforzados fracasos, se entregó a su vena más espontánea de fabulador y escribió de un tirón El vizconde demediado. Pensaba publicarlo en alguna revista y no como libro, para no dar demasiada importancia a un simple “divertimento”, pero el editor de la colección Gettoni insistió en sacarlo como volumen. La aprobación de los críticos fue inesperada y unánime. Así arrancó la producción del Calvino fabulador y al mismo tiempo “una producción basada en la representación de experiencias contemporáneas en tono stendhaliano irónico” (relato autobiográfico en la introducción a Los amores difíciles, 1970).

Así transita, a partir de 1952, hacia un enfoque fantástico, con varios niveles interpretativos, como alegoría del hombre contemporáneo. Así surge la trilogía Nuestros antepasados, conformada por El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente.

“Calvino quiso volver a sumergirse en la imaginación y la narración pura como forma de renovación literaria. No pocas veces la imaginación explica mejor y con más profundidad lo que pasa en una sociedad que las novelas realistas. Esta trilogía tiene por tema fundamental el de la libertad del individuo, la libertad de ser, de actuar, y de posicionarse en un mundo en constantes transformaciones”, comentaba Jacobo Siruela, su amigo y editor de Atalanta.

En su literatura, Calvino exploró diversas corrientes que emergieron durante la posguerra, como la neo-vanguardia, el estructuralismo, la semiología y la sociología, entre otras.

El crítico Pietro Citati señaló: “La imagen más completa que Calvino haya dado de sí mismo sigue siendo la de El barón rampante, donde Cósimo Piovasco pasa toda su vida entre los árboles, juzga por cierto el mundo y a los hombres y ama y proyecta reformas, pero siempre sobrevolando del modo más extraordinario, más burlesco, sin jamás abandonarse ni revelarse del todo, siempre entre los árboles”.

En 1972 publica Las ciudades invisibles y en 1979, Si una noche de invierno un viajero. Estas obras exploran las posibles combinaciones de diversos elementos y su potencial derivación en distintos acontecimientos.

El crítico Francois Wahl destacaba en las obras de Calvino el uso de la lógica: “Lógica loca, lógica que desarrolla imperturbablemente un dato posible hasta lo más imposible de las imposibilidades”. En su opinión, el proceso que gobierna las obras de Calvino es el de conciliar los términos que menos habituados estamos a ver marchar de acuerdo.

Italo Calvino fue un tenaz defensor de la imaginación literaria como una forma de compromiso social y como herramienta de lucha política en defensa del humanismo.

El 6 de septiembre de 1985 sufrió un infarto cerebral mientras pasaba unas vacaciones en la Toscana italiana. Estaba preparando una serie de conferencias que impartiría en la Universidad de Harvard acerca de la literatura del siglo 21 y que más tarde serían publicadas con el título Seis propuestas para un nuevo milenio, escritos que podrían leerse como su testamento literario:

“Los proyectos demasiado ambiciosos pueden ser objetables en muchos campos, pero no en la literatura. La literatura permanece viva solo si nos fijamos metas inconmensurables, más allá de toda esperanza de logro. Sólo si los poetas y los escritores se proponen tareas que nadie más se atreve a imaginar, la literatura seguirá teniendo una función. Dado que la ciencia ha comenzado a desconfiar de explicaciones y soluciones generales que no sean sectoriales y especializadas, el gran desafío de la literatura es ser capaz de entretejer las diversas ramas del saber, los diversos “códigos”, en una visión múltiple y multifacética del mundo”.

[ Gerardo Moncada ]

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