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El asno de oro, de Apuleyo

Una travesía azarosa, cómica, mística, por los dominios africanos del Imperio Romano.

En este libro podrás conocer y saber diversas historias y fábulas, con las cuales deleitarás tus oídos y sentidos… La historia es griega, entiéndela bien y habrás placer…

El asno de oro es una obra que divierte y sorprende. Hoy sería calificada como un experimento literario, ya que combina la comedia, la sátira y la tragedia; es a un tiempo una novela de aventuras, picaresca, de crítica social, de búsqueda religiosa y con recuperación de relatos antiguos. Asimismo, la trama enlaza la hechicería con las diversas religiones que se profesaban en los dominios del imperio romano.

Cuando quería partir [de Corinto] para esta tierra, preguntándole cómo me sucedería en este viaje, un sabio me dijo muy muchas y varias cosas: ora que tendría prosperidad asaz grande, ora que sería de mí una muy grande historia y fábula increíble, y que había de escribir libros…

Con una prosa amena y nítida, que incluye pasajes hilarantes, Apuleyo realiza en esta novela un vigoroso retrato de la vida en las poblaciones mediterráneas del norte de África durante el siglo II d.C., en la próspera época en que los Antoninos gobernaron el Imperio Romano. Comerciantes y aventureros iban por ciudades y pueblos, deslumbrados por costumbres desconocidas, magníficas construcciones y obras artísticas, así como por las fabulosas historias que al escucharlas hacían más ligero el arduo y peligroso trayecto. En ocasiones, estos relatos parecían inverosímiles, hasta que se convertían en una amarga realidad.

Ahora tú, buen lector, has de saber que no lees fábula de cosas bajas, sino tragedia de altos y grandes hechos, y que has de subir de comedia a tragedia…

Los estudiosos de la época refieren que para ese entonces la literatura y el pensamiento romanos, amortiguados por la prosperidad, habían perdido el brillo de los siglos anteriores y ofrecían un pálido contraste frente a un renovado helenismo con nuevas doctrinas estoicas y platónicas.

“Casi la única figura literaria de importancia al final de la época de los Antoninos fue Apuleyo, nacido en Numidia hacia el año 124”, refiere Isaac Asimov en El Imperio Romano (Alianza, 2017). Sin embargo, a los ojos de hoy, El asno de oro no parece producto de una época de fatiga creativa.

Todos contra todos

El asno de oro ironiza las metamorfosis de los mitos ancestrales (referidas por Ovidio), ya que su personaje Lucio no experimenta una transformación poética sino que se convierte en una menospreciada bestia de carga. Esto, además de ser un detalle jocoso, permite al animal mantener una relación estrecha con los humanos y de esta manera atestiguar engaños, hurtos, adulterios, embrujos amorosos, así como injusticias cometidas por gente con poder (económico o militar) paradójicamente amparada por “la justicia del emperador”.

¿De qué os maravilláis, hombres muy viles, y aun bestias letradas y abogados, y aún más digo, buitres de rapiña, vestidos como jueces, si ahora todos los jueces venden por dineros sus sentencias…

En las historias relatadas se plantea que muchos de los grandes males de la sociedad son ocasionados por la necedad, la torpeza o la codicia de los individuos, y que estas actitudes empujan a los involucrados a situaciones que van de lo irónico a lo trágico.

Convertido en jumento, Lucio padece la perversa vida en los bajos fondos, entre ladrones, pastores “avarientos” y aldeanos maliciosos, así como los turbios placeres de las clases acomodadas. En todas partes y en todos los estratos sociales enfrenta los estragos causados por la ambición, la infidelidad y la traición.

Carites dijo a Trasilo: Duerme seguro y sueña bien a tu placer, que yo no te heriré con cuchillo ni con espada… Pero siendo tú vivo morirán tus ojos y no verás cosa alguna sino cuando durmieres; yo haré que sientas más bienaventurada la muerte de tu enemigo que la vida que tú hubieres… yo sacrificaré y aplacaré la sepultura de Lepolemo con la sangre de tus ojos…

En su peregrinar, Lucio comprobará que por lo general la justicia no existe o llega muy tarde o no logra desentrañar los engaños criminales, por lo que los afectados son quienes buscan imponer las sanciones por su propia mano:

Todos a una voz clamaban y decían que aquel público mal públicamente se había de vengar, haciéndole allí cubrir de piedras. Los jueces, considerando y habiendo miedo de su propio peligro, porque de los pequeños comienzos de indignación acontece muchas veces proceder gran sedición y cuestiones para perdimiento de las leyes de la ciudad, parecióles que era bien rogar a los oficiales de la justicia, y, por otra parte, refrenar al pueblo para que derechamente y por las leyes de los antiguos el proceso se hiciese, y oídas las partes y bien examinado el negocio civilmente, fuese la sentencia pronunciada, y no a manera de ferocidad de bárbaros o de potencia de tiranos, fuese condenado alguno sin ser oído…

En busca del amor

Las leyes de Roma adquirían matices específicos en cada región del imperio, y a mayor distancia de la capital imperial había más tolerancia para la vida amorosa:

-Señora Fotis, con tanta gracia aparejas este manjar, que yo creo que es el más dulce y sabroso que puede ser. Cierto será dichoso y muy bienaventurado aquél que tú dejaras tocarte a lo menos, con el dedo.
Ella, como discreta moza y decidora, me dijo:
-Anda, mezquino apártate de aquí; vete de la cocina, no te llegues al fuego; porque si un poco de fuego te toca, arderás de dentro, que nadie podrá apagarlo sino yo, que sé muy bien mecer la olla y la cama…

En un entorno de liberalidad sexual, la picardía encontraba su juego “con palabras y burletas”:

Birrena me envió un presente de media docena de gallinas y un lechón y un barril de vino añejo fino. Yo llamé a Fotis y le dije: Ves aquí, señora, el dios del amor e instrumento de nuestro placer, que viene sin llamarlo, de su propia gana; bebámoslo, sin que gota quede, porque nos quite la vergüenza y nos incite la fuerza de nuestra alegría, que ésta es la vitualla o provisión que ha menester el navío de Venus…

Pero el placer tenía una contraparte peligrosa: la insatisfacción de ciertas amantes, en particular la de magas poderosas y vengativas cuyas oscuras artes solían ser implacables.

-¡Oh Lucio!, guárdate fuertemente de las malas artes y peores halagos de aquella Pánfila. Ella es gran mágica y maestra de cuantas hechicerías se pueden creer, que con cogollos de árboles y pedrezuelas y otras semejantes cosillas, con ciertas palabras hace que esta luz del día se torne en tinieblas muy oscuras y del todo se confunda la mar con la tierra. Y si ve algún gentilhombre que tenga buena disposición luego se enamora de su gentileza y pone sobre él los ojos y el corazón: comiénzale a hacer regalos, de manera que le enlaza el ánima y el cuerpo que no puede desasirse. Y después que está harta de ellos, si no hacen lo que ella quiere tórnalos en un punto piedras y bestias o cualquier otro animal que ella quiere; a otros mata del todo…

Un mosaico de creencias

Desde el siglo VI a.C., los filósofos en Asia Menor decidieron resolver mediante la razón los problemas del universo, con lo cual rechazaron las explicaciones puramente mágicas o religiosas. No obstante, mientras la filosofía griega profundizaba en la búsqueda de este conocimiento, también proliferaba la ancestral práctica de la hechicería y se fortalecían las instituciones de distintas religiones.

Cuando otro día amaneció, yo me levanté con ansia y deseo de saber y conocer las cosas que son raras y maravillosas, pensando cómo estaba en aquella ciudad que es en medio de Tesalia, adonde por todo el mundo es fama que hay muchos encantamientos de arte mágica…

Este cruce de pensamientos, deidades y creencias es el entramado ideológico en el que se mueven los personajes de El asno de oro, quienes emplearán su ingenio para enfrentar las situaciones adversas pero bajo el influjo de la brujería y la magia, e implorando la ayuda de otra fuerza sobrenatural, la de las divinidades (sean egipcias, griegas o romanas):

Heme aquí do vengo conmovida por tus ruegos, ¡oh Lucio!; sepas que yo soy madre y natura de todas las cosas, señora de todos los elementos, principio y generación de los siglos… A mi sola y una diosa honra y sacrifica todo el mundo, en muchas maneras de nombres. Los troyanos me llaman Pesinuntica, madre de los dioses. Los atenienses me llaman Minerva Cecrópea, los de Chipre me nombran Venus Pafia. Los arqueros y sagitarios de Creta, Diana. Los sicilianos de tres lenguas me llaman Proserpina. Los eleusinos, la diosa Ceres antigua. Otros me llaman Juno, otros Bellona, otros Hécates, otros Ranusia. Los etíopes, ilustrados de los hirvientes rayos del sol, y los arrios y egipcios, poderosos y sabios, donde nació toda la doctrina, me llaman mi verdadero nombre que es la reina Isis…

Todas estas creencias convivían en el imperio romano del siglo II y, en diverso grado, despertaron un vivo interés en Apuleyo. Sin embargo, en El asno de oro plantea el riesgo de que la hechicería se revierta contra los individuos que la practican y sugiere que un sistema religioso estructurado e institucionalizado es mayor garantía de orden colectivo y protección ante poderes oscuros. Esta idea, como se explica más adelante, se relaciona con los estudios y la experiencia de Apuleyo.

Psiches y Cupido… y otras historias

En El asno de oro se mencionan relatos que serán retomados por otros autores, como el de la mujer que, a punto de ser sorprendida engañando a su marido, esconde al amante en un tonel y rápidamente idea un engaño (Libro IX); este cuento sería referido doce siglos después por Giovanni Boccaccio en el Decamerón (Jornada séptima, cuento segundo). Asimismo, entre las diversas historias destaca el cruce de la mitología griega con el folklore popular para generar un delicioso pasaje: el romance entre Cupido y la hermosa pero imprudente Psiches (llamada también Psique o Psiquis), “uno de los cuentos más atractivos relatado a la manera de los antiguos mitos”, afirma Isaac Asimov (El Imperio Romano).

Yo, que soy la primera madre de la natura de todas las cosas; yo, que soy principio y nacimiento de todos los elementos; yo, que soy Venus, criadora de todas las cosas que hay en el mundo, ¿soy tratada de tal manera que en la honra de mi majestad haya de tener parte y ser mi aparcera una moza mortal, y que mi nombre, formado y puesto en el cielo, se haya de profanar en suciedades terrenales?… Ésta, quienquiera que es, que ha robado y usurpado mi honra, no habrá placer en ello: yo le haré que se arrepienta de esto y de su ilícita hermosura.
Y luego llamó a Cupido, aquel su hijo con alas, que es asaz temerario y osado; el cual, con sus malas costumbres, armado con saetas y llamas de amor, discurriendo de noche por las casas ajenas, corrompe los casamientos de todos y sin pena ninguna comete tantas maldades. A éste, que es desvergonzado, pedigüeño y destruidor, ella le encendió más con sus palabras y llevólo a aquella ciudad donde estaba esta doncella, que se llamaba Psiches, y mostrósela, diciéndole con mucho enojo, gimiendo y casi llorando: ¡Oh hijo, yo te ruego por el amor que tienes a tu madre, y por las dulces llagas de tus saetas, y por los sabrosos juegos de tus amores, que des cumplida venganza a tu madre…

Esta es una historia fresca, ingeniosa, de un amor prohibido que distrae de sus deberes a Venus y a su hijo Cupido, lo cual provoca la ira de los pueblos al quedar desprovistos de belleza y enamoramiento.

…ya no hay entre las gentes placer ninguno ni gracia ni hermosura; antes bien todas las cosas están rústicas, groseras y sin atavío; ya ninguno se casa ni nadie tiene amistad con mujer ni amor de hijos, sino todo lo contrario…

Y es que los despistes de Psiches provocan enredos que terminan involucrando a su marido Cupido, a su suegra Venus (celosa hasta la furia), a Juno, a Júpiter, a Ceres, a Mercurio. Es una regocijante historia de las debilidades humanas y los tragicómicos arrebatos de los dioses.

Algunos estudiosos han considerado “artificiosa” la inserción de este minucioso relato en El asno de oro. Sin embargo, no parece tan descabellada su inclusión como parte de las múltiples historias asociadas a la imprudencia, la necedad y la codicia de los seres humanos, tomando en cuenta que Psique simboliza, a fin de cuentas, el alma humana.

Lucio, que estaba allí cerca, oía todo lo que aquella vejezuela loca y liviana contaba y se dolía de no tener tinta y papel para escribir y anotar tan hermosa novela…

El escritor y editor Francisco Montes de Oca, en un estudio introductorio a la obra de Apuleyo (editorial Porrúa, 2017), indica que “la fábula de Cupido y Psique es un maravilloso cuento de hadas que ofrece caracteres casi únicos en toda la literatura antigua… es de notar que ninguna leyenda atribuyó jamás en la mitología tradicional aventuras amorosas a Eros… El experto R. Helm nos recuerda a Io, otra mujer mitológica que fue perseguida por la envidia de Hera… Sea como fuere, si la mitología clásica está presente en esta fábula, indirectamente al menos, no es utilizada como un mero repertorio literario… Con Apuleyo nos hallamos en presencia de una reflexión sobre los viejos mitos, como portadores de una verdad nueva… La intención general es clara: la historia de Cupido y Psique es una ‘odisea’ del alma humana, no una mera novela sin otra finalidad que divertir”.

La diosa Juno, con toda su majestad, dijo a Psiches: Yo querría dar mi favor y todo lo que pudiese a tus rogativas, pero contra la voluntad de Venus, mi nuera, no lo podría hacer… Pues que no puedes huir, toma corazón de hombre y fuertemente resiste a la quebrada y perdida esperanza y ofrécete de tu propia gana a tu señora, y con esta obediencia, aunque sea tarde, amansarás su ímpetu y saña…

Cabe agregar que para el lector resultará evidente que en esta historia se basaron relatos posteriores, en particular el de «La bella y la bestia» (presuntamente de origen francés), publicado más de mil años después.

Yo hasta hoy nunca pude ver la cara de mi marido ni supe de dónde es. Solamente lo oigo hablar de noche, y con esto paso y sufro marido incierto y que huye de la luz; y de esta manera consiento que digáis que tengo una gran bestia por marido, dijo Psiches tras caer en la trampa de sus perversas hermanas.

Una obra imperecedera

El género literario de la novela fue casi desconocida para los antiguos. Existieron unas cuantas novelas griegas y latinas, como Nino y Semíramis; Las aventuras de Quereas y Calírroe, de Caritón de Afrodisia; Efesíacas o Historias de Antías y Abrócomes, de Jenofonte de Efeso; Babilónicas, de Jámblico; Leucipa y Clitofón, de Aquiles Tacio; Etiópicas o Historia de Teagnis y Cariclea, de Heliodoro de Emesa; Historia verdadera, de Luciano; Dafnis y Cloe, de Longo; el Satiricón de Petronio y El asno de oro de Apuleyo. “El carácter de estas novelas está determinado en amplísima medida por las aventuras de viajes y por el sentimentalismo erótico”, documenta en su estudio Francisco Montes de Oca.

Mas por que alguno no reprenda el ímpetu de mi enojo, diciendo entre sí de esta manera: “¡Cómo!, ¿es ahora razón que suframos un asno que nos esté aquí diciendo filosofías?”, tornaré otra vez a contar la fábula donde la dejé…

En el caso de El asno de oro, los especialistas estiman que Apuleyo pudo basarse en un relato del griego Lucio de Patras, al que añadió nuevos episodios. Además, se percibe la influencia de Ovidio y Petronio, de antiguos motivos populares, de los cuentos de fantasía y de las fábulas milesias (surgidas en el siglo II a.C., narradas en primera persona, con humor y un trasfondo erótico o aventurero).

No obstante, Apuleyo realiza pausas en el relato de los hechos para poner énfasis en un aspecto: esta novela es de su autoría:

Después de algunos días que allí estábamos, aconteció una hazaña muy terrible y espantable, la cual, porque vosotros también sepáis, acordé poner en este libro…

Otras pausas resultan de mayor interés literario, pues buscan generar un distanciamiento crítico e involucrar al lector en la historia.

Aquí, por ventura, tú, lector escrupuloso, reprehenderás lo que yo digo y dirás así: “Tú, asno malicioso, ¿dónde pudiste saber lo que afirmas y cuentas que hablaban aquellas mujeres en secreto, estando tú ligado a la piedra de la tahona y tapados los ojos?” A esto respondo: Oye ahora, hombre curioso, en qué manera, teniendo yo forma de asno, conocí y vi todo lo que se ordenaba en daño de mi amo…

Montes de Oca no duda al destacar los atributos de El asno de oro: “Asimilando las múltiples influencias ha sabido darnos Apuleyo una representación llena de verdad y de vida, con un realismo picaresco que ha llevado a más de uno a considerar esta novela como una sátira de costumbres. No busquemos en ella la unidad perfecta, la forma y la estructura clásicas. Más importancia tiene que reproduce la multiformidad de la vida, de sus planos altos y bajos, de su melancolía y nostalgia, de su aspiración al más allá y a lo arcano. Todo aparece con la misma sorpresa con que nació en esa época la poesía melancólica popular. La expresión de todo ello es el lenguaje lleno de vivacidad, rico y a veces barroco de Apuleyo, que contiene tantos rasgos populares y que configura la novela entera. A las características de la prosa literaria el autor ha sumado las que configuran su personalidad: buscador de efectos, ora sencillo ora tortuosamente complicado, que con su palabra comenta y acompaña, en diferentes tonalidades, los episodios que narra. Su lenguaje es la expresión del sentimiento, en el que resuenan todas las facetas de la vida de Apuleyo”.

El asno de oro siguió gozando de fama durante la Edad Media y el Renacimiento. A finales del siglo XX, Octavio Paz lo consideró «uno de los libros más entretenidos de la Antigüedad grecorromana» (La llama doble: amor y erotismo, Obras completas, FCE, 2013).

Apuleyo, un hombre de su tiempo

Según el mapa geográfico actual, Apuleyo nació en Argel, estudió en Grecia, trabajó en Roma, se casó y vivió un tiempo en Libia, para más tarde instalarse en Túnez. De alma viajera, recorrió buena parte de la costa mediterránea. Fue un entusiasta de la filosofía, la retórica, las religiones, lo maravilloso y sobrenatural y, por supuesto, de la escritura. Llegó a ser acusado de hechicero, lo cual refutó con éxito ante los jueces (aunque los cristianos mantuvieron esa idea).

“Él sólo hacía milagros en el ámbito imaginario de sus novelas, pero en cuanto neoplatónico creía en el mundo intermedio entre los dioses y los hombres, mundo de demonios familiares que influían decisivamente en la vida humana… Estos demiurgos podían ser invocados; justificaban la adivinación, los oráculos, los prodigios y hasta las prácticas mágicas. En esto, Apuleyo era hijo de su siglo, el siglo de Alejandro de Abonotico, de Peregrino y de otros teurgos y taumaturgos predicadores de nuevas creencias… Apuleyo creía en la virtud curativa de su propia filosofía y en lo literario supo mantenerse siempre a medio camino entre lo serio y lo jocoso”, afirma Montes de Oca.

Y añade: “El asno de oro es una novela de aventuras, con un fondo místico-religioso que, lejos de desentonar de la actividad del estudioso, del taumaturgo, del predicador de dogmas y de misterios, contribuye a completarnos su retrato y a explicarnos el secreto de su compleja y extravagante personalidad”.

Su avidez de conocimiento le llevó, cuando ejerció como abogado en Roma, a iniciarse en los misterios de Isis y logró llegar a formar parte del colegio sacerdotal de Osiris, experiencia claramente reflejada en El asno de oro.

La aventura interior

Lo que el joven Lucio anhelaba al inicio de su viaje era vivir nuevas experiencias y ampliar sus conocimientos, objetivos que logró aunque de una manera inimaginada y penosa.

Recordándome de cuando era hombre y cómo había venido en tanta desventura, bajada la cabeza, lloraba, y no tenía otro solaz de mi pena sino que con mi natural ingenio, que tenía, me recreaba algo; porque, no curando de mi presencia, libremente hacía y hablaba cada uno delante de mí lo que querían; por donde yo conocí que no sin causa aquel divino autor de la primera poesía [Homero], deseando mostrar un varón de gran prudencia entre los griegos, celebró y alabó a Ulises haber alcanzado las soberanas virtudes por haber andado muchas ciudades y conocido diversos pueblos; así que yo, recordándome de esto, hacía muchas gracias a mi asno, porque me traía encubierto con su figura, ejercitándome por muchos diversos casos y fortunas; por lo cual, si no fue prudente, al menos me hizo sabedor de muchas cosas…

El asno de oro es, de manera general, ese periplo de iluminación que inicia con la búsqueda incontinente de emociones y sorpresas, lo cual deriva en una serie de descalabros que llevarán al reconocimiento de los poderes divinos.

¡Oh, reina del cielo! Levanta mi caída fortuna, da paz y reposo a los acaecimientos crueles por mí pasados y sufridos; basten ya asimismo los peligros, y quita esta cara maldita y terrible de asno y tórname a mí Lucio; y si, por ventura, algún dios yo he enojado y me aprieta con crueldad inexorable, consienta al menos que muera, pues no me conviene que viva de esta manera…

En palabras de Montes de Oca, la convergencia de materiales mágicos, filosóficos, fantásticos y novelescos crea una alegoría con desenlace místico al plantear expresamente que el hombre que se abandona al vicio abdica de la dignidad humana (se reduce a la condición animal) y únicamente la misericordia y la religión podrán redimirlo.

[ Gerardo Moncada ]

Otras obras acerca de Roma:
La Eneida, de Virgilio.
Metamorfosis, de Ovidio.
Arte de amar, de Ovidio.
Odas, de Horacio.
De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio.
Elegías, de Sexto Propercio.
Catulo, el poeta transgresor que enlazó Grecia, Alejandría y Roma.
Epigramas de Marcial, el maestro de la brevedad punzante.
El Satiricón, de Cayo Petronio.
El Imperio Romano, de Isaac Asimov.

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