Considerado uno de los padres de la literatura italiana, Boccaccio nació en Florencia el 16 de junio de 1313 y murió en la misma ciudad el 21 de diciembre de 1375.
Si bien la convención histórica ubica el término del Medievo a finales del siglo XV, ya en 1353 Giovanni Boccaccio alcanzó a vislumbrar hacia dónde se dirigía la sociedad occidental y, en particular, la literatura europea. Esto se aprecia en Decamerón, un canto a la vida tras una época de desasosiego continental.
Huyendo de los estragos que ha causado la peste, diez jóvenes vacacionan durante diez días en las afueras de Florencia. En ese retiro hacen todo lo necesario para reconciliarse con los goces y placeres de la vida; además de banquetes, cantos, paseos y bailes, acuerdan que cada uno relatará un cuento diariamente.
Así surge un centenar de relatos en los que predominan dos de los elementos más vitales: el amor y el humor. Pero, a diferencia de la literatura medieval, estas historias ya no se refieren al entorno cortesano ni pretenden ser edificantes; expresan las múltiples posibilidades y expresiones que se abrían paso hacia el final del Medievo. De hecho, los relatos configuran un espléndido y hermoso retablo de esa pujante etapa, con:
- relaciones sociales en transición;
- cambios profundos en las ideas y las costumbres;
- las creencias populares paganas, tan atacadas por la iglesia, comienzan a ser revisadas por la ciencia;
- la nobleza, antaño la única fuerza económica y política, inicia su declive ante el ascenso de la burguesía;
- los prejuicios de clase se relajan para aceptar nuevos grupos de acuerdo a su condición económica, en particular para darle reconocimiento social a los burgueses ricos;
- emergen nuevas nociones colectivas acerca del amor, el placer, el honor, el prestigio;
- aparecen el pueblo y personajes populares como actores destacados de la economía (y de la literatura).
Ante el riesgo de muerte, un canto a la vida
Boccaccio inicia el Decamerón con un alto contraste al recrear lo ocurrido en el siglo XIV durante la peste bubónica (la «Muerte negra») en Florencia, una de las ciudades más golpeadas por ese mal; mientras en toda Europa causó la muerte de un tercio de sus habitantes, en Florencia arrasó con el 80% de su población.
No eran pocos los que de día o de noche fallecían en plena calle; de la muerte de otros muchos en sus casas sólo sabían sus vecinos cuando percibían el hedor de los cuerpos corrompidos… La mayoría de los vecinos, guiados no sólo por sentimientos de caridad hacia los difuntos, sino también por el temor de que les perjudicase la corrupción de los cadáveres, adoptaban un sistema: por sí solos, o con la ayuda de alguien que quisiera prestarla, sacaban de sus casas los cuerpos de los difuntos y los dejaban delante de la puerta; luego hacían traer ataúdes, o, a falta de éstos, los colocaban sobre simples tablas… Ni lágrimas ni antorchas ni acompañamiento honraban a esos muertos…. ¡Cuántos grandes palacios, cuántos bellos edificios, cuántas nobles moradas llenas antes de familias quedaron vacías hasta de su último servidor! ¡Cuántos linajes memorables, cuántas famosas riquezas quedaron sin sucesor! ¡Cuántos hombres valientes, cuántas hermosas mujeres, cuántos apuestos jóvenes, a quienes hasta el mismo Galeno, Hipócrates o Esculapio habrían considerado sanísimos, comieron por la mañana con sus parientes, amigos o compañeros, y cenaron por la noche con sus antepasados…
Los historiadores medievalistas atribuyen a la peste un cambio profundo en las costumbres e ideas de la sociedad en la última parte del Medievo.
«Eran incontables las gentes de aquellos tiempos que querían alejar, danzando y divirtiéndose, la muerte y la idea de la muerte, y se entregaban sin freno a todos los placeres, sin retroceder ante las mayores violencias. Apenas los horrores de la peste negra habían descargado su furia sobre los aterrados pueblos, desencadenábanse todas las bajas pasiones con tanto más frenesí cuanto mayor era el pasto de satisfacción que encontraban en el botín de las víctimas de la peste, cuyo recuerdo se desvanecía pronto. Parecía como si la espantosa proximidad de la muerte no hiciese más que exacerbar el gusto de vivir y de gozar… El crimen levantaba insolentemente la cabeza, dándose cuenta de que no había nadie para cerrarle el paso con la ley… Y ni siquiera el peligro manifiesto de muerte aplacaba la furia de la codicia desenfrenada, ávida de apoderarse de los bienes de los muertos, que nadie se cuidaba de vigilar. Dábanse incluso casos de frailes que se trasladaban a la ciudad para comer y beber a sus anchas, ya que el patrimonio del monasterio enriquecía con sus rentas a los pocos sobrevivientes», escribe Johannes Bühler (Vida y cultura en la Edad Media).
Pero Boccaccio era un optimista radical. Y aunque en su tiempo imperaba la concepción teísta (un ser creó el universo, y lo gobierna), este escritor era proclive a la vertiente naturalista que apenas se abría paso. En esa confrontación que marcaba el desarrollo espiritual de la época, Boccaccio adoptó una visión que comenzaba a despuntar y reivindicaba la dignidad de todas las personas: el humanismo.
Se dirigieron a un bosquecillo y penetrando en él vieron diversos animales, corzos, ciervos y otras especies que, despreocupados de los cazadores a causa de la epidemia reinante en Florencia, parecían haberse hecho domésticos y familiares. Acercábanse a ellos y los jóvenes los perseguían como por juego, haciéndoles correr y saltar… Iban todos adornados con guirnaldas de roble y en las manos llevaban hierbas aromáticas y flores. Quien les hubiera visto, se habría dicho: «Estos no serán vencidos por la muerte, o los matará en pleno contentamiento»…
El Decamerón posee ese aliento, es un canto a la vida y un retrato del Medievo tardío en sus costumbres, prejuicios, relaciones sociales, estructuras de poder, mitos y fantasías, pero también compendia múltiples indicios de un cambio profundo que venía empujando con fuerza.
LA CLASE DOMINANTE
Se degrada la nobleza medieval
En la última etapa del Medievo, provocaba indignación la decadencia de la vida cortesana:
Los cortesanos que hoy abundan son nuestra vergüenza por la vituperable vida que llevan. Son hombres que pretenden pasar por corteses y gentiles cuando, en realidad, merecen más bien que se les llame asnos, de los que han adquirido las costumbres y estupidez… Ocupan su tiempo en sembrar escándalos y cizaña; dejan caer palabras maliciosas, murmuran del prójimo, se echan en cara mutuamente excesos, torpezas y maldades; y a tanto se ha llegado, que se recompensa y estima mayormente a aquel que hace o dice las cosas más abominables, lo cual es una vergüenza para nuestro siglo, y demostración evidente de que la virtud ya no habita entre los hombres, habiendo abandonado a los infelices vivientes sumidos en el lodazal de los vicios… (jornada 1, cuento 8)
La apatía en las cortes alcanzaba a todos sus integrantes, incluidos los reyes, que no escapan al repudio:
Una gentil dama ultrajada durante un viaje por Chipre acude al rey. Al descubrir que no obtendrá justicia, le pide que le enseñe a ser indolente y cobarde, ya que era bien sabido que de esta manera el soberano sobrellevaba las injurias y ofensas del pueblo… (jornada 1, cuento 9)
La desaprobación también llegaba a la «segunda nobleza», con duras burlas a las autoridades administrativas y judiciales, en particular a las que eran ambiciosas pero avaras con sus auxiliares «con el fin de ahorrar parte de los salarios».
Llegan con frecuencia a nuestra ciudad podestás, hombres de pobre corazón, de vida estrecha y mísera, que en todos sus actos, a causa de su avaricia innata, suelen llevar consigo jueces y notarios que más parecen aldeanos y remendones que hombres salidos de las escuelas de leyes… (jornada 8, cuento 5)
Ante tal debacle, había quienes añoraban la época de los caballeros armados y reconocían que para alcanzar prestigio por medio de las armas debían viajar a otras regiones:
…y como viera que la forma de vida y las costumbres de Toscana no podían darle ocasión de demostrar su valor, resolvió entrar por algún tiempo al servicio de Alfonso, rey de España, cuya fama de valor superaba a la de los demás soberanos de aquellos tiempos… (jornada 10, cuento 1)
No obstante, prevalecía el cuidado de las formas
Si bien varios historiadores refieren que hacia la Baja Edad Media la conducta caballeresca se había tornado hueca y superficial, todavía en esa época se pretendía mostrar una superioridad social con base en la «nobleza del alma» y «la excelencia de costumbres».
Oyendo el excelente conversar del joven y considerando detenidamente sus maneras, el abad meditó cómo aquel hombre, a pesar de su profesión servil, había llegado a tanta nobleza… (jornada 2, cuento 3)
Esa virtud, que en otras épocas era patrimonio de nuestras antepasadas, la época actual la ha trocado en adornos corporales; y la que viste los trajes más elegantes y llamativos se imagina que debe ser tenida en mucho más… En su ignorancia llegan a figurarse que es indicio de imaginación cándida el no saber hablar con quien hablar sabe… (jornada 1, cuento 10)
El Podestá juzgó, por sus finos modales, que su grandeza de alma corría pareja con sus gracias y hermosura… (jornada 6, cuento 7)
Las maneras refinadas eran útiles por igual para enamorar o para rechazar con elegancia a los pretendientes indeseables.
El rey de Francia la halló más hermosa, prudente y bien educada de cuanto le habían referido… Comprendió la discreción que ocultaba la respuesta de la marquesa, y que con mujer semejante eran inútiles palabras y exigencias… (jornada 1, cuento 5)
En muchos casos, la agudeza verbal desplazaba al filo de la espada.
Con buenas y pocas palabras nos ha dirigido la mayor ofensa del mundo… al decir que estamos en nuestra casa ha querido dar a entender que nosotros y todos los demás ignorantes de la ciudad, comparados con él y con los demás filósofos, somos como los muertos… (jornada 6, cuento 9)
Hermosa virtud es saber hablar con tino en toda ocasión, pero considero virtud hermosísima saber hacerlo cuando la necesidad lo exige… (jornada 6, cuento 7)
La tirante estructura del Medievo
La rígida estructura social del Medievo no toleraba los romances entre personas de distinta clase. No solo los repudiaba, también los castigaba con prisión, azotes públicos o con una muerte vergonzosa.
Bien sabes cuán grande es la ofensa que me inferiste en mi propia hija cuando, tratándote yo siempre con bondad y amistad cual debe hacerse con un servidor, debías haber respetado mi honor y el de los míos… (jornada 2, cuento 6)
Así como los hombres tienen gran cautela en procurar amar a mujer de linaje más elevado que el suyo, así también en las mujeres es gran perspicacia saber evitar enamorarse de hombre de posición más elevada que ella… (jornada 1, cuento 5)
No solo la nobleza y las autoridades civiles sancionaban semejante posibilidad amorosa; incluso Dios vigilaba que las clases no se mezclaran.
La noble dama habíase propuesto casar a Giannetta convenientemente, según la condición o clase a que juzgaba debía pertenecer. Mas Dios, que siempre atiende con justicia a los merecimientos ajenos, sabiendo el noble origen de la muchacha y la pena que estaba sufriendo por culpas ajenas, dispuso las cosas de otra manera, no permitiendo que se casara con persona de mediana clase e indigna de la alcurnia de su cuna… (jornada 2, cuento 8)
A pesar de tales restricciones, surgía el amor entre personas de distintas clases sociales condenándolas a un sufrimiento que en ocasiones bordeaba la tragedia.
Hacia finales del Medievo comenzaban a abrirse algunos resquicios que, al menos en la ficción literaria de la época, requerían ciertas justificaciones. Es el caso del sirviente enamorado que resultaba ser rico o noble:
Ese joven al que lleváis a la muerte como esclavo es hombre libre e hijo mío, y está dispuesto a tomar por esposa a la mujer a quien, según dicen, ha seducido… Muy sorprendido quedó micer Corrado al saber que Pietro era hijo de uno de los embajadores. Se avergonzó por la precipitación con que había obrado… (jornada 5, cuento 7)
Y es que el ascenso de la burguesía estaba provocando que al estatus basado en el linaje se introdujera una variable: la condición económica. Así surgieron relatos acerca de las desventuras de amantes a los que separaba su distinta condición económica:
Deseando Martuccio tenerla por esposa, se atrevió a pedirla a su padre, quien le dijo que no la daría a un hombre pobre como él… (jornada 5, cuento 2)
Un adinerado mercader dejó al morir sus bienes a su esposa y su hijo pequeño… La madre, que aspiraba a casarlo con una joven de alta alcurnia, dijo a los tutores: ese chiquillo, a pesar de tener sólo catorce años, se ha enamorado de la hija de un sastre. Si no ponemos pronto remedio al mal, es posible que el día menos pensado se case a escondidas… (jornada 4, cuento 8)
Por el contrario, quienes eran favorecidos por el factor económico podían quebrantar los prejuicios de clase:
Había un rico mercader a quien se le ocurrió la necia idea -que aún subsiste hoy entre los comerciantes- de ennoblecerse por medio del matrimonio, y tomó por esposa a una noble joven, que distaba mucho de ser la que le convenía… (jornada 7, cuento 8)
Poco a poco, se relajan los rigores
Conforme languidecía el Medievo, la rígida estructura social comenzaba a transformarse y así lo reflejaban los relatos, cada vez más permisivos:
Pietro, perteneciente a una ilustre familia romana, se enamoró de una hermosísima muchacha llamada Agnolella, hija de un plebeyo. [Ante el repudio social, los jóvenes huyen y tras duros avatares se reencuentran en el castillo de un noble cuya esposa decide casarlos con la pompa de la nobleza.] ¿Por qué he de turbarles su deseo? Se aman, se conocen bien y su intención es honesta; estoy segura de que la Providencia lo aprueba, puesto que ha salvado a uno de la horca y a la otra de la lanza. Celébrense aquí las bodas… (jornada 5, cuento 3)
Ante la decadencia de la nobleza, se destacaban virtudes de la gente humilde que ya difícilmente se observaban en los palacios:
Quienes al principio habían tachado de necio a Gualtieri por casarse con aquella joven, aseguraban ahora que era el hombre más inteligente, pues nadie más que él habría podido conocer mejor la elevada virtud oculta bajo las pobres ropas de campesina… ¿Qué podemos decir sino que también en las casas humildes llueven las gracias del Cielo, igual que en las mansiones reales, en las que tantos hay que mejor estarían guardando cerdos que entregados al gobierno de los hombres?… (jornada 10, cuento 10)
Algunos relatos se atrevían incluso a privilegiar el sentimiento como máxima justificación para un amor socialmente prohibido, cosa que poco antes resultaba impensable.
Ni por afán de señoría -contestó el sirviente-, ni por deseo de dineros, ni por otra razón alguna conspiré contra vuestra persona y vuestras cosas. Amé a vuestra hija, la amo y la amaré siempre, porque la juzgo digna de mi amor… (jornada 2, cuento 6)
Aun cuando le pareció muy hermosa la hija del médico, sabía que el linaje de ella no correspondía a la nobleza de Beltrán, que se mostró desdeñoso. Sin embargo, el rey de Francia obligó al conde a tomarla por esposa. La mujer soportó desprecios y se alejó, pero no cejó en su empeño… el conde viendo su perseverancia e inteligencia, y contemplando, además, aquellos dos niños tan hermosos, depuso su obstinada severidad. Hizo levantar a la mujer, la besó y reconoció como legítima esposa y los niños como hijos suyos… (jornada 3, cuento 9)
-Si insistís en que vuelva a casarme [dijo la viuda], sabed que mi segundo marido ha de ser Federigo degli Alberighi, y no otro.
-¿Qué desatinos dices? ¿Ignoras que ese hombre no tiene ya un céntimo?
-Lo sé lo mismo que vosotros; pero prefiero un hombre sin riquezas, a riquezas sin hombre… (jornada 5, cuento 9)
EL CLERO
La desordenada vida eclesiástica
Aunque en el curso del Medievo la iglesia católica consolidó su poder económico y social, también experimentó un declive ético. En el Decamerón abundan las historias pícaras que involucran un comportamiento libertino de los miembros del clero, en todos sus niveles. Se les describe como seres taimados y lujuriosos que sacan provecho de su jerarquía espiritual, su ascendente sobre la población y su gran capacidad persuasiva.
La sordidez de los clérigos da sobrada materia de que hablar como blanco permanente de malicia; es como un objeto al que podemos atacar y del que usamos para reprender en otros algún vicio que se desea corregir… (jornada 1, cuento 7)
En varias historias se ha demostrado hasta qué punto los sacerdotes, frailes y demás clérigos solicitan nuestras mentes… como un preboste que, de buen o mal grado, quería que una noble dama viuda lo amara… (jornada 8, cuento 4)
El repertorio es amplio. Un fraile le hace creer a una mujer vanidosa que el arcángel Gabriel la ama y la visita a través del cuerpo del clérigo… Otro fraile lascivo consigue los favores de su comadre… O el cuento de un hombre rico, carente de instrucción, que en su exceso de devoción religiosa impone a su joven esposa dietas carnales más prolongadas de lo que ella habría querido, situación que aprovecha el joven fraile Don Felice para distraer al marido y divertirse con la esposa:
Creyendo lograr el Paraíso, Puccio hizo entrar en él al fraile así como a su mujer, que tenía gran necesidad de lo que el fraile, hombre misericordioso, la proveyó con abundancia… (jornada 3, cuento 4)
Incluso en monasterios donde los monjes eran «modelo de santidad», llegaba a ocurrir que alguno introdujera en secreto a una mujer. En una de esas ocasiones, el abad intentó reprender a la muchacha pero, como «el demonio suele ir en pos de los monjes para tentarlos», sucumbió ante la lozanía de la joven:
¿Por qué no he de aceptar un placer que me viene a las manos? Bastantes privaciones sufro para que sea preciso añadir otra. Es hermosa y nadie sabe que está aquí. Si pudiera convencerla para que consintiese a mis deseos, no habría razón para que me privara de su goce. ¿Quién va a saberlo? Nadie. Pecado ocultado, está medio perdonado. Esta ocasión no se me presentará nunca. Considero que es juicioso no desperdiciar un bien cuando nos lo envía el cielo… (jornada 1, cuento 4)
Otro abad pone en juego su astucia y su envolvente capacidad retórica para tener a la bella esposa de un aldeano rico.
-¿Qué es lo que me pedís? Os he creído siempre un santo. ¿Está bien pedir ciertas cosas a las mujeres que vienen a vos en busca de consejos?
-No debéis sorprenderos, hermosa mía -dijo el abad-; la santidad es cosa del alma y no se pierde por eso. Lo que yo os pido es pecado del cuerpo. Pero sea lo que fuere, tanta fuerza ha tenido vuestra hermosura, que me ha inducido a obrar así, y os digo que vos, señora, debierais gloriaros de esa belleza al pensar que gusta a los santos, acostumbrados a contemplar los primores del Cielo. Aparte de que no soy menos hombre que los otros porque sea abad. No rechacéis la gracia que Dios os envía… (jornada 3, cuento 8)
La debilidad de los ministros del clero no se limita a los goces carnales, también son amantes de los bienes materiales y no muestran reparo en obtenerlos a cambio de promesas celestiales.
Hasta dónde llega la hipocresía de ciertos frailes… hemos visto su cuidado en sacar buen partido de todas partes, prometiendo la salvación a quien les hace algún regalo, mientras que ellos, que sólo reciben y no dan, no se consideran condenados; los vemos ir de un lado a otro, no como simples mortales que deben ganarse el paraíso, sino como dueños y señores del cielo, dándole a cada uno que se muere un sitio en él, más o menos excelente según el oro que les haya dejado… Así, el que había sido ladrón, falsario, rufián y homicida, se vio convertido, a los ojos de las gentes estúpidas, en un gran predicador elegido de Dios… (jornada 4, cuento 2)
Ni las monjas se salvaban
También en los conventos se desarrollaban historias picarescas de amoríos ocultos:
-¡Levantaos, señora, y venid pronto; la hermana Isabetta tiene un joven en su celda.Aquella noche, la abadesa estaba acompañada de un clérigo que con frecuencia se hacía traer encerrado en una caja, y al oír esto, temiendo que las religiosas, en su precipitación, empujaran tanto la puerta que ésta se abriera, se levantó a toda prisa, vistióse a oscuras, y creyendo tomar ciertos velos plegados que las monjas suelen llevar y llaman tocas, cogió equivocadamente los calzones del clérigo, y tanta fue su prisa que, sin darse cuenta de ello, se los puso en la cabeza en lugar de la toca y salió de la celda, cerrando apresuradamente la puerta tras de sí, diciendo: «¿Dónde está esa maldita?»… (jornada 9, cuento 2)
Un relato destacado es el de un joven hortelano que finge ser mudo para conseguir trabajo en un convento. Progresivamente, las mojas y la abadesa deciden conocer el placer a través del supuesto discapacitado, «el mejor para esta experiencia pues, aunque quisiera, no podría contarlo». Y al probar «las dulzuras que antes les inspiraban tanto horror» se aficionaron a tal grado que el hortelano tuvo que romper el silencio:
He oído decir que un gallo basta para diez gallinas pero que diez hombres no son bastantes para una mujer. ¿Cómo queréis que yo, que sirvo a nueve, pueda arreglármelas? Poned orden, os lo suplico, o de lo contrario me veré obligado a marcharme… (jornada 3, cuento 1)
Toda la jerarquía eclesiástica era señalada
A fines del Medievo, los clérigos ya no son ejemplo de humildad, prudencia, frugalidad, compasión, espiritualidad y renuncia a todo lo fatuo de este mundo; por el contrario, encarnan todas las debilidades humanas, incluso son grandes pecadores.
¡Oh, corrompido siglo! No les avergüenza aparecer gruesos, con el rostro sonrosado, vestidos con lujosos paños y engalanados no como cándidas palomas sino como orgullosos gallos, erguida la cresta y henchido el pecho. Y lo que es peor aún -dejando de lado el que en sus celdas guarden vasos con mieles y pomadas, dulces, botellas y garrafas con aguas de olor y aceites, malvasía y vinos griegos u otros licores preciosos, hasta tal punto que más que celdas de fraile parecen boticas y bodegas-, no les avergüenza que otros sepan que son gotosos… Los muy necios creen que los demás ignoramos que la vida parca, las largas vigilias, las oraciones y disciplinas vuelven pálidos y austeros a los hombres, y que ni santo Domingo ni san Francisco poseyeron cada uno cuatro capas de fino paño, sino de grosera lana. Quiera Dios remediar tantos escándalos… (jornada 7, cuento 3)
Usan todas las tretas posibles para obtener los favores de las mujeres, sean solteras o casadas. Tanto abundaban estos clérigos enamoradizos que ya se miraba con recelo a toda la iglesia:
Aquellos que continuamente nos ofenden; me refiero a ciertos curas que han proclamado como una cruzada sobre nuestras mujeres, y, cuando conquistan a una, les parece haber ganado la misma indulgencia de culpa y pena que si hubieran logrado llevar encadenado al sultán de Turquía a la corte papal. Y nosotros, pobres burgueses, no podemos hacer lo mismo con ellos… (jornada 8, cuento 2)
Prácticamente todos los pecados capitales figuraban en las historias relacionadas con integrantes del clero.
Un franciscano con el cargo de inquisidor general era no menos excelente investigador de quienes tenían la bolsa llena, que de aquellos que hacían burla de la fe… Así amenazó con la hoguera a un rico por una broma menor, y éste se asustó tanto que pensó recurrir a la pomada de San Juan Boca de Oro y untar con ella las manos del inquisidor, pues no conocía mejor remedio contra el veneno de la avaricia de los clérigos… (jornada 1, cuento 6)
Los relatos de deslices mundanos ya incluían a toda la jerarquía eclesiástica.
Cautamente, el judío empezó a estudiar las costumbres del papa, cardenales, prelados y cortesanos en Roma. Pudo notar que casi todos estaban corrompidos y entregados a toda clase de placeres naturales y antinaturales, sin freno, ni pudor, ni remordimiento; que la depravación de sus costumbres había llegado hasta el punto de que los empleos, incluso los más importantes, se conseguían por influencia de las meretrices y de los pícaros. También observó que la mayoría eran glotones; que, dominados por el interés y la avaricia, se valían de los recursos más bajos y odiosos para conseguir dinero, del cual estaban tan ávidos que lo mismo traficaban con la sangre, aun con la cristiana, que con todas las cosas divinas, indulgencias y beneficios, haciendo con ello mercadería más productiva que pudiera hacerse en París con los paños. Así quedó asombrado al ver que a todas aquellas infamias daban nombres honrados para disimular sus crímenes… No existe en Roma un solo sacerdote de buena conducta; al contrario, me ha parecido que la intemperancia, el lujo, la avaricia y otros vicios aún peores, si peores los hay, han convertido Roma más en antesala del infierno que en centro del cristianismo… (jornada 1, cuento 2)
«Boccaccio, Chaucer, Juan Ruiz y tantos otros ven en el clérigo el espejo de todos los pecados y el blanco de todas las burlas, seguramente porque tal era la actitud de sus oyentes y lectores», escribe José Luis Romero en su ensayo La Edad Media.
Y pese a todo, el pueblo defendía su fe
La fe cristiana estaba por entrar en una época de choque con el conocimiento científico. La literatura dejaría constancia de este enfrentamiento al exhibir el fervor popular e incluso hacer escarnio de la facilidad con que algunos representantes de la iglesia engatusaban a los aldeanos.
Fray Cipolla dijo a la ingenua muchedumbre: Encontré al venerable padre Nonmiblasmete Sevoipiace, dignísimo patriarca de Jerusalén, el cual quiso mostrarme todas las santas reliquias que consigo tenía. En primer lugar me mostró el dedo del Espíritu Santo, tan fresco y sano como si acabara de ser cortado; el copete del Serafín que apareció a San Francisco; una de las uñas de los Querubines; unos cuantos rayos de la estrella que apareció a los tres Magos de Oriente; un frasquito con el sudor de san Miguel cuando combatió con el diablo, y otras varias. Me hizo partícipe de sus santas reliquias, entregándome, en un frasquito, un poco del sonido de las campanas del templo de Salomón, así como la pluma del arcángel Gabriel y algunos carbones que sirvieron para asar al beatísimo mártir san Lorenzo… (jornada 6, cuento 10)
Sin embargo, y pese a la mala reputación de los miembros del clero, eso no mermaba la fe del pueblo que incluso podía actuar con violencia si alguien pretendía ofender las creencias populares.
Comenzó a fingir que se distendía uno de los dedos; luego la mano y el brazo, hasta llegar a mover todos los miembros. Al ver esto la gente, se elevó tal clamor de alabanzas a san Arrigo, que hasta los sordos lo habrían podido oír. Casualmente estaba cerca de allí un florentino que conocía a Martellino. Empezó a reír y gritar: «¡Mal rayo te parta! ¿Quién no iba a creer que estabas tullido de verdad?» Los treviseños empezaron a gritar: «¡Prended a este impío que viene aquí a burlarse de Dios y de los santos, que sin ser tullido ha fingido serlo para poner en ridículo a nuestro santo y a nosotros!»… (jornada 2, cuento 1)
EL INCÓMODO ASCENSO DE LA BURGUESÍA
A esa gente le falta clase…
En la última fase del Medievo, la acumulación de fortuna dio a banqueros, comerciantes y dueños de talleres acceso a un alto estrato que les había sido vetado por carecer de un linaje aristocrático. Es el caso de «un tal Musciatto Franzesi, que de riquísimo comerciante pasó a ser gran cortesano» (jornada 1, cuento 1). Ese ascenso social dio origen a diversas historias que se mofaban de los tropiezos de esos nuevos ricos, a quienes les faltaba elegancia.
¿Acaso debes estar a merced del mal humor de un mercachifle de estiércol, de un estúpido aldeano con los calzones caídos, como esos que en cuanto tienen algo de dinero quieren enlazarse con las familias más ilustres? Esta clase de gentes se mandan hacer en seguida un escudo de armas y no se ocupan más que de ir hablando por aquí y por allá de sus nobles antepasados, cual si hubieran olvidado su humilde origen… (jornada 7, cuento 8)
Herminio de Grimaldi era mucho más rico en posesiones y dinero que cualquier otro ciudadano. Sin embargo, su opulencia corría pareja con su avaricia. No solo no abría su bolsa en provecho de nadie, sino que aún consigo mismo era misérrimo… (jornada 1, cuento 8)
Conociendo esta mujer la alta estirpe de que descendía y habiéndose casado, debido a su escasa fortuna, con un comerciante de paños, considerando como una humillación este enlace, jamás pudo vencer la repugnancia que le inspiraba su esposo, a quien ni aun todas sus riquezas podían ennoblecer. La indiferencia o desprecio de su mujer para con él llegó al extremo de no cumplir sus deberes conyugales… (jornada 3, cuento 3)
En otras ocasiones, la crítica se dirigía contra los descendientes, herederos que no conocían de esfuerzos y sólo sabían despilfarrar la fortuna creada por sus ancestros.
La miseria les abrió los ojos, que la prodigalidad y la abundancia les tuvieron cerrados… (jornada 2, cuento 3)
Andreuccio di Pietro, para demostrar que tenía deseos de comprar caballos, enseñaba con frecuencia su bolsa -tan inexperto e incauto era- a cuantos por aquel sitio iban y venían… (jornada 2, cuento 5)
…les falta clase, pero les sobra dinero
Y es que siempre se topaban con alguien que intentaba engañarlos estimulando su ambición, su lascivia, o aprovechando su ignorancia, su ingenuidad. En ocasiones, los estafadores lograban arrebatarles el dinero, las propiedades, y hasta las esposas.
Salabaetto, a quien el amor había quitado buena parte del debido juicio, creyendo verdaderas aquellas lágrimas y más aún las palabras de la mujer, dijo: Yo no puedo daros mil, señora, pero quinientos sí, si creéis poder devolvérmelos dentro de quince días, y gran suerte es que ayer vendiera mis paños, pues de no ser así no podría prestaros nada… (jornada 8, cuento 10)
Siempre incitado por su gran avaricia, seguro de la virtud de su mujer y convencido de que podría burlarse del joven, Francesco contestó que no tenía reparo alguno en que hablase con ella cuanto rato quisiera… (jornada 3, cuento 5)
DEL INGENIO CORTESANO A LA PICARDÍA POPULAR
A ninguna persona discreta debe maravillar que yo ame, señora, y menos aún que os ame a vos, pues lo merecéis. Aunque los años agoten las fuerzas que se requieren en las amorosas lides, no apagan los deseos ni nublan el discernimiento necesario para ver lo que verdaderamente es digno de ser amado, pues su experiencia es mayor que la de un joven. Ésta y no otra es la esperanza que me induce a mí, que soy viejo, a amaros, a pesar de vuestros jóvenes adoradores. En alguna ocasión he visto a señoras comer puerros y llevadas por avieso apetito también comen las hojas verdes, que no solo son inútiles sino que tienen mal sabor. ¿Sabría yo, acaso, señora, si al elegir a vuestros amantes tendríais el mismo capricho?… (jornada 1, cuento 10).
La literatura caballeresca consideraba el ingenio como una de las bellas maneras entre la nobleza. Aunque dicha literatura declinó en pleno Medievo, no perdió aprecio ese tipo de talento, porque «las elocuentes frases son el adorno de los pensamientos discretos», aún cuando «pocas mujeres saben hoy usar debidamente el arma sutil de la ironía, y ello es lamentable» (jornada 6, cuento 1). Con una salvedad, por supuesto: «Sólo quiero recordaros que las frases agudas, en nuestros labios, han de ser de índole tal que no sean como mordeduras de perro, pues si lo fueran, las más felices ocurrencias resultarían villanías» (jornada 6, cuento 3).
En los relatos del Decamerón se destaca esa habilidad que permite obtener lo anhelado (o salir de grandes apuros) por medio del ingenio verbal:
Aun cuando la agudeza y el ingenio proporcionan con frecuencia respuestas útiles y admirables, de acuerdo con las circunstancias, también la fortuna auxilia algunas veces a los tímidos y pone en boca de los medrosos frases que, aun teniendo reposado el ánimo, no hubieran sabido encontrar…» (jornada 6, cuento 4)
Es cierto que Rinaldo es mi marido y que me ha encontrado en los brazos de Lazzarino. Esto jamás lo negaré […] Pero si Rinaldo ha recibido de mí siempre lo que ha necesitado y ha querido, ¿qué debía yo hacer de lo que me sobra? ¿No era mucho mejor dárselo a un gentilhombre que me ama con toda su alma, antes que dejarlo perder o malograr? Convencido, el Podestá ordenó modificar aquella arbitraria ley para que sólo se aplicara el castigo a mujeres que por lucro engañaran a sus maridos… (jornada 6, cuento 7)
Con el salvoconducto de la astucia de sus personajes, los relatos populares ingresaron a la literatura, otorgando visibilidad a quienes antes resultaban invisibles.
Las criadas, el panadero, el cocinero, el caballerizo, el hortelano, el posadero y el resto de la gente común, todo el pueblo irrumpe en la literatura como personaje central de las historias. Se les reconoce como seres que «dotados de noble ánimo» se dedican «a ingrato oficio, siendo capaces de otro más elevado. Tal sucedía a Cisti, a quien, aun poseyendo mucho ingenio, la fortuna le hizo panadero» (jornada 6, cuento 2).
…y, pensando lo que podía ocurrir, llamó a su criada, que lo sabía todo… (jornada 7, cuento 8)
Entre la astucia y la picardía
Los pícaros adquieren un papel protagónico en buena parte de los relatos del Decamerón.
El palafrenero de una reina logra introducirse al lecho de la soberana con el sencillo ardid de suplantar en la oscuridad al monarca. El rey lo descubre entre los sirvientes que duermen y, para evitar el escándalo, la deshonra y el ridículo, lo marca discretamente. A la mañana siguiente, cuando intenta reconocerlo ve la misma marca en varios sirvientes y piensa:
«El que estoy buscando, aunque de baja ralea, sobradamente demuestra que es inteligente»… (jornada 3, cuento 2)
Ya moribundo, Ciappelletto decide tejer un engaño a un santo religioso:
Tanto he ofendido a Dios durante mi vida, que bien puedo hacerle un nuevo ultraje a la hora de mi muerte; no importará uno más o menos… (jornada 1, cuento 1)
Fontarrigo despilfarra el dinero de Angiulieri, provoca su ruina y, para colmo, revierte las acusaciones en su contra y logra apropiarse de las últimas pertenencias de su «amigo» (jornada 9, cuento 4).
Otros tienen modos más sutiles, como Ciacco, que «no pudiendo sus recursos sostener los gastos que su glotonería exigía, siendo, por otra parte, hombre de maneras bastante aceptables y de oportunas ocurrencias, se dedicó a ser si no un gentilhombre, sí al menos ingenioso en la conversación, con lo que frecuentaba el trato de los ricos, que suelen deleitarse con una buena mesa, y en más de una ocasión comió con ellos sin que nadie le invitara». A veces coincidía con Biondello, «bajo de estatura, elegante y más pulido que una mosca», que se dedicaba al mismo oficio (jornada 9, cuento 8).
Están además los adúlteros que evitan el castigo a base de sagacidad, tanto la hermosa y gentil Isabetta que sale bien librada cuando se le juntan dos amantes y el marido (jornada 7, cuento 6), como Peronella, la «jovencita ingeniosa, a pesar de su humilde origen» (jornada 7, cuento 2).
La picardía sexual alcanza altos vuelos cuando el monje Rústico explica a la ingenua Alibech cuán enemigo de Dios es el diablo y que la obra más meritoria que podían hacer los cristianos era meter al demonio una y otra vez en el infierno. Ella pregunta cómo se hacía eso. El monje pide que se desnuden…
Rústico vio más sobreexitado que nunca su violento deseo, que provocó la resurrección de la carne, lo cual hizo que Alibech preguntara maravillada qué era eso, que ella no tenía.
-Esto, hija mía, es el diablo que me atormenta… tú, en cambio, tienes el infierno, y creo que Dios te ha traído aquí para la salvación de mi alma… (jornada 3, cuento 10)
EMERGE UNA NUEVA SOCIEDAD
Para no enumerar detalladamente todas las ambiciones humanas, afirmaré que ninguna de ellas -aun cuando elegida con el mayor cuidado- puede asegurarnos contra las desgracias que de un momento a otro nos pueden sobrevenir… (jornada 2, cuento 7)
«Todo revela en los escritores satíricos la presencia de un nuevo sentimiento de la vida, profundamente atado a los intereses terrenales y nutrido por una concepción radicalmente naturalística. Ese sentimiento de la vida era un sentimiento profano. Se satisfacía con el goce de vivir, y con todas las formas singulares de ese goce: el amor, el vino, la contemplación de la naturaleza y la creación estética. Si el lujo era un atributo común de las clases señoriales y de las más altas clases burguesas, es porque el lujo expresaba ese regocijo de estar vivo que parece uno de los signos de la época, el que revelan Boccaccio y el Arcipreste, López de Ayala y Chaucer…», refiere José Luis Romero (La Edad Media).
Mujeres empoderadas
Dices haberme pegado. Nunca me has pegado; todos podéis ver si en mi cuerpo hay señal alguna de golpes. Y no te aconsejaría que tuvieras el atrevimiento de poner tu mano encima de mí, pues por mi fe que te desharía la cara… (jornada 7, cuento 8)
Ya se han mencionado varios relatos en los que las mujeres, con destreza y determinación, consiguen lo que se proponen, cualquiera que sea su objetivo y sin importar los obstáculos que deban enfrentar. En el Decamerón hay abundantes ejemplos al respecto.
…encaramóse por el árbol y, encontrando abierta la ventana, entró en la habitación y corrió a echarse en brazos de la hermosa dama, la cual le acogió alegremente diciendo «agradezcamos al religioso que tan bien te enseñara el camino para llegar a mí». Y luego, satisfaciendo sus afanes y hablando de la ingenuidad del buen fraile, burlándose del marido y sus lanas, siguieron solazándose… (jornada 3, cuento 3)
El marido celoso pasó muchas noches al pie de la puerta, con el deseo de sorprender al intruso, y la mujer las pasó solazándose con el amante… Luego diría al esposo: «Me gusta mucho ver cómo a un hombre inteligente le conduce una mujer sencilla igual que se lleva por los cuernos a un borrego al matadero»… (jornada 7, cuento 5)
…cuando alguna mujer le hace una mala jugada a su esposo, no sólo debierais alegraros de saberlo u oírlo contar, sino que vosotras mismas tendrías que pregonarlo, a fin de que los hombres comprendan que, si ellos saben, no menos saben ellas… (jornada 7, cuento 2)
Mujeres astutas que no sólo engañan al marido sino que además salen bien libradas cuando todo indica que serán descubiertas.
Viendo Isabetta el apurado trance en que se hallaba metida con el inesperado retorno de su marido, y comprendiendo que no era posible ocultar a micer Lambertuccio porque tenía en el patio su caballo, se dio por muerta. No obstante, saliendo súbitamente de la cama, tomó una pronta decisión y dijo a micer Lambertuccio: Señor, si me estimáis en algo y estáis dispuesto a librarme de la muerte, haced lo que os diré… (jornada 7, cuento 6)
En la puerta, con su marido, Tessa comenzó esta oración: Fantasma, fantasma que corres de esta suerte toda la noche, con la cola tiesa viniste y con la cola tiesa volverás; ve al huerto, que al pie del albérchigo grande hallarás unto y visunto y cien huevos de mi gallina; aplica la boca a la botella y márchate; no nos hagas daño ni a mí ni a mi Gianni… (jornada 7, cuento 1)
…Sismonda no solamente evitó el peligro con su sagacidad, sino que se facilitó el camino para poder hacer en lo sucesivo lo que la acomodara, sin volver a temer cosa alguna de su marido… (jornada 7, cuento 8)
Pero no todo es picardía. Esa misma astucia femenina les permite librarse de intrigas e injusticias…
Yo soy, señor, la esposa de Bernabó, la desdichada Ginebra que, durante seis años, ha caminado disfrazada de hombre por el mundo, indignamente injuriada por el traidor Ambrogiuolo… El más extrañado de todos era el sultán. Cuando cesó su asombro, elogió sin reservas la constancia y la virtud de la que, siendo Ginebra, hasta entonces había sido Sicuran. A petición de la dama perdonó al marido su crueldad… (jornada 7, cuento 9)
El derecho al placer
Los historiadores refieren que en su intento por olvidarse de los estragos causados por la peste, la gente se entregaba sin freno a todos los placeres, incluso con frenesí, como si la espantosa proximidad de la muerte no hiciese más que exacerbar el gusto de vivir y de gozar.
Como sabes, Lusca, soy joven todavía, lozana y tengo cuanto pueda desear una mujer; sólo me falta una cosa y de ello me lamento. Digo que los años de mi marido, si se comparan con los míos, son demasiados, por cuyo motivo vivo poco contenta de aquello que más agrada a las otras y hace tiempo estoy determinada a no negarme yo misma lo necesario y conveniente para mi deleite y salud. Para eso quiero que Pirro supla a mi marido, y tanto amor le he puesto que sólo soy dichosa cuando lo veo o pienso en él… (jornada 7, cuento 9)
A pesar de leyes y severas reglas sociales que castigaban conductas como el adulterio, en los relatos del Decamerón se respira una reivindicación tácita por el derecho al placer.
No podría sentir mayor alegría que ver al mismo tiempo a mi marido libre y a Tedaldo vivo, dijo la mujer… Ermellina se mostró contentísima ante los dos súbitos acontecimientos: recobrar vivo a su amado Tedaldo, a quien creía haber llorado muerto, y ver libre de peligro a su esposo. Abrazó y besó a Tedaldo y juntos en el lecho hicieron alegremente las paces gozando uno del otro… (jornada 3, cuento 7)
…Y como suele suceder que no sienta bien siempre un mismo manjar, sino que se desea cambiar algunas veces de pitanza, Isabetta, hermosa y gentil, insatisfecha de su marido, se enamoró de un joven llamado Leonetto. Y no transcurrió mucho tiempo sin que dieran satisfacción a su amor… (jornada 7, cuento 6)
Tras ser asaltado, el mercader Rinaldo de Asti es auxiliado por una bella viuda:
Animáos y no paséis cuidado. Estáis en vuestra casa. Hasta os diré más: al veros vestido con este traje que perteneció a mi difunto marido, más de cien veces me ha venido la intención de abrazaros y cubriros de besos… Rinaldo, yendo a ella con los brazos abiertos, dijo: Señora, al pensar que siempre podré decir que os debo la vida, gran vileza sería la mía si no me apresurase a hacer cuanto a vos os sea agradable. Satisfaced, pues, vuestro gusto, que yo haré mucho más gustosamente con vos lo propio… (jornada 2, cuento 2)
Algunas historias parecen justificar su permisividad sensual por ubicarse en el lejano Oriente, como el relato de Alatiel, la hija del sultán de Babilonia cuya hermosura enloquecía de pasión a los hombres. El azar la lleva a descubrir y aficionarse por los placeres de la carne, aunque con destreza logra evitar la mala fama pública:
Y la princesa, que se había unido con ocho hombres, y acaso tuvo tratos con ellos más de diez mil veces, entró en el tálamo nupcial como doncella, y así se lo hizo creer, reinando y viviendo los dos en armonía durante muchos años. Esto ha hecho que se diga: boca besada no pierde frescura; es más, se renueva como hace la luna… (jornada 2, cuento 7)
El ascenso del saber
En varios relatos, Calandrino es el centro de las burlas al personificar a los individuos de los estratos bajos que, por añadidura, son sumamente ignorantes e ingenuos.
-Mira, Calandrino, hablándote como buen amigo, te diré que todo tu mal se reduce a que estás preñado.
-¡Ay de mí! ¡Tú tienes la culpa, Tessa, por no querer estar sino encima!
-No te desanimes, Calandrino, porque afortunadamente nos hemos dado cuenta a tiempo, y te libraré de tu mal con poco trabajo, en pocos días, aunque debo advertirte que has de gastar algún dinero… (jornada 9, cuento 3)
Hacia el final del Medievo prevalecían creencias y mitos muy enraizados en la cultura popular. El Decamerón recoge relatos con estos ingredientes: los sueños admonitorios que vaticinaron el infarto de Gabriotto (jornada 4, cuento 6) y el ataque de lobos a Margarita (jornada 9, cuento 7); el embrujo que tornó venenosa una salvia (jornada 4, cuento 7); los muertos que vuelven del más allá para revelar quiénes fueron sus asesinos (jornada 4, cuento 5) o para consolar al pecador atormentado por tener amoríos con su comadre:
¡Bah, tonto! Aquí [en el Purgatorio] nadie toma cuenta alguna de las comadres… Meuccio comenzó a burlarse de su propia estupidez y decidió ser en adelante más inteligente… (jornada 7, cuento 10)
Si bien en todos los estratos sociales había personas con aguda inteligencia, en el Medievo surgió un espacio que privilegiaría el conocimiento y el saber, y marcaría un camino de renovación social y cultural hacia el Renacimiento: las universidades. «La fuerza de una pluma es sobradamente mayor de lo que imaginan quienes aún no la han probado personalmente»:
He ahí el resultado de las burlas de una mujer necia, que creyó poder divertirse a costa de un estudiante como lo hubiera hecho con otro cualquiera, sin comprender que los que estudian -no todos, pero sí la mayor parte- saben dónde tiene el rabo el diablo… (jornada 8, cuento 7)
Sucinto y categórico, el historiador Johannes Bühler resume: «El Decamerón de Boccaccio se halla alimentado todo él por el acervo medieval y un incipiente humanismo» (Vida y cultura en la Edad Media).
[ Gerardo Moncada ]Otras obras del Medievo:
La divina comedia, de Dante Alighieri.
Cancionero, de Francesco Petrarca.
El Cantar de mio Cid.
Chanson de Roland, inicios de la épica francesa.
Beowulf, el origen de la épica inglesa.
El conde Lucanor, del infante Don Juan Manuel.
Libro del buen amor, de Juan Ruiz arcipreste de Hita.
Tristán e Isolda, versiones de Béroul y de Thomas.
Leyendas medievales en Alemania, recopilación de Hermann Hesse.
El caballero del león, de Chrétien des Troyes.
Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique.
La Celestina, de Fernando de Rojas.
El Lazarillo de Tormes.
La Edad Media (ensayo histórico).
Vida y cultura en la Edad Media, de Johannes Bühler.
Arte en la Edad Media.