En torno a este poeta, precursor de los grandes autores augustos, escribe para Otro Ángulo el maestro en Letras Néstor Manríquez Lozano.
«Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia, me son bastante y de sobra. Cuan
gran número de arena libia se extiende por Cirene, rica en laserpicio, entre el oráculo
del tempestuoso Júpiter y el sepulcro del antiguo Bato. O cuantas estrellas
contemplan, cuando calla la noche, los furtivos amores de los hombres. Tantísimos
besos le son bastante y de sobra besarte al loco de Catulo, que ni podrían contar los
curiosos ni embrujar con su mala lengua.»
(Catulo, Carmina, 7)
En el museo arqueológico de Nápoles se encuentran muchas de las piezas más relevantes y mejor conservadas de la sociedad romana en el siglo I de nuestra era. Esto se debe, principalmente, a que en este recinto están gran cantidad de esculturas, decoraciones, mosaicos u objetos de uso cotidiano que han sido encontrados en las excavaciones en Pompeya y Herculano, dos de las ciudades romanas que quedaron sepultadas por la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era. Al estar ocultas durante más de un milenio, las ruinas de estas ciudades se convirtieron en un muestrario petrificado, un momento detenido en el tiempo, de los romanos y su vida. Cuando uno accede a este contenido en el museo puede ver comida carbonizada, pinturas expuestas en las habitaciones de las casas, rollos de papiro carbonizados guardando su contenido para la eternidad, camas, mesas, sillas, fuentes y cualquier otro elemento que pudo haber resistido a los 300 grados centígrados que alcanzó el flujo piroclástico del volcán en su camino. Sin embargo, llama la atención que dentro de lo observado en el museo, no observamos ningún elemento relacionado con la sexualidad, inherente motivo ligado a cualquier sociedad humana a lo largo de su historia. Nos quedamos con esta idea hasta llegar al primer piso del recinto donde, lejos de la vista común, se encuentra una sala cuyo nombre es Gabinetto Segreto.
Al principio no podemos pensar mucho de un “gabinete oculto” pero al entrar encontramos piezas del rompecabezas que hacían falta en la construcción de una sociedad como la romana, o incluso muchas otras que ni siquiera pensábamos que estaban ahí: graffitis de falos, falos con alas, colgantes y amuletos, mujeres desnudas, pinturas descriptivas de posiciones sexuales que se ostentaban a las entradas de las habitaciones en el Lupanar (el famoso burdel de Pompeya cuyas indicaciones a manera de flechas para llegar a él se encontraban por la ciudad con la forma de falo-señales de tránsito), esculturas de cabras en acto sexual con hombres, en fin, un conjunto de artículos que, en el afán borbónico de realizar una purificación arqueológica, perdieron su contexto como un elemento más dentro del tejido que integraba una sociedad cuyos puntos en común con nosotros son muchos más de los que pensamos.
Te robé, mientras jugabas, Juvencio de miel, un besito más dulce que la
dulce ambrosía. Pero no me lo llevé impunemente, pues, más de una hora,
recuerdo haber estado clavado en lo alto de una cruz mientras me justifico ante ti sin
poder, con mis lágrimas, amenguar un poquito tu crueldad. Pues, en cuanto te besé, te
enjugaste con todos los dedos los labios anegados de gotas, para que no quedara rastro
alguno de mi boca, como si fuera la sucia saliva de una sucia puta.
Además, no tardaste en entregarme, pobre de mí, a las torturas de Amor y de
atormentarme por todos los medios, para que, de ambrosía, se me transformara
inmediatamente aquel besito en más amargo que el eléboro amargo. Ya que
ofreces este castigo a mi amor desdichado, nunca ya en adelante te robaré besos.
(Catulo, Carmina, 99)
El mismo proceso de censura o limpieza moral, que se llevó a cabo con los hallazgos arqueológicos de estos sitios, se ha puesto en práctica a lo largo de la historia con la obra de muchos escritores. Uno de los más famosos es la adaptación de la obra del gran poeta elegíaco Ovidio cuyo Ovide moralisé, realizado en el siglo XIV por un autor anónimo, intentó mostrar una versión traducida al francés de las Metamorfosis del poeta bajo una luz adecuada a la sociedad de su tiempo. Pero lo que sucedió con uno de los poetas más importantes de la literatura latina, Catulo, fue un proceso que podemos situar entre la censura y la moralización.
Catulo, un autor real
Gayo Valerio Catulo nació en Verona en el año 84 a.C. donde fue educado como un ciudadano romano en la última etapa de la república, poco antes de hacer su transición hacia el imperio. Es probable que Catulo sea uno de los poetas romanos que más directamente nos habla como lectores, función que contrasta con la prosa de otra figura muy destacada de su época, una que parece su opuesto en básicamente todas las facetas de su quehacer literario, Marco Tulio Cicerón, personaje político que fue cónsul, senador y jugó un papel vital en el desarrollo de los eventos de las últimas décadas de la Roma republicana.
Cicerón y Catulo representan dos Romas muy distintas: Una nacionalista, introspectiva y conservadora en el caso del primero, y otra globalizada, social y liberal en el caso del segundo. De antemano se sabe que varios de esos términos serían anacrónicos aplicados a personajes del siglo I a.C.; sin embargo, parece obvio en la obra de ambos que existía una idea muy clara de hacia dónde debía dirigirse la literatura romana como un proyecto de la nación. Cicerón utilizaba palabras arcaicas que hacían resonar el latín que se utilizaba dos siglos antes de su tiempo, además pretendía rescatar las mores maiorum (costumbres de los mayores o los valores éticos que los romanos arcaicos ostentaban) y muchas veces rechazaba abiertamente la introducción de géneros o tópicos extranjeros. Es irónico que en su faceta como filósofo se nutriera, justamente, de los principios filosóficos que se encontraban especialmente en autores griegos como Platón o Aristóteles. No obstante, en el caso de Catulo, la presencia de lo griego es abierta, buscada y se volvió, incluso, una moda literaria que marcaría por completo la forma en la que las artes se renovarían con la llegada de Augusto al poder.
De cierta manera, Virgilio, Horacio, Propercio, Tibulo y Ovidio son autores catulianos por su forma de adaptar los principios literarios griegos en su obra y la variedad de temas que incluyen dentro de sus propias obras. Pero los poemas son sólo el principio: Catulo nos legó únicamente una colección de 116 poemas integrados en un libro cuyo orden y publicación se ha debatido desde su muerte. Algunos afirman que el libro fue presentado en distintas entregas, es decir, como varios libros, mientras otros afirman que el orden y estructura fue planeado de esa forma que nos llegó hasta la actualidad por el poeta. De lo que sí tenemos certeza es del poema inicial de su colección que nos expone inmediatamente ante un proyecto completo:
¿A quién regalo mi ingenioso librito recién aparecido, pulido hace nada con la
árida piedra pómez? A ti, Cornelio; pues tú solías considerar que de algún valor
eran mis naderías, ya entonces, cuando te atreviste tú el único de los ítalos a desarrollar
la historia toda en tres tomos sabios, ¡por Júpiter!, y trabajosos.
Por eso, acepta cualquier cosa que esto de librillo sea y lo que valga, que, ¡oh
doncella protectora!, ojalá permanezca sin menoscabo más de un siglo.
(Catulo, Carmina, 1)
El poema de inmediato muestra características que podemos identificar con la literatura helenística griega, aquella que alcanzó su esplendor en siglo III a.C. en Alejandría y cuyos principales representantes fueron experimentales en su aproximación a la literatura: establecieron, primero y después los modificaron, los límites de los géneros literarios; marcaron la forma en la que se editarían los libros, criterios que en su gran mayoría seguimos hasta la actualidad; dieron una mayor importancia a la lectura y escritura para hacer una transición definitiva de la literatura como un modelo de expresión escrita; añadieron elementos y tópicos a tratar en las distintas expresiones artísticas. En fin, todas estas experimentaciones “modernistas” son cualidades que alcanzan a Catulo en el camino y se muestran constantemente. Estas características lo convierten en un puente entre la Alejandría del siglo III a.C. y la Roma augusta del siglo I a.C., una especie de poeta eslabón entre dos culturas.
La transición es notoria en el poema ya citado. Una dedicatoria de apertura de su libro, elemento típico de la literatura helenística, remarcando el soporte y materialidad de su objeto: una piedra pómez con la cual lijar y pulir los bordes de su libellus. Un librito escrito en papiro que necesitaba de la piedra para poder refinarse, tal como el texto dentro de él será refinado y pulido. Aunque hay muchos otros elementos que se podrían comentar en el poema, aparece en su último verso algo que encontrará eco en los autores inspirados por Catulo: la petición a la divinidad de que su obra sobrepase el límite de edad del autor y que siga leyéndose y perviviendo más allá de él. Los autores posteriores lo llevarán a límites más altos, Horacio afirma que sus poemas serán un monumento que durará más que el bronce y que serán más elevados que las pirámides de Egipto, una técnica ya depurada de aparente egolatría que es en realidad un juicio justo observando su pervivencia hasta nuestros días. Aunque sin llevarlo a esos extremos, Catulo marca la pauta de la mención del deseo de trascendencia de su obra para situarse más allá del público que va a recibirla de primera mano.
Catulo y Lesbia
La poesía latina abarca, sin duda, la gran mayoría de los temas que ya se habían explotado en la literatura griega, adaptando muchos y ampliando los géneros literarios en el caso de otros; no obstante, el rango alcanzado por Catulo en su libro es probablemente de los más amplios. Podemos notar esto en uno de sus más famosos poemas que, paradójicamente, es también de los que menos representan el conjunto de su obra:
Vivamos, Lesbia mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos,
todas, valorésmoslas en un solo as. Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en
cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna.
Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin
parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los
revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de
través, cuando sepa que es tan grande el número de besos.
(Catulo, Carmina, 5)
La que después será famosa a causa de la pluma del poeta, Lesbia, sobrenombre impuesto como un arma de doble filo al ser un homenaje inspirado en la poeta de la isla de Lesbos, Safo, y, al mismo tiempo, indicando entre líneas las insinuadas tendencias bisexuales de dicho personaje, al parecer era el disfraz de Clodia, una mujer romana muy conocida por ser de una familia muy prominente y que terminó por casarse con Quinto Cecilio Metelo, un importante político que llegó a ser cónsul de Roma. El prestigio público de su marido, por lo que sabemos, no impidió que Clodia fuera una mujer de muchos amores fuera del matrimonio y, al parecer, Catulo fue uno de ellos.
El poeta veronés adaptó uno de los poemas más famosos de Safo en honor a Lesbia, en un juego poético más que obvio, pero que realizó con un cambio sorprendente al llegar al final:
Me parece a la altura de un dios y que, si es lícito decirlo, está por encima de los
dioses el que, sentándose frente a ti, te mira y te oye mientras ríes dulcemente; lo cual a
mí, desdichado, me arrebata todo el sentido: pues, en cuanto te contemplo, Lesbia, ni
un hilo de voz queda en mi boca, la lengua se me entorpece, una tenue llama fluye bajo
mis entrañas, tintinea en mis oídos un característico zumbido, mis ojos se cubren con
una noche gemela.
La inactividad, Catulo, te resulta perjudicial: con la inactividad te desbordas y te
exaltas demasiado. La inactividad trajo la perdición antes a reyes y a ciudades ricas.
(Catulo, Carmina, 52)
Catulo se sitúa en la voz poética del poema sáfico pero nos sorprende al mostrar que el poema está dedicado a Lesbia y no es una mera imitación del texto griego. Remarca aún más esto al decir, en los dos últimos versos, que el ocio y la inactividad le son nocivos, pareciendo insinuar que dedicarse a este tipo de ejercicios no es el objetivo que busca con su trabajo. Lesbia es aquí un objeto de inspiración que de forma metapoética forma una conexión con la poeta griega a la que debe su sobrenombre catuliano.
No obstante, la relación que refleja Catulo con Lesbia en sus poemas es cambiante, pasa del amor al odio de un momento a otro, sentimientos que él incluso nos expresa directamente en uno de sus poemas:
Odio y amo. Por qué hago eso acaso preguntas. No sé, pero siento que ocurre y
me atormento.
(Catulo, Carmina, 5)
En esos momentos de “odio”, Catulo es capaz de llegar al contraste total, llevando a Lesbia de la alabanza sáfica a la esquina de una calle llamándola prostituta:
Celio, nuestra Lesbia, la Lesbia aquella, aquella Lesbia a la que, a ella sola,
Catulo ha querido más que a sí mismo y a todos los suyos, ahora en las encrucijadas y en
las callejas se la pela a los descendientes del magnánimo Remo.
(Catulo, Carmina, 58)
Estos extremos, y el uso de lenguaje soez, serán una característica que no sólo se notará en la relación poética que establece Catulo con Lesbia en un cambiante estado de ánimo, también lo veremos en el cambio de registro que va de lo más sublime a lo abiertamente vulgar. Muchos de estos poemas fueron expurgados de las colecciones de su obra a lo largo de siglos y, bajo una falta de contexto, su ausencia nos oculta mucho de la personalidad del poeta.
La burla y lo soez
La honestidad es la guía constante que nos brinda Catulo a lo largo de su obra. Lo veremos sufrir, gozar, emocionarse o sentir ansiedad. Dentro de ese rango, también encontraremos algo no tan común en la literatura, una pluma que podría pasar por vulgar cuando encontramos algunos de sus versos que han sido omitidos o censurados por su contenido subido de tono. En uno de los más famosos, el poema 16, Catulo hace un reclamo con un verso que se volverá famoso para la posteridad: Pedicabo ego vos et irrumabo («Que te jodan y esas cosas»), indicando que sus amigos habrán de arrepentirse por criticar su obra. Se le considera “el poema tan soez que no fue traducido sino hasta el siglo XX”, lo cual nos puede dar idea de la naturaleza de las ofensas que expone ahí el poeta de Verona. Como éste, existen muchos otros en su libellus que alternan temas pertenecientes a la poesía yámbica griega -con estas expresiones que parecen ser tan crudas- con aquellos que podríamos identificar con la posterior poesía elegíaca latina, con palabras de enamorado hacia la mujer deseada.
El 64, el mejor de los poemas largos
En un grupo de poemas largos casi a la mitad de su libro, Catulo expone temas que contrastan con el resto de su obra: himnos religiosos dedicados al matrimonio y alabanzas a deidades explotadas en un género literario experimental que indudablemente nos remonta a la obra de Calímaco, el gran poeta helenístico griego. Entre éstos, el poema 64 tiene un lugar primordial, no sólo por su calidad sino por haber servido como inspiración para la obra de Virgilio, incluyendo La Eneida, pasajes mitológicos desarrollados en poemas de Propercio u Horacio, pero, especialmente, como base de muchas de las escenas expuestas en las Metamorfosis de Ovidio, uno de los textos más relevantes y trascendentes para la posteridad:
Mirando desde la rumorosa playa de día, Ariadna, con una incontenible locura en su corazón, observa que Teseo se aleja con su rápida flota, y ni siquiera todavía cree estar viendo lo que ve, porque entonces, nada más despertar de un engañoso sueño, la desdichada se comprende abandonada en la arena solitaria. Por su parte, el joven, dándola al olvido, golpea, en su huida, las olas con sus remos, entregando vanas sus promesas al proceloso viento. A él, desde lejos, de entre las algas, con ojillos tristes la Minoida, como la imagen de piedra de una bacante, lo mira – ¡ay!-, lo mira y se agita a merced de las grandes olas de sus cuitas, sin sujetar en su rubia cabeza el transparente tocado, sin cubrir su velado seno con el ligero encaje, ni sujetar sus pechitos blancos como la leche con el bien torneado sostén. Todo lo cual, por doquier caído de su cuerpo, ante sus propios pies, era juguete de las olas del mar. Pero ella, en vez de preocuparse entonces de la suerte de su tocado ni de su velo a merced de las olas, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su ser, perdida, pendía sólo de ti, Teseo. ¡Ay, desdichada!, fuera de ti con constante llanto te puso la Ericina, sembrando en tu corazón punzantes cuitas desde el momento en que el fiero Teseo hubo salido de las sinuosas costas del Pireo para atracar junto al palacio gortinio del injusto rey.
(Catulo, Carmina, 64 -extracto-)
Este relato de Ariadna sería uno de los más famosos y repetidos dentro de la poesía latina. La hija del rey Minos que abandonó a su familia por seguir a su amado Teseo y que después él, como pago, la dejó en una isla para huir de ella mientras dormía. El poeta de Verona describe a detalle, en pocas líneas, elementos que transportan al lector directamente a la escena y lo hizo de una manera tal que inspiraron tanto a sus lectores, que posteriormente imitarían la narración a lo largo de siglos por venir en las letras italianas o españolas, pero también a pintores que tomarían como modelo esta descripción para hacer en sus obras los motivos más repetidos de los detalles que Catulo nos plantea en este pasaje.
De Catulo a Anne Carson
La relevancia e influencia de Catulo a lo largo de la historia de la literatura es innegable pero, aparentemente, en época contemporánea sería difícil encontrar la presencia de los clásicos de forma tan marcada como hace uno o dos siglos. Sin embargo, la poeta canadiense Anne Carson se encarga de desmentir esto en una de sus obras más recientes llamada Nox. Carson parte del poema 101 de Catulo y lo emplea como inspiración para crear un libro-objeto en homenaje a su hermano fallecido unos años atrás:
Tras recorrer muchos pueblos y muchos mares, me acerco a estas desdichadas
exequias tuyas, hermano, para obsequiarte con el postrer regalo que se debe a los
muertos y dirigir, aunque sea en vano, mis palabras a tus mudas cenizas, puesto que la
fortuna me ha arrebatado tu presencia, ¡ay!, pobre hermano indignamente arrancado a
mí. Pero ahora, entretanto, esto, que según la antigua costumbre de los antepasados he
traído como triste regalo para tus exequias, recíbelo empapado en el llanto de tu
hermano. ¡Y para siempre, hermano, recibe mi saludo y adiós!
(Catulo, Carmina, 64 -extracto-)
El dolor honesto que transmite Catulo por la pérdida de su hermano fue un perfecto catalizador para Anne Carson quien, retomando verso por verso el poema completo, hace en su obra un compilado de imágenes, notas, poemas propios y cartas en un ejercicio similar al que Catulo había llevado a cabo con el poema de Safo para hacer su dedicatoria a Lesbia.
Conforme disecciona el poema 101, Carson incorpora recortes, fotografías familiares, palabras escritas en hojas sueltas o cualquier elemento que le permite construir una narrativa tomando a Catulo como un Virgilio dantesco para viajar por el sufrimiento ante la pérdida fraternal.
Parece que Catulo sigue dando lecciones en el siglo XXI y probando que con todas sus tonalidades, lo más culto y lo más soez, el amor iluso o decepcionado, las pérdidas y tristezas, esa personalidad tan directa siguen siendo un elemento arquetípico con el que podemos relacionarnos más de dos mil años de distancia. En ocasiones, los clásicos sólo necesitan un pretexto para mostrarse actuales a cualquier generación de lectores.
[ Néstor Manríquez Lozano ]Néstor Manríquez Lozano es maestro en Letras Clásicas y académico en la UNAM.
Otras obras acerca de Roma:
La Eneida, de Virgilio.
Metamorfosis, de Ovidio.
Arte de amar, de Ovidio.
Las Odas, de Horacio.
De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio.
Elegías, de Propercio.
Epigramas de Marcial, el maestro de la brevedad punzante.
El Satiricón, de Cayo Petronio.
El asno de oro, de Apuleyo.
El Imperio Romano, de Isaac Asimov.