Nacido el 31 de marzo de 1948, a Vila-Matas se le considera uno de los principales renovadores de la literatura contemporánea.
Bartleby y compañía es una audaz, gozosa convergencia de ideas y estados de ánimo acerca de la literatura. Es una novela con tintes de ensayo que se aventura en la reflexión acerca de la fuerza que palpita en la escritura de ficción así como las razones por las que muchos autores, a la manera del copista Bartleby de Herman Melville, un buen día decidieron dejar de escribir.
Vila-Matas recurre a un gris oficinista obsesionado con la temática del No para explorar la imposiblidad de la escritura; pero no se trata sólo de recuperar ideas al respecto sino de resignificarlas en un nuevo tiempo y contexto.
“Es maravilloso el no porque es un centro vacío, pero siempre fructífero” (Herman Melville).
Enrique Vila-Matas, que ya había mostrado su capacidad para abordar de manera totalmente distinta cada una de sus historias literarias, hace gala de esa virtud camaleónica en Bartleby y compañía para examinar, desbaratar, poner en entredicho la esencia misma de la actividad literaria. Nos ofrece una obra de metaliteratura, en el sentido de hacer literatura acerca de la literatura, donde las dificultades del proceso creativo se convierten en la trama, a la que concurre un regimiento de escritores con opiniones tan encontradas que la obra oscila entre un relato coral y un encendido debate académico.
Así, encontramos autores que han reconocido no tener nada más que decir, otros que han reclamado más (y cada vez más) tiempo para pensar en lo que escribirán, otros más que han decidido disponer de más tiempo pero para vivir. Vila-Matas refiere también casos de escritores que al renunciar a la pluma perdieron sus asideros vitales, de manera que esa decisión los arrojó en un espiral descendente hacia el ostracismo, la demencia e incluso al suicidio.
“Hay algunos hombres misteriosos que no pueden ser sino grandes. ¿Por qué lo son? Ni ellos mismos lo saben […] Tienen en las pupilas una visión terrible que nunca los abandona. Han visto el océano como Homero, el Cáucaso como Esquilo, Roma como Juvenal, el infierno como Dante, el paraíso como Milton, al hombre como Shakespeare. Ebrios de ensoñación e intuición en su avance casi inconsciente sobre las aguas del abismo, han atravesado el rayo extraño de lo ideal, y éste les ha penetrado para siempre. Un pálido sudario de luz les cubre el rostro. El alma les sale por los poros” (Víctor Hugo).
En el abigarrado espectro de autores creado por Vila-Matas, por momentos laberíntico, el flujo de ideas y argumentaciones es deslumbrante, sonoro, como un magnífico, extraño, destellante compendio.
“Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido” (Marguerite Duras).
“La función poética, ese vehemente y solitario ejercicio de combinar palabras que alarmen de aventura a quienes las oigan” (Jorge Luis Borges).
“He intentado inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y ya veis! ¡Debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! Una hermosa gloria de artista y de narrador arrebatada” (Arthur Rimbaud).
“Nunca duermo. Vivo y sueño o, mejor dicho, sueño en vida y sueño al dormir, que también es vida” (Fernando Pessoa).
“Si hacia 1795 hubiese comentado a alguien mi proyecto de escribir, cualquier hombre sensato me habría dicho que escribiera dos horas todos los días, con o sin inspiración. Estas palabras me hubiesen permitido aprovechar los diez años de mi vida que malgasté totalmente aguardando la inspiración” (Henri Bayle, mejor conocido como Stendhal).
“Pero, ¿cómo buscar allí donde se debe, cuando se ignora hasta lo que se busca? Y esto ocurre siempre cuando se compone y se crea. Afortunadamente, extraviándose así, se hace más de un descubrimiento, se hacen encuentros felices” (Joseph Joubert).
En tal compendio de lucidez no podía quedar fuera la ironía:
“Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiéramos” (Marguerite Duras) [cita que Vila-Matas confesó posteriormente haber inventado].
“Estoy solo, pero no me quejo. El escritor no tiene nada que esperar de los demás. Créanme. ¡Sólo escribe para él! (Julien Gracq).
“El empleo elemental del discurso sirve al reportaje universal del que participan todos los géneros contemporáneos de escritura, excepto la literatura” (Stéphane Mallarmé).
“…porque la mayoría de las personas, en lugar de leer lo mejor que se ha producido en las diferentes épocas, se reduce a leer las últimas novedades, los escritores se reducen al círculo estrecho de las ideas en circulación, y el público se hunde cada vez más profundamente en su propio fango” (Arthur Schopenhauer).
“El público tiene una curiosidad insaciable por conocerlo todo, excepto lo que merece la pena” (Oscar Wilde).
“No he escrito nunca con ánimo de publicar. Lo hice para los amigos, para reírnos, por pitorreo” (Pepín Bello).
“Hace poco un amigo me decía que hoy en día para ser escritor hace falta más fuerza física que imaginación” (Bernardo Atxaga).
“No era Monsieur Teste filósofo ni nada por el estilo. Ni siquiera era literato. Y, gracias a eso, pensaba mucho. Cuanto más se escribe, menos se piensa” (Paul Valéry).
Las reflexiones del propio Enrique Vila-Matas en voz de su personaje no son menos profundas, agudas, inquietantes:
“Yo diría que para Del Giudice escribir es una actividad de alto riesgo […] que la obra escrita está fundada sobre la nada y que un texto, si quiere tener validez, debe abrir nuevos caminos y tratar de decir lo que aún no se ha dicho”.
Su personaje (Marcelo) se vuelca hacia la literatura, se enajena en ella (acaso un alter ego de Vila-Matas):
“La radical soledad de estos últimos días me está convirtiendo en un ser distinto. De todos modos, vivo a gusto mi anomalía, mi desviación, mi monstruosidad del individuo aislado. Encuentro cierto placer en ser arisco, en estafar a la vida, en jugar a adoptar posturas de radical héroe negativo”.
“No me gusta recrearme en las contrariedades, siempre trato de sacarles algún provecho a los contratiempos”.
“Ya que se han perdido todas las ilusiones de una totalidad representable, hay que reinventar nuestros propios modos de representación”.
Los afanes del personaje son los mismos anhelos universales de todo escritor:
“…una fuerza de expresión que dejaría muy atrás cualquier expresión terrena, que atrás dejaría también un lenguaje que debería estar más allá de la maleza de las voces y de todo idioma terreno, un lenguaje que sería más que música, un lenguaje que permitiría al ojo recibir la unidad cognitiva” (Virgilio, según Vila-Matas).
Tanto los aficionados como los amantes de la literatura disfrutarán Bartleby y compañía. Los escritores en ciernes encontrarán en esta obra una fuente de inspiración, reflexión, conocimiento y una que otra cubetada de agua helada. Es una obra rica en estímulos que “alarman de aventura” al lector.
Otros ángulos
Juan Villoro escribió: “La estética de Enrique Vila-Matas depende en primera y última instancia de la lectura. Hechas de comentarios, reensamblajes, parodias y atribuciones apócrifas, sus historias se postulan como una segunda realidad. Vila-Matas llega después; observa lo ya narrado con ojo insólito, y discute lo ocurrido. Este juego de espejos –la página como reflejo desplazado- lo ha llevado a escribir novelas que son el preludio a una conferencia (Extraña forma de vida) o la conferencia misma (París no se acaba nunca), un congreso literario (El viaje vertical), las notas de pie de página a un libro inexistente (Bartleby y compañía) o el diario de un escritor que narra en clave privada los artículos periodísticos de Vila-Matas (El mal de Montano) […] ¿Hay esfuerzo más cervantino que su pasión por confundir vida y literatura? […] Leer el texto, leer el mundo, significa para Vila-Matas un ejercicio disolvente; implica ‘ser en otro’, suplantarse. Su sistema narrativo es la puesta en escena de los traslados y las transfiguraciones provocadas por la lectura […] Vila-Matas ha fabulado sobre autores que dejan de escribir (Bartleby y compañía) y enfermos de literatura (El mal de Montano). Sin embargo, a diferencia de Borges, no depende de destellos eruditos […] Estamos ante el primer gran hermeneuta de los libros de bolsillo” («Vila-Matas, la escritura desatada»).
Antonio Tabucchi escribió: “No hay libro más adecuado para hablar de la aproximación de Vila-Matas a la literatura que su Bartleby y compañía, obra de literatura comparada por excelencia, porque abarcando desde las literaturas más conocidas a las más ignotas, desde las más difundidas a las más exiguas, desde las mayoritarias a las minoritarias, desde los países más presentes y potentes del mundo a los más recónditos, trata de un quid que concierne a la literatura de cualquier latitud, de algo que puede ocurrir a los escritores de cualquier parte: dejar de escribir […] asociándolos en un ideal club de la «literatura del No», una bandada de Bartlebys acomunados por la pulsión del No, por la vocación por el silencio. […] ¿Cuántas son las razones del silencio? Tantas como las de la vida. O de la muerte. O del suicidio. Porque el silencio es también un suicidio, razona el silencioso protagonista que escribe el diario escrito por Vila-Matas” (Escribir, no escribir, Letras libres, marzo 2003).
Enrique Vila-Matas comentó acerca del libro, quince años después de publicado: “Más que la negación quizás sea la conciencia de que está todo escrito y desde ahí tomar posiciones, decir que la literatura por venir, aquella capaz de vencer el mal de Bartleby, solo puede surgir de una tendencia que se pregunta qué es la literatura y dónde está, y que merodea alrededor de la imposibilidad de la misma. No otro es el gran objetivo de todo el arte contemporáneo, crear obras autoconscientes, capaces de interrogarse a sí mismas. Para mí un escritor que es ajeno a ese objetivo me interesa bien poco, pues me da la impresión de que no piensa en lo que hace, y eso es grave. El libro surgió en parte de mi alarma al ver que la “nueva narrativa española” de los años ochenta reivindicaba exclusivamente la narración de historias y decía que las novelas de los setenta eran experimentales y aburridas. Lo eran posiblemente, pero se planteaban qué es la literatura, una pregunta muy francesa si tú quieres, pero si escribes me parece elemental planteárselo. […] De Bartleby y compañía sólo lamento no haber incluido a Macedonio Fernández, que es el Duchamp de la literatura. Tiene ese libro maravilloso, Museo de la novela de la eterna, compuesto por una serie de prólogos de la novela que va a escribir. Prólogo tras prólogo, va escribiendo la novela que nunca escribió” («Conversaciones con Enrique Vila-Matas», Jordi Corominas, 10 feb 2015).
[Gerardo Moncada]