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Quienes gusten de ver películas alusivas a la pasión de Cristo en esta temporada del año, pueden recurrir al abundante arsenal fílmico caracterizado por la clásica trama maniquea con actuaciones acartonadas, cuyos personajes saben que están hablando para la posteridad y cada una de sus palabras será repetida in secula seculorum. Quienes buscan otro enfoque, no se pueden perder estas cintas.
La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Crist, Martin Scorsese, 1988).
Una hermosa historia de Nikos Kazantzakis que, al ser llevada al cine por Scorsese, desató la injustificada furia del clero ultraconservador. Esta es una historia profundamente humana que narra el proceso que vive Jesús de Nazareth, un individuo que no entiende con claridad los mensajes que recibe de Dios por ser fragmentarios, confusos, crípticos. Sabe que es hijo de un Dios implacable (capaz de borrar del mapa a Sodoma y Gomorra), pero él es diferente, cree en el amor; después entiende que no sólo debe predicar el amor sino demostrar la verdad de su fe y actuar contra quienes la pervierten (mercaderes y autoridades); finalmente descubre que su misión es el sacrificio. Asume su destino y pide a Judas que, para alcanzarlo, le ayude traicionándolo, cosa que en un principio Judas rechaza; al final accede, con dolor. Pero ya en la cruz, Jesús duda, se pregunta si no había otro destino para él, quizá semejante al de cualquier otro… Filmada con un bajísimo presupuesto (7 millones de dólares), varios son los atributos de esta gran historia, como la espléndida ambientación. Los personajes son complejos, llenos de matices y dudas; sus diálogos son excelentes, cargados a un tiempo de naturalidad y humanidad, que fácilmente se podrían trasladar a las discusiones actuales acerca del poder, la justicia, el amor, la ambición, la vida terrenal y espiritual. Kazantzakis escribió: «Desde mi juventud, mi angustia primera, la fuente de todas mis alegrías y amarguras, ha sido esta: la lucha incesante e implacable entre la carne y el espíritu». De eso trata esta magistral película.
Jesús de Montreal (Denys Arcand, 1989).
A petición de un cura, varios actores actualizan la representación de la pasión de Cristo que cada año es escenificada en un austero templo canadiense. Esto lleva al grupo teatral a una espléndida reflexión contemporánea. Surgen múltiples dudas acerca del relato tradicional, tanto por los documentos de historiadores antiguos (Tácito, Suetonio, Plinio) como por los descubrimientos arqueológicos recientes (inicialmente, Jesús tenía otro nombre; sus primeras imágenes lo mostraban sin barba). En paralelo, todo lo que rodea a la puesta en escena comienza a parecerse a la pasión: la expulsión de los mercaderes (publicistas), la tentación del diablo (un abogado), el clero dominante (como Caifás) defiende el dogma tradicional y acusa al grupo de blasfemia, ocurre la muerte y una suerte de resurrección, los actores deciden mantener viva la memoria del fallecido, a manera de evangelio. Arcand da espacio también a las reflexiones científicas («Tras la desaparición del último de nosotros en la Tierra, el universo no habrá sentido ni el paso de una sombra furtiva»), y filosóficas («Debe haber más en esta vida que esperar lo más cómodamente posible a la muerte; puedo ser ingenuo, pero seguro hay algo más»). Con un excelente elenco actoral y un sólido guión, Arcand hace una crítica al comercialismo actual y al cinismo generalizado, tan parecidos a ese imperio decadente del relato bíblico.
El Evangelio según San Mateo (Il Vangelio secondo Matteo, Pier Paolo Pasolini, 1964).
Pasolini renunció a la iconografía tradicional (especialmente la del cine) para crear con maestría una nueva estética visual mucho más auténtica, de una belleza imperecedera, con rostros que parecen depositarios de la historia de la humanidad. La rusticidad del vestuario reforzó ese propósito. No parece casual que Pasolini recurriera al más antiguo de los evangelios, el que contiene mensajes que siguen resonando con intensa actualidad: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados»… «No vayáis a pensar que yo he venido a traer paz a la tierra. Yo no he venido a traer paz sino guerra»… «Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis diezmo de la hierbabuena, del eneldo y del comino, pero habéis descuidado las cosas más esenciales de la ley: la justicia, la misericordia y la lealtad. Por fuera parecéis justos a los hombres y por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad»… «No podéis servir a Dios y a las riquezas»… La emotiva veracidad de la estética creada por Pasolini impuso nuevos códigos visuales a las siguientes películas acerca de Jesucristo.
La vida de Brian (Terry Jones, 1979).
Desternillante parodia acerca de un individuo cuya vida corre en paralelo a la de Jesús de Nazareth, tanto es así que nace el mismo día y en el mismo pueblo (los Reyes Magos los confunden). Con humor ácido, el célebre grupo inglés de Monty Python recreó la historia de la pasión de Cristo, pero vivida por un ser común y corriente. La trama permitió que, desde un enfoque contemporáneo, realizaran punzantes críticas a la opresión imperialista, a los grupos opositores y de resistencia, a los profetas y a la avidez de los pueblos oprimidos por encontrar un libertador, por ver en cada objeto una señal, un símbolo, y en cualquier circunstancia una prueba de fe. Pero entre broma y broma, la verdad asoma, y estos humoristas no desaprovecharon la ocasión para filtrar algunos datos polémicos acerca de la pasión de Cristo.
El nuevo Nuevo Testamento (Le tout nouveau testament, Jaco Van Dormael, 2015).
Ingeniosa, hilarante y emotiva historia narrada por Ea, la hija de Dios (sí, la hija). Su inicio no podía ser más beligerante: «Dios existe. Vive en Bruselas. Es un imbécil. Maltrata a su esposa y a su hija. Mucho se ha contado de su hijo, pero casi nada de su hija». Ella cuenta que, para entretenerse, Dios creó a la humanidad, y luego, un sinfín de leyes de sufrimiento universal. Y es que el Dios de esta cinta es autoritario, colérico, manipulador y misántropo. Así, Ea, consciente de que el mundo no va bien, decide escapar, descender al mundo y buscar a seis apóstoles para crear un nuevo Nuevo Testamento. Ese proceso da pie a un relato de subversión y humanismo, de reflexión acerca del sentido de la vida y, sobre todo, de la importancia de gozarla. La visión femenina en el nuevo Nuevo Testamento provoca cambios radicales. Dormael crea una cinta con un profundo sentimiento de reconciliación, alegría y esperanza.
La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004).
A diferencia de sus antecesores, Mel Gibson hizo una película enfocada en la taquilla. Para evitar cualquier polémica como la que vivió la cinta de Scorsese, satanizada por la Iglesia (incluso con ataques incendiarios a salas durante su exhibición en Francia), Gibson contrató como asesor al mediático fraile Jonathan Morris, que permaneció a su lado durante toda la filmación; aun así, surgió una polémica menor antes del estreno del filme porque el Vaticano quería conocer la versión final, aunque se sabe que durante la filmación varias escenas una vez editadas fueron enviadas a la Santa Sede, para contar con su aprobación (o conocer su objeción) por adelantado. Asimismo, Gibson realizó múltiples preestrenos para líderes evangélicos y sus comunidades. De esa manera logró un amplio aval para esta cinta que se centra en el martirio de Cristo, con una tortura violenta y sanguinaria por parte de sádicos centuriones; una película que raya en la obscenidad visual. Al final, Gibson no consiguió ningún reconocimiento de las principales academias cinematográficas, pero logró su cometido: con el morbo del público obtuvo mucho más que 30 monedas (invirtió 30 millones de dólares y recaudó 612 millones). Es entendible que 12 años después Gibson decidiera hacer una segunda parte: Resurrección [¿financiera?].
Una película más:
Silencio, de Martin Scorsese.