Mathias Goeritz (4 abril 1915 – 4 agosto 1990), figura clave para el arte y la arquitectura mexicana del siglo XX.
En la segunda mitad del siglo XX, la sociedad mexicana adoptó varios referentes visuales que apuntaban hacia una ruptura con la tradición, hacia nuevas nociones de ciudad, de cultura y de identidad. Las torres de Ciudad Satélite, la Ruta de la Amistad en el Periférico, las figuras alargadas en Insurgentes Sur a la entrada del restaurante Les Moustaches, la serpiente monumental de agudo trazo geométrico que custodiaba la entrada al Museo de Arte Moderno sobre Paseo de la Reforma, el espacio escultórico de Ciudad Universitaria, el muro en la Zona Rosa con el poema Pocos cocodrilos locos…
En ellas y otras más participó el alemán radicado en México Mathias Goeritz. Nació el 4 de abril de 1915 en Danzig (hoy Polonia, pero entonces era parte del imperio alemán), y llegó en 1949 a México, invitado por la Universidad de Guadalajara para impartir unos cursos. Ya nunca se fue.
“Lo que hago no es arte. Mis diversas tentativas sólo tienden a servir como mensajes de un esfuerzo para encontrar una moral que eventualmente pueda volverse el origen de un nuevo arte”.
Fervoroso creyente en la espiritualidad como eje del arte y de la vida social, Mathias Goeritz exploró con avidez las formas en la escultura, la arquitectura y la plástica como formas de conciliar la tierra con el cielo, lo mundano con lo sagrado, el hoy con una nueva ética que garantizara un mañana más humano.
“Al arte y a la sociedad les falta su sentido fundamental: la espiritualidad”, señalaba.
“Lo que hago es una sola cosa, pero distribuida entre enseñar, entusiasmarme y rejuvenecer con mis estudiantes de la universidad, convencer a los clientes oficiales y privados de que mi manera de concebir las obras es mejor que la de ellos, dibujar o pintar o esculpir o edificar las moles en que acostumbro meterme…”
Los periodos, las influencias, los préstamos
Artista de trazo exquisito, casi minimalista (antes de que surgiera este movimiento), vio en México la oportunidad de impulsar un arte moderno con fuerza espiritual o que, al menos, buscara esa esencia.
“Nunca he meditado seriamente sobre mi trabajo como secuencia o proceso… He tenido periodos: el de las Torres (cuando me enloquecieron las de San Giminiano), el de las constelaciones (después de ver planetarios maravillosos), el de las pirámides con elementos prefabricados (¿quién no piensa en pirámides en este país?), el de las piezas decorativas en espacios abiertos (el minimal, digamos)”.
“Siempre he dicho que todos los artistas venimos de otros, y reconozco agradecido mis deudas y las que seguiré contrayendo… Nunca he inventado nada; a lo sumo, la debilidad o la tentación de repetirme…”
“Proclamo en voz alta que no hago pintura ni escultura ni arquitectura ni programas para organizar espacios sino proyectos de formas, mensajes para encontrar una moral eventualmente buena como origen de un nuevo arte. Pero no me hacen caso y me siguen encargando trabajos. Cuando les digo que mi obra sólo es una oración plástica sonríen, de seguro calculando que mis locuras son inofensivas”.
Escultura-arquitectónica o arquitectura-escultórica
En 1953, luego de construir el Museo Experimental El Eco, Mathias Goeritz lanza su proclama a favor de una “Arquitectura Emocional”. Plantea la necesidad de dotar las obras de un contenido simbólico capaz de despertar en el espectador emoción o que identifique en las formas representaciones metafísicas [Arquitectura emocional, Rita Eder ].
El llamado no podía ser más oportuno en un periodo de transición que -hoy sabemos- se desbarrancó:
“Toda la arquitectura es un experimento. No quiere ser más que esto. Un experimento con el fin de crear nuevamente, dentro de la arquitectura moderna, emociones psíquicas al hombre, sin caer en un decorativismo vacío y teatral. Quiere ser la expresión de una libre voluntad de creación que –sin negar los valores del “funcionalismo”- intenta someterlos bajo una concepción espiritual moderna” (Manifiesto de arquitectura emocional).
Buscaba crear referentes espirituales, filosóficos y emocionales como parte de la ciudad. Esa aspiración fue parcial y fugazmente compartida por planeadores, urbanistas y desarrolladores inmobiliarios. Al final privó el interés económico, como puede apreciarse en el destino de su propuesta para la Ruta de la Amistad, corredor escultórico para la prolongación poniente-sur del Periférico que, unas décadas después, perdió monumentalidad además de espacio (propio y escénico). Varias piezas fueron agrupadas en pocos puntos del Periférico. El sentido original se diluyó.
Intensidad de vivir, de pensar, de sentir
Acerca del proceso creativo, Goeritz afirmaba:
“El acto de crear comienza con la intensidad de vivir, de pensar, sentir, desechar, escoger y con el temor de realizar algo lo menos distinto posible a lo que uno quiere hacer…”
“Nuestras sociedades miran el arte como negocio y, en el mejor de los casos, como trivialidad. El arte ya no interesa”.
“Antes el ritmo de la vida se ajustaba muchísimo más al pulso de la sangre, al tiempo necesario para relacionarse con los semejantes y para ver bien las cosas del cielo y de la tierra. Hacer una obra de arte implicaba el empleo cuidadoso del pensamiento, el sudor, la vergüenza y la responsabilidad que empujaba al uso de la autocrítica suficiente para romper los trabajos imperfectos y principiarlos de nuevo. Si los objetos se vendían, mejor; pero eso no importaba demasiado, Acuérdate de los impresionistas y de los heroicos ‘independientes’ de hace cien años. El arte existía, estaba presente como algo misterioso y admirable, contaba por su ejemplo de talento y disciplina y belleza. Hoy el arte sólo forma parte de lo cotizable; lo único que existe son los artistas de diversas calidades, como productores de mercancías decorativas”.
Arte de supermercado
“Si el arte carece de función espiritual no se diferencia sustancialmente de la producción industrial o de lo que venden los supermercados. Los propios artistas están haciendo todo lo necesario para degradarlo. La creación artística forma parte de un problema filosófico vital, de expresar una actitud interior destinada a enriquecer de algún modo a la humanidad. No sólo se trata de producir un objeto, por bueno que sea…”
“Indudablemente, la estética sin antecedentes éticos puede dar resultados interesantes, aun bellos; pero no arte. Arte es creencia y fe y servicio. Sin este contenido espiritual, la plástica, aunque se haga y se aprecie seriamente, permanecerá como producción de intelectuales para intelectuales…”
“Son los críticos, los directores de los museos y los dueños de las galerías los que dicen qué es y cómo debe ser el arte. Hoy resulta imposible concebir un arte legítimo, espontáneo y libre de ese sistema”.
Pocos-poetas-locos
El concretismo en la poesía tuvo varias experiencias en México, a partir de los años sesenta, y en ellas tuvo participación Mathias Goeritz. Las búsquedas de la espacialidad, el poema-objeto y otras nociones fueron retomadas con entusiasmo por Goeritz que incluso organizó un encuentro en 1966, en la galería que tenía la UNAM en el cosmopolita edificio Aristos, ubicado en Insurgentes Sur. En 1967, con la ayuda del arquitecto Ricardo Robina, instaló un “poemural” en tres paredes de una cafetería de la Zona Rosa, con grandes letras de acero pintadas de blanco que jugaban con variantes de la frase “Pocos cocodrilos locos”. El uso intensivo de la “O” tenía una voluntad visual y simbólica, que se complementaba con la intención sonora, acentuada por el uso de las consonantes oclusivas “P” y “C”. Además, la lectura exigía el movimiento del cuerpo, lo cual enfatizaba la noción de espacio [ver: El concretismo en México, Cinthya García Leyva, 2012].
Había una parte lúdica, tomada muy en serio: “La vanguardia es rompimiento con criterios, con rutinas y mitos. La vanguardia tiene una apariencia de circo, pero no lo es; paradójicamente, forma parte de una ciencia crítica, de una posición revulsiva frente al mundo”.
El también arquitecto y artista Frederick Kiesler dijo: “Mathias puede hacer cualquier cosa. Realmente Puede y en verdad lo Hace. Es un artista universal, pintando, construyendo una silla, esculpiendo, haciendo ventanales de iglesias con sus propias manos, escribiendo poemas de danza en acero, tallando madera, fundiendo Cristos de bronce, esculpiendo en redondo, en hierro, madera u hormigón, erigiendo obeliscos y torres rascacielos” (Arte y parte, dic2014-ene2015).
Goeritz murió el 4 de agosto de 1990. En sus últimos años, declaró: “Ya no creo mucho en el arte desde que perdió la espiritualidad… Ahora trabajo de encargo; pero me tomo mis personales venganzas contra esta sociedad”. Sin embargo, no había amargura: “Ni el humor negro es incompatible con la religiosidad. Aún más, creo –como Hugo Ball- que no hay verdadera religiosidad sin sentido del humor”.
[Gerardo Moncada]
Se recomienda:
El retorno de la serpiente, exposición monumental de la obra de Goeritz.
Catálogo: La Ruta de la Amistad (1968), monumental escultura urbana.
Libro: Conversaciones con Mathias Goeritz, Mario Monteforte Toledo, Ed. Siglo XXI, 1993. (La mayoría de las citas proceden de este libro.)