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Bienal de Fotografía, una transición incierta

maria-acha_Womankind

24 julio 2015.- La Bienal de Fotografía suele ser una instantánea del estado de la fotografía en México, una panorámica de lo que los fotografos están haciendo, cómo están articulando (o fusionando) su producción con otras disciplinas, de los diversos senderos que están explorando.

En el Centro de la Imagen se exhibe la XVI Bienal de Fotografía 2014, exposición que fue diferida por las obras de remodelación en este espacio (aún inconclusas) a lo cual se sumó un replanteamiento del enfoque de las actividades de este centro, lo cual ha provocado varias polémicas en el gremio fotográfico.

Y no es para menos. La Bienal, que al paso de los años se había convertido en una gran fiesta de imágenes, ahora luce como un frío coctel. Si cada bienio surgió en distinto grado el debate por la selección de las obras que serían expuestas, ahora se suma la decisión de dejar en manos de curadores una segunda selección de las imágenes para producir dos exposiciones. Como resultado, el material que se exhibe en el Centro de la Imagen es parco, desangelado, frío, escaso. No creo ser el único que preguntó si la exposición continuaba en otra parte.

Quizá los curadores intentaron dar a la exposición un “relato coherente”, pero esto contradice la esencia misma del certamen como punto de convergencia de múltiples y variadas experiencias creativas (es como purgar una biblioteca para dejar sólo los temas más abordados).

Dicho lo anterior, concentrémonos en algunas de las obras.

La premiada “Womankind” (arriba), de María María Acha Rodríguez, da un paso adelante en la moda de la fotografía vintage, popularizada por Instagram, y crea delirantes escenas del mundo femenino en el siglo XX. Con esmero reconstruye el entorno doméstico de las mujeres durante dos etapas cruciales: las luchas por el voto femenino y el surgimiento de la píldora anticonceptiva. En contenido, intención y factura, el resultado es impecable.

Otro proyecto premiado es “Constructions”, de Fabiola Menchelli, que genera ámbitos escultóricos a partir del uso de la luz, materiales geométricos y velos que imprimen texturas. Si fotografía significa “escribir con luz”, Menchelli explora los usos de la luz para construir escenarios y volúmenes, para ilustrar y pintar. Técnicamente es inobjetable, aunque recuerde algunos experimentos realizados hace un siglo.

Fabiola-Menchelli_Constructions

La mención honorífica a la serie “The less things change, the less they stay the same”, de Alejandro Almanza Pereda, genera un “ejercicio escultural” mediante “la deconstrucción” de una estantería metálica. El conjunto de 53 fotografías se convierte en una sucesión de códigos visuales atractiva aunque, inevitablemente, remite a la serie “Incomplete Open Cubes”, creada en 1974 por el artista plástico Sol LeWitt.

“Deshilando», de Gabriela Lobato, ofrece una estética de elegante abstracción cromática diametralmente opuesta al objeto retratado: polvo, pelusa, suciedad, residuos. Sorprende, desconcierta, cautiva.

Gabriela-Lobato_Deshilando

“Estudio Número 5 para encontrar la piedra perfecta”, de Antonio Bravo Avendaño, construye una estética visual minimalista, como si buscara la imagen de la pureza.

Varios fotógrafos exploran los vestigios de lo humano en parajes desolados, en desiertos y ciudades: “Despojo”, de Carlos Iván Hernández; “Reclaims”, de María Luz Bravo; “La ciudad es un loft”, de Francisco Rosales

Otros fotógrafos recuperan viejos archivos fotográficos para resignificar las imágenes: “Impermanencia”, de Jorge Rosano Gamboa; “World Wide Exclusive”, de Andrés Felipe Orjuela Castañeda. Sorprende la selección de “Yo juro”, de Diego Barruecos, donde el simple paso del tiempo parece conceder inesperados atributos a la foto anodina de registro con fines propagandísticos y sin cualidades estéticas. En conjunto, estas propuestas se quedan cortas ante las intervenciones sobre fotografías antiguas que realizan artistas como Gabriel de la Mora.

Algunas otras propuestas apuntan en esta dirección, al cruce de las artes visuales y la fotografía, como la creación de un código familiar con los elementos que configuran el status social en “Doubernard”, de Fernando Montiel Klint; y el conjunto de Manuel Marañón Acuña, “Doppelgänger”, donde el azar mezcla imágenes propias y ajenas, intencionales e inesperadas, voluntarias e involuntarias. Este último es un derrotero sobre el que se podría reflexionar si corresponde realmente al ámbito fotográfico o lo trasciende.

Al revisar el catálogo de la Bienal, lamentamos la ausencia en la exposición de “Parásitos y perecederos”, de Daniela Edburg; “Resonancia”, de Alex Dorfsman; “La casa que sangra”, de Yael Martínez Velázquez; “Borrar la ciudad: inundación”, de Pamela Zeferino; y “Los grandes momentos de los pequeños eventos”, de Eric Scibor-Rylski.

Daniela Edburg, Parásitos y perecederos.
Daniela Edburg, Parásitos y perecederos.

Todo indica que la transición que vive la política cultural en torno a la fotografía seguirá provocando polémicas. Lo que hoy se aprecia es un escenario intermedio que mantiene lo que ya existía, pero mezclado con lo que se pretende innovar. Las cosas ya no son lo que eran, pero no acaban de tomar forma. Es un campo de incertidumbre.

Por lo pronto y a pesar de los cuestionamientos, vale la pena ver esta «selección de la obra seleccionada» para la Bienal de Fotografía 2014. La entrada al Centro de la Imagen es gratuita y -cosa rara en tiempos de neoliberalismo- se obsequian plantillas con reproducciones en tamaño postal de las imágenes expuestas, además de la Gaceta Luna Córnea.

[ Gerardo Moncada ]

 

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