“Octavio Paz y el Arte” es una ambiciosa exposición que busca conjuntar, en un solo espacio, varias de las principales propuestas artísticas del siglo XX. El hilo conductor es la mirada lúcida y la percepción poética de una de las mayores figuras culturales de la centuria: Octavio Paz.
La muestra, al congregar más de doscientas piezas, permite apreciar el campo del arte como un espacio de conversación entre artistas, influyéndose mutuamente a través de sus obras sin importar la diversidad de disciplinas, la geografía, las distancias, la lengua o el tiempo.
Y no sólo porque Robert Motherwell dedique su pintura “Rostro de la noche” a Octavio Paz y éste escriba su poema “Piel / del mundo / Sonido” a partir de una pintura del primero. El diálogo va mucho más allá, es múltiple, prolífico.
Queda claro que este enriquecimiento entre creadores, que ya venía de siglos atrás, se intensificó hasta desbocarse durante el siglo XX.
EL REGOCIJO EN LA MIRADA
Paz, como actor relevante en este flujo creativo, destacó por su aguda percepción, por su voluntad de entender su presente, por su capacidad para profundizar en los misterios del arte plástico y articularlos con diversas ideas, emociones y búsquedas que acompañaron al convulsionado siglo que le tocó vivir.
El compendio de piezas para la exposición se centró en dos aspectos: uno temático y otro cronológico, de acuerdo a las preferencias de Octavio Paz. En el aspecto temático, Paz privilegió aquellas obras y creadores más cercanos al lenguaje poético; en lo cronológico, su entusiasmo abarcó creaciones artísticas producidas entre 1900 y 1980.
Hecha la aclaración, y dentro de ese contexto, no queda más que elogiar los esfuerzos realizados para reunir tantas obras “clásicas” de la última centuria.
Estremece la oportunidad de presenciar en un mismo sitio obras icónicas de artistas que marcaron derroteros en el arte, como Picasso, Braque, Duchamp, Kandinsky, Klee, Moore, Pollock, Jasper Jones, Rothko, Felguérez y Carrillo, Angel, Gironella, Bacon, Munch, Chillida, Balthus, O’Keefe, De Zayas, Hooper, Motherwell, De Chirico, Dubuffet…
A la espléndida colección se suman piezas poco visibles de André Bretón, Remedios Varo, Leonora Carrington, Dadd Richard, las Sor Juanas de Miguel Cabrera y Juan de Miranda, los ferrograbados de Posada, el falo monumental de Yahualica, las caritas sonrientes totonacas que por extrañas razones pertenecen a la Fundación Televisa, las sensuales y exquisitas piezas hindúes…
El visitante se encuentra ante la posibilidad de ver las piezas en su tamaño real (desde el pequeño hasta el gran formato), apreciar los detalles de la realización, las texturas, los colores no influidos por la réplica digital, de identificar correcciones realizadas a la obra, así como las minucias que la enriquecen y que suelen desaparecer en las fotografías.
Sólo por estas razones, conviene no perderse la exposición “Octavio Paz y el Arte”, que se presenta en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
Y sin embargo, la muestra posee algunos otros atributos.
DISCUSIONES VIGENTES
La sensibilidad artística de Octavio Paz, educada, ampliada, robustecida por la voluntad de ver más allá de lo inmediato, lo llevó a participar en acalorados debates buscando expandir las fronteras culturales, porque a su entender “todas las artes, lo mismo las verbales que las visuales son de esencia metafórica […] La realidad del arte es siempre otra realidad”.
En ese sentido, la exposición “Octavio Paz y el arte” no se regodea en el triunfo de las propuestas que alguna vez fueron desafiantes vanguardias y hoy gozan de pleno reconocimiento. Por el contrario, reactiva debates que han acompañado la historia del arte en sus etapas moderna y contemporánea.
Abre con dos ideas vigentes: “El arte es ante todo una actitud independiente ante la vida” y “El arte elige a su público”. Por un lado, el papel de la libertad creativa; por otro, la imposibilidad de dictaminar de una vez y para siempre qué obras son o no son “arte” en una época en la que el espectador se ha transformado en actor, para ser el último e indispensable eslabón de la cadena de producción artística.
(En concordancia con esto último, la información que explica el contenido de cada sala posee un acento didáctico, como si buscara activar ese último eslabón.)
Llama la atención el vigor y la actualidad que conservan las categorías artísticas que abordó Paz: “Ya estamos ante lo ilimitado, ante lo que Michaux llama lo ‘transreal’ […] El más allá de lo visible que es también el más allá de lo decible. Fin de la pintura y de la poesía […] todo recomienza: lo ilimitado no está afuera sino dentro de nosotros”.
“[…] Como casi todo el arte moderno, deshace la antigua relación entre el sujeto y el objeto: hay un momento en que mirar es ser mirado. Esto nos deja ver aquello y, a veces, esto se transforma en aquello”.
“El espacio es movimiento: no es aquello sobre lo que se pinta sino que él mismo engendra, por decirlo así, sus figuraciones. Es materia en movimiento” [Pollock].
“La fotografía es un arte poético porque, al mostrarnos esto, alude o presenta aquello”.
Paz se entusiasma con la crítica al arte “retiniano” (Duchamp), la “estética de la ruptura” (Picasso), “humor, provocación y transgresión como formas de pensamiento” (Duchamp), el arte como instrumento para “cambiar al mundo, cambiar al hombre” (surrealismo).
Y pone su poesía al servicio de la percepción:
“[De Remedios Varo] mana una fuente de música secreta que oímos con los ojos” / “En sus composiciones monocromas [Rothko] la monotonía se resuelve en una extraordinaria riqueza de vibraciones, reflejos, matices” / [De Chirico] “las cuatro alas de su lirismo son melancolía e invención, nostalgia y adivinación” / “Coronel nos muestra que la verdadera fuente de la poesía y la pintura está en el corazón […] Pasión lo que arde en sus colores hasta no ser sino un resplandeciente trozo de materia desollada, en un cielo deshabitado” / “[Max Ernst] pertenece a una ciencia recóndita: la arqueología del sueño” / “Las esculturas de alabastro [de Chillida] son bloques de transparencias en donde la forma se vuelve espacio y el espacio se disuelve en vibraciones luminosas que son también ecos y rimas, pensamiento” / [Hopper] “Es el pintor del tiempo que pasa. Un tiempo vacío. Su realismo es mental y reticente: nos inquieta no por lo que dice sino por lo que calla. Poesía de la pérdida, de lo perdido y de lo que nos pierde: el tiempo” / “Para Kandinsky ver era sinónimo de imaginar e imaginar de conocer” / “La ‘petricidad’ de la escultura mexicana que tanto admira Henry Moore es la otra cara de no menos admirable rigor conceptual. Fusión de la materia y el sentido: la piedra dice, es idea; y la idea se vuelve piedra” / “Miró era una mirada de siete manos. Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna, con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento, con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones […] con la séptima borraba todo lo que había hecho y comenzaba de nuevo”.
A fin de cuentas, “es frecuente que la pintura sea para el escritor una poesía complementaria”.
PRODUCCIÓN – INCITACIÓN
Como complemento a la exposición, los visitantes obtienen un folleto gratuito que en once secciones (correspondientes a las salas de la exposición) distribuye la información básica de 75 obras, las cuales van acompañadas por una reflexión de Paz, en prosa o en verso, acerca de la obra o del autor.
En sus distintas salas, la muestra ofrece una fina selección de breves videos donde Paz reflexiona-explica-poetiza acerca de obras clave en el desarrollo del arte.
Además, hay proyección de textos y poemas, audios, instalaciones (el poema circular de Paz, recreación en torno a “Dándose” de Duchamp).
La exposición es una fiesta, un encuentro con obras y artistas notables, con múltiples ideas de Paz, y es una incitación efectiva a releer con ojos renovados su vasta obra.
Al recorrer una sala, vi una edecán que -a fuerza de escuchar- ya había memorizado un poema y recitaba sobre la voz de Paz:
“Las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea”.
[ GM ]