El 28 de agosto de 1957 nació Ai Weiwei, uno de los artistas contemporáneos más contestatarios, solidarios y humanistas. Su arte y su activismo político se funden en una sonora llamada de atención a nuestra conciencia.
Los expertos lo consideran un conceptualista que en su obra funde estilos, materiales, imágenes e ideas locales y globales. Weiwei es de los artistas que han explotado la globalización para diversificar su presencia internacional y expandir sus horizontes creativos. Pero, a diferencia de otros artistas «internacionales», él sigue trabajando en temas relacionados con la identidad y la tradición china, al tiempo que mantiene una actitud contestataria y crítica ante los problemas sociales y políticos.
«Para mí es muy frustrante ver que estas cosas [la cultura, la tradición] existen físicamente como meras ruinas. Siempre me encantan esos momentos en los que ves que lo antiguo y lo nuevo coexisten en la misma situación […] sólo cuando reconocemos lo antiguo tenemos algún sentido de la continuidad de la humanidad. Pero -muy a menudo en Occidente, en el momento contemporáneo- nos olvidamos de dónde venimos y le pedimos al mundo en forma vacua que sea nuevo»…
«Al referirme a la memoria y nuestra historia, yo pienso que nuestra humanidad, especialmente en China, está cortada, rota, separada»…
En su producción artística lo mismo genera grandes formatos que utiliza piezas pequeñas, sencillas, pero en volúmenes masivos. Heredero de una cultura milenaria y monumental, Ai Weiwei no la niega sino que la retoma y proyecta con una fuerte influencia de Marcel Duchamp (uno de sus artistas favoritos, junto con Andy Warhol).
«Siempre quiero usar la cultura y el patrimonio como un ready-made, al igual que uso las situaciones políticas como ready-mades. Desplazar el propósito de un artefacto no es distinto de cuando Duchamp puso un urinario de costado y le dio otro nombre»…
En muchas de sus obras hay una reflexión y una denuncia ante las transformaciones bárbaras de la economía de mercado. Eso se aprecia en las enormes estructuras creadas con bicicletas, el transporte por excelencia en China hasta la irrupción masiva de los automóviles, una suerte de espectacular monumento mortuorio que colocó en Art Basel en 2015; o la obra que instaló en la Sala de Máquinas del Tate Modern de Londres, donde depositó millones de semillas de girasol producidas en porcelana por artesanos tradicionales chinos e invitó a la gente a caminar sobre ellas y escuchar la progresiva destrucción de las piezas;
o en la pieza elaborada únicamente con boquillas de teteras de la dinastía Song, que fue lo que encontró en un lote almacenado en forma descuidada; o en la producción en serie de la más cotizada tasa antigua para té (tazones con gallo) que con bellos ideogramas chinos dicen en la base que son copias falsas; o en el rescate del majestuoso Salón ancestral de la familia Wang, de la dinastía Ming, en el poblado de Xiaoqi, ensamblado y desmontado de un museo a otro para mostrar los alcances de la destrucción cultural y la pérdida del legado histórico en China («es el mayor de sus ready-mades con significado político», dice el curador Cuauhtémoc Medina);
o en los grandes retratos de los presos políticos instalados en Alcatraz en 2014, y de los 43 normalistas de Ayotzinapa mostrados en México en 2019, todos ellos armados con minúsculas piezas de Lego que actúan como pixeles de color.
«Yo creo que todos los juicios estéticos son decisiones morales. No pueden escapar a la dimensión moral, en el sentido más amplio del término. Deben relacionarse con el entendimiento filosófico de quiénes somos y cómo es que funcionan en el mundo de hoy lo que llamamos arte y cultura»…
Un ente político
La producción artística de Weiwei no puede disociarse de su activismo social y político. La fama internacional en vez de matizar ese activismo lo ha potenciado.
«Soy un artista que defiende los derechos humanos, la libertad de expresión y la justicia social. Era algo que estaba dentro de mí incluso antes de que fuera consciente de ello porque mi padre fue maltratado únicamente por ser poeta»…
Tras el terremoto de 2008 en Sichuan organizó una campaña de identificación y búsqueda de 5 mil 335 estudiantes desaparecidos, ante lo cual las autoridades chinas no daban respuesta satisfactoria y convincente. Posteriormente, de esa búsqueda surgieron obras artísticas. Algo similar ha ocurrido con otras piezas, que implicaron una investigación social previa, como los migrantes que cruzan el Mediterráneo o el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Por décadas, Ai Weiwei ha sido un abierto opositor a la censura en China. Como consecuencia, ha soportado prisión, arresto domiciliario y la confiscación de su pasaporte para impedirle viajar al extranjero. A pesar de ello, nunca ha interrumpido su producción artística ni ha abandonado su actitud contestataria.
«Si tiene alguna relevancia o significado, todo acto artístico es un milagro. Redefine tu perspectiva, conocimiento y suposiciones acerca de cómo son las cosas. Para todas las doctrinas existentes -religión, política, ideología- es muy difícil lograr cualquier avance; el arte se enfoca en producir ese avance, y eso hace que algunas personas se sientan muy incómodas»…
Asimismo, se ha solidarizado en forma activa con las víctimas de represión, con los afectados por corrupción en obras urbanas, con otros creadores afectados por la censura oficial. No sólo, como dicta el refrán clásico, «nada humano le es ajeno», sino que interioriza los problemas sociales y los convierte en obras que sacuden al espectador.
Su visión trasciende el presente, se extiende hasta las más antiguas raíces culturales y se proyecta hacia el futuro que vivirán los jóvenes. Por eso denuncia la destrucción del legado histórico y cultural, al tiempo que exhibe el impacto de la economía bárbara en las nuevas generaciones a través de la imposición de nuevas formas productivas y de la expulsión masiva de familias que se ven orilladas a migrar, así como en la violencia represiva ante las expresiones de inconformidad.
Su obra va de la arquitectura a las instalaciones, de los medios sociales a los documentales. Weiwei utiliza una amplia gama de recursos expresivos con un solo objetivo: que el público examine la sociedad y sus valores.
«Si cubres un fragmento de una tetera de la dinastía Song, que tiene mil años, y la vuelves a esmaltar y a quemar, y obtienes un nuevo aspecto perfecto, la forma y lo que está debajo del esmalte aún es antiguo. Inviertes la compresión moderna de la antigüedad. Ese tipo de giro hace que el juicio humano sea discutible. Mis obras, en ese sentido, siempre crean un momento de debate»…
Para el curador Cuauhtémoc Medina, las relaciones entre «lo viejo y lo nuevo», «lo verdadero y lo falso», son temas centrales del trabajo de Ai Weiwei y forman parte de una investigación de la estética del valor que define nuestra mirada sobre las obras de arte y los objetos culturales. Es una exploración con una fuerte carga de provocación y transgresión, al intervenir objetos protegidos, «valiosos», y rescatar otros abandonados.
Weiwei es un artista plenamente del siglo 21. Tan es así que, en 1996, ni siquiera apareció en el radar de la editorial Phaidon cuando elaboró el vasto catálogo The 20th-Century Art Book.
Hoy, Weiwei es uno de los artistas contemporáneos más reconocidos en el mundo, sin embargo no pierde el piso. «No hay nada que realmente necesites hacer. Naces y al cabo de un tiempo mueres. Pero durante ese tiempo, creas algún tipo de juego intelectual que crees que beneficiará nuestro proceso de vida. Así es como me siento», dijo a Cuauhtémoc Medina.
(Citas tomadas del libro Ai Weiwei, Restablecer memorias, publicado por el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, UNAM, 2019).
Momentos estelares en la vida de Ai Weiwei (MUAC).
[ Gerardo Moncada ]Ver también: Ayotzinapa en el arte, un catálogo temático.