Libros

Mi corazón al desnudo, de Charles Baudelaire

Nació el 9 de abril de 1821, para revolucionar las letras y heredarnos un estruendoso grito de rechazo a la conformidad y a la medianía. A los 46 años murió, el 31 de agosto de 1867.

Charles Baudelaire, uno de los monstruos de la literatura moderna, dejó al morir dos libros inconclusos: Cohetes y Mi corazón al desnudo, compendios de confesiones, pensamientos, ideas en proceso y temas a desarrollar que revelan múltiples facetas y estados de ánimo del escritor. Ambos libros conforman un retrato poliédrico de este genio adelantado a su tiempo, que nunca aceptó límites ni cuando tuvo que cambiar la vida de ocio por la de trabajo.

Los breves textos alcanzan cimas de lúcida irreverencia:

“Dios es el único ser que para reinar no tiene ni necesidad de existir”.

Agobiado por la mediocridad y la censura, responde con acidez:

“Las naciones tienen grandes hombres a pesar suyo –como las familias—. También hacen todo lo posible para no tenerlos. Por eso el gran hombre necesita, para existir, poseer un poder de ataque superior a la fuerza de resistencia desarrollada por millones de individuos”.

Su escritura era su escudo (“Por cada carta de un acreedor, escribid cincuenta líneas sobre un asunto extraterrestre y os sentiréis salvados”).

Su escritura era también su arma (“Dos cualidades literarias fundamentales: supernaturalismo e ironía… Lo sobrenatural comprende el color total y el acento, es decir, intensidad, sonoridad, limpidez, vibración, profundidad y resonancia en el tiempo y en el espacio”).

Sus ligas familiares no escapan al escrutinio implacable: “Mi madre es fantástica: hay que temerla y agradarla”.

Con vigor juvenil, rechaza las convenciones:

“¿No es quizás el trabajo la sal que conserva las almas momificadas?”… “El estoicismo, religión que no posee más que un sacramento: ¡el suicidio!”

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No tengo convicciones… para este tiempo
Baudelaire, como su literatura, aboga por la exaltación de los sentidos, de la belleza, la sensualidad, ante una realidad donde avanzan con poder aplastante la avaricia, la mezquindad, la manipulación de la sociedad, la búsqueda obsesiva de la riqueza material convertida en el santo grial de la modernidad.

“No tengo convicciones, tal como lo entienden las gentes de mi siglo, porque carezco de ambición”… “Únicamente los bandidos están convencidos -¿de qué?-. De que les hace falta el éxito”… “Sin embargo, tengo algunas convicciones, en un sentido más elevado y que no puede ser comprendido por la gente de mi tiempo”.

Su visión social es pesimista: “La creencia en el progreso es una doctrina de perezosos. Es aquel individuo que cuenta con el vecino para hacer su trabajo… No puede haber progreso (verdadero, es decir, moral) más que en el individuo mismo”.

Observó con aspereza su presente, burocratizado, conformista, conservador, y no alcanzó a identificar un sitio para él en esa escalada de perversidad disfrazada de progreso y civilización, “una borrachera de atrocidad universal”.

Ante un ambiente social opresivo, castrante, chabacano, ignorante, domesticado, insiste en volver al individuo: “Es a este horror de la soledad, a la necesidad de olvidar su yo en la carne externa, a lo que el hombre llama noblemente necesidad de amar”.

Trabajar, por desesperación
Si bien buena parte de su vida aspiró a ser un dandy, en el sentido de ser un hombre dedicado al ocio y a la educación, Baudelaire se vio obligado a trabajar y eso le llevó a cambiar su visión de ambos estados:

“Hay que trabajar, si no por gusto, al menos por desesperación, ya que está comprobado que trabajar es menos fastidioso que divertirse”… y además porque “el ocio, sin fortuna, aumenta las vejaciones producidas por las deudas”.
“A cada minuto nos aplasta la idea y la sensación del tiempo. Y no hay más que dos medios para escapar de esta pesadilla, para olvidarla: el placer y el trabajo. El placer nos gasta. El trabajo nos fortifica. Escojamos”…
“Para curarse de todo, de la miseria, de la enfermedad y la melancolía no hace falta más que el Gusto del trabajo”…
“Cuanto más se produce, se vuelve uno más fecundo”.

En realidad fueron la enfermedad y las deudas las que llevaron a Baudelaire a cambiar el ocio por el trabajo en sus últimos años de vida.

“Si trabajas todos los días, la vida te será más soportable”.
“Trabajo inmediato, incluso malo, vale más que el ensueño”… “Una serie de pequeños actos de voluntad dan un gran resultado”.

Pero sus horas estaban contadas. Baudelaire murió el 31 de agosto de 1867, a los 46 años, dejando un legado en prosa y en verso que hasta hoy sigue vibrando.

Al releerlo volvemos a encontrar la palpitación de su objetivo vital: “Encontrar el frenesí diario”, y su anhelo alcanzado: “Sé siempre un poeta, hasta en prosa”.

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Otros ángulos
Roberto Bolaño comentó en 1999:
“Baudelaire es el poeta. Sabe muy bien lo que está haciendo, sabe muy bien que está innovando, maneja la técnica de manera soberana, es dueño de todos sus recursos, y en ese sentido no es frágil, Baudelaire es una roca, y aunque se piense que se va por la desmesura, en realidad opera con sentido común, porque en el centro del canon literario está el sentido común, que nos pertenece a todos los seres humanos… En ese sentido, Baudelaire, que era drogadicto, alcohólico, es un padre de familia, el abuelo sensato. Nos muestra sus herramientas y abre el camino, pero nos dice cómo abrirlo, cómo mostrarlo, y a partir de él ese camino no sólo queda abierto sino pavimentado”.

[Gerardo Moncada]

Texto relacionado:

Las flores del mal, de Charles Baudelaire.

 

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