
“Puede que yo no sea el gran César Rubio, pero ¿quién eres tú? ¿Quién es cada uno en México? Dondequiera encuentras impostores, impersonadores, simuladores; asesinos disfrazados de héroes, burgueses disfrazados de líderes; ladrones disfrazados de diputados, ministros disfrazados de sabios, caciques disfrazados de demócratas, charlatanes disfrazados de licenciados, demagogos disfrazados de hombres, ¿Quién les pide cuentas? Todos son unos gesticuladores hipócritas…”
El gesticulador es un drama trágico ambientado en México en 1937, en los años de la consolidación de las instituciones derivadas de la Revolución Mexicana. La pieza es un “yo acuso” de Rodolfo Usigli al considerar que habían sido abandonados los más altos ideales que originaron el levantamiento armado y todo había derivado en un violento oportunismo.
Eran los años en que las élites fieles al régimen derrocado se reagrupaban en un intento por contener los cambios en México, con miras a recuperar los beneficios y privilegios perdidos. Para ellos, la Revolución había sido un “movimiento demoledor” (Samuel Ramos) y la época posrevolucionaria sólo se caracterizaba por la rebatinga de posiciones de poder entre los grupos triunfantes. No había matices ni puntos intermedios.
Ese era el caso del célebre grupo de los Contemporáneos. “No se conmovieron con la guerra de España, que tantas cosas nos aclaró y reveló, ni con el gobierno de Lázaro Cárdenas, cuyas decisiones trascendentales ignoraron o combatieron”, escribió Luis Cardoza y Aragón.
Para estos sectores, en México sólo imperaban la demagogia y la intolerancia; la crítica era silenciada con censura, proscripción o cárcel, en tanto las disputas políticas solían desembocar en hechos de sangre.
BOLTON.- César Rubio es el hombre que explica la Revolución mexicana, que tiene un concepto total de la revolución y que no la hace por cuestión de gobierno, como unos, ni para el Sur, como otros, ni para satisfacer una pasión destructiva. Es el único caudillo que no es político, un simple militarista, ni una fuerza ciega de la naturaleza… y sin embargo manda a los políticos, somete a los bandidos, es un gran militar… pacifista, si puedo decir así…
Si bien El gesticulador retomaba un tema de interés universal como es el de la usurpación, Usigli decidió insertarlo en el antagonismo político de la época y esto marcó la suerte de esa obra teatral.
En la trama, César Rubio es un maestro universitario que regresa al apartado pueblo donde nació, buscando alguna condición favorable que le permita sacar a su familia de la precariedad. Ahí se topa con una oportunidad no imaginada, debido a que se llama igual que un carismático caudillo revolucionario que desapareció misteriosamente en 1914, cuando su fama se encontraba en auge; además, le favorece su vasto conocimiento de múltiples detalles acerca del levantamiento armado, lo cual incluye la recopilación de documentos como actas, telegramas, fotografías y cartas.
MIGUEL.- Hubiera sido mejor que supieras menos de la Revolución, como los generales, y fueras general. Así no hubiéramos tenido que venir aquí…
Si bien en un principio el humilde profesor no afirma ser ese caudillo, propicia tal ambigüedad que la gente decide creerlo. Esto le abre una difusa posibilidad de ofrecer a su familia lo que nunca pudo darle (recursos económicos, posición social, un porvenir), aunque también sostiene que rescatará las mejores aspiraciones que dieron origen a la Revolución.
MIGUEL.- Oliver Bolton, de la Universidad de Harvard, refiere su reciente descubrimiento en México. Según él, César Rubio, desilusionado ante el triunfo de los demagogos y los falsos revolucionarios, oscuro, olvidado, vive, contra toda creencia, dedicado en humilde cátedra universitaria -gana cuatro pesos diarios (ochenta centavos de dólar)- a enseñar la historia de la Revolución para rescatarla ante las nuevas generaciones…
CÉSAR.- Ahora no puedo hacer nada más que seguir, Elena. Pero siento que el muerto no es César Rubio, sino yo, el que era yo… ¿entiendes? Todo aquel lastre, aquella inercia, aquel fracaso que era yo…
UN SINUOSO CAMINO
En 1972, al recibir la noticia de que El gesticulador sería montada en Colombia, Usigli rememoró la accidentada travesía de su “pieza para demagogos”.
Escrita en 1937, tardó siete años en ser publicada y una década en ser puesta en escena en el Palacio de Bellas Artes, donde sólo permaneció dos semanas en medio de una fuerte polémica con opiniones polarizadas: unos la consideraron un panfleto contra la Revolución; otros, piedra fundamental del teatro mexicano por su apasionada defensa de la Revolución.
Y la controversia continuó. “Esta obra ha recibido los honores del insulto, la calumnia, la diatriba, la parodia, la burla y el sabotaje sindical”, refirió Usigli.
En los siguientes años fue presentada en varios países de Centro y Sudamérica, en Estados Unidos, en la España franquista, en Polonia y Checoslovaquia, en Cuba; tuvo lecturas animadas en Francia y una adaptación radiofónica en Austria. Fue traducida al inglés, francés, alemán, polaco, checo, italiano y danés.
En 1951, el estadounidense Theatre Guild expresó un vivo interés en llevar a escena la obra si el personaje de César Rubio adquiría características genéricas latinoamericanas. Usigli se negó a ello.
Cuando el dramaturgo recibió el Premio Nacional de Letras, en 1972, expresó que seguía anhelando la plena aceptación de El gesticulador: “Creo que no necesito aludir a la innegable raigambre ibseniana de esta obra, que sigue esperando todavía el reconocimiento de los grandes escenarios del mundo”.
EN BUSCA DE LA VERDAD PERDIDA
CÉSAR.- El general César Rubio enfermó gravemente, pero no del cuerpo, cuando supo que la Revolución había caído por completo en las manos de gente menos pura que él. Encontró que lo habían olvidado. En muchas regiones ni siquiera habían oído hablar de él, que era el autor de todo… Encontró que lo confundían con Rubio Navarrete, con César Treviño. La popularidad de Carranza, de Zapata y de Villa, sus luchas, habían ahogado el nombre de César Rubio. La conspiración del olvido había triunfado…
Para Usigli, ninguno de los líderes de la Revolución Mexicana, por más popular que fuera, defendía los más altos anhelos de cambio que conducirían a la creación de una sociedad justa y libre. Por eso, el dramaturgo debió inventar a César Rubio, un ideal que depuraría ese proceso posrevolucionario que estaba siendo enturbiado por arribistas que sólo buscaban su beneficio personal.
César.- Sé que puedo hacer bien a mi país impidiendo que lo gobiernen los ladrones y los asesinos como tú… que tengo en un solo día más ideas de gobierno que tú en toda tu vida. Tú y los tuyos están probados ya y no sirven… están podridos; no sirven para nada más que para fomentar la vergüenza y la hipocresía de México. No creas que me das miedo. Empecé mintiendo, pero me he vuelto verdadero sin saber cómo, y ahora soy cierto. Ahora conozco mi destino: sé que debo completar el destino de César Rubio…
Según Usigli, este desencanto posrevolucionario era compartido por el pueblo. De ahí que la súbita reaparición del carismático general desaparecido misteriosamente sería acogida con entusiasmo desbordante por las masas, al tiempo que activaría los resortes pragmáticos e incluso siniestros del sistema político.
César, ¿dices esto para llegar a creerlo?…
Soy el único César Rubio porque la gente lo quiere, lo cree así…
En la obra, la reiterada insistencia en torno a la “búsqueda de la verdad” parte de hechos específicos: los esfuerzos de Rubio y su esposa por disimular la pobreza, o el debate acerca de si el humilde profesor de historia es realmente el famoso héroe desaparecido. Pero Usigli quería ir más lejos, plantear que los anhelos revolucionarios más puros habrían sido sepultados por intereses mundanos y el país habría sido controlado por simuladores que ocultan sus oscuras ambiciones detrás de un discurso demagógico.
MIGUEL.-Nada es más grande que la verdad. Mi padre gobernará en lugar de los bandidos… él mismo lo dijo; pero esos bandidos por lo menos son ellos mismos, no el fantasma de un muerto.
ELENA.-Eres tan joven, Miguel. Tus juicios, ideas, son violentos Y duros. Los lanzas como piedras y se deshacen como espuma. Antes, en la universidad, acusabas a tu padre de ser un fracasado; ahora…
MIGUEL.-Era mejor aquello. Todo era mejor que esto. Ahora lo veo…
Usigli veía como parte de la demagogia oficialista el reparto agrario, las instituciones de salud pública, la alfabetización y la educación pública laica y gratuita, el surgimiento de los sindicatos, el establecimiento de los derechos laborales y la aparición de la movilidad social. En su opinión, la gesta revolucionaria había derivado en una farsa y quien se atrevía a señalarlo era acusado de «reaccionario», aunque sólo persiguiera «la verdad».
CÉSAR.- La historia no es más que un sueño. Los que la hicieron soñaron cosas que no se realizaron; los que la estudian sueñan con cosas pasadas; los que la enseñan sueñan que poseen la verdad y que la entregan…
En la visión del país de Usigli, como en los personajes de El gesticulador, no hay matices ni niveles de contradicción. Debe ser alcanzado el objetivo más noble o todo será un fracaso. De ahí que la división sea tajante entre la pureza y la traición, entre la “verdad” y la gesticulación. Al no haber puntos intermedios, esta búsqueda de la verdad raya en el maniqueísmo.
JULIA.- Él era un buen profesor, tú, un mal estudiante. Ahora, en el fondo, querrías estar en su lugar, ser tú el héroe, pero te falta mucho.
MIGUEL.- ¡Estúpida! ¿No comprendes entonces lo que es la verdad? No podrías… eres mujer; necesitas de la mentira para vivir. Eres tan estúpida como si fueras bonita…
No obstante, la inquietud de Usigli era entendible. Los intelectuales veían en la década de 1930 el florecimiento de una demagogia oficialista que les resultaba asfixiante; además, les aterraba la posibilidad de represalias y censura contra los disidentes.
CÉSAR.- Ya no hay mentira: fue necesaria al principio, para que de ella saliera la verdad. Pero ya me he vuelto verdadero, cierto, ¿entiendes? Ahora siento como si fuera el otro… haré todo lo que él hubiera podido hacer, y más…
ELENA.- Pero no serás tú.
CÉSAR-Seré yo, más que nunca. Sólo los demás creerán que soy otro…
Entre los defensores de Usigli está Guillermo Schmidhuber de la Mora, dramaturgo y ensayista, quien afirma: “Usigli busca la verdad dentro de sí y, también, dentro del alma de sus personajes, para acercarse al hombre verídico que propone una y otra vez como paradigma humano. Verdad interior versus hipocresía”.
LA OBRA Y EL TIEMPO
Usigli proponía “abrir los ojos y hacer frente a los obstáculos que nos impiden edificar un presente habitable”. Con ese propósito desarrolló su “teatro de ideas”. A ese respecto, expuso: “Siempre el hombre ha sido el lobo del hombre; siempre una ambición ha tratado de anular o de aniquilar a otra ambición; las aspiraciones del poderío político y material son la nota del día en todos los momentos de la historia del planeta… Pero, ¿debe el dramaturgo limitarse a seguir, observar, reproducir o imitar este orden de cosas, o debe combatirlo? ¿Debe investigar lo que dice la mitad del mundo que todavía no aspira a destruir ni a ser destruida, y tratar de rescatar ciertas líneas de conducta, cierta ordenación de vida que subsisten aún y pueden ser fecundas para nosotros?” (Ideas sobre teatro).
En 1968, Usigli advertía: “el teatro mexicano ha evolucionado de manera acelerada”. Una realidad innegable, incluso para él, que solía ser considerado “el principal dramaturgo de México”. Para ese entonces los estudiosos comenzaban a verlo como un autor con fuerte ascendencia decimonónica, especialmente en su visión de la política y el poder, donde Usigli confería un valor superlativo a los caudillos como conductores (o manipuladores) de unas masas que actuaban como rebaño.
El tema de El gesticulador podría ser universal y recobrar vigencia cada vez que tuviera éxito algún político fanfarrón e impostor, en cualquier parte del mundo. Pero no ha sido así. El paso de los años ha sido severo con esta obra, que hoy se aprecia anacrónica en el dramatismo de los diálogos, a tal grado que resulta más atractiva la presencia del villano Navarro y su humor perverso (una de las mejores escenas ocurre en el tercer acto, entre el anuncio de que este cacique se aproxima y su entrada en escena).
Los personajes se perciben rígidos, como estatuas parlantes; además carecen de complejidad, pues encarnan estereotipos emocionales. César Rubio representa la frustración; su esposa Helena personifica la sumisión sufrida; sus acomplejados hijos son el resentimiento (aunque intentan rebelarse con reproches que rayan en lo melodramático).
CÉSAR.- A César Rubio nunca lo llevó a la Revolución la simple ambición de gobernar. El poder mata siempre el valor personal del hombre. O se es hombre, o se tiene poder…
Resulta paradójico que el ideal revolucionario personificado por César Rubio incurra en una rigidez discursiva e ideológica similar a la que tanto se llegó a criticar en los gobiernos posrevolucionarios. Cuando se refiere a ‘los mejores’ postulados de la Revolución, el personaje suena acartonado.
CÉSAR.- El Político es el eje de la rueda; cuando se rompe o se corrompe, la rueda, que es el pueblo, se hace pedazos; él separa todo lo que no serviría junto, liga todo lo que no podría existir separado. Al principio, este movimiento del pueblo que gira en torno a uno produce una sensación de vacío y de muerte; después descubre uno su función en ese movimiento, el ritmo de la rueda que no serviría sin eje, sin uno. Y se siente la única paz del poder, que es moverse y hacer mover a los demás a tiempo con el tiempo. Y por eso ocurre que el político puede ser, es, en México, el mayor creador o el destructor más grande…
En El gesticulador hay más choque de discursos que dramaturgia. La escasa naturalidad en los diálogos no es exclusiva de César Rubio. Los debates en torno a «la verdad», aun cuando puedan ser pertinentes, se tornan artificiosos.
MIGUEL.- ¿No te das cuenta de que quiero la verdad para vivir, de que tengo hambre y sed de verdad, de que no puedo respirar ya en esta atmósfera de mentira?
ELENA-Estás enfermo.
MIGUEL-Es una enfermedad terrible, no creas que no lo sé. Tú puedes curarme…
Por otro lado, la obra carece propiamente de una revelación, de un giro narrativo que sorprenda y dé profundidad a la historia. Todo va siendo anunciado y la trama resulta previsible, como en las tragedias griegas. Pero a diferencia de éstas, César Rubio no intenta resistirse al destino fatal sino que se entrega a él; su esposa percibe la amenaza y la señala pero sin la determinación necesaria para incidir en los hechos, como si fuera una observadora externa, a la manera del coro griego.
El debate ideológico ocupa el centro de la obra, dejando en un plano superficial el tema de la suplantación (sólo por interés económico) sin profundizar en los resortes de la insatisfacción existencial, en el problema netamente humano de despreciar la vida propia anhelando ocupar el sitio de otro.
Enrique Anderson Imbert, al analizar la producción teatral de Usigli, destaca la maestría escénica y su inquietud intelectual. Pero advierte: “Usigli recurre a gastados procedimientos y temas del siglo XIX… En El gesticulador, con una situación que podría haber tratado en tono de farsa, Usigli hizo un melodrama en el que cuentan más los improbables golpes del azar que los rasgos del carácter… Pieza bien hecha cuyo valor dependerá de la interpretación que le demos: sea como caso mexicano de hipocresía social, sea como caso universal del deslinde entre verdad y mentira en la conciencia humana… Usigli se ha perjudicado al manifestar públicamente su admiración por Bernard Shaw, pues la comparación es cruel. Usigli comienza su carrera en el punto en que Shaw la terminó: puro diálogo, sin construcción. Además, a Usigli le falta una filosofía, capacidad dialéctica y aun sentido humorístico. En cambio, le sobra lo que Shaw no apreciaba: sentimentalismo” (Historia de la literatura hispanoamericana, FCE, 1977).
DE PERFIL
Rodolfo Usigli Wainer, hijo de migrantes, nació en la Ciudad de México el 17 de noviembre de 1905.
Eterno aficionado al teatro, en su infancia memorizaba escenas de obras para representarlas con títeres. Mantuvo la predilección escénica a lo largo del tiempo y a los 19 años la convirtió en oficio, como cronista de la vida teatral y entrevistador.
Asiduo lector, abrevó en los clásicos griegos, en las obras de William Shakespeare, Ben Jonson, Moliére, T. S. Eliot y particularmente de George Bernard Shaw. En 1931 comenzó a escribir obras de teatro.
En 1933 inició su labor académica, al tomar la cátedra de Historia del teatro mexicano en la UNAM, donde también dirigió la Escuela de verano. En 1935 consiguió una beca en la Escuela de Arte Dramático de la Universidad de Yale. En 1938 fue nombrado director del Teatro radiofónico de la Secretaría de Educación Pública y asumió la dirección del Departamento de Teatro en Bellas Artes.
La inestabilidad financiera le orilló a alternar su vida escénica y académica con la diplomacia, aunque nunca abandonó la escritura de obras de teatro así como de ensayos y obras literarias. Su Itinerario del autor dramático (“una compilación limitada de las teorías esenciales existentes desde Aristóteles a la fecha”) fue el primer tratado sobre dramaturgia escrito por un autor hispanoamericano.
Escribió 39 obras teatrales, entre las que destacaron El apóstol (1931), Falso drama (1932), Noche de estío (1935), La última puerta (1934), El presidente y el ideal (1935), Estado de secreto (1935), Alcestes (1936), El gesticulador (1937), Corona de sombra (1943), Corona de fuego (1960), Corona de luz (1963), ¡Buenos días, señor presidente! (1972).
Schmidhuber de la Mora afirma que Usigli “vivía preocupado por las ideas, por transformar su sociedad y por definir la identidad de los mexicanos”. Más aún: “Únicamente él comprendió la importancia de fundar un teatro propiamente mexicano”.
En ese sentido, Usigli exploró temas, enfoques y tratamientos narrativos que abrieron derroteros por los que transitaron las siguientes generaciones de dramaturgos mexicanos.
Aunque compartió generación con el destacado grupo de los Contemporáneos, sólo mantuvo relación con Xavier Villaurrutia. Los demás conservaron su distancia y bromeaban acerca del dramaturgo. “Se referían a él como el ‘Caballero Usigli’ y decían que antes de meterse a la bañera tomaba la temperatura del agua con el bastón”, recuerda Luis Cardoza y Aragón (El río, FCE, 1986).
En ocasiones, el distanciamiento se convirtió en enfrentamiento. Novo llegó a tener un sonoro altercado con Usigli en el palacio de Bellas Artes. Por su parte, Usigli había comenzado a escribir desde 1945 una novela titulada Inteligencias estériles, acerca de los Contemporáneos (nunca la concluyó).
En el terreno de la dramaturgia, Cardoza y otros críticos consideraban que Usigli superó ampliamente los intentos realizados en ese campo por Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza y Agustín Lazo.
Entre 1963 y 2005 el Fondo de Cultura Económica publicó en cinco tomos la obra teatral de Usigli, acompañada de sus ensayos sobre la historia del teatro mexicano.
Rodolfo Usigli murió el 18 de julio de 1979, con la esperanza de ser recordado como “Ciudadano del teatro”.
[ Gerardo Moncada ]Otra obra de Rodolfo Usigli:
Ensayo de un crimen.