Aunque fue doctor en Biología, historiador, sociólogo, periodista y prolífico escritor, a Wells se le recuerda sobre todo por sus notables relatos de ciencia ficción.
“Inteligencias vastas, frías e implacables, contemplaban esta tierra con ojos envidiosos y trazaban con lentitud y seguridad sus planes de conquista…”
La guerra de los mundos es una novela vibrante que construye un escenario extremo de ficción científica para explorar las conductas humanas, el colonialismo y la fragilidad de la ética social.
«Con infinita suficiencia iban y venían los hombres por el mundo, ocupándose de sus asuntillos, serenos en la seguridad de su imperio sobre la materia. Nadie imaginó que de los más antiguos mundos del espacio pudiera sobrevenir un peligro para la existencia humana […] Los proyectiles de los marcianos se aproximaban a la Tierra, con velocidad de muchos kilómetros por segundo, a través de los abismos vacíos del espacio, ¡hora por hora, más cerca y más cerca! Hoy me parece casi increíble que los hombres se absorbieran en sus menudos intereses mientras el destino se cernía tan rápidamente sobre todos…»
La historia está ambientada en Inglaterra, en los últimos años del siglo XIX, cuando esa nación era la fuerza económica y militar más poderosa del planeta, en un momento en que la ciencia y la técnica avanzaban a pasos agigantados generando un enorme optimismo. Pero las condiciones de supremacía inglesa se convertirían en polvo ante la sucesiva llegada de diez grandes cilindros provenientes de Marte, en los cuales viajan extraños seres con máquinas de guerra provistas de un devastador rayo calórico, una “invisible e inevitable espada de fuego”, que arrasaría con el poderoso armamento terrícola.
Nunca se había presenciado en Inglaterra tan rápida y extensa concentración de fuerzas militares…
-¿Qué ha sucedido? –le pregunté al artillero.
-¿Y qué es lo que no ha sucedido? –respondió; pude ver, no obstante la oscuridad, que hizo un gesto de desesperación-. Nos han barrido de un escobazo, nos han barrido. -Y repitió varias veces estas palabras…
Mario Vargas Llosa consideró que H. G. Wells fue el más famoso autor de anticipación científica de su tiempo. Destacó que para Wells la ciencia ficción “no era un ejercicio de la pura imaginación sino una proyección fantástica de lo que los grandes descubrimientos científicos permitían avizorar como una realidad futura”. Y añadió: “Al igual que las novelas de Julio Verne, las historias de Wells están escritas con tantas referencias y precisiones que parecen fundadas en investigaciones comprobadas, pese a su manifiesta irrealidad. La guerra de los mundos está contada con la objetividad y precisión del realismo naturalista”.
EL INICIO DE LA FICCIÓN CIENTÍFICA
A finales del siglo XIX, H. G. Wells identificó un nuevo derrotero para la literatura de aventuras y misterio al explorar la cara oculta de la euforia que entonces se vivía por el desarrollo científico y tecnológico. Para ello se requería una base lo más sólida posible del tema a tratar, con las teorías más avanzadas de su tiempo y los descubrimientos más recientes.
Así, pese a ser una novela de ficción, La guerra de los mundos se sustenta en las principales ideas científicas que marcarían el inicio del siglo XX, como los avances en las ciencias naturales, la evolución de las especies, la física, la química y la astronomía (“pocas gentes conciben cuán inmenso es el vacío donde flota el polvo del universo material”). De ahí derivan argumentaciones con sólido respaldo acerca de las diferencias de fuerza gravitacional en cada planeta del Sistema Solar, las posibles diferencias anatómicas y orgánicas de habitantes de distintos planetas, así como su interrelación evolutiva con todos los demás organismos de su planeta (y su indefensión ante microorganismos de otros planetas). Incluso la idea de que las naves espaciales tendrían forma cilíndrica (como balas) que serían disparadas por un poderoso y avanzado cañón.
Algunos estudiosos han calificado esta novela como un comentario acerca de la teoría de la evolución. Y es que esta historia se fundamenta en conocimientos de anatomía y evolución natural para disertar acerca de los marcianos en función de las necesidades de la especie y la gravedad planetaria.
Se trataba de las criaturas menos terrestres que es posible imaginar. Eran grandes cuerpos redondos, o más bien grandes cabezas redondas, de unos cuatro pies de diámetro, con una cara que carecía de narices pero sí tenía ojos oscuros y muy grandes, e inmediatamente debajo una especie de pico carnoso. Detrás de esta cabeza había una estirada superficie timpánica, que luego se ha sabido era una oreja, aunque debía serles casi completamente inútil en nuestra atmósfera demasiado densa. Agrupados alrededor de la boca tenían dieciséis tentáculos delgados, casi como puntas de látigo… Nuestro distinguido anatomista, el profesor Stowes, ha calificado estos manojos como manos… Cuando vi a los marcianos por vez primera parecían querer levantarse con estas manos; pero esto, naturalmente, les era imposible a causa del mayor peso de su cuerpo en la Tierra…
En segundo término –aunque el fenómeno parezca milagroso a nuestro mundo sexual-, los marcianos carecen de sexo y de todas las emociones tumultuosas que provoca en el género humano la diferencia entre la hembra y el macho. Es indiscutible que nació un marciano en nuestro planeta durante la guerra; se le encontró pegado a su padre, como capullo a medio abrir, al modo que brotan los bulbos en los lirios o los animálculos en los pólipos de agua dulce…
Indiscutiblemente los marcianos representan la supresión de la parte animal del organismo realizada por la inteligencia. Es presumible, a mi juicio, que desciendan los marcianos de seres parecidos a nosotros y que esa transformación se haya operado mediante el desarrollo gradual del cerebro y de las manos (hasta formar los racimos de tentáculos delicados) a expensas del resto del cuerpo. Al suprimirse el cuerpo, el cerebro se trueca en una inteligencia más egoísta, sin ninguno de esos ‘substratos’ emocionales que caracterizan al ser humano…
El escritor Robert Silverberg afirmó: “En un lapso de veinte años, Wells concibió y exploró sistemáticamente cada uno de los temas principales de la ciencia ficción: el conflicto entre mundos, las consecuencias sociales de los grandes inventos, el viaje en el tiempo, la posibilidad de la destrucción del mundo, el futuro de las estrategias bélicas y mucho más. Es el verdadero padre de la ciencia ficción de hoy, pues es quien estableció las reglas y la técnica que siguen la mayoría de los escritores contemporáneos”.
EL ENDEBLE ORDEN SOCIAL
En un principio, la ordenada sociedad inglesa reacciona con una mezcla de indiferencia e incredulidad. En ella domina (como en los habitantes de las principales metrópolis) un sentimiento de invulnerabilidad. Muchas personas prefieren no creer las noticias, a fin de mantener inalterada su rutina diaria; incluso quienes acuden a curiosear en el sitio donde cayeron las naves marcianas, pese a la fascinación, se retiran cuando llega la hora de tomar el té. La gente se aferra a sus hábitos, aunque el riesgo sea creciente y el desastre, inminente.
En las calles se notaba profunda irritación contra las autoridades porque no habían sabido librarse de los marcianos sin acarrear aquel cúmulo de molestias…
[En plena evacuación de Byfleet] Muchas gentes, respetuosas con las tradiciones del domingo, vestían sus mejores trajes…En toda la extensión de Londres, la gente se restregaba los ojos y abría las ventanas y preguntaba cosas sin sentido y se vestía a toda prisa al pasar por las calles el primer soplo de la inminente tempestad del miedo. Era la aurora del gran pánico. Londres, acostado el domingo estúpido e inerte, se levantaba la madrugada del lunes con la violenta sensación del peligro…
Cuando la población cobra conciencia de la amenaza, cunde el pánico. En la huida masiva, la estructura social y sus reglas se desmoronan; domina el atropello, la indiferencia, la violencia, el atraco y esa “grotesca mezcla de avaricia y miedo”.
Todos huyeron tan confusamente como rebaño de corderos. En el paraje donde el camino se estrecha la muchedumbre oprimida luchó furiosamente. No todos escaparon; tres personas –dos mujeres y un niño- fueron magulladas, pisoteadas y abandonadas a la muerte en medio del terror y de la oscuridad… Se peleaba encarnizadamente… hubo tiros y puñaladas y los agentes de policía enviados para mantener el orden acabaron por abrir la cabeza a las gentes que debían proteger…
La carretera principal era bravía ola de gentes, catarata de seres humanos que se lanzaban al norte, empujándose los unos a los otros. Inmensa nube de polvo, blanco y luminoso bajo el sol, envolvía todas las cosas con un velo gris e indistinto… Esta multitud ofrecía algunos rasgos comunes: había dolor y espanto en todos los rostros, y la consternación parecía seguirles. Cualquier tumulto, la disputa por un puesto en algún vehículo, hacía apresurarse a todos. El polvo y el calor habían ya hecho presa en la multitud; tenían las gentes seca la piel, negros y abiertos los labios. Todas iban sedientas, rendidas, los pies amortecidos. Entre gritos se destacaban las disputas, los reproches, los ayes de cansancio. Ninguno de los fugitivos se detenía; ninguno abandonaba la ola tumultuosa…
Se desvanece la solidaridad: “Algo me impulsaba a socorrerle, pero no pude refrenar mis temores”.
El fanatismo religioso, que suele expandirse en tales circunstancias, es personificado por un vicario histérico:
De pronto ¡fuego, terremotos, muerte! ¡Como en Sodoma y Gomorra! ¡Destruida toda nuestra obra! […] ¿Qué vamos a hacer? ¿Hay marcianos en todas partes? ¿Les ha encomendado el Señor el dominio de la Tierra? […] ¡Debe ser el principio del fin!…
Los individuos, bajo condiciones de extrema presión, adoptarán comportamientos insospechados.
Pasó a pie un hombre con la camisa de dormir; miraba al suelo. Le oyeron la voz, hablaba solo; al volverse le vieron crisparse los cabellos con una mano, amenazar con la otra a enemigos invisibles…
La certeza de encontrarse en el límite de la supervivencia aniquila todo rasgo de empatía; sólo se piensa en salvar el pellejo:
Era una de esas criaturas débiles y llenas de marrullerías que no hacen frente ni a Dios ni a los hombres, ni siquiera a sí mismas, timoratas, anémicas, odiosas… A medida que pasaban los días, su absoluto descuido acrecía e intensificaba de tal modo nuestra miseria y nuestro peligro, que tuve que recurrir primero a las amenazas y después a los golpes. Estas medidas le volvieron cuerdo por algún tiempo… Me es desagradable recordar y escribir esto. Cuantos no hayan conocido estos oscuros y terribles aspectos de la vida, censurarán mi barbarie y mi acceso de furor en la tragedia última. Censurarán con ligereza, porque ignoran lo que se puede hacer de un hombre torturado. Pero cuantos hayan vivido en estas sombras, cuantos hayan bajado al fondo de las cosas, me juzgarán con caridad más amplia…
LA HUMANIDAD, DERROTADA
Las máquinas de guerra de los marcianos resultan sumamente letales para los ingleses, que sucumben en todos los frentes a pesar de alguna victoria con sus poderosos cañones Maxim de 95 toneladas. Se desploma la vanidad humana con su presunta superioridad. Sólo es posible, como señala un artillero, avizorar una condición de vasallaje ante los poderosos invasores.
Ciudades, pueblos, civilización, progreso, ¡todo se acabó…! La comedia ha terminado. Nos han vencido. Durante un millón o dos millones de años no volverá a haber conciertos, ni academias de Bellas Artes, ni golosinas en los restaurantes. Si tiene usted modales de damisela y no le gusta comer las peras con cuchillo y le repugna el hablar incorrecto, le vale más dejarse de escrúpulos, ya no son de ninguna utilidad. Los hombres como yo viviremos para conservar la especie. Le juro a usted que estoy resuelto a vivir y que si no me engaño usted también tendrá que enseñar antes de mucho lo que lleva dentro. No nos matarán a todos y tampoco se me antoja dejarme coger para que me domestiquen, me mantengan y me engorden y me coman como a buey cebado…
Los expertos literarios han destacado el énfasis que Wells puso en los miedos, las supersticiones y los prejuicios de la época victoriana inglesa.
Los que no quieran ir a la jaula tienen que darse prisa. Yo me doy prisa. Pero piense usted en que no todos los hombres son capaces de convertirse en fieras; y esto es lo que ha de suceder… Todos esos que carecen de valor, de sueños vigorosos y de enérgicos deseos. ¡Dios mío…..!, ¿para qué sirve un hombre que carezca de estas cosas sino para temblar y esconderse…? Para estas gentes serán los marcianos una bendición: jaulas bonitas y espaciosas, alimento a discreción, crianza esmerada y ausencia de preocupaciones. Después de vagabundear una semana o dos por los campos con el estómago vacío, se dejarán atrapar alegremente… Incluso habrá algunos que [por congraciarse con los marcianos] nos cazarán gustosos…
El propio Wells declaró que la trama de La guerra de los mundos se inspiró en el efecto catastrófico de la colonización europea sobre los aborígenes de Tasmania. En ese sentido, varios literatos han afirmado que Wells escribió esta novela para estimular a sus lectores a cuestionar la moralidad del imperialismo.
Su mundo está ya muy frío, mientras el nuestro ofrece plétora de vida; pero plétora de lo que consideran como vida inferior. Y el único medio que tienen de escapar al aniquilamiento que, generación tras generación merma sus filas, consiste en llevar la guerra en dirección al sol. Antes de juzgarles con excesiva severidad [a los marcianos] debemos recordar que nuestra propia especie ha destruido completa y bárbaramente no sólo especies animales, como las del bisonte y el dido, sino razas humanas inferiores. Los tasmanienses, a despecho de su figura humana, fueron enteramente borrados de la existencia en exterminadora guerra de cincuenta años, que emprendieron los inmigrantes europeos…
El escritor Ray Bradbury no ocultaba su admiración por H. G. Wells y lo consideraba una de las mayores influencias en su carrera literaria. “Fue mi tío sabio”, señalaba.
MÉTODO Y ESTILO NARRATIVO
El personaje principal de La guerra de los mundos es un filósofo que se dedica a escribir “una serie de artículos sobre el desarrollo probable de las ideas morales en relación con los progresos materiales”. En la historia, habla en primera persona (y en tercera persona al incluir la experiencia de su hermano durante el atropellado éxodo de Londres); si bien el narrador refiere los testimonios de testigos, cables informativos y lo publicado por diversos periódicos, la mayor parte de su relato consta de hechos observados en forma directa y algunas deducciones a partir de esa experiencia. Wells escribe esta novela como si el protagonista realizara una crónica periodística.
Aunque sean molestos mis escrúpulos, no me resuelvo a describir lo que no pude contemplar hasta el fin…
En su deambular en medio de la devastación, el narrador llega a interactuar con el lector: “avanzaba muy lentamente y mirando de continuo hacia atrás, con la inquietud que ustedes pueden figurarse…”
Jorge Luis Borges fue lector y admirador de H. G. Wells. Se refería este autor como “narrador de milagros atroces” y a sus relatos como “deleitables terrores” que leyó en 1909 con “fascinante angustia”. Décadas después escribió: “Lamento haber descubierto a Wells a principios de nuestro siglo; me gustaría poder descubrirlo ahora para sentir aquella deslumbrante y, a veces, terrible felicidad”. Y añadió: “La obra que perdura es siempre capaz de una infinita y plástica ambigüedad; es todo para todos; es un espejo que declara los rasgos del lector y es también un mapa del mundo. Ello debe ocurrir, además, de un modo evanescente y modesto. Con esa lúcida inocencia obró Wells en sus primeros ejercicios fantásticos, que son, a mi entender, lo más admirable que comprende su obra admirable”.
LAS GUERRAS DEL FUTURO
H. G. Wells inauguró el siglo XX con un nuevo tipo de historias fantásticas y abrió la veta temática de las invasiones alienígenas a la Tierra.
Más aún: sin pretenderlo, anticipó lo que serían las devastadoras guerras del nuevo siglo y sus instrumentos.
Por ejemplo, los marcianos emplean un rayo calórico que destruye el más poderoso armamento inglés (antecedente del rayo láser) y disparan un gas letal (imagen previa de las armas químicas).
El marciano más próximo a nosotros alzó el tubo y lo descargó a la manera de un cañón, produciendo un ruido sordo que hizo temblar el suelo. No hubo llamas ni humo, sino únicamente la detonación ronca […] Estos tubos se aplastaban al caer en tierra, sin hacer explosión, e inmediatamente desprendían enorme volumen de vapor espeso, color de tinta, que se desenroscaba y subía al cielo en una espesa nube negra, en una colina gaseosa que se achataba y extendía por sí sola sobre el campo de los alrededores. El contacto con este vapor o la aspiración de estas nubes era la muerte para todo lo que respira…
Wells refiere la “conquista del aire” como un factor crítico de superioridad bélica:
-Vi a la luz de los reflejos que algo subía a los cielos. Creo que [los marcianos] han construido una máquina de volar y que están aprendiendo a manejarla.
-¿A volar?… ¡Adiós a la humanidad! Si consiguen volar darán la vuelta al mundo…
La guerra de los mundos refiere atrocidades que se convertirían en regla durante las grandes guerras del siglo XX, como el ataque sobre ciudades y contra la población civil, el ya mencionado empleo de armas químicas, y la búsqueda obsesiva de superioridad en el armamento y su capacidad aniquiladora.
Parece que su propósito no era tanto el de exterminar la población como el de aterrorizarla demostrando la inutilidad de resistirles. Hicieron saltar cuantos polvorines encontraron, cortaron las líneas telegráficas y destruyeron en muchos puntos las vías férreas. Hubiérase dicho que partían las piernas del género humano…
La ficción de la novela incluye un severo anuncio. Wells advierte que cuando se comienzan a agotar los recursos de un pueblo, “la presión inmediata de la necesidad ilumina los entendimientos, desenvuelve las facultades y endurece el corazón”. Desafortunadamente, la gente preferirá no pensar en ello.
…y el mundo siguió ignorando uno de los peligros más graves que jamás amenazaron la raza humana…
Un gran admirador de Wells fue Brian W. Aldiss, que lo llamó “el Shakespeare de la ciencia ficción”.
DE PERFIL
Herbert George Wells nació en Inglaterra el 21 de septiembre de 1866.
A los ocho años se rompió una pierna y durante su convalecencia se aficionó a la lectura. Se dice que desde entonces surgió su anhelo de escribir.
Ejerció como maestro en una escuela rural. Más tarde, como periodista en Londres, comenzó a escribir con éxito relatos cortos.
Al publicar en 1895 la novela La máquina del tiempo obtuvo gran aceptación; esta obra se convirtió en el primer best-seller de la ciencia ficción inglesa. En 1897 dio a conocer El hombre invisible, en 1898 La guerra de los mundos y en 1902 Los primeros hombres en la luna. Wells calificó estas obras como un “romance científico”.
En general, el público consideró a Wells un crítico social con visión de futuro. Y es que en sus obras previó la invención de aviones, tanques, armas nucleares, viajes espaciales, televisión por satélite y algo parecido al internet.
Asimismo, en La guerra de los mundos, predijo robots capaces de crear robots:
El mecanismo ofrecía el aspecto de una especie de araña metálica, con cinco piezas articuladas y ágiles. El movimiento de la máquina era rápido, complejo y perfecto… Cuando volví a mirar ya había reunido las diversas piezas extraídas del cilindro en una forma que se asemejaba de una manera inequívoca a la suya… Por lo que pude ver, se movía sola, sin que la dirigiera ningún marciano…
Pero por encima de su visión profética de los adelantos tecnológicos, le interesaba explorar el futuro de la especie humana. Izquierdista de toda la vida, en varias de sus obras señaló la condición de los marginados y de la mujer, la desigualdad social, la hipocresía y rigidez de la época victoriana, los excesos del colonialismo británico, los riesgos de confiar ciegamente en las máquinas y el comportamiento despótico del ser humano ante su entorno y las demás especies.
La instantánea popularidad de sus primeras novelas no fue bien recibida por algunos de sus contemporáneos. Oscar Wilde declaró que Wells sólo era “un Verne científico”. Por su parte, Arthur Conan Doyle se refirió a dichas obras como “historias pseudocientíficas” y a Wells simplemente como “el portavoz del socialismo”, aunque más tarde reconoció que había creado algunas piezas de primera categoría.
Lo incuestionable es que Wells sentó las bases para un género literario de explosivo crecimiento en el siglo XX, el de la ciencia ficción. Creó un derrotero que sería transitado por varias generaciones de talentosos autores, quienes reconocerían la influencia del escritor inglés, como Arthur C. Clarke, Brian Aldis, John Wyndham, Sinclair Lewis, Ray Bradbury, Isaac Asimov, Carl Sagan, Margaret Atwood, Karel Capek y muchos más.
El historiador y escritor, John Higgs, afirmó: “Wells fue una muestra deslumbrante de nuevas ideas, que desde entonces se han copiado sin cesar. Un libro como La guerra de los mundos inspiró cada una de las miles de historias de invasiones extraterrestres que siguieron. Se abrió paso a fuego en la psique de la humanidad y nos cambió a todos para siempre”.
H. G. Wells murió en Londres el 13 de agosto de 1946.
[ Gerardo Moncada ]