Un gran clásico universal e imperecedero, escrito en el siglo VIII a.C.
La Odisea es el relato poético del accidentado viaje de retorno a su hogar de Odiseo Laertiada o Ulises, rey de Itaca, “este hombre ingenioso que vagó tanto tiempo, después de haber destruido la ciudadela sagrada de Troya”. Bajo un enfoque intimista, Odiseo encarna atributos universales: astucia, valor, prudencia, determinación, ingenio verbal, y la inteligencia para saber cómo actuar en distintas circunstancias. Asimismo, La Odisea se puede leer como un compendio de los valores éticos de todos los tiempos, sometidos a prueba por las circunstancias y enfrentados a su contraste: el amplio repertorio de las debilidades humanas.
“¡Oh, cuánto se quejan los hombres de los dioses! Dicen que sus males les llegan de nosotros, y ellos solos, por su demencia, agravan su destino”, exclama Zeus.
La distancia cronológica de esta obra (se estima que fue escrita entre los años 900 y 850 antes de nuestra era) y el hecho de haber surgido como parte de las tradiciones orales griegas han provocado polémicas entre expertos acerca de la autoría de Homero. Algunos han sugerido que en todo caso él sólo unió en forma magistral los cantos, creados por distintos poetas. Otros estudiosos descalifican tales afirmaciones basados en la unidad temática y estilística de la obra, luego de efectuar un análisis comparativo canto por canto, verso por verso, e incluso fragmento por fragmento de cada verso.
A pesar de su antigüedad, este poema épico sorprende por su estructura y complejidad. En lo narrativo, el relato de Odiseo se complementa en forma dinámica con muy diversos personajes, incluidas las deidades griegas. En el manejo de los tiempos, pasado y presente se entrecruzan constantemente; además, hay simultaneidad de acciones (como el viaje de Telémaco, el retorno de Ulises y los planes de los pretendientes de Penélope). El ritmo cambia en el último tercio de la obra, reduciendo la velocidad de los acontecimientos, para aumentar la tensión dramática.
En cuanto a los valores éticos, llama la atención la insolencia de los descendientes de heroicos combatientes, su descarada ambición pasando por alto los preceptos de honor (éstos prevalecen donde hay sobrevivientes de célebres batallas; en caso contrario, las nuevas generaciones reclaman con cinismo la gloria). “¡Oh Dioses! ¡En verdad que los cobardes quieren dormir en el lecho de los valientes!”, exclama Menelao.
Los personajes se esfuerzan por preservar valores como la hospitalidad, la virtud y la belleza asociada al honor, a la estirpe, a la nobleza, al linaje. Y, sobre todo, darles vigencia en los hechos. De ahí que Atenea exalte de Ulises el “buen ánimo que poseía para hablar y para hacer”. Néstor recomienda a Telémaco, hijo de Ulises: “sé esforzado, a fin de que se hable bien de ti entre los hombres futuros”.
Cuando los actos pierden altura ética, surge el reproche. Eidotea, hija de Proteo, el Anciano de los mares, dice a Menelao: “Eres un gran insensato, o te has abandonado a tu desgracia, o te gusta sufrir, puesto que permaneces aquí voluntariamente sin poner fin a tu situación, a pesar de que el ánimo de tus compañeros desfallece”. Menelao admite: “otras veces tengo que cesar en el llanto, pues la angustia me agota prontamente”.
La entereza es una virtud. Odiseo afirma: “De todo lo que respira y se arrastra sobre la tierra y ella misma nutre, nada hay más miserable que el hombre. Nunca cree que la desdicha puede agobiarle un día mientras los dioses le conservan la fuerza y sus rodillas se mueven; mas cuando los dioses venturosos le envían la desgracia, no quiere soportarla con ánimo paciente”.
El dominio de la palabra es una cualidad indispensable. Odiseo afirma: “Los dioses no dispensan sus dones –hermosura, prudencia, elocuencia- por igual a todos los hombres. Frecuentemente, un hombre no tiene hermosura, pero un dios le dota del don de la palabra, y todos se complacen estando ante él, porque habla con seguridad y dulce modestia”. Al lamentar el inesperado viaje de su hijo Telémaco, Penélope exclama: “¡Desdichado!, sin experiencia de la vida y sin discurso”. Pero la palabra debe ir acompañada de hechos: “aquél buen ánimo que poseía para hablar y para hacer”, refiere Penélope como una de las mayores cualidades de Odiseo, quien en otro momento y contexto explica: “Yo he de ir allá, porque una necesidad inexorable me lo exige”.
Sin embargo, las acciones exigen prudencia y nobleza. “Me insultas con insolencia porque tú eres cruel y te crees grande y bravo entre un pequeño grupo de cobardes”, reclama Odiseo a Eurimaco. Penélope, por su parte, refiere: “La vida de los hombres es breve. A aquel que es injusto y realiza actos vituperables, los hombres le dirigen imprecaciones mientras vive y le maldicen muerto; pero de aquel que es intachable y realiza el bien, los extranjeros llevan lejos la fama y todos los hombres le alaban”.
La perseverancia es otro atributo a cultivar. En medio del agitado mar, sobre una endeble balsa, Odiseo afirma: “mientras estos maderos permanezcan unidos por sus cuerdas seguiré aquí y sufriré mis trabajos con paciencia; y cuando el mar haya destruido la balsa nadaré, ya que no pueda hacer nada más práctico”.
El valor: Atenea dice a Odiseo: “Entra y no temas nada, que el hombre valeroso es aquel que acomete todas las empresas, aun cuando haya venido de lejos”.
Un elemento de nobleza es el amor al terruño, por eso Odiseo asegura: “no pudieron llevar la persuasión a mi pecho, pues nada hay más dulce que la patria para aquel que, lejos de los suyos, vive en tierra extranjera, aun cuando ocupe un rico palacio”. Circe buscaba retenerlo, por eso: “Mezcló vino de Pramnio con queso, harina y miel dulce, pero puso veneno en el pan, con el fin de hacerles olvidar el suelo de su patria”.
En la narrativa de la antigua Grecia destaca el papel del destino, como la voluntad de los dioses, expresada en una oscura madeja de designios y señales que los seres humanos unas veces aceptan, otras suavizan con ofrendas y otras más desafían. Eumeo: “Zeus arrebata al hombre la mitad de su virtud el día que le somete a la servidumbre” (criados y esclavos). Odiseo: “es fácil a los dioses que habitan el ancho Urano glorificar a un hombre mortal o convertirle en un miserable”… “son los dioses los que distribuyen las riquezas”; Eumeo: “vagando, ha recorrido numerosas ciudades habitadas, pues sin duda un dios le impuso ese sino”; Penélope: “actualmente sollozo porque un dios adverso me ha abrumado de desgracias”; Telémaco: “Si el destino pudiera ser elegido por los hombres…”
Comer y beber siempre están en la cúspide de las prioridades divinas y humanas: “Dejadme gustar la cena, a pesar de mi tristeza, que no hay nada peor que un vientre hambriento, y no puede ser puesto en olvido ni por el hombre más angustiado y cuyo espíritu esté lleno de inquietudes. Así yo, a pesar de tener un gran luto en el alma, me veo impelido a comer y beber hasta satisfacerme, olvidando los males que he sufrido”, dice Odiseo a Alkinoo. Y es por esta vía que los hombres de Odiseo son seducidos o engañados, como Euriloco cuando ignora las advertencias y convence a sus compañeros de matar los bueyes de Helios: “Todas las muertes son odiosas a los míseros humanos, pero morir de hambre es cuanto puede haber de más lamentable”.
La sucesión de combates, cuyo inicio es la guerra de Troya referida en La Ilíada, parece no tener fin cuando Odiseo vuelve a Itaca y se venga de sus enemigos, pero Zeus propone que se olvide la matanza y se establezca una sincera alianza para que todos vivan en paz.
Las puestas en escena de La Odisea en cine y televisión han privilegiado ciertos pasajes: el paso por la isla de los cíclopes y la brillante estrategia que empleó Odiseo para salir con vida (canto IX); su paso por la isla de las sirenas cuyo canto obnubila (canto XII); su permanencia en la isla Eea donde Circe, la diosa de los hermosos cabellos, con “pérfidas mixturas” embrujaba a los intrusos y los convierte en cerdos (canto X); su paso por Kimerios, donde “una horrible noche pesaba siempre sobre los míseros mortales”, para atisbar el mundo de los muertos en busca de respuestas (canto XI); y su retorno a Itaca y la ejecución de su venganza contra quienes en su ausencia usurparon sus bienes, pretendieron a su esposa Penélope y fraguaban la muerte de su hijo Telémaco (del canto XVI en adelante).
El poema épico, dos mil años después
En El arco y la lira (FCE), Octavio Paz retoma y amplía conceptos del filólogo Wilhelm Nestle (Historia de la literatura griega) al analizar el poema épico:
“El poema se nutre del lenguaje vivo de una comunidad, de sus mitos, sus sueños y sus pasiones, esto es, de sus tendencias más secretas y poderosas. El poema funda al pueblo porque el poeta remonta la corriente del lenguaje y bebe en la fuente original. En el poema la sociedad se enfrenta con los fundamentos de su ser, con su palabra primera. Al proferir esa palabra original, el hombre se creó. Aquiles y Odiseo son algo más que dos figuras heroicas: son el destino griego creándose a sí mismo. El poema es mediación entre la sociedad y aquello que la funda. Sin Homero, el pueblo griego no sería lo que fue. El poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos”.
“Sin el conjunto de circunstancias que llamamos Grecia no existirían La Ilíada ni la Odisea; pero sin esos poemas tampoco habría existido la realidad histórica que fue Grecia”.
“Lo que nos cuenta Homero no es un pasado fechable y, en rigor, ni siquiera es pasado: es una categoría temporal que flota, por decirlo así, sobre el tiempo, con avidez siempre de presente. Es algo que vuelve a acontecer apenas unos labios pronuncian los viejos hexámetros, algo que siempre está comenzando y que no cesa de manifestarse”.
“El tema de Homero no es tanto la guerra de Troya o el regreso de Odiseo como el destino de los héroes. Ese destino está enlazado con el de los dioses y con la salud misma del cosmos, de modo que es un tema religioso. Y aquí surge otro de los rasgos distintivos de la poesía épica griega: el ser una religión. Homero es la Biblia helena. Pero es una religión apenas dogmática (…) El ser creación poética libre, y no dogma de una Iglesia, permitió después la crítica y favoreció el nacimiento del pensamiento filosófico”.
“Homero es tanto un fin como un principio. Fin de una larga evolución religiosa que culmina con el triunfo de la religión olímpica y la derrota del culto de los muertos. Principio de una nueva sociedad aristocrática y caballeresca, a la que los poemas homéricos otorgan una religión, un ideal de vida y una ética. Esa religión es la olímpica; esas ideas y esa ética son el culto a los héroes, al hombre divino en el que confluyen y luchan los dos mundos: el natural y el sobrenatural. Desde su nacimiento la figura del héroe ofrece la imagen de un nudo en el que se atan fuerzas contrarias. Su esencia es el conflicto entre dos mundos. Toda la tragedia late ya en la concepción épica del héroe”.
“…los últimos límites de la ética para Homero son, como para los griegos en general, leyes del ser, no convencionalismos del puro deber”.
“Tanto la justicia política como la cósmica no son propiamente leyes que estén sobre la naturaleza de las cosas, sino que las cosas mismas en su mutuo movimiento, en su engendrarse y entredevorarse, son las que producen la justicia. Así, ésta se identifica con el orden cósmico, con el movimiento natural del ser y con el movimiento político de la ciudad y su libre juego de intereses y pasiones, cada uno castigando los excesos del otro”.
“El mundo de los héroes y de los dioses no es distinto del de los hombres: es un cosmos, un todo viviente en el que el movimiento se llama justicia, orden, destino. El nacer y el morir son las dos notas extremas de este concierto o armonía viviente y entre ambas aparece la figura peligrosa del hombre. Peligrosa porque en él confluyen los dos mundos. Por eso es fácil víctima de la hybris, que es el pecado por excelencia contra la salud política y cósmica. La cólera de Aquiles, el orgullo de Agamenón, la envidia de Ayax son manifestaciones de la hybris y de su poder destructor. Por razón misma de la naturaleza total de esta concepción, la salud individual está en relación directa con la cósmica y la enfermedad o la locura del héroe contagian al universo entero y ponen en peligro al cielo y a la tierra”.
“La verdadera épica es realista: aunque Aquiles hable con dioses y Odiseo baje al infierno, nadie duda de su realidad. Esa realidad está hecha de la mezcla de lo mítico y lo humano, de modo que el tránsito de lo cotidiano a lo maravilloso es insensible: nada más natural que Diomenes hiera a Afrodita en la batalla”.
“El héroe épico nunca es rebelde y el acto heroico generalmente tiende a restablecer el orden ancestral, violado por una falta mítica. Tal es el sentido del regreso de Odiseo o, en la tragedia, el de la venganza de Orestes”.
[Gerardo Moncada]Notas relacionadas:
El deleite de traducir La Odisea: la tarea del investigador Pedro C. Tapia Zúñiga para la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum, de la UNAM.
Mapa interactivo de La Odisea.
Otras obras de la antigua Grecia:
La Ilíada, de Homero.
Edipo rey, Antígona, Electra y las otras tragedias de Sófocles.
Safo, la eterna.
Dafnis y Cloe, de Longo.
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