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Del Sida y sus espectros, dos libros

El 1 de diciembre es el Día Mundial de Lucha Contra el Sida, una oportunidad para informarnos mejor para actuar con el arma del conocimiento y dejar atrás el miedo y la irracionalidad desinformada.

Se suele pensar que el virus de inmunodeficiencia humana (VIH-sida) surgió en junio de 1981, con la alerta en California de “una forma rara de neumonía”. Pero todo indica que es un virus más antiguo.

En México, en 1957, el doctor R. Contreras atendió a un hombre de 43 años que murió en forma fulminante, víctima de disnea, debilitamiento general, vómitos, anemia y sarcoma de Kaposi visceral. Veinticinco años después la comunidad médica no titubearía para asociar dicha sintomatología con el sida. De hecho, desde 1960, los epidemiólogos estadounidenses del Centro para la Prevención y Control de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) señalaron la extrema extrañeza sobre todo en Nueva York del sarcoma de Kaposi en personas de menos de 50 años. Estos son dos de los múltiples antecedentes del virus de inmunodeficiencia adquirida (VIH) que rastreó el profesor de historia de la medicina y de ciencias biológicas, Mirko Grmek, y que incluyó en su libro Historia del sida (Siglo XXI, 1993).

El número de casos notificados a la OMS pasó de 408 a comienzos de 1982 a 1,573 al final de ese año, a 5,077 en 1983 y a 12,174 al terminar 1984. Todas las cifras eran subestimaciones de la situación real…

Las enfermedades que afectan a una población –explica Grmek- suelen conservar un equilibrio. Por lo general, los grandes movimientos demográficos fracturan ese balance, por lo que surgen flagelos en apariencia nueva. Así ocurrió en el Neolítico, con el paso al modo de vida sedentario; en la alta Edad Media, con las migraciones de los pueblos asiáticos; en el Renacimiento, con los viajes a América; y en nuestra época, con la unificación mundial de los gérmenes patógenos y el abatimiento espectacular en las enfermedades infecciosas, detrás de las cuales pudo esconderse por largo tiempo el virus del sida sin que el mundo se percatara de su existencia. Recordemos que antes de 1978 la humanidad ni siquiera tenía los medios conceptuales y técnicos para identificar y aislar un retrovirus humano patógeno.

Las causas de su vertiginosa emergencia las podemos localizar en los cambios biológicos y sociales ocurridos a mediados del siglo XX: la mezcla de las poblaciones, la liberación de los comportamientos sexuales, el referido control de la mayor parte de las enfermedades infecciosas graves y la práctica generalizada de técnicas como la inyección endovenosa y la transfusión de sangre. Sin embargo, la alarmante propagación del VIH en la década de 1980 no debía implicar necesariamente un retroceso en dichos cambios. Históricamente, cada desequilibrio se ha traducido en la búsqueda dinámica de una nueva estabilidad, lo cual eventualmente ocurriría con el sida, según Grmek.

A través de un meticuloso estudio, tras analizar una vasta base de reportes médicos y la bibliografía alusiva a este tema, Grmek reconstruyó la Historia del sida; en ella, con fino olfato, identificó los rastros que antecedieron “la epidemia del VIH” y documentó la primera década de esta pandemia, años oscuros más caracterizados por el miedo que por la razón. El autor detalla, por ejemplo, la miopía del sector salud que alimentó la ola de histeria colectiva y contribuyó a estigmatizar a homosexuales, hemofílicos, haitianos y otras minorías; el colmo fue su reticencia, por años, a incorporar medidas estrictas en la donación de sangre.

En septiembre de 1982 ninguna publicación hablaba todavía de la transmisión del sida por la transfusión de sangre. Había mucha reticencia: las consecuencias sociales, económicas y psicológicas podían ser terribles. Harry Haverkos, uno de los especialistas más prestigiosos en transfusiones, afirmaba que no había pruebas de la transmisión del sida por la sangre… El enfoque no cambiaría a pesar de que durante 1983 se registraron, sólo en Atlanta, 39 contagios cuya única posibilidad era la transfusión de sangre. No se actuó. Para 1986, la cifra de contagiados mediante transfusiones de sangre no había dejado de aumentar en forma exponencial, duplicándose cada ocho meses…

Las anomalías se multiplicaron en el ámbito científico. Mientras un fulgurante progreso permitía la rápida identificación del VIH y el establecimiento de métodos de detección, menudeaban los traspiés y las puñaladas por la espalda. Destaca, en este sentido, el ocultamiento de los hallazgos franceses por parte de Estados Unidos, en un intento por adjudicar a sus investigadores la paternidad del descubrimiento del virus y a sus laboratorios los primeros tests de reconocimiento.

Si algo podría criticarse a este libro de Grmek es la abundancia de términos médicos; no obstante, su lectura resulta comprensible (como puede apreciarse en estas citas) y fascinante por abordar una historia en pleno desarrollo.

Mediante un esfuerzo científico gigantesco, sin paralelo en toda la historia de la medicina, en pocos años se lograron dilucidar los mecanismos patogénicos y precisar las características de las diferentes etapas del sida…

Para los jóvenes

Ahora bien, quien prefiera una introducción al tema puede recurrir a ¿Qué onda con el sida?, de Blanca Rico y Patricia Uribe. Es un libro accesible y ameno gracias a su tratamiento novelado de una conversación entre preparatorianos. Dirigido al público adolescente, el texto refuta los numerosos prejuicios que giran en torno al sida y pone énfasis en las derivaciones de ciertas actitudes juveniles, como la sensación de inmunidad ante los riesgos sanitarios.

Las doctoras Rico y Uribe demuestran con este libro sus dotes divulgadoras aunque, como es natural, cometen algunos traspiés narrativos. Al concentrar en el capítulo final toda la información referente al sida, sus jóvenes personajes pierden frescura. Ahí el relato se torna demasiado didáctico y, por momentos, los estudiantes de preparatoria parecen bioquímicos especialistas en sida, ya que incluso manejan nombres en latín, aunque su alto grado de conocimientos no evita que se ruboricen cuando mencionan el uso del condón.

Este último es el punto más cuestionable del texto, pues las autoras se decantan por la línea oficialista y conservadora, ya que ubican como prioritaria la constitución de una pareja única, cuyos cimientos deberán ser la fidelidad y el amor. Al jerarquizar las recomendaciones para evitar el contagio del sida, el primer sitio lo ocupa la abstención de relaciones sexuales; el segundo las concede, peros sólo con tu pareja; el tercero propone evitar los diversos tipos de penetración, y hasta el cuarto punto encontramos la sugerencia de emplear el condón.

Aun así, se puede afirmar que Rico y Uribe exploran con fortuna la divulgación de este tema. Grmek, por su parte, construye un sólido cuerpo de información donde convergen historia, salud, biología y sociedad. Si en algo coinciden ambos libros es en el propósito de acercar al lector al conocimiento de la epidemia, para desterrar falacias y lugares comunes.

En opinión de Grmek, el sida fascina porque tiene que ver con el sexo y la sangre: “Es un extraordinario evocador de fantasmas. Esta epidemia provocó el regreso de temores irracionales porque mostró la impotencia de la medicina en el preciso momento en que empezábamos a creer que las enfermedades infecciosas habían sido definitivamente derrotadas”.

La pandemia de sida también reveló intolerancias sociales. Sin embargo, si esa enfermedad, como la lepra en la antigüedad, provocó un síndrome de rechazo social, también representó para la humanidad una escuela de respeto al otro y una prueba de madurez social…

(Para el año 2020, la pandemia de Covid-19 demostraría que el caso del sida sí dejó un sólido aprendizaje para enfrentar un virus infeccioso de rápida propagación global, aunque también dejó en claro que algunos sectores siguen privilegiando los prejuicios sociales, culturales y raciales.)

Estos dos libros (y la amplia bibliografía que se ha publicado en este siglo) constituyen una opción para conjurar el espectro de la ignorancia y el prejuicio. Como bien dice Fernando Savater: “El miedo y la estupidez son los únicos venenos sociales contra los que no parece haber cura ni en el Siglo de las Luces ni en el de las sombras”.

[ Gerardo Moncada, texto publicado originalmente en el suplemento Semanal de La Jornada, 25 junio 1995 ]

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