Hermann Hesse nació en Calw, Alemania, el 2 de julio de 1877 y murió en Montagnola, Suiza, el 9 de agosto de 1962.
Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, Hermann Hesse se convirtió en un activo crítico de los nacionalismos ya que, en su opinión, acentuaban las divisiones en Europa, un continente que compartía una larga historia en común. Al respecto escribió aquel año:
«Occidente respira racionalismo y técnica, pero la vida espiritual del hombre occidental parece primitiva y abandonada a la casualidad cuando se compara con la religiosidad protegida, ciudadana y llena de confianza del asiático […] Es evidente que la salvación y subsistencia de la civilización europea sólo es posible a través de la recuperación de un arte espiritual de la vida y de una espiritualidad colectiva…»
En ese inicio del siglo XX, grandes creadores como Rilke, Hauptmann, Thomas Mann, Hofmannsthal y Musil venían señalando -unos con esperanza, otros con temor- el final de una época magnífica y en ese contexto percibían, al igual que Hesse, una crisis espiritual. Así lo refiere el ensayista Rodolfo E. Modern, pero admite que esa inquietud fue barrida por los cañonazos de la Primera Guerra Mundial.
Hesse no abandonó el tema y lo llevó a la literatura con la novela Demian, publicada en 1919. En ella, el joven Emil Sinclair se afana en esa búsqueda espiritual. La obra recrea el proceso de formación emocional y mental que vive Emil, entre los 10 y los 20 años, con especial énfasis en la exploración profunda que debe realizar hasta encontrar un asidero para su alma.
En ese sentido, Demian es una reflexión en torno al sitio que ocupa la espiritualidad en la vida contemporánea. Pero también es un retrato del conflicto entre el individuo y la colectividad; es la vida como un juego de contrastes entre ascetismo y sensualidad, meditación e ímpetu vital, ensueño y realidad, en un despliegue literario que, combinando romanticismo y existencialismo, va de la fantasía hasta la crítica social.
Con entusiasmo, el poeta dadaísta Hugo Ball señalaría: «Hermann Hesse es el último caballero de la estirpe esplendorosa del romanticismo». Pero en esa época la modernidad bélica irrumpía con violencia sepultando a su paso las estirpes, las tradiciones, las ilusiones. Era una paradoja, como señalaría Hesse:
La Europa actual, que había procurado a la Humanidad, en un magno impulso, poderosas armas nuevas, había caído luego en una profunda y lamentable desolación del espíritu, pues había ganado el mundo entero para perder con ello su alma…
Demian es el tratamiento literario de la angustia psicológica y religiosa que experimentó el propio Hermann Hesse en esa época. El escritor vivió entre 1915 y 1919 una profunda crisis nerviosa y existencial que lo llevó a someterse a terapia con el psicoanalista J. B. Lang y años después con el reconocido Carl Gustav Jung. Esa intensa experiencia y el proceso de reflexión en torno a ella fue la base para escribir Demian. De hecho, antes de publicar esta novela el autor ya había abandonado su natal Alemania y renunciado a su nombre, que había reemplazado por el de Emil Sinclair, con el cual firmó la primera edición de Demian, donde el personaje principal lleva también ese nombre. La obra causó tal impacto que fue premiada, y así fue como se supo que Emil Sinclair era Hermann Hesse… o viceversa.
La pérdida de la inocencia
En la novela, desde sus tempranos diez años Emil descubre y confronta profundos contrastes entre su armoniosa vida familiar y la hostil vida de la calle; las diferencias se tornan abismales debido a la severidad doméstica, lo arraigado de las creencias y los hábitos familiares, además del estricto apego a las normas de clase.
Fue una primera grieta en los pilares sobre los que había reposado mi infancia y que todo hombre tiene que destruir antes de poder llegar a ser él mismo. De estos sucesos que nadie ve se compone la línea esencial interna de nuestro destino. La desgarradura, la grieta, se cierra luego, cicatriza y cae en el olvido, pero en nuestra íntima cámara secreta perdura y continúa sangrando…
Había intentado caminar por los senderos del Mundo, y éstos habían resultado demasiado escabrosos para mí. Rescatado por una mano amiga, corrí ciegamente a refugiarme en el regazo de mi madre, en el seguro redil de una puerilidad resignada y piadosa. Me hice más niño, más pueril y más dependiente de lo que era…
Hoy sé que nada en el Mundo repugna tanto al individuo como seguir el camino que ha de conducirle hacia sí mismo…
Hesse explicó: «He vivido la religión en dos formas, como hijo y nieto de protestantes piadosos y como lector de revelaciones hindúes… Ya desde niño respiré y viví a la vez el hinduismo espiritual y el cristianismo. Sin embargo, el cristianismo que aprendí fue una forma rígida, débil, pasajera… las formas confesionales y en parte sectarias en que lo conocimos los niños me resultaron muy pronto sospechosas y casi insoportables. Se recitaban y cantaban muchos versos y sentencias que ya ofendían al poeta que había en mí» (Mi credo, publicado en 1931 en La fe de un autor. Voces de una experiencia religiosa).
La duda como inicio del camino
Desde temprana edad, Hesse se alejó de las iglesias. Y es que pronto identificó un «cristianismo reducido», aderezado con «versos dulzones» pero con pastores y predicadores tediosos incapaces de profundizar. «Durante el transcurso de mi juventud cristiana no recibí de la Iglesia ninguna experiencia religiosa» (Mi credo).
A su personaje Emil le ocurre algo similar: ante él se abre un mundo nuevo, inquietante, que cimbra las certezas convencionales e incluso principios y pasajes inamovibles para los creyentes.
Las cosas de las que nos hablaba el profesor de Religión quedaban lejos de mí, en una serena irrealidad sagrada; muy bellas quizá y muy valiosas, no eran ni actuales ni incitantes, y aquellas otras cosas que me preocupaban lo eran precisamente en el más alto grado…
Su compañero Demian lo invitará a mirar de otra manera los dogmas cristianos, como el relato acerca de Caín:
Aquel hombre era poderoso e infundía temor por su inteligencia y la osadía en la mirada. Tenía una «señal» […] Se tenía miedo a los hijos de Caín, marcados con la señal y se explicó aquella señal no como una distinción sino como todo lo contrario. Se dijo que los hombres marcados con ella eran sospechosos e inquietantes. Y, en efecto, las personas valerosas y de carácter han inquietado siempre a los demás. Y se le colgó un sobrenombre y una fábula para vengarse de esa raza sin miedo…
La duda sistemática en Emil le conducirá a preguntarse por qué una religión segmenta el mundo, lo cercena a su conveniencia:
Este Dios de la antigua y nueva alianza es, desde luego, una figura extraordinaria, pero no es lo que realmente debiera ser. Es lo bueno, lo noble, lo paternal, lo bello y también lo elevado y lo sentimental. ¡Está bien! Pero el Mundo se compone también de otras cosas. Y todas esas cosas se adjudican sencillamente al diablo; toda esa parte del Mundo es encubierta, silenciada […] No me opongo a que se adore a este Dios Jehová, pero creo que debemos adorar y santificar al Mundo entero en su plena totalidad y no tan sólo a esta mitad oficial, artificialmente disociada…
Las interrogantes terminan por romper la ensoñación infantil, la aceptación irreflexiva de los preceptos:
En el pozo había caído una piedra, y el pozo era mi alma joven…
Ruptura: un entusiasmo estremecedor
En Mi credo, Hesse advierte: «Nunca he vivido sin religión, y no podría vivir sin ella un solo día, pero he podido pasar toda la vida sin ninguna Iglesia». Ante las pugnas ideológicas y políticas de las iglesias, Hesse no duda en señalarlas como «caricaturas del nacionalismo, sobre todo durante la guerra mundial». Y afirma que a fin de cuentas, como toda configuración humana, «huelen a sangre, violencia, política y vulgaridad». Hesse optó por una búsqueda de largo plazo: «mi religión personal ha cambiado a menudo sus formas… pero siempre en el sentido de crecimiento y desarrollo».
Ese es el camino que busca su personaje Emil Sinclair:
Todas las personas viven estos momentos difíciles, cuando surge la máxima oposición entre el avance de la propia vida y el mundo circundante, el punto en el que se hace más duro conquistar el camino que conduce hacia adelante. Muchos hay que sólo esta vez en la vida pasan por aquel morir y renacer que es nuestro destino, sólo esta vez, cuando todo lo que hemos llegado a amar quiere abandonarnos y sentimos de repente en nosotros la soledad y el frío mortal de los espacios infinitos. Y hay también muchos que embarrancan para siempre en estos escollos y permanecen toda su vida dolorosamente adheridos a un pasado sin retorno, al sueño del paraíso perdido, el peor y más asesino de los sueños…
Con el final de la infancia todo se cimbra por un intenso y profundo sacudimiento vital.
Los impulsos que me llevaron hacia adelante, desarraigándome, venían siempre del «mundo sombrío», traían siempre consigo el miedo, la violencia y el remordimiento, y eran siempre revolucionarios y amenazaban la paz en la que me hubiera gustado seguir viviendo…
Descubrí que mi problema era un problema de todos los seres humanos, un problema de toda vida y de todo pensamiento […] Este descubrimiento, afortunado y satisfactorio en cuanto confirmaba mis concepciones, no fue, sin embargo, alegre. Era duro y sabía áspero, pues traía consigo un principio de responsabilidad, un definitivo adiós a la infancia y un anuncio de soledad y aislamiento…
La aceptación de lo áspero y conflictivo, la reflexión profunda, la autocrítica, son factores que ayudarán a Emil a profundizar su conciencia:
Aquellos reproches y aquel horror que contraía mi alma eran bienvenidos. Eran, por fin, un sentimiento que ardía en llamas y en el que latía un corazón. Desconcertado, sentía en medio de mi atroz miseria, algo como una liberación y una nueva primavera…
Siempre es bueno tener conciencia de que dentro de nosotros hay alguien que todo lo sabe, lo quiere y lo hace todo mejor que nosotros mismos…
La búsqueda interior: un intrincado proceso
De sus sesiones de terapia psicoanalítica, Hermann Hesse adquirió la firme convicción de que el individuo lleva en sí mismo la explicación y la culpa de todo lo que le ocurre. El problema es que las personas prefieren adaptarse a las convenciones sociales, vivir enajenadas, distraídas con lo superficial e inmediato, y así adormecen su conciencia.
No creo que vea usted hombres en todos los bípedos que van por esas calles, simplemente porque andan erectos y llevan en sí nueve meses a sus crías… Todos ellos entrañan posibilidades de llegar a ser hombres, pero sólo cuando las vislumbran y aprenden a llevarlas a su conciencia es cuando puede decirse que disponen de ellas…
Suponemos siempre demasiado estrechos los límites de nuestra personalidad. Adscribimos tan solo a nuestra persona aquello que distinguimos como individual y divergente. Pero cada uno de nosotros es parte del ser total del mundo y nuestro cuerpo integra toda la trayectoria de la evolución… llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido en las almas de los hombres…
El que usted y yo y algunos otros consigamos un día renovar el Mundo, es cosa que ya se verá. Pero, dentro de nosotros mismos, tenemos que renovarlo cada día; de otro modo, nada lograremos…
A través de Emil Sinclair, Hesse propone un proceso de búsqueda de la esencia individual, del instinto profundo, un camino de exploración de mundo interior para reconocerlo y aceptarlo.
En esta cuestión no es posible ayudarse mutuamente. Tampoco a mí me ha ayudado nadie. Tienes que reflexionar sobre ti mismo y hacer luego lo que verdaderamente surja de tu propia esencia…
Es la exploración de sí mismo, con el propósito de afirmarse en sí mismo.
Y en este punto me abrasó de repente como una aguda llama la revelación definitiva: todo hombre tenía una «misión»; pero ninguno podía elegir la suya, delimitarla y administrarla a su capricho… Para el hombre despierto no había más que un deber: buscarse a sí mismo, afirmarse en sí mismo y tantear, hacia adelante siempre, su propio camino, sin cuidarse del fin al que pueda conducirle…
Su misión era encontrar su destino propio, no uno cualquiera, y vivirlo por entero, hasta el final. Toda otra cosa era quedarse a mitad de camino, era adaptación y miedo a la propia individualidad interior […] Yo era un impulso de la Naturaleza, un impulso hacia lo incierto, quizá hacia lo nuevo, quizá hacia nada, y mi oficio era tan solo dejar actuar este impulso, nacido en las profundidades primordiales, sentir en mí esa voluntad y hacerlo mío por entero…
Por supuesto, era un proceso complejo pues el camino estaría lleno de escollos y el individuo enfrentaría un mundo rico en distractores.
Si las personas viven tan irrealmente es porque aceptan como realidad las imágenes exteriores y ahogan en sí la voz de su mundo interior…
Otros factores serían un obstáculo, como la falta de voluntad, la apatía, el aletargante confort, el autoengaño o la propensión a adoptar sueños ajenos.
Vivo en mis sueños… Las demás gentes viven también en sueños, pero no en los suyos propios. Esta es la diferencia…
De la revelación individual a la visión trascendental
Quería tan solo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?…
Algunos estudiosos han colocado las obras de Hermann Hesse en la categoría de «literatura formativa», con cierto desdén, al considerarlas novelas que sólo resultan atractivas para lectores adolescentes. Sin embargo, desde 1947, en su ensayo ‘Misterios’, el propio Hesse afirmaba: «Mi intención al escribir no fue ni pervertir a los jóvenes ni darles lecciones sobre la vida; no pensé ni por un momento en ninguna de las dos cosas». Con mayor rigor, Jorge Luis Borges escribió: “Buena parte de la obra de Hermann Hesse corresponde a lo que en alemán se llama Bildungsroman, novelas cuyo tema central es la formación de un espíritu”.
El tema de nuestro diálogo pertenecía a lo prohibido, a lo más prohibido. Y yo encontraba en ello un sabor apasionado y rebelde…
Se podría ir más lejos al plantear que las obras de Hesse exploran un nuevo misticismo, integral y abarcador, introspectivo y humanista. En Mi credo, el autor señala que su anhelo espiritual se condensa en su novela Siddharta, donde en primer lugar colocaba al amor y no al conocimiento, y donde la experiencia de la unidad es la cuestión medular. Demian sigue esa misma línea.
En lugar de crucificarse uno mismo o crucificar a otro, podemos beber todos en el mismo cáliz elevando solemnemente nuestro ánimo…
Contra la opinión de algunos críticos, Hesse no se opone a la comunidad sino a la uniformidad en el pensar y en el sentir, a la masa indiferenciada y manipulable. Su idea de comunidad es la congregación de individualidades plenas.
Habló Demian del espíritu de Europa y del signo de esta época. En todas partes -dijo- reinaba el instinto gregario, y en ninguna, la libertad y el amor. Toda esta comunidad era el producto de una obsesión enfermiza, del miedo, de la cobardía y de la indecisión, y estaba ya carcomida y vieja. No podía tardar en derrumbarse. La comunidad -continuó diciendo- es algo muy bello. Pero lo que ahora vemos florecer por todas partes no es la comunidad verdadera…
De esta manera, en una Europa sofocada «con su ruidosa feria de técnica y de ciencia», Hesse anticipa las circunstancias que propiciarán la propagación del nazismo:
Estos hombres que se hacinan tan temerosamente están llenos de miedo y de maldad, ninguno se fía de otro. Se mantienen fieles a ideales que no lo son ya, y lapidan furiosos a quien intenta erigir otros nuevos. Siento iniciarse ya graves conflictos que no pueden tardar en surgir…
Por ello es categórico: «Lo que hoy existe no es comunidad: es, simplemente, rebaño». Y con una fuerte resistencia a cualquier cambio:
¡En todas partes sucedía lo mismo! Todas las personas buscaban la «libertad» y la «felicidad» en un punto cualquiera del pasado, sólo por miedo a ver alzarse ante ellos la visión de la responsabilidad propia y del propio singular camino…
Todos están prontos a hacer lo increíble cuando sus ideales peligran; pero cuando se anuncia un nuevo ideal, un nuevo impulso de crecimiento, inquietante y quizá peligroso, todos hurtan el cuerpo…
Atendiendo a su conciencia, Hesse se declaró pacifista y antinacionalista en tiempos de belicismo exacerbado, al estallar la Primera Guerra Mundial. Esto le atrajo el repudio de sus connacionales que lo tildaron de traidor e incluso viejos amigos alemanes cortaron relación con «la víbora que habían alimentado en su seno». Hesse cambió de país, incluso se cambió el nombre (como ya se comentó), pero mantuvo sus ideas. Como Emil Sinclair, había emprendido un camino interminable.
-¡Qué alegría! -exclamé. Me parece como si toda mi vida hubiese estado navegando hacia aquí y por fin hubiese llegado a puerto.
Sonrió maternal: -Nunca se llega a puerto -dijo afablemente-. Pero cuando dos rutas amigas coinciden, todo el mundo nos parece, por una hora, el anhelado puerto […] Sí; tiene uno que encontrar su sueño, y entonces el camino se hace fácil. Pero no hay sueño alguno perdurable. Se sustituyen unos a otros y no debemos esforzarnos en retener ninguno…
Emil -como Hesse- asume su destino, sin importar lo tormentosos que pudieran ser los tiempos venideros.
La corriente del Mundo no iba ya a pasar de largo a nuestro lado, sino directamente, a través de nuestros corazones; la aventura y los más violentos destinos nos llamaban, y se acercaba el momento en que el Mundo quería transformarse y nos necesitaba…
En el caso de Hermann Hesse, esa determinación llegó a la temprana edad de los 13 años, cuando sentenció: «o sería poeta o no sería absolutamente nada». Esta decisión le generó agudos conflictos familiares y escolares. «Se desencadenó dentro de mí una tormenta que me llevó a huir de la escuela monástica, a ser castigado con una pena de reclusión rigurosa en la cárcel universitaria, a ser expulsado del seminario… Fui aprendiz de tendero, volví a escaparme y desaparecí algunos días y noches. Pasé medio año como ayudante de mi padre, trabajé otros seis meses como meritorio en un taller mecánico y en una fábrica de relojes. Durante más de cuatro años todo lo que intentaron hacer conmigo resultó un rotundo fracaso».
Osadía y penetración
El poeta Hugo Ball afirmaba que la obra literaria de Hesse estaba íntimamente asociada al escritor: «Demian es, en toda regla, una eclosión del poeta; una eclosión hacia sí mismo, hasta un entrelazamiento primigenio». Por su parte, el escritor Thomas Mann destacó el impacto social de esta obra: «Inolvidable el efecto electrizante que tuvo inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial el Demian de aquel misterioso Sinclair, una obra que con impresionante precisión dio en el nervio de la época y arrastró a un entusiasmo agradecido a toda una juventud que creía que de sus filas había surgido un portavoz de su sentir más profundo (y era un hombre de 42 años el que le daba lo que necesitaba)».
En 1946 se le concedió a Hesse el Premio Nobel de Literatura por lo inspirado de sus escritos «que, al crecer en osadía y penetración, ejemplifican clásicos ideales humanitarios y altas calidades de estilo».
Para entonces, algunas frases de la novela Demian seguían resonando:
No hay por qué tener miedo a nadie. Cuando se tiene miedo a alguien es porque se le ha dado poder sobre uno…
Nada en el Mundo repugna tanto al individuo como seguir el camino que ha de conducirle hacia sí mismo…
Cuando un animal o una persona orienta toda su atención y toda su voluntad hacia una cosa determinada, acaba por conseguirla…
Yo puedo fantasear muchas cosas, pero sólo podré quererlo con suficiente intensidad y realizarlo cuando el deseo viva realmente en mí y todo mi ser se halle penetrado de él. En cuanto así sucede, en cuanto intentas algo que te es ordenado desde el propio interior, acabas por conseguirlo…
Si observamos a una persona con atención suficiente, acabaremos por saber de ella mucho más que ella misma…
Veo que nunca has vivido por entero lo pensado, y eso no es bueno. Únicamente aquellas ideas que vivimos tienen un valor…
«Destino y espíritu son nombres de un solo concepto», sentenció Novalis…
Cuando alguien, que de verdad necesita algo, lo encuentra, no es la casualidad quien se lo procura, sino él mismo. Su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello…
El influyente editor Siegfried Unseld afirmaba que la obra de Hesse había alcanzado siempre su máxima influencia en las épocas de crisis: tras la Primera Guerra Mundial; durante la gran depresión económica; después de 1945; en la convulsionada década de 1960; «siempre que la juventud se hallaba envuelta en el caos y buscaba una orientación».
Cuando Hesse aún gozaba de gran popularidad, algunos nuevos escritores hicieron severos cuestionamientos a su obra. Aunque Julio Cortázar reconocía el innegable talento narrativo del autor alemán, consideraba Demian «una estafa metafísica» que invitaba al lector a huir de su realidad social y política. Asimismo, Kurt Vonnegut calificaba esta obra como «escapismo literario de alta calidad».
Como si hubiera anticipado tales cuestionamientos, Emil Sinclair advierte en la novela:
[ Gerardo Moncada ]No soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos…
Otra obra de Hermann Hesse:
El lobo estepario.