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El Satiricón, de Petronio

«No me miréis con entrecejos fruncidos. Me consagro a describir las costumbres de mi tiempo, y claro es que la copia ha de retratar fielmente el original… no me placen esos libros de fastidiosa falsedad… no hay nada más ridículo en este mundo que una hipócrita severidad…»

Con desenfado y naturalidad, Cayo Petronio relata en El Satiricón los avatares del joven liberto Encolpio y su sirviente-amante Gitón. Al carecer de fortuna viven aprovechando la hospitalidad de conocidos y explotando las oportunidades para el hurto. Tienen la ventaja de su belleza física, en particular la de Gitón, que despierta un deseo irrefrenable tanto en mujeres como en hombres, aunque esto provoca conflictos cuando surgen los celos.

Los besos y caricias que aquella mujer impúdica prodigaba a Gitón eran para mí otras tantas puñaladas. No sabía a cuál aborrecer más: si a Gitón que me robaba una querida, o a Trifena que abusaba de mi amado… [pensaba Encolpio]

Al «siglo de oro» de la literatura latina (la época augusta, con el florecimiento de los grandes poetas latinos) siguió el «siglo de plata», que inició con la muerte de Augusto (24 d.C.) y culminó con la de Trajano (117 d.C.). En este segundo periodo apareció El Satiricón.

Nos dejamos convencer y seguimos a nuestros guías, que nos hicieron atravesar varias salas, lúbrico teatro de los juegos más voluptuosos. El ardor de los que allí se agitaban hacía creer que los habían emborrachado con satirión [vegetal a cuya raíz se atribuían virtudes afrodisíacas]…

Obra de tono picaresco con situaciones de elevada lascivia, recrea la vida disipada y la liberalidad sexual de la Roma imperial. En el relato surgen toda clase de encuentros amorosos en los que el deseo es el factor crucial y el rechazo es considerado el peor agravio.

La verdad es que bien merecisteis castigo por vuestra fuga, ya que desdeñasteis mi amor… [dijo Trifena]

Circe, engañada en sus deseos y enfurecida por la afrenta [al no provocar el entusiasmo de Encolpio], exclamó: «¿Qué es esto? ¿Te inspiran repugnancia mis besos?…

¿Qué furor os impele al derramamiento de sangre?… es que el amor menospreciado pide venganza… [dijo Trifena]

Sátiros, sátira, Satiricón

Aunque la literatura romana abrevaba de la griega, hubo un género que floreció con gran autonomía en Roma: la sátira. Ese género lo cultivaron en forma destacada Persio, Juvenal y Marcial.

A ellos se sumaría Petronio, quien creó una gran sátira de su época al exhibir las condiciones sociales y éticas del imperio en tiempos de Nerón. Si bien Petronio no era un modelo de rectitud moral, debió suicidarse tras ser víctima de una intriga cortesana. Queda por saber si su retrato de la decadencia entre las clases adineradas de Roma, plasmado en El Satiricón, contribuyó a ese fatal desenlace.

No debemos fiarnos mucho de la justicia… Para poco sirven las leyes donde el dinero es rey, y el pobre nunca ve reconocidos sus derechos. El cínico que come frugalísimamente en público, vende secretamente el voto, y la balanza de la justicia se rinde siempre al peso del oro… [dijo Ascilto]

Petronio describe un entorno dominado por la ambición material, el frenesí sensorial y la avidez de satisfacciones corporales…

Hízolo acercarse, le besó con ternura, y metiéndole la mano por debajo de la ropa, palpó aquel cuerpo juvenil y dijo: Mañana me las entenderé contigo; hoy necesito pareja más robusta… [dijo Cuartila]

Cogí dos manzanas y las traigo envueltas en esta servilleta, pues si no le guardara algún regalo a mi esclavo favorito habría escándalo en casa… [dijo Habinas]

La acumulación de riqueza se había convertido en el principal factor que confería prestigio social:

Creedme, amigos: tanto tienes cuanto vales. Sed ricos y se os estimará. Por eso yo, que valía menos que una rana, soy ahora tan poderoso como un rey… [dijo Trimalción]

Pero no bastaba con acumular fortuna, había que ostentarla:

Hace poco que ha mandado poner en su puerta la siguiente inscripción: C. Pompeyo Diógenes ha alquilado desde las calendas de julio la casa en que vivía, porque acaba de comprar otra…

Sólo poetas y filósofos llegaban a hacer cuestionamientos al respecto, señalando que «los que únicamente se ocupan en amontonar riquezas quieren convencer a todo el mundo de que el oro es el bien soberano», como señalaría Eumolpo.

Hubo una vez un obrero que fabricó una vasija de cristal que no se podía romper. Se le concedió el honor de presentarla al César, y cuando éste la hubo visto, el obrero la tiró contra el suelo. La vasija no se quebró; únicamente se abolló, como si hubiese sido de metal. El obrero, entonces, sacando un martillo, la arregló con mucha destreza y le devolvió la forma. Después de aquella muestra de habilidad, el César le preguntó: «¿Hay alguien que conozca el arte de fabricar el vidrio como tú? ¡Cuidado con decir la verdad!» Contestó el otro que era el único conocedor de aquel secreto. Entonces el emperador le mandó decapitar, porque si semejante arte se extendiera perdería el oro su valor… [dijo Trimalción]

El título de El Satiricón pudo derivar del griego Sátiros. En la cultura griega, la sátira era un tipo de drama que combinaba la seriedad con lo jocoso. Sus intérpretes vestían de manera extravagante y adoptaban posiciones grotescas y lascivas, como burla a personajes adinerados, a magistrados e incluso a dioses.

Además de esa combinación de tonos, en El Satiricón se alternan el verso con la prosa, estilo creado por Menipo de Gadara, de ahí que a esta clase de producción literaria se le bautizara como «menipeas».

Dueña del mundo la soberbia Roma,
ni los tesoros regios, ni el tributo
de cien naciones su ambición saciaron,
y nuevamente sus pesadas naves
recorrieron el piélago profundo.
Llama enemiga a toda tierra donde
oro pueda encontrar, y no la gloria,
sino el botín el vencedor ansía…

Petronio usa la ironía para abordar con absoluta naturalidad situaciones escabrosas y obscenas; asimismo, matiza vívidas descripciones con graciosos diálogos.

El Satiricón, por su estructura, ha sido considerada una de las primeras novelas en la historia de las letras (aunque algunos académicos quisquillosos repudian tal idea y piden denominarla como «literatura narrativa antigua»); asimismo, se le ha incluido entre las precursoras del género picaresco. En cuanto a su idioma, con esta obra el latín vulgar alcanzó el estatus de lengua escrita.

Decadencia cortesana

En los Annales, Tácito escribió:

Petronio «era un cortesano voluptuoso que alternaba su entrega a los placeres con la práctica de los negocios públicos. Avezado a consagrar el día al sueño, compartía la noche con sus deberes, su mesa y sus queridas.

«Ídolo de una corte relajada a la que entretenía con su ingenio, su belleza y sus liberalidades, fue mucho tiempo en ella el árbitro del buen gusto, el modelo de elegancia y el favorito del príncipe» (hasta que fue suplantado por su rival Tigelino y, más tarde, obligado a suicidarse).

«Fiel epicúreo, aún en su último suspiro miraba sonriendo cómo la vida se le escapaba por las venas abiertas. A veces hacía que se las cerraran para conversar algunos minutos más con sus amigos, no acerca de la inmortalidad del alma o de las opiniones de los filósofos, sino sobre poesías jocosas, versos livianos y galantes…»

Pero no todo en El Satiricón es jocoso o liviano; también aparecen algunas disertaciones filosóficas, algunas de las cuales recuerdan las Odas de Horacio:

Locos debéis de estar, pues vuestros méritos bastarían para daros vida dichosa, y, sin embargo, pasáis la miserable existencia entre continuas inquietudes: cada día os creáis pesares nuevos. Yo, siempre y en todas partes, he vivido como si el día presente fuera el último de la existencia, es decir, sin pensar jamás en el mañana… [dijo Eumolpo]

La frugalidad es amiga del genio; si aspiras a la inmortalidad, apártate del superfluo lujo usado en las mesas de los grandes, porque los vapores del vino perturban el cerebro y la virtud rígida teme doblar la cerviz ante el vicio triunfante… [dijo Agamenón]

El amor a las riquezas ha producido este triste resultado. En tiempos de nuestros antepasados, cuando sólo se honraba al mérito, florecían las bellas artes, y los hombres disputábanse a porfía la gloria de transmitir a los siglos venideros los descubrimientos útiles. Demócrito, Hércules de la ciencia, destilaba el jugo de todas las plantas conocidas y se pasaba la vida haciendo experimentos para conocer las propiedades de vegetales y minerales. Eudoxio envejeció en la cumbre de una montaña para observar lo más cerca posible los movimientos del cielo y de los astros… Sumidos nosotros en el vicio y en la embriaguez, no nos atrevemos ni a elevarnos al conocimiento de las artes inventadas en otro tiempo: detractores de lo antiguo, no conocemos más ciencia que la disolución, de la cual somos ejemplo y precepto vivientes… Al mismo Senado, árbitro del honor y de la justicia, le hemos visto ofrecer a Júpiter mil marcos de oro… intentando atraerse el favor del cielo a fuerza de dinero. No te asombre, por consiguiente, la decadencia del arte ya que dioses y hombres ven con más gusto una barra de oro que todas las obras maestras… [dijo Eumolpo]

Dardos envenenados

Un ostentoso banquete da ocasión a Petronio para ridiculizar al acaudalado anfitrión, que presumía: «Empecé por ser liberto como los demás, pero mi mérito me elevó hasta esta posición». Entre sus desplantes, invita a que los comensales se laven las manos con vino.

Sumergidos estábamos en aquel mar de delicias, cuando, entre los ecos de una sinfonía, apareció el mismo Trimalción en hombros de esclavos, que muy cuidadosamente lo colocaron en un lecho guarnecido con almohadones. No pudimos contener del todo la risa al verle la calva cubierta con un velo de púrpura, y la servilleta enorme que le colgaba del cuello, semejante a una laticlavia, que se le extendía por todo el cuerpo y cuyas fibras caían por ambos lados. Llevaba también en el meñique de la mano izquierda un cortijón dorado y en el dedo anular otro anillo más chico, pero de oro puro al parecer, con estrellas de acero. No se contentaba con eso y, para deslumbrarnos con su riqueza, se descubrió el brazo derecho, donde brillaba una pulsera de oro, esmaltada en láminas de marfil resplandeciente… [dijo Encolpio]

El afán del anfitrión por ser el centro de atención lo torna majadero y despótico. Interviene en todos los comentarios para sentenciar, disertar o bromear; frente a todos, condena a los sirvientes que cometen torpezas, y acto seguido los absuelve; canta, baila, escribe versos; manda traer las joyas de su mujer para mostrarlas a los invitados; pretende poseer una cultura de la que realmente carece; libera esclavos, hace público su testamento, simula sus funerales…

Amigos: los esclavos son personas como nosotros, que han mamado la misma leche, aunque la fortuna no los haya tratado cariñosamente. Quiero que pronto y en vida mía sean libres. En una palabra, en mi testamento los manumito a todos. Dejo además a Filangirio una finca; a Carrión una manzana de casas. A Fortunata la instituyo heredera universal, y la recomiendo a todos mis amigos. Y si por adelantado doy publicidad a estas mis últimas voluntades, lo hago para que todas las personas de mi casa me quieran como si ya estuviese muerto… [dijo Trimalción]

La incontinencia del anfitrión no tiene límites:

Dispensadme, amigos. Tiempo hace que tengo el vientre desarreglado… no me ha sentado mal una infusión de corteza de granada y abeto en vinagre. Paréceme que se calma la tormenta que tenía yo dentro; si no, soltaría mi estómago ruidos semejantes a los mugidos de un toro. Por supuesto, que si alguno de vosotros necesita desahogos por el estilo, no debe contenerse. No hay tormento mayor que el de aguantarse en casos parecidos… ¿Te ríes, Fortunata? Pues tú bien me impides dormir con tus estrepitosas detonaciones… Creedme: cuando el flato del estómago se sube al cerebro, todo el cuerpo padece. Yo sé de quien se ha muerto por ser demasiado escrupuloso…

Epicureísmo a la romana

A decir de Isaac Asimov, Epicuro pensaba que el máximo placer estaba en la moderación y que más importantes que los placeres ordinarios del cuerpo eran los del espíritu, del saber, de la conversación, de la amistad y el afecto. Con los siglos esa idea se fue diluyendo hasta que simplemente se asoció el epicureísmo con darse al placer.

Roma, vencida por el lujo, cede a las indignas leyes de la molicie: en otro tiempo, sazonaba el hambre los manjares frugalísimos, servidos en platos de arcilla dentro de una cabaña; hoy en palacios donde brillan áureos artesonados, se devoran en una comida los productos de lejanas tierras: allí se presentan gallinas de Nimidia, el pavo amado de Juno, de plumaje espléndido, y hasta la cigüeña peregrina. Llénanse las copas con el purpurino licor de Chío… [dijo Trimalción]

«Un buen ejemplo del epicúreo romano fue Cayo Petronio -añade Asimov-. Era un hombre capacitado, que fue cónsul y gobernador de Bitinia en Asia Menor. Prefirió pasar su vida entre el placer y el lujo. Quizá no fuera un admirador total de este modo de vida, pues es más conocido hoy por el libro El Satiricón, que se le atribuye. En él, se burla implacablemente del lujo tosco y del mal gusto de personas que tienen más riqueza que cultura y que no conocen otro uso del dinero que gastarlo.

El que tiene dinero no teme los furores del mar y ríe de la fortuna… El que tiene dinero será lo que quiera, declamador, poeta, filósofo, abogado… El que tiene dinero logra cuanto anhela hoy… [dijo Enotea]

«Sin embargo, tan famoso se hizo Petronio por sus juicios en materia de placer, que se convirtió en alegre compañero de Nerón, quien le apelaba para imaginar nuevas diversiones y juegos con los cuales pasar el tiempo placenteramente. Él era el arbiter elegantiarum (el juez del buen gusto y estilo), por lo que a menudo se le llamaba Petronius Arbiter. Sin embargo, como muchos de los amigos y asociados de Nerón, Petronio tuvo mal final. Las sospechas de Nerón, que eran siempre fáciles de despertar, cayeron sobre él, y Petronio se suicidó en el año 66″.

Y es que, un año antes, «hubo una conspiración para eliminar a Nerón y reemplazarlo por el senador Cayo Calpurnio Pisón. Por desgracia, los conspiradores dieron tiempo a que alguien informase a Nerón. El emperador actuó enérgicamente e hizo ejecutar a todos los que estaban relacionados (o se sospechaba que lo estaban) con la conspiración. Séneca y Petronio fueron obligados a suicidarse» (El Imperio Romano, de Isaac Asimov).

¿Pero qué, no sabéis que hay que ir a cenar a casa de Trimalción el opulento, en cuyo comedor hay un reloj junto al cual un esclavo, trompeta en mano, le advierte cómo vuela el tiempo y se avecina la muerte?… [dijo Agamenón]

El legado de Petronio

Existen varios testimonios de que Petronio, en su lecho de muerte, hizo un relato sucinto de los excesos de Nerón, condenaba su mal gusto y se burlaba de sus intentos poéticos. Esto fue registrado por Plinio y Plutarco, al igual que por Tácito, y provocó una confusión a lo largo de los siguientes años, pues se pensó que El Satiricón era ese relato postrero. Hoy se considera que no fue así; dada su extensión y estructura, esta obra fue escrita mucho antes de la agonía de Petronio (quizá escrito hacia el año 60).

¡Cuán poca cosa es el hombre, ay de mí, y cuán frágil el hilo de su existencia! Vivamos lo mejor que se pueda, ya que a cada paso nos acercamos a la tumba… [dijo Trimalción]

Las primeras copias (fragmentarias) de El Satiricón datan del siglo IV. Fue hasta 1477 que apareció la primera edición de esta obra, en Milán. Una versión más completa fue publicada en Padua, en 1664. Siempre entre polémicas, por las partes que iban siendo incorporadas, surgió una nueva versión en 1692, en Amsterdam. Esta última es la que se ha mantenido vigente. A pesar de dichas ampliaciones, actualmente se piensa que la versión actual sigue siendo apenas una colección de fragmentos de la obra original.

Por años, los académicos han discutido en torno a la originalidad de la obra, la autoría de Petronio, y a cuál de los muchos Petronios que existieron durante el Imperio Romano se debe atribuir. Sin duda, estas discusiones seguirán engrosando las bibliotecas especializadas.

Sin embargo, algunos especialistas han preferido destacar que Petronio sintetizó estilos y estructuras narrativas antiguas para superarlas, lo cual constituyó una innovación literaria en la antigua Roma.

El incierto destino de El Satiricón y su autor podría verse expresado en el parlamento del consternado Encolpio, cuando se encuentra ante el cuerpo de Licas:

Mortales insensatos, no os fiéis del porvenir con el corazón henchido de proyectos ambiciosos, ni os dispongáis a gozar durante millares de años de las riquezas adquiridas por el fraude. Este mismo echaba cálculos ayer sobre el producto de sus fincas y pensaba en la hora de regresar a su patria. ¡Cuán lejos está del objeto que se proponía! No es el mar sólo quien se ríe de la ciega confianza de los hombres. Uno, al combatir, se cree protegido por las armas que le hacen traición; otro se encomienda a sus dioses penates, y perece aplastado entre los escombros de su casa; este cáese de un carro y se estrella; aquél, demasiado glotón, se ahoga al comer; ese otro, harto frugal, muere víctima de la abstinencia. Calculad todas las manifestaciones de la vida, y en cada una encontraréis un naufragio…

Lo cierto es que El Satiricón es uno de los mejores testimonios de la liberal vida íntima durante el Imperio Romano. La obra resultó tan escandalosa para las siguientes generaciones que buena parte del libro permaneció oculta durante varios siglos, circunstancia que habría provocado la risa de Petronio.

Crisanto fue un gran vicioso en su juventud, y aun de viejo era muy aficionado a las mujeres, y también a los hombres: creo que hasta los perros le gustaban. Y hacía bien. ¡Por Hércules! Se lleva al otro mundo la satisfacción de haber disfrutado todo lo que pudo… [dijo Filero]

[ Gerardo Moncada ]

Otras obras acerca de Roma:
La Eneida, de Virgilio.
Metamorfosis, de Ovidio.
Arte de amar, de Ovidio.
Odas, de Horacio.
De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio.
Elegías, de Sexto Propercio.
Catulo, el poeta transgresor que enlazó Grecia, Alejandría y Roma.
Epigramas de Marcial, el maestro de la brevedad punzante.
El asno de oro, de Apuleyo.
El Imperio Romano, de Isaac Asimov.

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