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Algunas llevan una vida solitaria, otras son espías, pero también hay esposas o madres que, cuando las circunstancias lo exigen, se transforman en la encarnación de la furia, la osadía y la determinación.
Viudas (Widows, Steve McQueen II, 2018). A raíz de la muerte de una banda de ladrones, sus mujeres deberán enfrentar no sólo la sorpresiva soledad sino las cuentas que han dejado pendientes los difuntos. Esto origina una historia de suspenso condimentada por el acoso de las mafias, la codicia de los políticos, las complicidades (compradas o forzadas) y la impericia de unas viudas decididas a no hundirse. El director hace un manejo dinámico y eficaz de la imagen, con una poderosa edición de tomas cortas. Esto, que podría ser una variante del lenguaje cinematográfico tradicional, se combina con tomas que recuerdan su cinta 12 años de esclavitud y quizá también su época de cine experimental, como el plano-secuencia que inicia a nivel de calle con una pareja que entra a su coche, la cámara se mantiene al frente del vehículo que arranca y la toma continúa durante el trayecto (mientras escuchamos una ácida conversación), para concluir cuando la pareja baja del coche y entra a su casa. McQueen hace un manejo pulcro de las escenas de acción pero también se da pausas para interiorizar en sus personajes. A esta labor también contribuyen los diálogos punzantes, que ayudan a definir perfiles. Le basta con algunos detalles significativos para dotar de profundidad emocional y densidad psicológica a cada cual, con el apoyo de una banda sonora intimista. Así, ante las vidas rotas, las viudas se levantan, se organizan y actúan. «La ventaja más grande que tenemos es ser quienes somos… porque nadie cree que tengamos las pelotas para lograr esto». La líder del grupo es la extraordinaria Viola Davis.
Atómica (Atomic Blonde, David Leitch, 2017). En vísperas de la caída del muro de Berlín, en 1989, una espía debe recuperar una lista de agentes dobles que ha sido robada. Vibrante cinta de acción, con una Charlize Theron espectacular y convincente en el rol de la súper espía que por igual seduce o noquea. Ella debe recuperar la lista mientras la sociedad europea ha entrado en efervescencia política. En la búsqueda, descubrirá alianzas de grupos criminales con los servicios de inteligencia, enfrentará múltiples obstáculos y traiciones, todo en un escenario geopolítico a punto de estallar. El director, experto en escenas de riesgo, no escatimó en el uso de este recurso. Para las impactantes escenas de pelea, Theron contó con ocho entrenadores que, según cuenta, la hicieron «vomitar cada día». La recreación de la época y la pista sonora son excelentes. La trama se debilita por momentos, pero la acción es hipnótica.
Lisbeth Salander, la creación del novelista Stieg Larsson, ocupa un destacado sitio. Pero hay que distinguir entre el tratamiento que ha tenido este personaje en Suecia y en Hollywood. A Salander se le identifica como la superviviente solitaria, una mujer con un carácter durísimo, dispuesta a darse fregadazos con quien pretenda pasarse de listo, poseedora de una inteligencia privilegiada, una gran capacidad para investigar y una determinación indoblegable, pero de sentimientos herméticos. La trilogía sueca, filmada en 2009 e interpretada por Noomi Rapace, es de una extraordinaria consistencia en el manejo del personaje, dentro de una trama bien articulada. A esto contribuyó la filmación continua de las tres películas: Los hombres que no amaban a las mujeres, de Niels Arden Oplev; La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina, de Daniel Alfredson; y La reina en el palacio de las corrientes de aire, también de Alfredson. Esta trilogía convirtió a Lisbeth en uno de los prototipos mundiales de la mujer brava, que gana sus peleas con sagacidad. Sin embargo, en las películas estadounidenses alteraron su personalidad con magros resultados. En La chica del dragón tatuado (David Fincher), hacen que termine enamorada y frustrada ante la imposibilidad de tener al periodista Mikael Blomkvist; en La chica en la telaraña (Fede Álvarez), exageran su audacia al convertirla casi en un miembro de Avengers, pues en vez de moverse con astucia y en las sombras, termina embistiendo a los malos como si fuera Ironman.
Operación Red Sparrow (Francis Lawrence, 2018). Cinta de intriga y espionaje internacional que se desarrolla con altibajos. La brillante carrera de una bailarina rusa se ve truncada por una lesión. Su tío, jefe en el servicio de inteligencia, le tiende una trampa para forzarla a capacitarse como espía de élite en el contexto de la guerra secreta que siguió a la Guerra Fría. «Cada ser humano es un rompecabezas de necesidades. Deben aprender a intuir lo que le falta. Conviértanse en la pieza faltante y les darán lo que sea», les aleccionan. Esta nueva Nikita, interpretada por Jennifer Lawrence, muestra desde el principio habilidades sobresalientes. Pronto se insertará en la densa telaraña del contraespionaje y deberá soportar varias palizas, no sólo para cumplir su misión sino para establecer su propio juego de engaños, en el que llevará la manipulación al límite.
Mad Max: Furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, George Miller, 2015). En el futuro apocalíptico y salvaje, la supremacía masculina es miope y violenta; no se percata de que las posibilidades de supervivencia de toda la especie están en las mujeres (y no sólo por su capacidad reproductiva). En busca de un futuro más esperanzador, Furiosa, una guerrera, organiza la fuga de un grupo de sacerdotizas esclavizadas por un líder decadente. Así inicia una persecución en la que impera el delirio visual y acústico. En este road movie, el director australiano retoma la polaridad de villanos enloquecidos versus héroes circunstanciales, ya presente en su exitosa trilogía de Mad Max filmada entre 1979 y 1985 (con el joven Mel Gibson), pero ahora da un rol protagónico y potente a la guerrera, interpretada por Charlize Theron. Aunque más de la mitad de la película son persecuciones, Miller esboza una distinción tajante: los hombres buscan el ejercicio del poder; las mujeres, la preservación. Y para estas últimas, siempre es útil el liderazgo de una mujer intrépida.
Nunca más (Enough, Michael Apted, 2002). Película que cuestiona -con cierta superficialidad- la problemática de la mujer golpeada. Es la historia de una dulce muchacha que ve cómo su matrimonio de ensueño se convierte en una pesadilla de engaños y violencia doméstica. Ante la ferocidad del marido, que la amenaza y la persigue sin descanso cuando ella huye, la bragada Jennifer López deberá entrenarse en pelea callejera para un duelo a muerte con su cónyuge, a trancazo limpio. La esposa aplica lo que podría considerarse un antecedente del reciente MeToo, pero llevado a los puños.
Memoria explosiva (The long kiss goodnight, Renny Harlin, 1996). Una dulce maestra y madre de familia, que padece «amnesia focal retrógrada», ve rota su apasible vida tras un accidente automovilístico que remueve el limo de los recuerdos y despierta en ella habilidades insospechadas y conductas atemorizantes. Para colmo, unos asesinos irrumpen en su casa intentando matarla. Con la ayuda de un detective mediocre y oportunista decide rastrear su pasado. Poco a poco aflora una mujer bravísima, una espía entrenada por el gobierno. La película cuenta con una trama bien construida, aderezada con excelentes toques de humor, y con una dupla de primerísimo nivel: Geena Davis y Samuel L. Jackson.
Matar o morir (Peppermint, Pierre Morel, 2018). Tras el asesinato de su esposo y su hija, y ante la ausencia de justicia, una mujer (Jennifer Garner) decide tomar la justicia en sus manos para exterminar a un grupo de mafiosos latinos y sus cómplices: policías y jueces. Una trama similar a Valiente (con Joddie Foster), pero menos efectiva y con una mediocre dirección de actores, de manera que todo el peso recae sobre las escenas de pelea, que hacen extrañar a la Garner de Elektra. Ni los aislados destellos de humor negro logran salvar la película, que amenazaba con una secuela.
[ Gerardo Moncada ]