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El Cantar de mio Cid, una obra fundacional

Obra que sintetiza las principales batallas de Rodrigo Díaz de Vivar, quien nació en 1048, en Burgos, y murió el 10 de julio de 1099, en Valencia. A principios de octubre se realiza en Burgos la «Cidiana», una fiesta medieval que evoca la gesta de Díaz de Vivar.

Sin proponérselo, el Cantar de mio Cid refiere los orígenes de una cultura, de una lengua y de un Estado nación.

Como cantar de gesta, su escenario dominante es el campo de batalla, espacio donde por supuesto se desplegaba el poderío bélico como principal atributo, pero ahí también se expresaban otras cualidades como el heroísmo, la lealtad, la camaradería, el amor, el afecto al terruño y a la colectividad de origen… así como sus contrapartes: el engaño, la ambición, la envidia, la traición, los celos, la venganza, la inclemencia, la barbarie, el repudio a otras culturas y clases sociales.

Todo lo anterior se entrelaza, perfilando elementos medulares de una cultura y un país en gestación, con sus preferencias y rencores, como las ásperas referencias a árabes y judíos, así como a reinos rivales; con sus filiaciones y aversiones que históricamente dan forma a un sentir regional (Castilla) con aspiraciones expansionistas hacia lo nacional, aunque aún hoy siga el debate y se cuestione si una cultura tiene realmente uniformidad y alcance nacional.

Por ejemplo, recientemente ha adquirido relevancia la expresión “las Españas medievales” pues hasta finales del siglo XV había una acentuada multiplicidad política a la que se asociaba una gran diversidad lingüística: vasco, gallego-portugués, asturiano, leonés, castellano, navarro, aragonés, catalán.

Aquis conpieca la gesta – de mio Cid el de Bivar…

El Cantar de mio Cid se divide en tres cantos: en el primero, el Cid (Rodrigo Díaz de Vivar), víctima de intrigas cortesanas, es desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI y comienza un duro peregrinar; combate en territorios dominados por los árabes y logra vencer, lo que le da territorio, poder y prestigio. En el segundo canto, conquista el reino de Valencia, se reconcilia con el rey de Castilla y casa a sus hijas con los infantes de Carrión. El tercer canto relata la salvaje afrenta que cometen los infantes contra las hijas del Cid y la serena venganza de éste.

Es difícil definir la fecha de origen del poema del Mío Cid (las últimas estimaciones lo ubican a finales del siglo XII), pues fue transmitido por la tradición oral durante años, sufriendo diversas transformaciones (recortes, adiciones, correcciones) al gusto de los juglares que llevaban los relatos de un sitio a otro. La mayoría de los cantares de gesta que hoy conocemos son versiones “mejoradas” por clérigos que en algún momento decidieron darles un formato escrito. A partir de ese momento comenzó otro proceso de cambios para adaptar tales cantares al estado de evolución de la lengua. Hoy coexisten versiones antiguas con otras contemporáneas; los casos más académicos de estas últimas ofrecen detalladas explicaciones del criterio aplicado en distintos pasajes para actualizar el escrito.

Han transcurrido ocho siglos pero, haciendo a un lado lo más anecdótico, el poema del Mio Cid es sumamente contemporáneo y nos revelan una realidad poco asimilable: en actitudes, creencias e ideas, buena parte de nuestras sociedades actuales conservan un acentuado remanente del Medievo.

EL CID CAMPEADOR (pasajes)

“El Cid retornó con su tributo al rey don Alfonso, su señor. El rey lo recibió muy bien, se declaró orgulloso de él y muy complacido de su comportamiento. Y este fue el motivo de que le salieran muchos envidiosos, procurándole innumerables daños, hasta que lo pusieron a mal con el rey. El rey les prestó oídos, porque tenía añejas disputas contra él, y mandó a decir al Cid por una carta que partiese del reino. El Cid, leída la carta, aunque lleno de desdicha, no quiso demorar el acatamiento, que sólo se le dejaba un plazo de nueve días para marcharse del reino…”

“Con los ojos colmados de lágrimas, volvía la cabeza para observarlos (por última vez). Y vio las puertas abiertas y las contrapuertas sin candados; vacíos los percheros donde antes pendían mantos y pieles, o donde frecuentaban descansar los halcones y los milanos mudados. Suspiró el Cid, lleno de amargura, y al fin dijo así con gran cordura:
-¡Glorificado sea Dios! A esto me rebaja la maldad de mis adversarios.”

“Ya irrumpe el Cid Ruy Díaz por Burgos: sesenta pabellones lo escoltan. Hombres y mujeres salen a mirarlo; los burgaleses y las burgalesas se asoman a las ventanas; todos desolados y lacrimosos. De todas las bocas sale la misma lamentación:
-¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen señor!”

“Arribada la noche, el Cid se acostó, y un confortante sueño comenzó a invadirle, aletargándolo profundamente. En una visión, vino a su lado el ángel Gabriel:
-Galopa -le dijo-, galopa, buen Campeador, que jamás varón alguno montó con más suerte. Todo te ha de salir bien mientras vivas, y el Cid se santiguó al despertar.”

“[A Minaya] De lanza y espada hemos de servirnos: de otra suerte, esta insuficiente tierra no nos daría lo suficiente para sobrevivir. Temo, por eso, que tengamos que marcharnos a otro lugar…”

“Por todas las regiones se comentaba que el desterrado de Castilla estaba perturbando el mundo…”

“[A Don Ramón, conde de Barcelona] Si admites en comer a mi satisfacción, a vos, conde, y a dos de vuestros hidalgos los dejaré libres […] Sólo os advierto que cuanto habéis perdido y yo he obtenido en la batalla, de eso no pienso reponeros un mal dinero. Me hace mucha falta para mis vasallos que sufren miserias conmigo. No tengo otra opción que ir tomando lo que necesito, hoy de vos y mañana de otros; y así continuaremos mientras el Señor no ordene otra cosa, como conviene al que ha caído en la ira del rey y lo han lanzado de su tierra…”

“¡Glorificado sea el Señor, Padre espiritual! -exclama el Cid-. Por sus tierras marchamos, y les hacemos todo el mal que podemos: bebemos sus vinos, comemos su pan. Si vienen a sitiarnos, no les faltan argumentos. Esto sólo se puede solucionar luchando […] ¡En nombre sea del Señor y del apóstol Santiago! ¡Liquidadlos, mis caballeros, con bravura y corazón! ¡Que yo soy Ruy Díaz, que yo soy el Cid de Vivar!…”

“Quien quiera dejar de ser pobre y enriquecerse, que siga al Cid, amigo de los combates, que ahora pretende sitiar Valencia para entregarla a los cristianos […] Y sabed que los pregones iban por todas las regiones, y que mucha gente acudía, al olor de la ganancia, de toda la limpia cristiandad…”

“El conde don García estaba indignado, con diez de sus allegados se puso a platicar aparte: ¡Es asombroso que la fama del Cid se agrande tanto. Cuanto más respetable sea él, nosotros seremos más vilipendiados; eso de derrotar a reyes en el campo de batalla tan sencillamente, como si los encontrara muertos y los despojara de sus caballos, por todo eso que él consigue, nosotros sufriremos descrédito!…”

Los infantes de Carrión, Diego y Fernando, al rey Alfonso:

“Autorización os solicitamos como rey y señor: queremos que nos pidáis las hijas del Campeador para matrimoniarnos con ellas para honra suya y beneficio nuestro…”

“Los infantes de Carrión se encuentran muy contentos, unas veces pagan, pero otras quedan endeudados, pues presumen que van a ser muy ricos y que tendrán oro y plata a manos llenas…”

“Somos de la estirpe de los condes de Carrión; debiéramos enlazarnos con hijas de reyes o monarcas, y no con hijas de simples infanzones. Nos hallábamos en nuestro derecho al desampararlas y no nos denigramos por eso, sabedlo, sino que valemos más…”

Pedro Bermúdez responde:

“¡Eres hermoso, pero pusilánime! Mucho pico y pocas manos, ¿cómo te atreves a hablar?”

Tiempos del Medievo

La estructura social de la Edad Media era extremadamente vertical y estaba constituida por la iglesia, la nobleza y el pueblo. La primera custodiaba los valores religiosos y también las tradiciones culturales. La segunda representa el poder político y económico. El pueblo, por su parte, era esencialmente agrícola y vivía bajo el cobijo del señor feudal o de los templos religiosos. (Del ámbito popular surgiría un grupo que progresivamente adquirió poder económico: la burguesía, lo cual le permitió llegar a disputar posiciones de poder con la nobleza y hasta con el clero.)

Dios, qué buen vasallo – si oviesse buen señore!
(¡Oh Dios, que buen vasallo, si tuviese buen señor!)

Uno de los personajes icónicos del Medievo fue el juglar, un artista popular que cantaba o recitaba versos en lengua vulgar (a diferencia de los hombres cultos, que usaban el latín). Entre los siglos X y XIII, el juglar hacía referencia a personajes épicos y batallas memorables; a partir de la segunda mitad del siglo XIII cambió la épica por la poesía sentimental.

En la primera época feudal, la aristocracia era ruda e inculta, sus afanes bélicos encontraban cauce en “la lucha contra el infiel” y en la defensa o la ampliación de su territorio. Hacia el siglo XIII surge la nobleza caballeresca que adopta, en mayor o menor grado, un código que incluye la protección de los débiles, las virtudes ascéticas y la fidelidad amorosa. Para el siglo XV, las virtudes caballerescas se diluyeron hasta convertirse en un simple juego elegante de formas, al tiempo que se desvanecía la noción de lucha por un ideal colectivo. En cada una de esas tres etapas, la nobleza demandó relatos de esforzados paladines, cuyas cualidades correspondieran a la evolución de los nobles.

El bueno de mio Cid – non lo tardó por nada.
(El generoso del Cid nada deja para más tarde.)

La conservación (y progresiva ampliación) de esos relatos creados en lengua vulgar para cantarlos o recitarlos en plazas o cortes ocurrió gracias al arte de los juglares o mester de juglaría.

El Cantar de mio Cid fue escrito en la primera etapa feudal, entre la tercera y la cuarta Cruzada, y tuvo el reforzamiento histórico de las guerras de reconquista que terminarían con la expulsión de los árabes de la península ibérica.

Una visión contemporánea

…a derecho nos valed – a ningún tuerto no.
(brindadnos justicia, no queremos iniquidad alguna.)

En el primer tomo de la Historia de la literatura española, publicado en 2012 (Ed. Crítica), los académicos María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua destacan la coexistencia en el Medievo de la oralidad y la escritura:

“Durante buena parte de la Edad media, la lengua no estaba vinculada a una nacionalidad, entre otras razones porque éste era un concepto inexistente o no equiparable con el actual, y ciertas tradiciones literarias implicaban usos lingüísticos hoy inusuales. No siempre los escritores empleaban su lengua materna: su elección podía deberse a motivos estéticos o culturales, ligados a géneros literarios, si bien los idiomas elegidos estaban cercanos al entorno político y cultural del escritor. Fue hasta mediados del siglo XIV que las lenguas romances invadieron el terreno del latín.

“Los cantares de gesta se ejecutarían por los juglares al son de una salmodia muy simple, a medio camino entre la declamación y el canto, con el acompañamiento de un instrumento musical, pero es muy probable que no fuera esta la difusión del Cantar de mio Cid que nos ha llegado por escrito. Este manuscrito de mediados del siglo XIV, al que podemos llamar códice de Vivar, se cierra, sin embargo, con un colofón del recitador: El romanz es leído / datnos del vino / si non tenedes dineros / echad allá unos peños [prendas] / que bien nos lo darán sobre ellos.

“En el Cantar de mio Cid la composición oral es un estrato sobre el que se superponen las evidencias de una escritura culta.

“Los cantares o las leyendas épicas se manipulan, abrevian o alargan en función de intereses narrativos, sociales, ideológicos, etc., por lo que las diferencias entre distintas versiones cronísticas no reflejan necesariamente refundiciones o reelaboraciones de cantares”.

Por otro lado, “es muy probable que los monasterios manipularan las tradiciones épicas para obtener frutos económicos, haciendo girar las vidas y los cuerpos de los héroes en torno a santuarios, como San Pedro de Cardeña, San Pedro de Arlanza, San Millán o Santo Domingo; así podrían propagar la importancia de sus monasterios […] como parece comprobarse con la Leyenda de Cardeña, redactada a principios del siglo XIII para vincular el Cid a este centro”.

Aunque varias gestas han sido reconstruidas a partir de testimonios indirectos, en España sólo se conservan dos cantares de gesta en lengua castellana: un fragmentario Roncesvalles y el Cantar de mio Cid .

Del desprecio a la exaltación del Cantar de mio Cid

…maguer que algunos pesa – mejor sodes que nos.
(aunque a algunos les disguste, vos sois mejor que nosotros.)

En su profuso estudio, Lacarra y Cacho Blecua se preguntan: ¿Tuvo el Cantar de mio Cid la importancia actual?

“Fue valorado por su historicidad y usado por los colaboradores del taller historiográfico alfonsí, pero es posible que otros cantares menos cultos -hoy perdidos- fueran más populares. Su consideración como paradigma de un género -el épico- que reflejaría las esencias genuinas de la castellanidad (españolidad) condiciona nuestra lectura e interpretación en función de unas pautas inexistentes en el Cantar, sin que estas observaciones le resten mérito alguno”.

Las iniciativas de reconstruir el pasado nacional, a partir del reinado de Fernando VI (en el siglo XVIII), impulsaron una extensa búsqueda en archivos nacionales. Sin embargo, algunos autores de antologías publicadas en ese siglo, como A. Capmany, consideraron que las obras dignas de mención partían del siglo XVI, pues todo lo anterior “más pertenece a la historia de la lengua, esto es, a su formación y progresos y a un curioso alarde de estilo de cada siglo”. En su opinión, eran obras con pasajes “inelegantes y bárbaros”, carentes de “hermosas imágenes y pensamientos brillantes”. Incluso en las primeras décadas del siglo XIX hubo señalamientos severos acerca del Cantar de mio Cid, esa obra con “desaliño y rudeza” (Agustín Durán). En el Cantar, “todo es deforme: el lenguaje, el estilo, la versificación y la consonancia. La única regularidad que se advierte (y no es plausible en un poema) es la de haber seguido en la narración el orden de los sucesos según los refiere la historia” (Leandro Fernández de Moratín).

En el curso del siglo XIX y el XX, conforme se asentó el romanticismo, fueron revalorizadas las obras primitivas más cercanas “al pueblo y al carácter nacional”, los géneros de inspiración popular y colectiva. Además, la decisión de construir una historia literaria “nacionalista”, asentada en argumentos que destacaban patria y religión, dio realce a ciertas obras castellanas, especialmente a aquellas que manifestaban en “estado latente” específicas tendencias lingüísticas, costumbres y tradiciones.

El franquismo impulsó y consolidó las tesis de Ramón Menéndez Pidal, el creador de la escuela filológica española, que sólo consideraba la épica castellana para definir las peculiaridades propias de la literatura española: austeridad moral, popularismo, parquedad de lo maravilloso y fantástico, realismo, historicismo, sobriedad.

“Este castellanismo ha encauzado los estudios literarios medievales hacia unas obras y unos autores y ha restringido lo que debiera ser un panorama más plural”. Los criterios no fueron estrictamente literarios. Así, la búsqueda de poemas “popularizantes” descartó buena parte de la abundante producción poética del siglo XV; asimismo, el énfasis en el historicismo y el realismo menospreció los textos con elementos maravillosos por considerar que eran resultado de “influencias ajenas”.

Del Cantar del mio Cid al nacionalismo español

E yo fincaré en Valencia – que mucho costadom ha;
grand locura seríe – si la desenparás
(Yo aguardaré en Valencia, que mucho me ha costado conquistarla,
y descuidarla ahora sería gran locura)

Avanzada la segunda mitad del siglo XX, la literatura española seguía anclada en el castellanismo nacionalista. En esa línea, los estudiosos del Medievo veían el Cantar de mio Cid como una obra germinal por diversas características: predominio de elementos populares, realismo en las descripciones, una expresión sobria y sin artificios, con formas métricas simples e irregulares, y con libertad sintáctica; además prescinde de lo sobrenatural y contiene múltiples elementos reales: parajes, personajes, costumbres, batallas y datos históricos.

Le atribuían mayor relevancia por ser la más antigua obra poética de gran extensión que se conservaba de la literatura española, con 3 mil 735 versos en castellano.

Asimismo, los estudiosos resaltaban que en tanto la mayoría de las culturas europeas se habían olvidado del Medievo desde los albores del Renacimiento, en España perduraron los episodios fundamentales del Cantar de mio Cid y fueron retomados durante siglos en diversas crónicas y romances; incluso en el siglo XVII varios dramaturgos los incorporaron en sus obras teatrales.

Mito y verdad en el mio Cid

Grant es la biltanca – de ifantes de Carrión.
Qui buena dueña escarnece – e la dexa despuós
atal le contesca – o siquier peor.
(Muy humillados quedaron los infantes de Carrión.
Quien engaña a una dama y luego la abandona,
que sufra lo mismo o aún peor.)

En la Historia de la Literatura Española, María Jesús Lacarra y Juan Manuel Cacho Blecua ponen los puntos sobre las íes:

“El Cantar del mio Cid está construido sobre una realidad histórica, pero es una creación poética, en la que se alteran unos hechos y se inventan otros. Los dos destierros [que vivió el Cid] se fusionan en uno, dando así una dimensión mucho más trágica al exilio y al posterior perdón real. Más sorprendente es la invención de los matrimonios de las hijas del Cid, llamadas en realidad María y Cristina y no Elvira y Sol, con los infantes de Carrión, que nunca se produjeron y no hubo, por tanto, ocasión para la Afrenta de Corpes ni para los duelos en las cortes toledanas. La fidelidad afecta a gran parte de los personajes, aunque no todos acompañaron al Cid, como Álvar Fáñez, a los itinerarios geográficos que parecen haber sido transitados por el autor. Las divergencias entre los sucesos reales y los recreados constituyen también el trasfondo de los debates en torno a la autoría y datación del Cantar”.

La mayoría de los estudiosos se inclina por establecer la creación del poema, en la forma hoy conocida, ya no en 1110 sino entre los últimos años del siglo XII y los primeros del XIII.

“La actitud del Cid con los musulmanes, vistos más como una medio para obtener un botín y ‘ganarse el pan’ que como unos temibles enemigos religiosos, permite también ubicar el nacimiento del Cantar en este periodo, cuando comienza una superioridad de los reinos cristianos sobre al-Ándalus.

“Pese a no existir prueba alguna de su recitación pública, la división en tres unidades, de extensión no muy diferente, podría corresponder con la medida de cada sesión juglaresca. En el Cantar I quedaría pendiente el perdón del Cid y en el II, la confirmación de los malos presagios sobre los infantes de Carrión; de este modo, el público desearía regresar para satisfacer sus expectativas. De forma paralela, los escasos momentos de cómica distensión, el episodio de las arcas de arena, la reacción del conde de Barcelona o la escena de león, se alternan con escenas más dramáticas y se sitúan estratégicamente. Frente a esta segmentación externa, la obra se configura internamente como un díptico narrativo, organización similar a la de otros grandes poemas épicos como la Chanson de Roland. Esta estructura binaria se vertebra sobre el tema de la deshonra: la política y la familiar”.

Si bien el Cantar es resultado del cruce entre el ámbito juglaresco (oral) y el clerical (escrito), el hecho de que sea una obra unitaria y bien estructurada muestra que es producto de una sola mano.

“La figura del Cid, un infanzón del mundo rural en la ficción poética, protagoniza la movilidad social, posible en los territorios limítrofes con al-Ándalus, donde las condiciones permitían adquirir prestigio social gracias a la fortuna obtenida en el combate”. Sin embargo, su cuna será siempre un factor de peso que provocará el desprecio de la nobleza cortesana, a pesar de que el Cid complazca al rey con respeto, lealtad y tributos.

[ Gerardo Moncada ]

Otras obras del Medievo:
Chanson de Roland.
Beowulf, el origen de la épica inglesa.
Leyendas medievales en Alemania.
El conde Lucanor.
Libro del buen amor, de Juan Ruiz arcipreste de Hita.
Tristán e Isolda, versiones de Béroul y de Thomas.
El caballero del león, de Chrétien des Troyes.
La divina comedia, de Dante Alighieri.
Decamerón, de Giovanni Boccaccio.
Cancionero, de Francesco Petrarca.
Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique.
La Celestina, de Fernando de Rojas.
El Lazarillo de Tormes.
La Edad Media (ensayo histórico).
Vida y cultura en la Edad Media, de Johannes Bühler.
Arte en la Edad Media.

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