[Entrevista realizada en enero de 2016.]
El caricaturista José Hernández, Premio Nacional de Periodismo en 2001, nació el 9 de noviembre de 1965 y se define como “una persona muy enferma con un trastorno obsesivo-compulsivo; muy meticuloso; un caricaturista a quien claramente le falta mucho el sentido del humor”.
Sus cartones aparecen en La Jornada y El Chamuco. Recientemente publicó una novela gráfica sobre la vida del Ché Guevara. El tema central de esta conversación (realizada el 24 de enero de 2016, a la mita del sexenio de Enrique Peña Nieto) es la crítica política, con pinceladas de la vida del Ché, de música, cine y pasajes de las novelas clásicas “esas que todo el mundo conoce pero nadie ha leído”.
Otro Ángulo: ¿Puedes mencionar tres cambios indispensables para México?
José Hernández: Primero, urgente y básico, el sistema económico. Ya llevamos 30 años con el neoliberalismo y ya demostró desde hace bastante tiempo que no sólo no ha ayudado sino al contrario, ha provocado mucha más injusticia: los ricos son cada vez más ricos y los pobres, más pobres. Urge volver al Estado de bienestar y al pacto social, a un Estado que le dé al ciudadano lo que necesita para vivir con dignidad. Segundo, que exista una verdadera democracia (lo de hoy es una simulación). Debe haber un organismo independiente y ciudadano que vigile las elecciones. Y tercero, se requiere una revisión muy minuciosa del sistema de justicia. En México [neoliberal] realmente no existe ni la justicia ni la democracia, lo que hay son venganzas y negociaciones.
OA: ¿Cómo percibes el activismo social en México y qué perspectivas le ves?
JH: Lo veo cíclico. Es como Sísifo cargando la piedra: la sube, se le cae, la vuelve a subir y así eternamente. Hay sectores de la sociedad -no tan amplios como quisiéramos, pero sí importantes- que se han organizado desde hace décadas en torno a diversas causas… y casi siempre somos los mismos. Los triunfos que se tienen en estas luchas han sido importantes, pero son pocos y muy pequeños; son muchas más las derrotas. Y esto provoca una especie de frustración colectiva que desmoviliza a la gente, hasta que después de un tiempo, reinicia. A veces la movilización toma un gran impulso por situaciones terribles como Ayotzinapa, pero el proceso es el mismo. Lo que ayuda a no desmoralizarnos por completo es que de pronto hay triunfos, pequeños pero significativos. También hay que entender que las cosas que se logran nunca son a largo plazo. Por ejemplo entre 1997 y el año 2000 hubo muchos avances que modificaron las hegemonías partidistas pero 15 años después observamos fuertes retrocesos. No obstante, lo peor que podemos hacer es darnos por vencidos.
OA: ¿Qué crees que haya aportado internet al activismo político y social?
JH: Con las redes sociales se dio un fenómeno muy interesante: es una especie de Big Brother (la obra de Orwell), pero al revés: no es el Estado que vigila en todo momento a los ciudadanos sino una sociedad vigilante y todo el tiempo observando. Claro, no todas las personas están en esta dinámica, pero sí son bastantes las que trasladan la inmediatez a lo público. Cualquier ciudadano tiene la posibilidad de llegar a millones de personas. Esto permitió muchas cosas, por ejemplo el reclamo a ciertos personajes en el poder y la exhibición que se ha hecho de algunos de ellos, como ocurrió con LadyProfeco o Korenfeld. Antes ni nos hubiéramos enterado. Es cierto que sólo una parte de la población tiene acceso a las redes sociales y, dentro de ese grupo, sólo una parte está concientizada. A fin de cuentas, en las redes sociales se reproduce lo que sucede en la realidad: un sector amplio está manipulado. Pero el hecho de que exista la herramienta es un avance muy importante.
OA: ¿Cuáles consideras los mecanismos de control que más amenazan a los individuos y a la sociedad en México?
JH: No es una amenaza sino una realidad. La televisión sigue siendo el mecanismo más utilizado porque sigue siendo eficaz, aunque ya no tanto como antes. Esto se vio en la elección de 2012: se apostó al candidato hecho en Televisa y se creyó que con un empaque atractivo era suficiente. Con lo que no contaban era que en algún momento el candidato tendría que abrir la boca y exhibir su orfandad intelectual, demostrar que era incapaz de hilar una frase y que, para él, trabalenguas era toda palabra con más de tres sílabas. Las encuestas amañadas (como las de Milenio) lo mantuvieron en la cima de la popularidad a pesar de que una y otra vez demostraba su talante autoritario y su ignorancia. Finalmente no fue suficiente el apoyo televisivo y en el último momento tuvieron que recurrir a la compra de votos; no lo tenían preparado y por eso dejaron tantas huellas. Eso demuestra que la televisión ya no es suficiente; pero aún así, sigue siendo el principal método de control.
OA: De lo que leíste en 2015, ¿qué libros recomendarías para que la gente lea? Sabemos que leíste mucho sobre el Che para crear tu novela gráfica.
JH: Fue en 2014 cuando leí mucho sobre el Che, quizá unos veinte libros. De lo que leí en 2015, recomendaría el libro de Fabrizio Mejía, “Un hombre de confianza”, que aborda la guerra sucia en México. Es un tema vigente, sobre todo ahora con el gobierno policiaco de Peña Nieto que reprime y criminaliza a sus opositores sin el menor rubor (al igual que su escudero en el DF). El año pasado intenté un ejercicio: escoger un autor clásico y leer todos sus libros. Elegí a Charles Dickens, pero estaba tan concentrado en la novela gráfica del Che que sólo pude leer tres de sus libros. Desde hace varios años me surgió el interés de leer los libros clásicos que todo el mundo conoce pero casi nadie ha leído: El Quijote, Los viajes de Gulliver, Las obras de Dickens, el Pinocho original, Frankenstein…
OA: De lo que has leído en tu vida, ¿cuáles consideras tus clásicos personales?
JH: Como ya me lo han preguntado, sí he logrado escoger tres libros que han sido entrañables. El primero es una biografía novelada que se titula El romance de Leonardo (Dmitri Merezhkovski). Yo tendría once años y su lectura fue una revelación, dije yo quiero dedicarme a eso, quiero pintar, dibujar; me atraía que Leonardo da Vinci fuera un personaje tan completo: pintaba, era inventor, anatomista, científico y mil cosas. Otro libro que he leído varias veces y que su universo me gusta mucho es Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, y su segunda parte Alicia a través del espejo. Las he leído en inglés, en español, con anotaciones, me parece fantástica, sobre todo la segunda, que tiene más estructura e historia. Lamento mucho las versiones cinematográfias que se han hecho, porque creo que ninguna película puede abarcar el universo de Lewis Carroll. Y otro libro que me sorprendió mucho fue Los viajes de Gulliver. Me fascinó su carácter delirante y su humor ácido. De autores, me gustan mucho Cortázar, Vargas Llosa (el novelista) y David Lodge, que es un gran humorista.
OA: ¿Cuál es la música que más te ha marcado?
JH: Soy un beatlemaniaco, lo admito. Es con la música que crecí; mi hermano mayor la ponía una y otra vez. Escucharla ahora es como volver a casa. Me gusta mucho el jazz, el blues, el rock inglés, música clásica, la salsa, música mexicana. Soy un músico frustrado, aprendí a tocar guitarra, batería, teclados, pero soy muy malo, así que decidí no seguir perdiendo el tiempo en eso.
OA: En tu trabajo, ¿cómo le haces para cruzar todos los días el pantano informativo y conservar un poco de cordura?
JH: No sé si logro conservarla. De entrada, no veo televisión abierta. Yo creo que eso te da un respiro. Hace un par de años dejé de usar coche; ahora cuando tomo taxi escucho la radio y me alegro de no tener que oír esas cosas, no entiendo cómo la gente puede aguantar información tan manoseada, tergiversada, con opiniones categóricas (hace días me tocó escuchar a Luis Cárdenas de MVS y es la miseria absoluta, muy lamentable). Yo me limito a cuatro o cinco periódicos que reviso, consulto internet, algunas cuentas de Twitter y platico mucho con los colegas caricaturistas y periodistas para entender qué está sucediendo, y con eso voy armando la caricatura de cada día.
OA: ¿Cómo haces para conservar un poco de esperanza? ¿O no hay tal?
JH: Va y viene. Ha habido momentos en que siento que está de más seguir intentado algo. Pero creo que lo peor es no hacer nada. Monsiváis decía que todas las causas que él había abrazado en su vida eran causas perdidas y por eso le iban a dar el Doctor Honoris Causa Perdida. Con gobiernos como el nuestro hay que estar siempre encima de ellos. Nunca ceden por propia voluntad, la sociedad siempre tiene que estar sobre ellos, peleando, exigiendo…
OA: Así como el Che tenía fe en el hombre nuevo, ¿tú tienes esperanza en el mexicano nuevo?
JH: No, no existe. Tampoco creo que exista un hombre nuevo, yo creo que el Che estaba equivocado. Incluso él trató de serlo y no pudo. El hombre tiene una naturaleza contradictoria que no puede evitar. Aún el Che, que se exigía a sí mismo lo que exigía a los demás y tuvo un grado de congruencia impresionante, aún él tenía las contradicciones humanas. Por ejemplo, asumió la convicción de que en cualquier momento podría morir, sin embargo, en varias circunstancias no pudo evitarlo y sitió la necesidad de vivir (“Eso, hay que corregirlo”, escribió en uno de sus cuadernos). El hombre sigue siendo el mismo, con algunos matices, con personajes sobresalientes para bien o para mal. Por eso no tengo confianza en un mexicano nuevo. El chiste es que con todos los defectos que tenemos logremos en algún momento organizarnos para convivir de manera civilizada. No esperar un hombre nuevo sino, con este hombre viejo con tantos defectos, ponernos de acuerdo para convivir de manera justa.
OA: Si lo vieras desde afuera, ¿cómo definirías el trabajo artístico de Hernández?
JH: Creo que es el trabajo de una persona muy enferma con un trastorno obsesivo-compulsivo, muy meticuloso. En cuanto a la caricatura, claramente es alguien a quien le falta mucho humor, sus caricaturas no son graciosas, y trata de compensar esa carencia con una crítica dura. No son cartones que causan risa sino que generan otros sentimientos. No lo veo como un humorista sino como un criticón muy obsesivo.
OA: ¿En la lucha social, crees que el humor debe estar presente?
JH: No sólo en la lucha social, es necesario en la vida. El humor es un mecanismo de defensa importante y necesario. Es lo que te permite enfrentar cosas muy terribles como la muerte. Hay una anécdota de Oscar Wilde que en el lecho de muerte, en un sitio muy decadente, observó un tapiz roído, mohoso, y dijo: “O se va ese tapiz o me voy yo”. También dicen que en la tumba de Stan Laurel había un letrero que decía: “Disculpen que no me levante”. El humor te permite enfrentarte a cosas terribles, es una catarsis necesaria. El humor es algo que definitivamente no podemos perder.
OA: En el siglo XXI, ¿hay nuevos derroteros para la caricatura política?
JH: Yo creo que no ha cambiado mucho desde su inicio. Me refiero a la caricatura crítica e independiente que se hacía en el siglo XIX. Obviamente cambian los personajes, las costumbres y los hábitos pero la premisa es la misma. Lo que ha venido cambiando son las herramientas físicas que utilizamos: de la litografía a la tinta china sobre papel y ahora un lápiz electrónico sobre una tableta. Nos han preguntado si nos sentimos amenazados por los memes, y no, los memes son chistes con faltas de ortografía (la mayoría de los que yo he visto). Algunos son muy chistosos, pero no tienen el objetivo del cartón político ni se piensan con la misma dinámica mental.
OA: ¿Cuál es ese objetivo del cartón político?
JH: Hacer escarnio de la gente que está en el poder, subrayar el abuso de poder, el ridículo, y exhibirlo. Es como el cuento “El traje nuevo del emperador”, de Andersen, que supuestamente estaba hecho con una tela tan fina que sólo los inteligentes podían verla, por eso nadie se atrevía a decir nada hasta que un niño gritó que el emperador iba desnudo y ahí se desvaneció la farsa del traje. El caricaturista es ese niño que exhibe lo absurdo, lo ridículo y lo inmoral del actuar de la gente pública. Lo que ha cambiado respecto a la caricatura de hace años es que ahora el objeto de la crítica ya no es solamente el político o el gobernante (aunque algunos caricaturistas siguen enfocados en esto), ahora el poder real lo tienen los sectores económicos más poderosos. Son estos personajes los que ahora necesitamos retratar: los empresarios, los dueños de los medios de comunicación, los comunicadores que se prestan para alabar y mantener el discurso oficial, los sectores más conservadores de la iglesia.
En pocos trazos
-¿Qué idea trae a tu menta la frase “El gobierno de Fox”?
-Frivolidad, estupidez y corrupción.
-El gobierno de Calderón.
-Irresponsabilidad criminal.
-El gobierno de Peña Nieto.
-Frivolidad, estupidez y corrupción… e impunidad… y violencia.
-Humoristas mexicanos.
-En medios electrónicos: chabacanería, tontería, vulgaridad, chiste simplón. Yo creo que el humor y la inteligencia tienen que ir de la mano siempre. Los mejores humoristas que he visto generalmente son periodistas o escritores. Yo prefiero a Jesusa Rodríguez, Andrés Bustamante, a los caricaturistas, a Carlos Monsiváis. No son mexicanos, pero para mí la gran comedia física y escénica es Les Luthiers.
-Impunidad.
-…Es que son tantos, desde Peña Nieto hasta… todos. El caso más escandaloso y rampante en este momento es la Casa Blanca de Peña Nieto.
-Abuso de poder.
-Los mismos.
-Medios independientes.
–Internet. En medios impresos hay muy pocos espacios, como Proceso, y El Chamuco (obviamente). Pero principalmente, internet.