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Furor por las selfies, ¿enfermedad o síntoma?

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Zygmunt Bauman retoma el concepto de “comunidad imaginada”, creado por Benedict Anderson, para explicar un estado social en que los lazos y vínculos interpersonales se han desintegrado…

La frecuencia con que las noticias dan cuenta de accidentes absurdos sufridos por personas que intentaban crear un autorretrato espectacular no habla tanto de una epidemia de estupidez, banalidad y egolatría, como de un serio problema social.

Que algunas personas se hayan disparado al momento de tomarse una foto con un arma o les haya estallado una granada (lo mismo en Estados Unidos que en Rusia), o que varios turistas hayan perdido la vida en el Taj Majal por sufrir accidentes al momento de tomarse una selfie, o que otros caigan de puentes, grúas o rascacielos al intentar poses audaces, o que otros más busquen circunstancias insólitas como retratarse al lado de una estampida o recargarse en cables de alta tensión. O, el colmo, que el selfie stick se convierta en un pararrayos durante una tormenta…

Sí, hay estupidez en estos casos, y una enorme necesidad de generar una imagen propia que atraiga la atención pública, quizá para contrarrestar el abrumador sentimiento de anonimato.

En los últimos años del siglo XIX, los sociólogos generaron la categoría de “anomia”, para explicar la conducta de individuos o grupos sociales abrumados por el sentimiento de no tener cabida en la sociedad. Desde entonces, los gobiernos han buscado crear mecanismos de cohesión e inclusión social a fin de reducir las expresiones de la anomia, que van de la conducta antisocial o la delincuencia hasta el suicidio. Sin embargo, el impulso neoliberal ha restado fuerza o de plano cancelado tales políticas, dejando en manos de los individuos la solución de este problema.

Y los individuos se las están ingeniando para ello como mejor pueden y con lo que tienen a la mano, por ejemplo, promoviendo su propia imagen en las redes sociales. El Selfiecity Project, apoyado por la City University de Nueva York y el Instituto de Telecomunicación e Información de California, estima que cada día se comparte un millón de selfies en las redes sociales.

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Se dice que cuando Mark Zuckerberg ideó Facebook pensó en un espacio abierto, ilimitado, pero al mismo tiempo con mecanismos de restricción, de “exclusividad”, tal y como operan en la vida real las estructuras sociales excluyentes (clubes, gremios, sectas, grupos selectos). Pero Facebook ofrecería a cualquiera la posibilidad de crear su propio grupo, que sería tan numeroso como atractivo resultara lo que en él se compartiera. Y por eso tanta gente se toma selfies extravagantes y también ventila los detalles de su vida personal.

Hace poco, la escritora Verónica Murguía se declaraba asombraba de que los usuarios de las redes sociales decidieran en forma masiva renunciar a uno de los más valiosos logros de la sociedad moderna: la privacidad.

Con su característico humor, ingenioso y ácido, el monero Rapé escribió recientemente en Twitter que, con tantos autorretratos, algunos usuarios podrían hacer un largometraje titulado “Vean mi patético esfuerzo para que alguien me haga caso”. Es cierto, pero también es reflejo de un severo problema en las sociedades contemporáneas, que no ofrecen suficientes asideros a todos sus integrantes.

Zygmunt Bauman retoma el concepto de “comunidad imaginada”, creado por Benedict Anderson, para explicar un estado social en que los lazos y vínculos interpersonales se han desintegrado, en el que “la proximidad, la intimidad, la ‘sinceridad’, el ‘entregarse sin reservas’, sin guardar secretos, la confesión compulsiva y obligatoria se convertían rápidamente en la única defensa humana contra la soledad y en el único telar disponible donde tramar el anhelo de unión”.

Las redes sociales son el escenario, y la selfie es la tarjeta de presentación.

A pesar del frenesí del autorretrato, el reporte Selfiecity Project señala que las selfies solamente representan del 3 al 5% de todas las fotografías que circulan en internet. [Ver nota de la BBC]

Es un porcentaje muy discreto, y ya nos parece abrumador. Es apenas la punta del iceberg de una conducta social emergente. Imaginemos lo que puede venir en un futuro cercano.

[Gerardo Moncada]

 

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