Imprescindible crónica a múltiples voces de la tragedia que azotó a la capital mexicana el 19 de septiembre de 1985 y de la cual surgió una poderosa fuerza social.
Las voces recogidas en este libro vibran y provocan un continuo estremecimiento en el lector; recrean desde múltiples ángulos la tragedia a través de historias personales y familiares; dejan testimonio de la ineficacia gubernamental y la rapacidad empresarial.
En lo personal, durante varios años me fue imposible leer Nada, nadie. Las voces del temblor, el libro que Elena Poniatowska -prácticamente- se vio obligada a escribir. Cada vez que yo comenzaba a leerlo, desde las primeras páginas encontraba el palpitar de los días del terremoto y los recuerdos volvían con una intensidad abrumadora.
En 1985, Poniatowska ya se dedicaba a la literatura. Decía: “Después de tantos años de hacer periodismo, creo que ya me gané el derecho a escribir cosas más personales”. Y en eso estaba cuando a las 7:19 horas del 19 de septiembre inició un largo temblor que cambió la vida de millones de mexicanos.
Fue Carlos Monsiváis quien prácticamente la empujó a las calles para que hiciera eso que la había distinguido en su carrera periodística: recoger las voces de la gente. Lo que siguió fue una serie de impactantes crónicas publicadas en el diario La Jornada.
Tres años después, con el apoyo de un grupo de colaboradores dio forma a Nada, nadie, una estremecedora crónica conformada por múltiples testimonios.
Está presente la participación multitudinaria de ciudadanos en las labores de rescate, que superaron radicalmente en velocidad de respuesta, determinación y eficacia a unas autoridades que minimizaban los daños, obstaculizaban las tareas y pretendían enviar mensajes “tranquilizadores”.
Cada persona y familia vivió un drama específico, y eso está plasmado en este libro imprescindible para la memoria colectiva.
Lo que no cambia
Nada, nadie… también deja registro del absurdo -si no es que perverso- proceder gubernamental-empresarial.
Mientras el mundo difundía la tragedia ocurrida en la capital mexicana, una de las primeras declaraciones gubernamentales fue asegurar que ningún estadio deportivo había sido afectado, por lo que no existía impedimento alguno para que al año siguiente se realizara en México el Mundial de Futbol.
Peor aún, afirmaba: “Somos autosuficientes” y rechazaba la ayuda externa que le ofrecían decenas de países.
El ejército puso en marcha el infame Plan DN-III que, en pocas palabras, implicaba acordonar los edificios derrumbados, expulsar a los rescatistas y esperar a que murieran lentamente las personas que estaban bajo los escombros. Las personas que buscaban a sus familiares recriminaban a los soldados: “¿Por qué vienen con ametralladoras y no con palas?”. Y sólo recibían una respuesta mecánica: “Son órdenes, estamos aquí para protegerlos”.
La gente enfureció al constatar que grupos de policías saqueaban hogares y usaban las cobijas para subir a sus patrullas las pertenencias robadas. Ante las denuncias, hubo reporteras y fotógrafos golpeados y amenazados por los uniformados.
Televisa perdió la señal por un día pero regresó con su inconfundible estilo: intentó crear historias telenovelescas con dramas particulares, distorsionó información, alentó falsas esperanzas a algunos afectados al asegurarles que sus hijos estaban hospitalizados, cuando realmente ya habían muerto. Jacobo Zabludovsky, que en las primeras horas de la tragedia había hecho una oportuna y veraz crónica radiofónica mientras recorría las calles devastadas del Centro Histórico, dio un giro dos días después cuando entrevistó al tenor Plácido Domingo, que había viajado a México para participar en las tareas de rescate en Tlatelolco, donde vivían sus tíos. Para desconcierto de la audiencia y del cantante, Zabludovsky le preguntó si era conveniente que arriesgara en esas tareas su prodigiosa voz… Plácido Domingo, molesto, eludió la pregunta y demandó apoyos puntuales en las tareas de rescate. Televisa, al ver el impacto que logró el llamado de Domingo, lo emuló con una variante: disfrazó de socorristas a sus actrices y cantantes y las colocó al lado de los edificios en ruinas para que leyeran ante las cámaras qué necesitaba la gente en esos sitios, como si estos personajes (y Televisa) estuvieran coordinando las tareas de salvamento. El repudio popular fue tan agudo que le obligó a cancelar esta estrategia “informativa”.
El enojo fue compartido por los rescatistas experimentados que de inmediato llegaron a México, procedentes de 13 países, y se toparon con funcionarios que los llevaban a cenar, a pasear y dilataban al máximo su participación en las tareas de rescate. “Se perdió el tiempo. Fue una vergüenza”, declararon delegados de Acción de Urgencia Internacional.
En pleno salvamento, el gobierno federal expresó su prisa por dar por concluidas las tareas. Nunca se planteó organizar la información, establecer un listado amplio de víctimas, con su estatus y localización, ordenar los registros en hospitales, generar una base de datos confiable, ofrecer a los rescatistas mapas y planos de los edificios colapsados. Su principal urgencia era cerrar el episodio. Desde el segundo día, el presidente Miguel de la Madrid declaró: “Estamos listos para regresar a la normalidad”.
La mayoría de los medios de comunicación secundaron el mensaje de las autoridades pidiendo a la población que no saliera a las calles (mientras éstas permanecían ocupadas por la gente), que no estorbara en las labores de rescate (que estaban siendo realizadas principalmente por la población).
Fue la ciudadanía la que defendió las verdaderas tareas de rescate cuando el gobierno ya quería introducir maquinaria pesada en los edificios derrumbados para limpiar los terrenos; fue la gente común la que siguió organizada en un voluntariado inédito y multitudinario en este país, porque además de las brigadas de rescate autogestionaba el suministro de alimentos, la vigilancia nocturna de los barrios, el tráfico…
Y demostraron tener la razón: 15 días después del terremoto se lograba rescatar gente con vida debajo de los escombros.
El temblor golpeó directamente a miles de personas y cambió para siempre la vida de millones, pero también fue una experiencia con múltiples lecciones que aún hoy siguen vigentes (para quienes quieran entenderlas). Nada, nadie es un conmovedor relato coral de esa tragedia pero, sobre todo, es una lectura imprescindible para nuestro presente, para nuestro futuro.
[ Gerardo Moncada ]
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Elena Poniatowska en 12 estampas.
Los chilangos somos unos antes de los sismos y otros despues de los mismos , y como señalas Gerardo para quien quiera entender las lecciones que aún están vigentes…